La vida es un cuadro de Hopper

Carlos Langa

Fragmento

1. Autorretrato

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Autorretrato

Self Portrait, 1925–1930

Óleo sobre lienzo, 76,2 x 144 cm

Serían las nueve y media del atardecer de un día de finales de junio cuando corría por la acera camino de la estación de autobuses cargado con una maleta en cada mano y una enorme mochila a la espalda. Una mochila real, de tela negra y con el bolsillo azul. Nada de cosas emocionales, esas las llevaba impregnadas hasta el tuétano de mi último hueso, como cualquiera a lo largo de cientos de años, no voy a dramatizar.

Perdía el autobús con el que quería comenzar una nueva etapa y, sin embargo, en lo único que podía pensar era en que yo una vez quise ser como Tom Sawyer y correr por la orilla del río Misisipi en busca de aventuras. Ya quedaba lejos aquello. Ahora solo pisaba asfalto y el único lugar que podía explorar eran las calles de una nueva ciudad. Yo quise ser Tom Sawyer, aunque seguramente estaba más cerca de convertirme en Muff Potter: el borracho del pueblo a quien Sawyer y Huckleberry Finn salvaron de la horca. Mientras corría calculé mentalmente qué edad podría tener aquel pobre hombre cuando le acusaron erróneamente de matar al Dr. Robinson y cuánto tiempo me quedaba a mí para tener sus años. Seguro que ya los había cumplido.

También pensaba, no podía evitarlo, en lo lamentable que me veía a mí mismo imaginando aquellas cosas mientras cruzaba pasos de cebra empapado de sudor y con la lengua fuera. No hay margen para la épica en la vida de algunas personas. Ni siquiera en pequeños momentos como este. Una despedida pedía un ritual algo más poético, pero la vida no suele tener brillo. Muff Potter lo sabía bien. Todo es un aprendizaje mate hacia la nada. Nunca se produce una secuencia de acontecimientos que te hagan pensar que todo lo malo valió la pena. Lo habitual es dar vueltas en un laberinto vital, volviendo cada poco tiempo a la casilla de salida, cada vez más cansado y abatido, preguntándote, en el mejor de los casos, qué ha fallado. Seguramente ni eso. Tal vez la capacidad para contar con talento el relato de nuestras desgracias pueda redimirnos. Aunque, para ser consecuentes, esta no es una buena historia.

Llegué a tiempo a la estación. Hasta pude fumarme medio cigarrillo mientras recuperaba el aliento y buscaba mi billete.

2. Autovía de cuatro carriles

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Autovía de cuatro carriles

Four Lane Road, 1956

Óleo sobre lienzo, 69,8 x 105,4 cm

Dejé el equipaje en el portamaletas y subí al autobús. El chófer echó un vistazo rápido al billete y lo único que me indicó fue que no me quitara el calzado durante el viaje. Oí que también se lo decía al de atrás. Y al hombre que venía después. Supuse que se lo diría a todos los pasajeros. Me alivió saber que no era nada personal. Más bien política de empresa o una razonable precaución que tomaba escarmentado por cientos de viajes malolientes.

Un par de hileras de luces azules señalaban el camino en el pasillo. Busqué mi asiento, coloqué la mochila en la parte superior y me acomodé junto a la ventanilla. Serían casi las diez de la noche, en breve saldríamos.

A esa hora, al anochecer, aquel sitio que abandonaba y que conocía tan bien me pareció un lugar extraño. Como si perteneciera a otra ciudad, a otro país. Las personas que esperaban en los andenes, las que bajan de los autobuses o los que simplemente merodeaban por allí eran de otro mundo. Tal vez de otra época. Sentía que ya no pertenecíamos a la misma realidad.

Una mujer de unos cincuenta y pico años se detuvo junto a mis asientos, miró su billete y luego el número sobre el respaldo. Me dedicó una sonrisa, enarcó las cejas y se dirigió a mí.

—Perdona —dijo en un tono muy prudente—, creo que estás ocupando mi asiento, pero no importa. Me da igual ventanilla que pasillo. No te muevas. Ya me quedo aquí.

Se sentó, encendió la lucecita del techo y sacó un libro de su bolso. Lo abrió más o menos por la mitad, pero antes de comenzar a leer, se agachó un poco y se quitó un zapato y luego el otro.

—¿Te importa? —dijo sin dejar que respondiese—, vengo de una reunión y me están matando. No tengo edad ya para taconazos. No me delates al conductor.

Me encogí de hombros y sonreí. La mujer vestía un traje chaqueta negro, tenía media melena gris y llevaba unas gafas de pasta con la montura roja. Pensé que no encajaba mucho con los demás pasajeros que estábamos allí.

El autobús arrancó y salimos de la estación a la vez que hacía efecto el Valium que me había tomado un rato antes. La mujer se centró en su novela. Yo me puse los auriculares. Sonaba Guaranteed de Eddie Vedder. Coloqué mi chaqueta vaquera en la ventana y apoyé la cabeza sobre ella. Todo se volvía dulcemente borroso. Apenas recuerdo pasar por las calles de la ciudad. Esa era mi intención. Al segundo semáforo en rojo todo era oscuridad, la ciudad había desaparecido. Solo la música y la cálida voz de Eddie Vedder. No recuerdo llegar despierto al tercer cruce.

Ignoraba cuánto tiempo había pasado cuando abrí los ojos. El autobús permanecía a oscuras y en silencio. Por la ventana apenas se distinguía el paisaje, solo gotas de lluvia desplazándose por los cristales y a lo lejos una enorme factoría iluminada. La intensidad de las luces blancas de las naves, los silos y las chimeneas le daban el aspecto de un Nueva York cutre y patético. A mi lado la mujer seguía con su lectura. Una pequeña linterna pinzada en la contraportada iluminaba ahora las hojas. Cerró el libro y se dirigió a mí.

—Apagué la luz del techo por si te molestaba —me informó—. Has roncado, por cierto.

—No me he dado cuenta. Perdone.

—No soy tan vieja, puedes tutearme. Y no te preocupes. Yo también ronco mucho. Aunque lo tuyo era más bien respirar fuerte. Lo mío hizo que mi marido se fuera a otra habitación.

La mujer metió el libro en el bolso, se quitó las gafas y señaló con ellas al pasajero de delante.

—Ese no paraba de mirar hacia atrás para ver de dónde venían los ronquidos —dijo—. Le he asegurado que era algo del motor.

Me reí y volví a mirar por la ventana. La fábrica había desaparecido, pero seguía la lluvia. Aquella mujer me estaba cayendo bien. Ahor

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