Los excluidos

Elfriede Jelinek

Fragmento

En primer lugar, Anna desprecia a las personas que tienen casa propia, coche y familia, y, en segundo lugar, a todos los demás. Está siempre a punto de estallar de rabia. Un estanque totalmente inundado de mutismo que le habla ininterrumpidamente. No se parece en nada a una muchacha normal que lleve una permanente o una graciosa coleta o que vaya a una tienda de discos para deleitarse con una canción de moda al tiempo que acompaña el ritmo con los pies. Todos menos ella parecen deslizarse sobre una placa de hielo lisa y sin límites, y Anna los va empujando alternativamente hacia el mismísimo borde, que no se puede ver, pero que ella espera que exista para poder arrojarlos a las heladas y mortíferas aguas. Los temas que toca con su hermano son filosóficos o literarios; pero lo que a ella le brota de dentro es el lenguaje de los sonidos que le arranca al piano.

En cierta ocasión durante un viaje de estudios, las muchachas hicieron una foto en la que salían besando un retrato de Peter Kraus que la revista Bravo había publicado en una página doble. Ocho caras sonrientes mirando a la cámara mientras abocinaban las boquitas. La única que no participó fue Anna, y todas se burlaron de ella. Pero la auténtica burla vino después, cuando una de las chicas se le acerca y dice: oye, Anna, ahí en esa gramola hay discos de Bach. Si te apetece… Y la ingenua de Anna, atontada por el sol, eclipsada por sus estudios de música y convertida en un ser asocial por una madre demente, se dirige hacia allí para poder disfrutar de la música que adora y que nadie entiende excepto ella, y que incluso sabe interpretar. Pero ¿qué es lo que sale de la gramola? Un tema de ritmo convulso de Elvis, el «Tutti Frutti», que Anna rechaza desde el punto de vista cultural. Las jóvenes se revuelcan por los suelos del hostal. La tonta de su compañera se ha creído que una gramola puede emitir melodías de Bach y no la música que ama la juventud.

Anna es una estudiante tan extravagante que dedica sus ratos de ocio a estudiar piano.

Lo de Anna es más bien limpiar caminos como lo hace un camión cisterna; lo de Rainer, más bien una escalera formada por seres humanos, desde cuyo último peldaño, alumbrado por un foco, el joven autor lee una poesía propia destinada a envolver al hombre en una aureola mítica.

Aparte de la literatura, que cualquiera que sepa hablar puede dominar por igual –aunque también existen personas que se la apropian por carecer de otros métodos para evadirse de su entorno–, Rainer no descuella en nada. Pero la literatura llena mucho y eso le satisface.

Si por casualidad alguien invita a los gemelos a una fiesta elegante, estos declinan rápidamente el ofrecimiento. No nos mezclamos con ese tipo de gente, porque su manera de entender la diversión es estúpida y carente de sentido. Pero esto solo lo dicen porque no saben bailar y porque no soportan que alguien les pueda llevar la delantera en algo. La renuncia resulta más difícil en la juventud que en la madurez porque se ha practicado durante menos tiempo.

Rainer dice que también se puede uno adueñar de una persona. En primer lugar, hay que saber más que ella para que le reconozca a uno como autoridad, como, por ejemplo, Hans, el joven obrero que conocieron en el club de jazz. Rainer va a enseñarle todo para convertirlo en una mera herramienta sin voluntad; esto es más difícil que deformar un texto literario, puesto que el hombre puede mostrar resistencias sorprendentes. Es un trabajo cansino, pero supone un reto.

El arte es flexible y extremadamente paciente. Los hombres son a menudo obstinados, aunque receptivos a ciertas explicaciones. Presumen de saberlo todo, pero el que realmente sabe todo es Rainer.

Sus compañeros de instituto son un rebaño gris, ignorante e inmaduro. Comentan lo que durante el fin de semana han hecho con las chicas, en el sótano convertido en sala de fiesta de la casa paterna, o en el comodísimo cuarto de la casa de Hietzinger, o en el bosque mientras buscaban setas, o en los vestuarios de la piscina. Las muchachas cuentan lo que se han dejado hacer y lo que se han negado a hacer y la manera en que se les rogaba. Pero no han cedido porque quieren mantener su virginidad. Oye, Rainer, ¿nunca has estado con una chica? Menos mal que para las cuestiones íntimas no le llaman «señor profesor», como suelen hacer. Rainer empieza a explicar que la lujuria es una especie de éxtasis (????). Como sabéis, durante el éxtasis la conciencia se limita únicamente al cuerpo y es, por consiguiente, una conciencia reflexiva de la corporeidad. Así, como en el dolor corporal, también en el placer existe un mecanismo reflejo que se encarga de vigilar intensamente las apetencias (¿queeeé?, ¡no entiendo una palabra!).

Anna argumenta que el placer simboliza la muerte del deseo porque representa, simultáneamente, su apogeo, su meta y su fin. Uno busca un placer que carece totalmente de sentido. La clase da por terminada la representación, arguyendo que ni el señor profesor ni la señora profesora saben de lo que están hablando, porque nunca han tenido en la mano ni un coño ni una polla.

Sophie Pachhofen sale como una gacela del aula, que huele a tiza, y busca en su monedero con qué comprar el habitual panecillo y la Coca-Cola para el recreo. Anna esconde con envidia la enorme rebanada con manteca que la madre le ha preparado con todo su amor. Anna es su ojito derecho (es mujer como ella). Su hermano, en cambio, es el predilecto del padre. Rainer acusa su amor por Sophie como un golpe seco en la nuca. A esta muchacha, a quien adora en secreto, le dice: al analizar, la conciencia pierde de vista la materialización del otro, y se satura de la propia porque esta se convierte en la razón última. Ahora ya lo sabes, Sophie, tenemos que actuar en consecuencia.

Rainer se clava las uñas en la palma de la mano. Desea ardientemente a Sophie, que también le desea a él, solo que no lo reconoce.

Rainer explica a Sophie que él es el depredador y ella su presa. Sophie contesta que no entiende lo que le quiere decir. ¿Quieres venir un día de estos a jugar al tenis? Rainer dice que él solo juega en su terreno. Sophie le esquiva con la mirada. Rainer le dice que tenga en cuenta que el deseo de amar se transforma en deseo de ser amado. Y que quiere ver florecer su cuerpo hasta sentir repugnancia. ¿Habrá percibido esto alguna vez Sophie? En caso negativo, él le enseñará el camino.

Sophie sale.

Estoy asqueada de todo, especialmente hoy, dice Anna.

Cuando Sophie vuelva de la panadería, Rainer le va a exigir que le dé su panecillo de salami. Será una cuestión de voluntad. Ahí vuelve Sophie y, a modo de prueba, Rainer le coloca los dedos sobre la carótida con un gesto brutal. ¿Estás loco o qué? En el cuello tenemos muchos nervios que pueden resultar dañados incluso involuntariamente. De involuntario nada, dice Rainer. Esto lo he visto en una película francesa.

¡No vas a matar a la gente solo porque lo hayas visto en una película!

Quién sabe de lo que soy capaz, contesta Rainer. Solo sé que soy capaz de los actos más espantosos y que tengo que reprimirme para no

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