La literatura norteamericana y otros ensayos

Cesare Pavese

Fragmento

Prólogo

Prólogo

Este volumen reúne todos los ensayos y artículos que Cesare Pavese publicó —o escribió para publicar— entre 1930 y 1950, es decir, en ese período de veinte años que encierra todo su trabajo de poeta y de narrador.1 No es posible, por cierto, separar la obra creativa de Pavese de aquella batalla cultural —de renovador de un panorama literario e investigador de razones poéticas y humanas— que este volumen documenta, y tampoco de sus fatigas de traductor, relacionadas, por cronología y contenido, con muchos de estos escritos.2

El libro, en el denso desarrollo de sus argumentos, puede brindarnos por tanto la más rica y explícita autobiografía intelectual de Pavese, vinculada —como exige su vida— a la práctica de su trabajo. Y es esto lo que realmente importa, en su vida como en cualquier otra; aunque el diario (1935-1950) nos revele un trazado más minucioso y secreto, de él —como de cualquier otro hombre— sabremos tan sólo aquello que ha querido hacernos saber, es decir, lo que ha querido, lo que ha hecho y lo que ha sabido.

El valor de estos escritos, empero, no estriba únicamente en la documentación de un itinerario cultural individual; la crucial experiencia de Pavese es un modelo de aquella generación literaria que creció bajo el fascismo, sintió nuevas necesidades y viró en busca de un nuevo rumbo (literario y moral), y que luego —una vez caído el fascismo— se encontró aún frente a otros problemas, frente a nuevas esperanzas e inquietudes. Así, deja de ser un testimonio de algo acabado —aventura humana o momento cultural— y revela su verdadera naturaleza: un libro vivo y actual en el que muchos de los juicios sobre obras y autores mantienen su validez, en el que muchas conclusiones morales siguen siendo el fruto más valioso de nuestra exigua tradición y en el que muchas preguntas buscan todavía una respuesta.

Hemos ordenado el libro3 en torno a tres filones principales, tres aspectos de una problemática que aquella generación literaria —con Pavese en primera fila— ha vivido y vive. Primero: el descubrimiento y el estudio de un horizonte cultural diferente —contrapuesto al asfixiante ambiente italiano de entreguerras—, que para Pavese, como para otros, fue el de la literatura norteamericana. Segundo: las relaciones entre literatura y sociedad, entre compromiso político y poesía. Tercero: la urgencia —no satisfecha por las estéticas vigentes— de conocer la naturaleza profunda del hecho poético, utilizando incluso descubrimientos e hipótesis de investigadores de otros campos (para Pavese, los etnólogos; de ahí nació el complejo boceto teórico sobre el mito). Pero tal subdivisión obedece a razones de comodidad: se verá que estos intereses nunca están desligados, que hay motivos que recorren el libro de cabo a rabo y podemos verlos nacer y desarrollarse en circunstancias muy dispares. Las tres partes comienzan en fechas distintas (1930 la primera, 1945 la segunda y 1943 la tercera), pero se desarrollan paralelamente hasta los últimos meses de la vida del autor. Sin embargo, la más intensa actividad «americana» de Pavese se produjo en los años treinta, la de publicista «social» fue posterior a la Liberación y las principales investigaciones «míticas» son de sus últimos años; de ahí el orden que hemos establecido. En cada una de las tres partes hemos tratado de conservar la sucesión cronológica, pero en el caso de ciertos autores norteamericanos (Lewis, Anderson, Lee Masters, Melville), inmediatamente después del primer ensayo hemos reunido todo lo que Pavese escribió posteriormente sobre ellos —incluso a veinte años de distancia—, a fin de obtener un panorama de juicios en movimiento, del desarrollo de su pensamiento con relación a una determinada figura o tema.

Norteamérica. Los períodos de descontento han visto a menudo surgir el mito literario de un país propuesto como término de comparación, una Alemania creada por Tácito o por madame de Staël. El país descubierto es por lo general sólo una tierra de utopía, una alegoría social que tiene apenas unos pocos rasgos en común con el país de existencia real; pero no por ello es menos útil: los elementos que adquieren relieve son precisamente aquellos que la situación necesita. El interés por la literatura norteamericana bajo el fascismo estuvo en esa línea, pero tuvo características diferentes: no fue evasión, y tampoco contemplación ejemplar, meta establecida; la literatura norteamericana (como escribió Pavese, una vez concluida su experiencia, cuando quiso hacer un balance) fue «el gigantesco teatro donde con mayor franqueza se recitaba el drama de todos», fue lo que en aquellos años nos permitió ver «como en una pantalla gigante el desarrollo de nuestro propio drama»;4 y «nosotros descubrimos Italia —esto es lo esencial— buscando hombres y palabras en Norteamérica, Rusia, Francia, España».5

Esa Norteamérica de los literatos, caldeada por la sangre de pueblos diversos, envuelta en el humo de las chimeneas y pródiga en campos, que se rebela contra las hipocresías beatas entre el estruendo de huelgas y masas en lucha, se convertía en un complejo símbolo de todos los fermentos y realidades contemporáneos, una mezcla de Norteamérica, Rusia e Italia, y con un sabor a tierras primitivas; una tumultuosa síntesis, en suma, de todo lo que el fascismo pretendía negar y excluir.

Llegados a este punto es conveniente volver a leer, como la mejor definición de ese período cultural, las páginas de uno de los más jóvenes y prematuramente desaparecidos representantes de aquella generación literaria: Giaime Pintor. Su ensayo Americana6 es un testimonio crítico y directo y sirve para un ordenamiento histórico de «generación»: el descubrimiento norteamericano de Cecchi y el redescubrimiento de los más jóvenes. Entre estos últimos aún se ha de estudiar el lugar que ocupan las dos figuras de mayor relieve: Pavese y Vittorini, personalidades muy distantes entre sí, pero a las que cierta afinidad y contemporaneidad de intereses seguirán asociando, sobre todo esa Norteamérica que conocieron sólo a través de los libros y que vivieron como un instrumento de polémica italiana, política y literaria.

Norteamérica como alegoría política, hemos dicho. En la polémica literaria los autores norteamericanos representaron la antítesis ideal del clima de «prosa de arte» y hermetismo, un agitado espectáculo de energías poéticas que intentan convertirse en literatura nacional y, al mismo tiempo, una búsqueda de lenguaje paralela a la europea, pero injertada en un tronco fantástico más joven y vigoroso.

Con relación a ello encontraremos un valioso documento ya entre los primeros ensayos, el que habla de Sherwood Anderson, de 1931. Es una declaración explícita de aquello que impulsa al joven Pavese a explorar a esos autores y de los intereses italianos que guían su búsqueda. Para comprender a Dreiser, Lewis, Anderson, propone un parangón con «el descubrimiento de las regiones» que en la literatura italiana «ha marchado paralelo a la búsqueda de

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