Sublimación

Clara Peñalver

Fragmento

Sublimación

Ring, ring...

Ring, ring...

Ring, ring...

¿Hay algo más molesto que un teléfono que no para de sonar?

Ring, ring...

Ring, ring...

Sí. Saber que quien debe atender la llamada está ocupada hablando por una línea personal.

—¿Y sabes lo que le dije? ¿Lo sabes?

Ring, ring...

—Pues le dije que estaba harta de sus manías y que no pensaba aguantarle ni una más.

Ring, ring...

—¡No! ¿Estás loca?

Ring, ring...

Ring, ring...

Silencio.

Ufff... Y alivio.

El maldito timbre ha dejado de sonar por fin, cosa que no parece haber afectado en absoluto a la parlanchina operadora, que sigue a lo suyo.

—¿Y sabes lo que le dije? ¿Lo sabes?

Pero el descanso es pasajero.

Ring, ring...

Ring, ring...

El teléfono vuelve a las andadas y la mujer, una frondosa cabeza pelirroja al otro lado del mostrador principal, resopla disgustada.

Ring, ring...

—Ay, mamá... Qué harta estoy de esto. Espera, tengo una llamada.

Y ¡premio! ¡Menos mal que ha decidido hacer su trabajo!

—BCF, dígame.

La aguda voz de la recepcionista, el sonido de las puertas automáticas que se abren y cierran ante el más mínimo movimiento, el zumbido del ascensor a escasos metros de donde nos encontramos y los estúpidos anuncios que se repiten en bucle en las enormes pantallas que hay a ambos lados del mostrador tratan de despistarnos. Pero nosotros nos alejamos del torrente de estímulos para... «¿Ha perdido a un ser querido y desea mantener vivo su recuerdo para siempre?» Ejem... He dicho que nosotros nos alejamos para... «Dele el adiós que se merece.» Pero ¿qué...? «BCF, especialistas en descanso eterno.»

Eh, tú. Sí, tú. Ven, acércate. No te quedes ahí, tengo una historia para ti. Una de las piezas del mastodóntico negocio de la muerte está a punto de saltar y, créeme, sé de lo que hablo, las consecuencias van a ser descomunales.

¿Ves a ese chaval? Ése que no para quieto en su asiento y que mira a su alrededor, nervioso, incómodo ante todo lo que le rodea, esperando a que alguien lo atienda. Él, un cadáver andante cuya muerte presenciarás dentro de poco, va a ser el detonante del escándalo. Se llama León y está aquí por...

—Perdona, ¿se sabe algo de mi hermana?

Exacto. Está aquí por su hermana. Ha llegado justo a tiempo. O eso cree él. La mujer a la que ha parado para preguntar —todo en ella es largo: cuello, torso, brazos, piernas, tacones...— muestra una sonrisa helada y cortante antes de responder.

—Ya le he dicho hace un rato que tiene que esperar. Lo siento.

El chico ni siquiera sabe cómo reaccionar. Éste no es su medio. Es un paria aquí, un don nadie sin derecho a que lo atiendan con respeto. Un simple desecho.

—Pero...

La mujer no le da tiempo a rechistar y se aleja dejando atrás el contundente toc toc, toc toc, toc toc de sus zapatos.

Alguien sube el volumen de una de las pantallas. Ya no hay ni rastro de anuncios. En el centro de la imagen, tras un robusto atril de mármol blanco, un viejo orgulloso y estirado pronuncia un discurso ante la atenta mirada de decenas de periodistas. A su espalda, otros dos hombres, sentados en sendos sillones, aguardan su turno. La voz del viejo es grave y temblorosa:

«Hoy es un día importante para el BCF...»

Sí, señor, debe de serlo. ¿Por qué, si no, iba a salir el viejo carcamal de su guarida para plantarse frente a decenas de periodistas y casi un centenar de invitados? Hace años que la única forma de ver al jefe del Ejecutivo central es en soporíferos discursos emitidos en diferido. Así, mostrándose tan firme y seguro de sí mismo, tan encantado de conocerse, tan locuaz, podría engañar casi a cualquiera con sus palabras.

«Aún se me hiela la sangre cuando recuerdo las calles atestadas de cadáveres y los gritos de desesperación de una sociedad al borde del colapso...»

Sin embargo, hazme caso, no es más que un vejestorio anclado al pasado. Se mantiene en el poder porque se le da especialmente bien alimentar el miedo y remover toda la mierda que nos ha traído hasta aquí. Mucha gente quiere verlo muerto. O al menos ésta es la idea que lo obsesiona desde hace más de veinte años. Lleva veintidós en el poder, y piensa morir de viejo donde está. ¿Cómo lo llaman? Ah, sí, dictadura plebiscitaria. Según él, fue elegido —una y otra vez, una y otra vez— por la mayoría de la ciudadanía. Y está en lo cierto, teniendo en cuenta que sólo el treinta por ciento de la población goza del derecho de voto. Su máxima aspiración es que su hijo o su nieto lo sucedan. Si su ego le permitiera dar credibilidad a la realidad que lo rodea, entendería que la política del miedo tiene fecha de caducidad. Cuando el hambre y la muerte se apoderan de la sociedad, apenas queda hueco para el temor.

¿Qué? Ah, sí, perdona. Llevas razón, tiendo a dispersarme. Pero, entiéndeme, hace demasiados años que esta narradora a tiempo parcial es testigo atemporal y omnipresente de tamaño despropósito. Siempre he sido positiva. Poniéndome algo intensa, podría decir que mi gasolina es la esperanza. El problema es que los días pasan, las semanas se acumulan, los meses vuelan... ¡y así ya llevo un buen puñado de años teniendo que aguantar a ese mequetrefe experto en ocultar flancos vulnerables y consagrado a la apariencia! Últimamente sólo veo muerte y mediocridad, y eso cansa. Sobre todo la mediocridad. La muerte me resulta mucho más cercana.

En fin...

Bien. ¿Por dónde íbamos? Sí, ya. El chico...

León, que desde hace más de dos horas acumula en las entrañas la energía de un volcán a punto de estallar, se arranca con la mugrienta manga del jersey el escozor de las lágrimas, aprieta los puños hasta clavarse las uñas en las palmas y clava la mirada en una de las pantallas.

«Me enorgullece poder decir que en este casi medio siglo, el BCF ha dejado de ser un lugar dedicado únicamente a la muerte para convertirse en el centro neurálgico de la vida de nuestra sociedad.»

El chico está agotado. Y muy cabreado. ¿Cómo no estarlo cuando...? Con todo, si toca esperar, esperará. Aunque la cosa no va exactamente como había imaginado —llegar, dar el nombre de su hermana, pagar y decir adiós para siempre—, León sigue albergando la esperanza de que, por primera vez, un marcado pueda conseguir algo tan inimaginable para alguien de su casta como lo que él está a punto de lograr.

Pero no adelantemos acontecimientos. Ya habrá tiempo de darle voz a León, de pegarnos a sus talones y bucear en la rabiosa energía de sus pensamientos. Ahora, si te parece bien, vamos a dar una vuelta por el BCF.

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