Cuaderno de debilidades

Mauro Libertella

Fragmento

cap

Cazadores de remeras

Hoy descarté una remera. Lo hice del único modo en que se puede hacer: con los ojos cerrados, en un relámpago de inconsciencia, sin medir los efectos emocionales de un acto tan radical. ¿Por qué lo hice? No lo sé. La tenía conmigo hacía 17 años y la amaba, como se ama a una mascota o a una persona que vive con nosotros. Esa remera fue testigo de mis años de formación y sin embargo no tuve piedad; me desperté algo perturbado y supe, sin vacilaciones, que había llegado la hora de la ejecución. Algunos dirán que eso ya no era una remera, que era una masacre, un genocidio textil sin forma ni densidad. Su decrepitud era palpable y ni todas las técnicas del arte pictórico podían atenuarla. Y sin embargo ahí estaba, siempre fiel, la mejor amiga del hombre, y su sola presencia confirmaba un recorrido: era la pieza que testificaba nada menos que 17 años de una vida.

Ahora, con más calma, no podría precisar cuándo empezó exactamente este fetiche, pero con el tiempo me he ido convirtiendo en alguien que dedica una energía importante de su vida a la apreciación y la búsqueda de remeras. Si la categoría no estuviera tan de moda, buscaría erigirme en un sommelier de casacas. Sé que no estoy solo en esta obsesión; somos miles y nos reconocemos silenciosamente en la calle, con un movimiento imperceptible de los ojos y un mínimo cabeceo. ¿Somos víctimas del más perfecto capitalismo, ese que inventa una necesidad donde no estaba y la convierte luego en obstinación?

Reviso mi placard y la remera más antigua que encuentro cumple más de quince años. Lo sé porque está fechada; en la espalda, la inscripción, delatora, precisa: “Radio Mega, Verano de 2001”. No es una remera especialmente linda, pero ahí está. Es de un blanco ya casi transparente y recuerdo que me fue regalada por una promotora que no sabía que estaba legándome un trofeo. No la uso jamás. Esa remera es, a esta altura, una auténtica pieza de museo. No tiene un valor emocional específico, no detenta ningún simbolismo: fue quedando, sobrevivió de manera inexplicable a cuatro mudanzas y ahora es la piedra de toque que estructura todo el conjunto. Sigo revisando. Aparece mi primera remera de los Rolling Stones, que compré en la galería Bond Street hacia el 2002 y que, en una decisión cuestionable, usé para ir a una entrevista laboral para un puesto en un establecimiento serio. Casi no tengo remeras de fútbol, apenas dos o tres. El de las remeras de fútbol es un género aparte, que se engloba dentro del amplio espectro del coleccionismo. Son conocidos los hombres que juntan camisetas de todos los clubes del mundo y consagran una sala de su casa a armar su centro de exposiciones para luego, paradojalmente, no permitirle a nadie el acceso a sus tesoros. Esos hombres juntan camisetas como podrían coleccionar piedras o estampitas y sus colecciones tienen un problema insalvable: serán fatalmente iguales a otras colecciones de otros tipos que también junten camisetas de fútbol en otras partes del mundo.

El paso del tiempo es, a mi entender, un elemento clave en esta práctica.

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