Roque Dalton: correspondencia clandestina

Horacio Castellanos Moya

Fragmento

cap-1

PRIMERA PARTE

La cuestión de la señora madre

Las cartas las encontré por casualidad en los archivos de la familia Dalton. Yo había viajado desde Iowa City hasta San Salvador con un objetivo preciso: Juan José y Jorge, los hijos y herederos del poeta Roque Dalton, me habían autorizado a revisar los archivos de la familia en los que yo esperaba encontrar la primera versión y los cuadernos de notas del último capítulo de la novela Pobrecito poeta que era yo (Educa, Costa Rica, octubre de 1976), publicada dieciséis meses después de que el poeta fuera asesinado por sus compañeros guerrilleros en San Salvador acusado de traición. El último capítulo de la novela, titulado «José. La luz del túnel», relata los cincuenta y un días de cautiverio de Dalton en manos del ejército salvadoreño, que lo secuestró como parte de una vasta operación lanzada por la Agencia Central de Inteligencia (CIA) estadounidense en septiembre y octubre de 1964 para desactivar y, de ser posible, reclutar las redes del espionaje cubano en varios países centroamericanos, México y República Dominicana. Dalton relata los interrogatorios a los que fue sometido por un agente de inteligencia estadounidense, quien le proponía convertirse en doble agente y que, ante la negativa del poeta a colaborar, le advirtió que no tendría una muerte heroica, sino la de un traidor, tal como sucedió once años más tarde. Mi propósito era encontrar el manuscrito original de ese capítulo[1] para compararlo con la versión final publicada en la novela y con los cables desclasificados de la CIA de ese periodo.[2] No tuve suerte: encontré versiones originales de los demás capítulos de la novela,[3] pero no de ese último. En vez de ello, además de hacerme una idea de la dimensión de los archivos conservados por la familia Dalton, descubrí la carpeta con las cartas.

Era una carpeta muy delgada, sin ningún distintivo, título o marca. En su interior había dieciséis cartas: algunas de ellas eran originales y otras copias en papel carbón, deterioradas por el tiempo. Las primeras tres, firmadas por Roque, estaban destinadas a su exesposa Aída Cañas, a su madre María García, y a Frank, el nuevo compañero de Aída; aunque carecían del lugar de remisión, estaban fechadas en 1973 (24 de junio, 18 de agosto y 20 de octubre, respectivamente) y por lo tanto pertenecían al periodo (de abril a diciembre de 1973) en que Dalton había hecho creer que residía en Vietnam. A esas alturas yo ya sabía que el tal viaje al país del Sudeste Asiático había sido una estratagema, y que en verdad en esos meses él nunca salió de Cuba, sino que permaneció confinado quién sabe en qué casa de seguridad o campo de entrenamiento,[4] en espera de la luz verde para su ingreso clandestino a El Salvador para incorporarse a la guerrilla. La estratagema fue de tal envergadura que su compañera cubana de entonces (la actriz y directora teatral Miriam Lazcano) y sus amigos escritores y editores estaban convencidos de que Dalton se encontraba en Vietnam, y hasta el mismo Julio Cortázar se refiere en su necrológica sobre Dalton «a la última carta que recibí de él, fechada en Hanói el 15 de agosto de 1973, pero llegada a mis manos muchísimo después por razones que nunca sabré».[5] Leí las tres cartas, pues, con mucho interés y comprobé que la única que estaba en «la humedad del secreto» era su exesposa Aída, en tanto que a los otros dos corresponsales les decía que estaba en el Sudeste Asiático.

Pero fueron las siguientes trece cartas las que causaron mi azoro: nueve eran dirigidas a Ana y firmadas por Miguel; las otras cuatro eran respuestas de Ana a Miguel. Y estaban fechadas entre diciembre de 1973 y enero de 1975, ¡el periodo en que Dalton vivió como combatiente clandestino en El Salvador!

La historia que se ha venido contando hasta ahora es la siguiente: Dalton habría ingresado clandestinamente a El Salvador el 24 de diciembre de 1973, por el aeropuerto de Ilopango, con un pasaporte falso a nombre de Julio Delfos Marín (o «Dreyfus», según otra versión, que ve en ese apellido una premonición de lo que a su portador le acontecería), y con su rostro modificado por una cirugía facial que le habría hecho en Cuba el mismo médico que alteró el rostro del Che Guevara antes de su aventura boliviana.[6] Esa historia dice que Dalton se incorporó al Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) en calidad de asesor de su dirección, que permaneció quince meses en El Salvador (desde su ingreso en diciembre hasta su asesinato, el 10 de mayo de 1975), que participó en pocas acciones armadas,[7] sus contribuciones fueron más en el ámbito político e ideológico, y que fue precisamente por una discusión política por lo que sus propios camaradas lo asesinaron bajo la acusación, primero, de ser agente de la CIA, y luego, de ser agente cubano. Esa es la historia que se ha venido contando. La correspondencia entre Miguel (Roque) y Ana (Aída) aporta, empero, nuevas aristas y meandros a lo que se conoce de ese periodo de la vida del poeta.

Querida Ana: Bueno, aquí te va mi primer saludo desde la nueva casa. Todos estamos bien y las cosas mejor de las (sic) que esperaba. Ya estoy trabajando a pesar de mi salud, creo que con atender al médico todo irá bien. He pensado mucho en Uds. y deseo estén de lo mejor. Diles a Rafaelito, Jaimito y Julito que los recuerdo mucho y que espero que sigan bien portados y estudiosos. A Mónica reitérale mi cariño…

Esto dice la primera carta enviada por Miguel, escrita a máquina y fechada el 11 de diciembre de 1973. Seis días más tarde, en una carta manuscrita, dice:

Querida Ana: Te escribo para enviarte un par de recordatorios que se me quedaron en el tintero. Primero es que cuando te escriba las menciones y cosas para mi amiga será para «Mónica»…

Según esta correspondencia, Dalton habría entrado a El Salvador no el 24 de diciembre, como se asegura en varios textos, sino desde principios del mes. Quizá este sería un detalle sin importancia si no fuera porque evidencia la falta de confianza que merecen las versiones de aquellos que estuvieron con Dalton en la clandestinidad y fueron parte de la trama que culminó con su asesinato.[8]

Las trece cartas están escritas en clave, pero no con una criptografía especializada. En su carta del 28 de diciembre de 1973, refiriéndose a sus primeras impresiones sobre el trabajo del ERP, Miguel le dice a Ana:

Puedo darte la seguridad de que se trata de un negocio serio, de gente responsable. Me he dado cuenta de que la empresa, aunque no es millonaria, tiene solvencia moral y económica y vale la pena invertir en ella esfuerzo, dinero y confianza, ya que los trabajadores y ejecutivos que en ella trabajan no son irresponsables y engañadores, que no le andan ofreciendo empleo a cualquiera. Las ganancias vendrán luego y hay que ver el porvenir con esperanza. Los seguros de vida y los demás son ramas delicadas, pero con una casa de experiencia y sobre todo de principios morales vale la pena hacer el esfuerzo.

No se necesita ser muy sagaz para entender lo que Dalton le cuenta en esas cartas a Aída, quien permanece todo ese tiempo en La Habana a cargo de sus tres hijos. La clave es la mínima que debe utilizar un combatiente clandestino en su correspondencia (el uso de seudónimos y el enmascar

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