Humor

Terry Eagleton

Fragmento

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PREFACIO

 

 

 

 

Hay un montón de estudios sobre el humor que comienzan reconociendo, con cierta vergüenza, que analizar un chiste equivale a matarlo. En realidad, eso no es cierto. Sí es cierto que, si quieres provocar la risa, no es conveniente hacer un chiste y diseccionarlo al mismo tiempo, igual que se ha dicho de algunos presidentes estadounidenses que no eran capaces de andar y mascar chicle simultáneamente; pero no hay muchos cómicos que se saquen de la manga una investigación teórica sobre sus ocurrencias en el mismo momento en que las están contando. Y los que actúan así suelen hacerlo en la cola del paro, no en teatros o clubs nocturnos. (Desde luego, hay excepciones, como el brillante y original cómico Stewart Lee, quien deconstruye su propio espectáculo mientras lo presenta sobre el escenario y analiza las reacciones del público.) Por lo demás, el humor y el análisis del humor pueden coexistir perfectamente. Entender cómo funciona un chiste no tiene por qué arruinarlo, del mismo modo que entender cómo funciona un poema no lo estropea. En esta, como en otras cuestiones, la teoría y la práctica pertenecen a esferas distintas. Conocer la anatomía del intestino grueso no supone ningún obstáculo a la hora de disfrutar de una comida. Los ginecólogos pueden tener una vida sexual satisfactoria, y los obstetras pueden quedarse embobados mirando un bebé. Los astrónomos que se enfrentan a diario con la absoluta insignificancia de la Tierra en el contexto del universo no se dan a la bebida ni se tiran por un barranco, o al menos no por ese motivo.

Desde luego, en las estanterías de cualquier biblioteca hay unos cuantos libros acerca del humor que son sosos hasta lo indecible. Algunos de estos estudios vienen profusamente adornados con gráficos, tablas, diagramas, estadísticas e informes sobre experimentos realizados en laboratorios.[1] Un triste trío de investigadores científicos incluso parece albergar dudas sobre si los chistes realmente existen. Pero también hay muchos comentarios iluminadores sobre el humor, y he recurrido a unos cuantos de ellos para escribir este libro. Las teorías sobre el humor pueden resultar tan útiles como las teorías sobre la poligamia o la paranoia, siempre que se caractericen por cierta humildad intelectual. Como cualquier hipótesis fructífera, tienen que reconocer sus propios límites. Siempre habrá casos anómalos, enigmas sin resolver, consecuencias incómodas, implicaciones poco convenientes y cosas de ese tipo. Las teorías pueden estar plagadas de discrepancias y aun así ser productivas, igual que una foto borrosa de alguien puede ser más útil que no tener ninguna, e igual que, si vale la pena hacer algo, vale la pena hacerlo aunque sea mal. El sin par William Hazlitt cita a Isaac Barrow cuando observa que el humor es un fenómeno tan «versátil y proteico» que resulta imposible dar con una definición exhaustiva de él:

 

A veces está escondido en una pregunta maliciosa, en una respuesta aguda, en un razonamiento estrafalario, en una insinuación ladina, en la astucia o la inteligencia con que anulamos o devolvemos una objeción; a veces está emboscado en un discurso planteado de manera audaz e imaginativa, en una ironía ácida, en una hipérbole exuberante, en una metáfora desconcertante, en una conciliación plausible de elementos contradictorios, o en el más puro sinsentido […] una mirada o un gesto imitativos pueden ser una muestra de humor; a veces lo conforma una simplicidad fingida, otras veces una franqueza presuntuosa; a veces surge simplemente de un feliz encontronazo con algo extraño; otras, de exprimir con habilidad un tema obvio; con frecuencia, consiste en una cosa que no se sabe qué es, y que brota sin que se pueda explicar cómo […]. Es, en resumen, una forma de hablar llana y sencilla […] que, por medio de una sorprendente tosquedad conceptual o expresiva, afecta y divierte a la imaginación, mostrando al hacerlo cierto asombro y exhalando a la vez cierto placer.[2]

 

Solo un teórico muy insensato podría intentar comprimir todo eso en una única fórmula. En cualquier caso, el humor no es más enigmático de lo que lo es la poesía. Es posible decir algo relativamente convincente y coherente sobre por qué nos reímos, aunque, si yo lo he conseguido en estas páginas, es una cuestión que corresponde al lector juzgar.

 

T. E.

2017

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