El mapa de las prendas que amé

Elvira Seminara

Fragmento

cap-1

VESTIDOS ACOGEDORES. Volveremos a hablar de ellos más adelante.

VESTIDOS QUE TRAS VEINTE AÑOS llevándolos todavía dudas de si los rombos son negros o marrones.

VESTIDOS QUE SE VUELVEN LOCOS y en un momento dado empiezan a ceder: una cadera se descuelga, el dobladillo pende hacia la derecha —o puede que un hombro se afloje—, algo se da de sí, se encoge o se tuerce. Cuidado con los de punto, seda elástica o lana. Lo mejor es prevenir, así que ayúdalos con una combinación muy fina de esas que no se notan pero que están ahí, y no los pinches, ni presiones, ni los estrujes, ni los fuerces con broches, cinturones u otros complementos.

VESTIDOS SEXIS, preferiblemente de color rojo, que se adhieren con suavidad a tus formas como el agua al vaso. Siempre y cuando alguien tenga sed, algo que no hay que dar por sentado.

VESTIDOS DE UN ROJO RABIOSO, más que sexis. Más rojos que la sangre que te sale de la nariz —otra zona donde la sangre circula copiosamente, como los labios—, en la que basta un golpe para hacerla brotar. Más rojos que una acusación, que un geranio de Capri. Hay que tener al menos uno, a condición de no ponérselo nunca o de odiarlo. Lo encontrarás dentro de la funda de celofán, porque es de shantung.

Corinne, estoy huyendo. Dentro de poco llegará el taxi y el avión no me esperará. Encima de la mesa de la cocina de mi casa, aquí en Florencia, te dejo tres folios con instrucciones para que te orientes entre mis armarios y la vida social. Es aquí adonde tienes que acudir; te he puesto la dirección en el sobre, aunque seguro que te acordarás de ella. Son los consejos que te habría dado en persona si no nos hubiéramos peleado. Es una herencia que debía transmitirte. Te los dejo casi todos, están repartidos por los armarios, lamentablemente sin ningún criterio de temporada o de oportunidad, pero limpios. Estoy segura de que tenemos la misma talla.

Te entrego el reino de mis vestidos. Por favor, guárdalos y quiérelos todos, trátalos bien, aprende y disfruta de ellos sin distinción de antigüedad o valor. Sé justa, sé fuerte.

VESTIDOS AMARILLOS CON EL BORDE BLANCO. Transmiten la sensación de una frescura sosegada, si eso es lo que quieres transmitir. Pero tienen un precio: los bordes del cuello y de las mangas se manchan y se rozan con facilidad, como todos los bordes o las declaraciones demasiado claras y tajantes.

Me llevo muy poco, lo indispensable. La casa adonde voy es mucho más pequeña que esta; mi cuerpo, que también se ha encogido, tiene ya pocos deseos y necesidades, y se puede cubrir con lo esencial.

Te enviaré mi nueva dirección cuando esté a salvo. También encontrarás botellas de vino y de licores; puedes regalárselas a tus amigos, sé que no bebes. Y, por supuesto, hay que tirar enseguida la comida de la nevera y de la despensa. Lo habría hecho yo misma si me hubiera dado tiempo. Sin embargo, las fugas no se organizan, se imponen, y como mucho puedes intentar apañártelas.

Todo lo que hay en esta casa te pertenece, pero si al menos por un tiempo pudieras evitar vender los viejos maniquíes y mis vajillas de porcelana inglesa, te lo agradecería. Aunque las gardenias están medio secas, si las cuidas volverán a brotar. Los geranios puedes tirarlos, pero no los tiestos de barro antiguos. Ahora me voy, hija mía, te abrazo muy fuerte, llaman al interfono.

He pagado dos meses de alquiler para que tengas tiempo de venir a buscar las cosas. Todo lo que no te interese, salvo la ropa, por supuesto, puedes venderlo.

5 de febrero de 1992

P. D.: Le daré este sobre al portero junto con las llaves de casa. Te lo enviará. Es una persona de confianza.

P. D.: Quito la lista de instrucciones del sobre, te la daré cuando esté completa. Pero, mientras tanto, escríbeme.

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VESTIDOS QUE ENTRISTECEN, que en cuanto te los pones te dan aspecto de jorobada y te alargan los brazos. Sospecho que el corte acampanado y a media pantorrilla, junto con el color ciruela —o peor, el gris—, son los responsables de ese aspecto de mujer traicionada, ni resignada ni desagraviada del todo. Es inútil intentar disimularlos con un fular étnico o un collar pop; es como confesar —o admitir— que te han pillado in fraganti con el corazón hecho un trapo.

Tercer piso. Peldaños antiguos de mármol travertino. Espléndidas barandillas de hierro fundido, artísticamente torneadas. Ahora vivo delante de un parque, y eso es magnífico. Bajo un momento y soy gesto, sonido, gente. Estoy en Francia.

VESTIDOS QUE AUMENTAN DE PESO, tanto el suyo como el tuyo. En ambos casos, evítalos a toda costa. Tu padre tenía propensión a engordar, por eso elegíamos el azul oscuro y el negro. Y arroz y verduras, en lugar de la pasta y del color beis.

VESTIDOS QUE ENGORDAN, pero que permiten adivinar que debajo hay una mujer delgada. Date prisa y compruébalo delante del espejo del probador. Si es demasiado pequeño —el probador—, abre la puerta y sal, obsérvate desde lejos, sopesa el lleno y el vacío que se cierne a tu alrededor. Pero no te mires a la cara, es imposible parecer digna e inteligente cuando te pruebas un vestido.

No tengo nada que ver con lo que pasó. ¿Durante cuánto tiempo tendré que llevar encima tu rencor? He intentado quitármelo sola, pero no puedo. Solo tú puedes arrancarlo, eliminarlo.

VESTIDOS POCO ACERTADOS DESDE EL PRIMER MOMENTO. Confeccionados con una tela inapropiada, demasiado fina para soportar ciertos movimientos o los gestos cotidianos. O cuya exagerada fantasía difícilmente está en consonancia con la realidad, con el corte. Vestidos carentes o sobrantes de imaginación, que ocultan el esfuerzo que hacen para resultar adecuados; a los que siempre les falta algo, a pesar de añadirles un collar; o les sobra algo, aunque descosas y elimines un detalle. A veces un cambio de jerarquía, de botones o de cinturón, puede ayudarlos, pero no hay que darlo por descontado.

Te lo pido por favor, Corinne, escríbeme, aunque solo sea para decirme que has recibido mi carta. Si supieras cómo vivo, lo acosada que me siento. Y dime si tu dirección de Pisa aún es la misma. Después, si quieres, me borras de tu vida durante otro año. La bailarina de Degas de la postal se parece a ti, por eso la elegí para enviártela. Te he escrito mi nueva dirección de París con letra de imprenta. Sigo completando el inventario —hacía años que quería hacerlo y ahora ha llegado el momento—. Es un manual para vivir mejor dentro y fuera de uno mismo. Es necesario proteger los propios límites con costuras fuertes y resistentes.

VESTIDOS QUE PARECEN RECIÉN ESTRENADOS cada vez que te los pones y no sabes por qué. Incluso cuando ya llevan seis años casi seguidos en el armario.

Francia me ha acogido estupendamente; de hecho, no se ha sorprendido de mi regreso —¿qué hace aquí una sosa como yo, ni turista ni arribista chic, que ni siquiera está enamorada? ¡Y encima vestida de manera tan normal, sin un triste sombrero de ala negra o zapatos de tang

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