La hermandad de la Sábana Santa

Julia Navarro

Fragmento

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PRÓLOGO

Veinte años de una historia compartida

Conocí a Julia Navarro a finales de los noventa, cuando era una de las periodistas políticas españolas más prestigiosas. Enseguida supe de su pasión por los libros, por los viajes, por la historia: su curiosidad no tenía límites. Atenta lectora, encontraba siempre tiempo para refugiarse en la literatura, en todo tipo de literatura, sin corsés ni clichés; tanto disfrutaba con las tramas de John Le Carré o Frederick Forsyth como leía, con la veneración que se le han de tener a los maestros, las novelas de Javier Marías, Ana María Matute o Josefina Aldecoa.

Pese a su amor por los libros, no negaré que me sorprendió cuando nos entregó el manuscrito de la que era su primera novela. Antes de que tuviera tiempo de preguntarle si había escrito una novela de periodistas, me contestó:

No he escrito una novela de periodistas, no he escrito una historia para que la lea mi gremio, más bien al contrario. Es una novela para los lectores, para todo tipo de lectores. Respeto mucho mi profesión, y la distingo claramente de mi pasión por los libros. Ya sabes que desde niña fui una gran fabuladora, me pasaba el día imaginándome historias. Así que se podría decir que la novela que tienes es el resultado de la novela que a mí me hubiera gustado leer. Nada más y nada menos. Espero que te guste.

En aquella época yo iba a trabajar al despacho en metro y autobús. Solía tardar en cada trayecto unos cuarenta y cinco minutos de ida y otros tantos de vuelta. Recuerdo con nitidez que leí el manuscrito en una semana, cautivado y enganchado a la historia desde la primera página. Pronto descubrí que estábamos ante una aventura absorbente, una historia en torno al origen de la Sábana Santa y muchos de los misterios que se producían alrededor suyo. La novela estaba construida con precisión, todas las piezas encajaban, y la solvencia narrativa brillaba notablemente. Recuerdo la sensación de intentar desvelar los múltiples enigmas que giraban en torno a los macabros asesinatos de unos hombres que aparecían con la lengua cortada. Julia, gran prestidigitadora de historias, te invitaba a participar en un juego de cajas chinas en el que página a página, y misterio a misterio, no daba tregua. Desde la época de Jesucristo hasta la actualidad la novela destacaba por la descripción de los pasajes subterráneos, el manejo de los tiempos o la invitación a cuestionarse las creencias que todos tenemos. Reconozco que de casualidad no me pasé de parada de metro en alguno de aquellos trayectos, fascinado como estaba con la novela.

No tuve ninguna duda de que teníamos que publicar este libro. Tardé, eso sí, una semana —lo que duró mi lectura— en darle una respuesta. Julia siempre cuenta divertida que la esperó como si fuera la de Robert Redford…

Todo fue ágil, todo fluyó. Desde que se lo comuniqué nos pusimos en marcha con las correcciones, la portada, el título: La Hermandad de la Sábana Santa. Como todos los títulos de Julia, era excelente; el mérito es único y exclusivamente suyo. Con otros autores, la figura del editor se impone al proponer o sugerir uno distinto del original, pero hasta la fecha no hemos tenido nunca que cambiar ni adaptar ninguno de sus títulos. Era tremendamente sugerente… ¿Hermandad? ¿Sábana Santa? 

Tal fue nuestro entusiasmo con la novela que teníamos entre manos que decidimos hacer una edición anticipada para los libreros, para que la descubrieran antes de que se publicara. Escribí una carta animándolos a que la leyeran, y vaya si lo hicieron. Les encantó y apostaron de primeras por ella. Ahí fue cuando empecé a intuir que algo grande podría pasar, aunque en este mundo editorial pocas certezas se tienen y todos sabemos que no existen fórmulas mágicas. Pero, ciertamente, el apoyo de los libreros fue básico para el éxito de La Hermandad de la Sábana Santa y, desde entonces, puede decirse que la relación que tienen con Julia Navarro es la historia de un amor correspondido.

La presentamos en Madrid y a partir de entonces Julia vivió un frenesí de promoción, viajó por toda España, atendió a la prensa, se reunió con libreros y conoció de primera mano a sus lectores. Las ediciones se sucedieron y enseguida celebramos en un emocionante evento los primeros 50.000 ejemplares vendidos. Todo era nuevo para Julia, a muchos les sorprendió el tamaño de este fenómeno, pero ella lo vivió con naturalidad, esfuerzo y felicidad. A veces Julia y yo hablábamos de cómo se gestionaba el éxito y me reconocía que en su caso le vino muy bien haberlo alcanzado en la madurez. Su éxito era compartido: con sus amigos, su familia, sus editores y, por supuesto, sus lectores. La novela se convirtió en un long seller, es decir, en todo lo que un editor desea: que el libro se venda cada vez más por el efecto más natural de todos, el boca a boca. Llegó su primera cita con Sant Jordi, luego la Feria del libro de Madrid y otras ciudades de España, y a partir de ese año apenas ha faltado a dichas celebraciones. No conocemos a un autor más entregado a las firmas de libros en las ferias que Julia.

Y también llegó, traducción a traducción, la publicación de la novela en más de treinta países. Un hecho, entonces y ahora, harto infrecuente en la literatura española, que constataba que el interés del libro —mezcla de novela de aventura, con acción, reflexión, historia y religión— tocaba de lleno la sensibilidad de lectores de todo el mundo. Tuvimos encuentros con sus editores internacionales en la Feria de Frankfurt —aún recuerdo el entusiasmo de los editores polacos, turcos, italianos o americanos—, y en la Feria Internacional del Libro de Guadalajara (FIL), en México, Julia comprobó por primera vez la pasión de los lectores latinoamericanos. Por ejemplo, en la primera presentación no estuvo acompañada de autores, ni periodistas ni críticos, sino de un grupo de jóvenes lectores que la entrevistaron delante de un público entregado que abarrotó la sala.

El tiempo pasó y las novelas de Julia se sucedieron. Han sido veinte años de una «historia compartida» feliz, cómplice y amistosa. No solo conmigo sino con todos los que trabajamos en Penguin Random House: correctores, diseñadores, comerciales, etc. Y no únicamente en España sino en México, Colombia, Argentina, Panamá, Estados Unidos…

Podríamos consensuar que todas sus historias tienen en común lo que califico de «instinto literario»: esa capacidad que tiene Julia de elegir excelentes temas y tramas interesantísimas en cada novela, y que cada una de ellas sea muy distinta de la anterior. Su intuición periodística ahí está. Nadie podrá decir que escribe siempre la misma historia, aunque todas tengan en común su interés por la condición humana y el cariño que les profesa a sus personajes. Como los de La Hermandad de la Sábana Santa —Sofia Galloni o Marco Valoni— que desde que leemos la novela habitan ya entre nosotros.

Y, por último, una confesión: admito que soy poco fetichista y que no conservo nunca los manuscritos que leo ni las primeras ediciones de los libros que edito. Es así. No conservo nada. Con una excepción. Una sola. Lo han adivinado.

En mi despacho —que ha pa

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