Madre Irlanda

Edna O'Brien

Fragmento

cap-1

1

La tierra

Un país es o madre o padre, y como tal genera el cosquilleo emocional secretamente reservado a uno u otro progenitor. Irlanda siempre ha sido mujer, útero, cueva, vaca, Rosaleen, marrana, novia, ramera y, por supuesto, la demacrada diosa Hag of Beara. En un principio era tierra de bosque y monte bajo, como preconizara Orfeo cuando gobernó la expedición de Jasón a través de una atmósfera neblinosa. Se cree que Irlanda ha conocido invasiones desde los remotos tiempos en que la Edad de Hielo tocó a su fin y el clima permitió al ciervo adentrarse en sus tupidos bosques.

Estas infiltraciones han sido narradas e inventadas por hombres y médiums que han descrito la violación del cuerpo y el alma de Irlanda. Ella siempre ha sido tierra de Dios. San Patricio, su santo patrón (¡sin canonizar!), huyó de Antrim, donde era esclavo, obedeciendo a la voz que le ordenaba embarcarse y poner rumbo a Europa. Viajó con una partida de loberos irlandeses y arribó a Francia, donde estudió para ordenarse sacerdote en Auxerre. De nuevo, una voz acompañada de una visión le pidió que regresara a Irlanda, y en el siglo V Patricio inició la misión de convertir a las gentes del Norte primero, y a las de las tierras bajas después, de suerte que el discurso y el pensamiento de los hombres cambiaron tan pronto como se sometieron a las normas de Patricio y el yugo de las Escrituras. Los antepasados de Patricio, los romanos, no llegaron a invadir Irlanda, pero cuenta Tácito que un general romano oteó el mar desde Escocia y calculó que una sola legión podría someterla. A buen seguro se equivocaba, pues a pesar de las muchas legiones que trataron de dominarla, Irlanda nunca fue tomada del todo, aunque sí concienzudamente desposeída.

En torno a 1860, una religiosa de una orden contemplativa del condado de Kerry se dedicó a compilar la historia de su país como apología dirigida a los irlandeses e irlandesas de América, con idea de que no olvidasen sus nobles y gloriosos anales. Hizo hincapié en que Irlanda nunca había apostatado. Como ermitaña que era, estimaba necesario protegerse del oprobio del patriotismo. Estaba convencida de que el corazón patriota podía arder con idéntico fervor bajo el velo y bajo la toca. Citaba el ejemplo de Michael O’Cleirigh, fraile que en el siglo XVII trabajó en los Anales de los cuatro maestros para dar testimonio de la historia de su raza doliente, «a fin de que perdure hasta el fin del mundo».

Inspirándose en él, la religiosa describía la primera conquista del Void Erinn en los días previos al diluvio universal, cuando una dama hebrea, Caesara, sobrina de Noé, al conocer la profecía de su tío, decidió buscar refugio en una región extranjera, con la esperanza de hallar un territorio aún deshabitado y, por tanto, libre de pecado. Emprendió su viaje con una grey formada por tres hombres y cincuenta mujeres, con quienes cruzó el mar Rojo, dejó atrás los altares de los filisteos, las columnas de Hércules como faros, y más allá de las traicioneras costas de España encontró Irlanda, Isla del Destino, en su vagar en pos de sustento. Los suyos fueron los primeros en recibir allí sepultura, los primeros de una larga estirpe de robustos fantasmas irlandeses.

Vino después la conquista de Partolón y los suyos, vástagos de los hijos de Jafet, que arribaron surcando el Mediterráneo y el Atlántico trescientos años después del diluvio, más o menos en el año 2000 del mundo. Fondearon en Kenmare, al oeste de Munster, y se cree que fueron ellos quienes introdujeron el alfabeto, el comercio y la agricultura. A su rey, Partolón, se le atribuye el primer caso de celos en Irlanda. Su esposa había urdido una grata intriga amorosa con uno de sus esclavos, y cuando fue amonestada por ello, le preguntó a su marido si creía que podía dejarse miel al alcance de una mujer, leche fresca al alcance de un niño, alimentos al alcance de un hombre, carne al alcance de un gato, aperos al alcance de un campesino, o a un hombre cerca de una mujer en un desierto y que se ignorasen. Él, ciego de ira, agarró al galgo favorito de su esposa y lo mató estampándolo contra el suelo.

Las epidemias aniquilaron a su gente y arrasaron la tierra. Llegó entonces Nemed, del linaje de Magog, y apenas si había instalado a su clan en la isla cuando aparecieron los fomorianos, marinos monstruosos procedentes de África que exigían a sus súbditos tributos en forma de niños, maíz, ganado, nata, mantequilla y harina.

Los fomorianos fueron invadidos y expulsados por los firbolg, hombres panzudos llegados desde Grecia como consecuencia de la servidumbre impuesta por sus señores, que consistía en acarrear sacos de arcilla, con el fin de esparcir tierra sobre las rocas. Los firbolg dividieron Irlanda en cinco partes, constituyendo un reino en cada una de ellas, y en paz convivieron hasta que una hermosa mañana de mayo, alrededor del año 3000, llegaron los druidas. Los druidas, versados en la magia y la hechicería, eran conocidos como los Tuatha Dé Danann, pues se encontraban bajo el dominio de la diosa mágica Dana. Poseían cuatro talismanes de gran poder: una piedra del destino que designaba al legítimo rey, una espada que no conocía la derrota, una lanza de idéntica disposición y un caldero hirviente para los castigos. Sin embargo, también a su magia le llegó la hora del declive y fueron aplastados y sepultados por los hijos de Míl, los gaélicos que arribaron de España.

En un primer momento, los Tuatha Dé Danann los derrotaron extendiendo un velo de bruma sobre toda la isla para que esta adoptara la forma aparente del lomo de un cerdo y enviando a sus tres reinas a engatusar y confundir a los milesianos. Se llegó a un acuerdo. Los milesianos se alejarían nueve «olas» mar adentro y, si por segunda vez lograban desembarcar, se les concedería la soberanía del territorio.

Mas, tan pronto como los milesianos se hicieron a la mar, los danann provocaron una devastadora tempestad y agitaron pavorosamente las aguas, de suerte que las naves impactaron como si fueran pelotas de malabares y el grueso de la tripulación pereció ahogada, entre ellos los cinco hijos de Míl. Los supervivientes sabían que los danann habían manipulado los elementos y regresaron con refuerzos procedentes de España. Se libró una batalla campal en Derry, donde los milesianos masacraron a los guerreros danann, y también a sus reinas.

Los milesianos dividieron las tierras entre dos hermanos, Eber y Erimhon, y cada uno reinó durante un año hasta que se disputaron la propiedad de tres lomas estratégicas y, en la inevitable batalla, Eber fue asesinado. A Erimhon, coronado rey de Irlanda, lo sucedió una larga estirpe de monarcas varones hasta que Macha, la mujer de las rojas trenzas, reclamó sus derechos como descendiente legítima. Se disfrazó de leproso y condujo a sus potenciales oponentes varones al bosque, donde fue encadenándolos uno por uno y convirtiéndolos en esclavos.

La colina de Tara, en el condado de Meath, era el enclave donde se investía a los reyes y también el lugar en que se promulgaban o recitaban leyes, se ampliaban los anales y se actualizaban las genealogías. Tara, la de los collados verdes, sembrada de diques y empalizadas; Tara, con su piedra del destino y su inherente carácter sagrado, era el sitio donde los soberanos descubrieron sus muchos tabúes y las fórmulas que portaban buena suerte: el pez del Boyne, el ciervo de Luibneck, los arándanos de Br

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