1919 (Trilogía USA 2)

John Dos Passos

Fragmento

Prólogo

PRÓLOGO

En 1944, nada menos que doce años después de la publicación de 1919, John Dos Passos mantuvo un intercambio epistolar con su viejo amigo Robert Hillyer, que le acusaba de haberse inspirado en su persona para crear el personaje de Richard Ellsworth Savage. En una de las cartas, Dos Passos, con ese tono cachazudo que reservaba para los corresponsales quisquillosos, rechazó la acusación con argumentos más que convincentes, y de paso dejó escritas algunas claves acerca del sistema que empleaba para construir los personajes de sus novelas. «Savage era un personaje sintético como lo son todos los personajes de mis novelas», escribe Dos Passos, que a continuación añade: «Empiezas con unas pocas nociones y anécdotas sobre alguien a quien conoces, y luego se cuelan otros fragmentos de las vidas de otras personas y una gran porción de tu propia vida, y entonces, si tienes suerte, el amasijo empieza a fermentar y se convierte en algo bien distinto».

La mezcla, por tanto, no excluye los elementos autobiográficos, y en 1919 resulta sencillo rastrear algunos de ellos. En la infancia de Savage, que vive alejado de su padre, se puede reconocer algo de la del propio novelista, que fue hijo natural y sólo tuvo una familia convencional cuando su padre, John Randolph Dos Passos, enviudó de su primera mujer y pudo casarse con su madre.Y el Savage aficionado a escribir poemas y estudiante en Harvard tiene sin duda rasgos del también estudiante en Harvard y también poeta Dos Passos, el joven que más tarde (como asimismo hace el personaje de su novela) viajaría a Francia y a Italia para intervenir en la Primera Guerra Mundial como voluntario del servicio de ambulancias. El ajetreo de huelgas, mítines y cargas policiales que Dos Passos vivió en sus años de mayor combatividad política nos es presentado a través de la figura de Anne Elizabeth Trent (que en la novela recibe el nombre de Hija), y de la mano de Eveline Hutchins se nos introduce en el París posterior al armisticio, así como en el ambiente teatral neoyorquino, que también conoció el novelista. Como detalle anecdótico conviene indicar que tanto Eveline como Savage (pero por separado) cruzan el Atlántico en un barco llamado Touraine, el mismo en el que, en 1917, el propio escritor regresó de Europa a Estados Unidos tras recibir la noticia de la muerte de su padre. Sirva esta anécdota para valorar hasta qué punto el escritor empleaba materiales de su propia biografía y los integraba en las vidas de sus personajes, algo que ya había hecho en sus dos primeras novelas (Primer encuentro y Tres soldados están inspiradas en sus experiencias durante la Primera Guerra Mundial) y que seguiría haciendo hasta el final de su carrera, con la creación de un alter ego llamado Jay Pignatelli, que protagonizaría varias de sus novelas de madurez.

Dos Passos habla de mundos y atmósferas que conoce bien y reparte entre sus personajes retazos de sus azarosas peripecias de juventud, y seguramente esa destilación de elementos autobiográficos es una de las razones que explican la indudable consistencia de los personajes de 1919, todos ellos verosímiles, todos de carne y hueso. La aparición (en la primavera de 1932) de la novela fue saludada con entusiasmo por los más eminentes críticos literarios. Uno de ellos la definió como «la novela americana más potente» y otro la calificó de «hito de la ficción americana», y Edmund Wilson destacó precisamente la facilidad del lector para identificarse con los protagonistas e implicarse en sus problemas y sentimientos (al contrario de lo que ocurría con Manhattan Transfer, en la que, según Wilson, los personajes estaban vistos desde fuera, cosa que les restaba humanidad). 1919 gustó también mucho a los amigos literatos de Dos Passos: a Blaise Cendrars, que le escribió poco después para decirle que era «verdaderamente superior a Paralelo 42,y te admiro con toda mi alma», y a Ernest Hemingway, que en una larga y razonada carta le dijo que la novela le había parecido magnífica, «cuatro veces mejor que Paralelo 42, que ya era buenísima».

El libro no gozó, en cambio, de una gran fortuna comercial, ya que sus ventas fueron inferiores a las de Paralelo 42, que a su vez se había vendido bastante peor que alguna novela suya anterior, y a ello tal vez no fuera totalmente ajeno el cambio de editorial al que en el último momento se vio impelido Dos Passos. 1919 acabó apareciendo en el catálogo de Harcourt, Brace & Co. después de que Harper & Brothers, que había publicado la primera entrega de la trilogía, rechazara el libro tras negarse Dos Passos a suavizar los duros términos en que estaba redactada la semblanza biográfica del banquero J. P. Morgan. Las presiones se debían al hecho de que precisamente la banca de Morgan había proporcionado apoyo financiero a Harper en anteriores épocas de estrecheces, y según Virginia Spencer Carr, autora de una biografía del escritor, tales presiones atentaban contra el núcleo mismo de su ideario artístico y filosófico, porque la simple sugerencia de introducir modificaciones constituía «un reflejo de su lucha contra todo el síndrome monopolístico».

El novelista, en efecto, no escatima denuncias contra las desviaciones y contradicciones del capitalismo, entre las que se encuentran los monopolios. El poder corruptor del dinero asoma aquí y allá como una presencia constante en esta historia de norteamericanos en Europa. Casi todos los protagonistas comparten una inocencia natural, que van perdiendo a medida que se adentran en un mundo hostil. Paralelamente, su idealismo inicial parece ir desdibujándose al contacto con la realidad. En 1919, Dos Passos nos ofrece un vibrante retrato de un momento histórico particularmente agitado y, aunque en gran medida la acción transcurre en el viejo continente, el punto de vista es siempre inequívocamente estadounidense. Por ese motivo, no pueden extrañarnos las abundantes referencias al enconado debate entre patriotas y pacifistas (es decir, entre partidarios y detractores de la intervención norteamericana en la Gran Guerra) ni el chauvinismo de los estadounidenses que presentan a su país como el glorioso salvador de la achacosa Europa. También por ese motivo, los ecos que a menudo llegan del triunfo de la revolución en Rusia aparecen irónicamente contrapunteados por noticias que anuncian como inmediata e irreversible la caída del régimen soviético...

Son momentos de gran ebullición histórica, tiempos convulsos en los que se han vuelto del revés, como si fueran calcetines, las normas y convenciones vigentes en los años de paz. En épocas así es más fácil percibir la verdadera madera de la que están hechos los seres humanos. Sus debilidades, sus anhelos, sus traiciones, sus sacrificios, sus miserias y sus grandezas nos resultan más evidentes en este intenso y embarullado microcosmos, en el que las chicas decentes que normalmente aspirarían a encontrar un buen marido acaban enfrentándose a embarazos de siempre graves consecuencias y en el que son pocos los hombres que se libran de contraer alguna enfermed

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