Deje su mensaje después de la señal

Arantza Portabales

Fragmento

cap-1

Galaxias en el café

Marina

Del día que te fuiste tan solo recuerdo una canción sonando en la radio. Y que estaba tomando café. Más que tomarlo, dibujaba espirales de espuma dentro de la taza mientras revolvía sin parar. Parecían una Vía Láctea en miniatura. Eso es lo que recuerdo. Y que te fuiste.

Miento. También recuerdo que te ofrecí un café. Aunque tú nunca lo tomas. Y menos en domingo. Supongo que ese era el pro­blema. Que lo que yo te ofrecía no era lo que tú esperabas.

Y también recuerdo ver a nuestra vecina mientras tendía la ropa en el patio. Y recuerdo haber pensado que era idiota, que iba a llover. «Café», repetí en voz baja, sintiéndome pequeña. Pequeña como una minúscula parte de esa galaxia de café que seguía dibujando, rítmicamente, reiterando los movimientos circulares de la cuchara dentro de la taza.

Yo era pequeña, y tu maleta, enorme. En ella cabían todas tus cosas. Ropa. Libros. CD. Siete años de vida metidos en una maleta gris gigante. Esa que nunca usamos, porque, cargada, ni tú ni yo podíamos con ella.

Y después hablaste. Pero no puedo recordar lo que dijiste, porque no quería escucharte, así que fijé la vista en las espirales de espuma, pensando que si me concentraba lo suficiente, podría sumirme de nuevo en un sueño profundo y despertar de nuevo en esta cocina, un domingo cualquiera, tomando café, mientras tú salías a correr. Como todos los domingos. Pero no sucedió. Seguía sonando la radio. «A Sky Full of Stars», de Coldplay. Qué apropiado, pensé con la mirada fija en la taza.

No recuerdo nada más. Ni siquiera el momento en que saliste. Quizá diste un portazo al salir. O quizá saliste en silencio. Quizá al final llovió. O quizá no. Quizá la vecina tuvo suerte. Quizá ella sí.

cap-2

No me escuches

Carmela

¡Hola, hijo!

Estoy hablando con el contestador de tu casa. No, no me he vuelto loca. Sé que si quiero hablar contigo tengo que llamar al teléfono móvil que te han dado en la ONG. Que no oirás este mensaje hasta que hayas vuelto del extranjero. Llegarás a tu casa y te encontrarás con todos estos mensajes de tu madre. Y sé que al principio te enfadarás un poco, pero si lo piensas bien es mejor así. Tú estás ahí, curando a niños, y yo estoy tan orgullosa que no puedo hacer esta llamada.

Bueno, esta sí, ya la estoy haciendo. La que no puedo hacer es la otra. Esa en la que tú estarías al otro lado y que haría que cogieses un avión. No puedo consentir eso. Puedo soportar muchas cosas. Las estoy soportando. Pero eso, no. Que tú sufras, no. Así que aquí estoy, hablando con el contestador de tu casa. Porque necesito que sepas lo que me está pasando, pero también necesito que no me escuches todavía. He pensado que puedo ir llamándote para contarte lo que me sucede. Y ya después, cuando vuelvas, con tranquilidad, vas escuchando despacio todo esto.

Si lo piensas bien, esto es un poco como esos programas de madrugada a los que llama la gente para confesarse. Hablan como si no los estuviese escuchando nadie y lo cuentan todo. Que tienen una amante. Que llevan años enamorados de un cuñado. Que se mueren por ver un día el mar.

No debe de ser tan difícil. Tan solo hay que pensar que nadie te escucha al otro lado de la línea. Solo hay que coger fuerzas y decirlo.

Tengo cáncer.

Con metástasis.

Ya está. Ya lo he dicho.

cap-3

El trato

Sara

Son las diez de la noche. Por mucho que trabajes, he llegado a la conclusión de que a esta hora ya no debes de estar en la consulta. Y si te parece bien, prefiero que a partir de ahora nuestras sesiones sean así, a través del contestador. No te preocupes por el dinero, le diré a papá que te haga una transferencia semanal. Tú puedes contestarme a través del correo electrónico (saraviñas.1992@gmail.com). Sé que dijiste que las normas de nuestras sesiones las pondrías tú. Pero de verdad, Bruno, o esto o nada. Me han bastado tres días para darme cuenta. No me veo capaz de estar sentada en tu consulta y contarte mi vida. Para empezar, no parece la consulta de un psicólogo. No hay diván, ni siquiera un sofá cómodo. Tan solo tú y yo, separados por una mesita pequeña. Estás muy cerca. Intimidas. Eres un tío muy grande. Pienso que si eliminamos esa barrera física, me sentiré más libre para hablar. Si no hablo, no podremos analizar lo que me está pasando. Aunque creo que no me pasa nada. Tan solo estoy un poco confundida.

Está bien. Este es el trato. Yo hablo con este contestador. Tú me contestas por correo. Y cuando hables con mi padre, le dices que estoy siendo una niña buena y que estoy yendo a tu consulta.

Tú no dices nada de nuestro trato, y yo te prometo no intentar hacerlo de nuevo. Aunque aquello de las pastillas fue un accidente Pero de eso ya hablaremos el miércoles. Y quédate tranquilo. Estoy bien.

Muy bien.

Tan solo un poco confundida.

cap-4

Mentiras

Viviana

Mentir es fácil. Lo complicado es hacerlo bien. Y a mí siempre se me ha dado mal. O quizá no. Quizá yo mentía bien, pero tú tenías esos superpoderes que tienen los padres. Porque tú siempre, de una ojeada, sabías si te estaba diciendo la verdad o no. Y aun así, nunca me descubrías delante de mamá.

Acabo de recordar esas mañanas de mi infancia. La tortura del desayuno. ¡Qué poco me gustaba comer, papá! Recuerdo cómo me guiñabas el ojo cuando mamá me preguntaba desde el piso de arriba si ya me había acabado el Cola Cao, que Inés ya estaba fuera, que me apurase, que íbamos a llegar tarde a la escuela. Y yo siempre gritaba con voz firme un «¡Ya he acabadooooooooo!». Pero los dos sabíamos dónde terminaba la leche. En el fregadero.

Era fácil mentir. En la infancia todo era fácil.

Hoy me he encontrado a Inés. Sí. Aquí. En Madrid. Increíble, ¿verdad? Iba con un montón de chavales. Habían venido de excursión para ver un musical. Imagino que a eso se debía el montón de llamadas perdidas de la última semana. Me la he encontrado en el metro y en hora punta. ¿Qué probabilidades había? Las mismas de que tú no adivinases que no me tomaba la leche del desayuno. Se abrazó a mí y me dijo que la semana pasada había ido a visitar a mamá a la residencia. No pude soportarlo, así que cambié de tema y hasta le mentí (mentir es fácil) y le dije que la encontraba más joven, más guapa, más delgada.

«Delgada estás tú», me dijo. Como si no lo supiese. «¿Comes bien?» ¡Dios! Tiene mi edad y ya habla como su madre. «Y tanto», le respondí. Después de eso, me

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