Confesiones de una sumisa

Sophie Morgan

Fragmento

Confesiones de una sumisa

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1

Llegaba tarde. Me paso buena parte de mi vida llegando tarde o temiendo llegar tarde. Soy periodista, y aunque llegar tarde forma parte de los gajes del oficio, en lo que se refiere al trabajo no hay nada más imperdonable… (vale, excepto quizá pinchar teléfonos, pero como trabajo en un periódico local, no es el tipo de cosas que hacemos, a pesar de lo que veas en los culebrones). Fuera ya de mi trabajo, creo que llegar tarde es irritante tanto si lo hago yo como si lo hacen los demás. Siempre que puedo llego cinco minutos antes y deambulo por el lugar de la cita para disminuir el riesgo de llegar tarde. Sé que probablemente parezco una acosadora, pero es un precio que estoy dispuesta a pagar.

Sin embargo, esa vez no tuve ocasión de hacerlo. Cuando llegué al bar, mis amigos, Thomas y Charlotte, ya se habían apropiado de un reservado y movían los brazos como locos para que me acercara. Charlotte llevaba un gorro de elfo, algo no tan raro teniendo en cuenta que faltaban cuatro días para Navidad. Yo había perdido completamente cualquier espíritu festivo, en parte porque el trabajo era una locura y en parte porque todavía estaba lamiéndome las heridas por la ruptura más larga de mi vida. La única razón por la que había aceptado ir a tomar algo era porque no podría soportar sus sermones si no lo hacía. Además, el bar estaba cerca de mi oficina y Charlotte me había asegurado que serían un grupo numeroso, de modo que tenía la esperanza de poder largarme sin que se dieran cuenta después de tomarme una copa rápida y charlar un rato para demostrar mi buena disposición, y así acallarlos de una vez. El problema empezó cuando me acerqué al reservado y me di cuenta de que solo había otra persona con ellos. Me habían tendido una encerrona.

Lo primero que pensé, prueba de que todavía no me lo había sacado de la cabeza, fue que se trataba de James, mi ex, aunque mi parte racional sabía que Thomas no estaba dispuesto a compartir con él copas, charla y galletitas de queso. Yo tampoco tenía muy claro si quería tomarme unas copas con él. El hombre que estaba de espaldas se volvió y me confirmó lo que ya sospechaba, y la rabia comenzó a arderme en el fondo del estómago. No sabría decir con quién estaba enfadada. ¿Conmigo? ¿Con ellos? ¿Con él? Había pasado mucho tiempo enfadada últimamente. Era algo poco habitual en mí, y empezaba a estar cansada de mi propia actitud. También era algo agotador, otra razón por la que hubiera preferido estar en mi casa viendo programas de cocina en la tele y no tener que hablar con nadie.

Algo que no iba a ocurrir esa noche. Mis supuestos amigos me la habían jugado del todo. Charlotte titubeó un momento antes de abrazarme, porque se dio cuenta de mi enfado, pero Thomas no mostró miedo alguno. Se me lanzó encima y me rodeó con un abrazo de oso que casi me hizo perder el equilibrio.

—¡Soph! Has podido. Creíamos que no vendrías… No es propio de ti llegar tan tarde.

Me escapé de sus brazos y comencé a desabrocharme el abrigo.

—Ya, es que el trabajo está imposible y el metro a reventar.

No tenía intención de disculparme por llegar tarde. Contuve una sonrisa torcida al recordar una ocasión en la que llegué veintitrés minutos tarde a casa de Thomas por culpa del tráfico, y él me atizó veintitrés veces con una fusta. Tuve la sensación de que eso había ocurrido hacía mucho tiempo, en una vida anterior. Las cosas habían cambiado, aunque el recuerdo todavía me inspiró una oleada de afecto que aplacó un poco la rabia.

El individuo que no era James se había puesto en pie cuando llegué y esperaba a que me acercase más a la mesa. En el momento en que me incliné para dejar el abrigo sobre la pila de ropa, él me tendió la mano.

—Hola, Sophie. Me llamo Adam. Encantado de conocerte. He oído hablar mucho de ti.

Cabello oscuro, ojos castaños, gafas. Apretón de manos firme, manos bonitas. Me fijo en todas esas cosas. Es un efecto secundario provocado por mi afición extracurricular a los azotes. Tuve que admitir que mis amigos conocían bien mis gustos. La pena era que no me conocían tan bien como para saber que no me interesaba ninguna clase de relación con nadie en un futuro cercano.

—¿De verdad? —Le sonreí, pero no creo que la sonrisa apareciera en mis ojos—. Porque yo no he oído nada de ti.

Miré a Charlotte, quien pareció sentirse incómoda. El silencio se prolongó, y durante un momento dejé que se mantuviera en el aire antes de soltar un suspiro, dejarme caer en el asiento acolchado y tomar la carta del menú. No me gustan nada los enfrentamientos y el mal ambiente; nunca me han gustado. Podía comportarme de un modo agradable. Lo único que tenía que hacer era aguantar durante más o menos una hora y luego marcharme con la excusa de que tenía que levantarme temprano para trabajar. Vi que había vino caliente con especias y sonreí para mí. Al menos podría unirme un poco al ambiente festivo.

—¿Qué queréis tomar? Yo me encargo de traerlo.

Sé que fui un poco grosera, y sé que no fue culpa del pobre Adam. El hecho es que, y ya sé que suena a novela romántica, hacía poco que me habían roto el corazón. No fue a propósito. Las personas que te parten el corazón a propósito son el peor tipo de cabrones, y si me hubiera enamorado de un cabrón me habría resultado mucho más fácil rehacer mi vida, recuperarme y seguir adelante. Sin embargo, James había conseguido hacerse un sitio en mi vida, como pareja y como contrapartida dominante a mis tendencias sumisas. Pero de golpe él acabó con la relación y me dejó con la sensación de estar a la deriva, algo que no es propio de mí.

La relación no se había acabado del todo, no de un modo que me permitiera seguir adelante con mi vida. Para describirlo de un modo televisivo, al estilo «previamente en la vida de Sophie», el resumen de los programas anteriores sería algo así: chico conoce a chica, chico domina a chica, chica se regodea con el dolor y la degradación y se enamora del chico, chico se siente culpable por el modo en que domina a la chica de la que ha decidido que se ha enamorado, chica deja claro que le encanta la dominación. Cabría imaginar que el siguiente paso sería: chico acepta ambos lados de su propia naturaleza y agradece a la buena fortuna haber encontrado una chica que le complementa tan bien, pero, ¡ay!, eso no llegó a ocurrir. Después de varias semanas de mensajes, oleadas de afecto y charlas emotivas que provocaban que el silencio posterior fuera más inquietante todavía, decidí que había llegado el momento de dejarlo, por mi propio bien. Le pregunté por última vez si lo nuestro podría funcionar, interpreté su silencio como una respuesta más que clara, cambié de número de teléfono y puse un filtro en mi cuenta de correo electrónico para que cualquier mensaje que me enviase pasara directamente a la papelera. Joder, después de una semana o dos dejé de comprobar el correo tres veces al día por si tenía mensajes borrados automáticamente. Todo un progreso, ¿verdad?

Intentaba poco a poco segu

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