Contenido
Portada
Prólogo
Indonesia
Indonesia
Indonesia
El océano Índico
El océano Índico
El Congo
Corea del Norte
Estados Unidos, Corea del Norte
El océano Índico
El océano Índico
Tanzania
Corea del Norte
Corea del Norte
Corea del Norte
Corea del Sur
Corea del Norte
Estados Unidos
Suiza, Estados Unidos
Corea del Norte
Corea del Norte
Estados Unidos
Estados Unidos
Estados Unidos
Estados Unidos, Suecia
Suecia
Indonesia
Suecia
Suecia
Suecia
Estados Unidos
Suecia
Rusia
Suecia, Alemania
Alemania
Dinamarca, Suecia
Rusia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Rusia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia
Suecia, Dinamarca
Rusia
Dinamarca
Suecia
Dinamarca, Suecia, Alemania
Alemania
Rusia
Tanzania
El Congo
Tanzania
Tanzania, Kenia
Tanzania, Kenia
Kenia
Kenia
El Congo
Kenia
Kenia
Indonesia
Kenia, Alemania
Kenia
Kenia, Madagascar
Kenia, Alemania
Alemania
Kenia
Suecia
Madagascar, Corea del Norte, Australia,Estados Unidos, Rusia
Suecia, Estados Unidos, Rusia
Kenia
Un agradecimiento extragrande para:
Créditos
Prólogo
Soy Jonas Jonasson y quiero daros una explicación.
Se suponía que nunca iba a escribir una continuación de la historia del abuelo que saltó por la ventana y se largó. Mucha gente lo deseaba, empezando por su protagonista, Allan Karlsson, que no dejaba de deambular por mi cabeza y reclamaba constantemente mi atención.
«Señor Jonasson», decía, sin venir a cuento, mientras yo estaba absorto en mis pensamientos. «¿Ya ha cambiado de opinión, señor Jonasson? ¿No quiere hacer otro intento antes de que me haga viejo de verdad?»
No, no quería. Ya había dicho todo lo que podía decir acerca del que tal vez era el siglo más miserable de la historia. En su momento creí que si recordábamos los fallos del siglo XX entre todos, además de mejorar nuestra memoria se reduciría nuestra tendencia a cometer al menos esos mismos errores. Envolví el mensaje con cariño y humor, y pronto se difundió por todo el mundo.
Es evidente que no ha hecho del mundo un lugar mejor.
Pasó el tiempo y mi Allan interior dejó de ponerse en contacto conmigo. Mientras tanto, la humanidad seguía avanzando, o al menos moviéndose, en cualquier dirección. Con cada suceso aumentaba mi sensación de que el mundo estaba más incompleto que nunca. Mientras tanto, yo sólo era un espectador.
Poco a poco volví a sentir la necesidad de levantar la voz, a mi manera o a la de Allan. Un día me oí preguntándole directamente si aún seguía conmigo.
—Sí, aquí estoy —dijo Allan—. ¿Qué se le ofrece, señor Jonasson, después de tanto tiempo?
—Lo necesito —dije.
—Para qué.
—Para poder contar cómo son las cosas, e indirectamente cómo deberían ser.
—¿Así, en general?
—Sí, más o menos.
—Señor Jonasson, sabe que no servirá de nada, ¿verdad?
—Sí, lo sé.
—Bien. Cuente conmigo.
•
Vale, hay una cosa más. Esta novela trata sobre hechos recientes o que aún están de actualidad. Para la trama, me he servido de figuras públicas, tanto políticos como personas de su entorno inmediato. Muchos de los personajes del libro aparecen con sus nombres reales, otros me los he ahorrado.
Los líderes políticos suelen mirar al común de los mortales por encima del hombro en lugar de a los ojos, por eso me parece justo que nos burlemos un poquito de ellos. Pero eso no los hace menos humanos y, como tales, se merecen una moderada dosis de respeto. Me gustaría decir a cada uno de estos dirigentes: «Lo siento.» Y: «Aguántense. Podría haber sido peor.» Y también: «¿Y qué, si lo fuera?»
JONAS JONASSON
Indonesia
Una vida de lujo en una isla paradisíaca debería ser motivo de satisfacción para cualquiera. Sin embargo, Allan Karlsson nunca había sido cualquiera y no iba a empezar a serlo a los ciento un años.
Durante cierto tiempo, tumbarse bajo una sombrilla y que le fueran sirviendo a su antojo bebidas de colores le había resultado agradable. Sobre todo, cuando podía tener a su lado a su mejor y único amigo, el incorregible ladronzuelo Julius Jonsson.
Pero el viejo Julius y Allan, aún más viejo, se hartaron pronto de no hacer más que despilfarrar los millones del maletín que llevaban casualmente con ellos desde Suecia.
No es que tuvieran algo en contra de despilfarrar, sólo que eso se había vuelto demasiado monótono. Julius había llegado a alquilar un yate de cuarenta y cinco metros de eslora, con todo el personal de a bordo incluido, sólo para sentarse junto a Allan en la proa con sendas cañas de pescar en las manos. Y habría sido una escapada agradable, si al menos les gustara pescar. O, ya puestos, si les gustara el pescado. Pero la verdad era que en sus excursiones en yate los dos acababan haciendo en cubierta lo mismo que habían aprendido a hacer en tierra firme; o sea, nada de nada.
Y hablando de tener mucho dinero y pocas cosas que hacer: Allan se empeñó en que Harry Belafonte viajara desde Estados Unidos hasta Bali para cantar tres canciones el día del cumpleaños de Julius. Al final, Harry también se quedó a cenar, y eso que no había cobrado por ello. Entre una cosa y otra, fue una noche de sorpresas.
A la hora de explicar por qué había escogido a Belafonte en vez de a cualquier otro, Allan remarcó que Julius tenía debilidad por ese estilo musical, más moderno y juvenil. Julius agradeció el gesto sin mencionar que el artista en cuestión había dejado atrás su juventud a finales de la Segunda Guerra Mundial, aunque, claro, comparado con Allan todavía era un crío.
La presencia de la estrella en Bali apenas aportó una pincelada de color a una existencia por lo demás gris y aburrida, pero la visita en sí tuvo un impacto trascendental en las v