El diablo en la cruz

Ngugi wa Thiong'o

Fragmento

cap-1

1

Cierta gente en Ilmorog, nuestro Ilmorog, me dijo que esta historia era demasiado desgraciada, demasiado degradante, de forma que debería ser arrojada a las tinieblas. Otros adujeron que como se trataba de algo tan penoso debería ser borrado para que no se derramaran lágrimas por segunda vez.

Les pregunté: «¿Cómo podríamos cegar los pozos de nuestro jardín con hojas o hierba, haciéndonos creer a nosotros mismos que ya que no podemos ver los agujeros, nuestros hijos podrían corretear por el jardín a sus anchas?».

Dichoso es el hombre capaz de percibir los escollos en su camino y evitarlos.

Dichoso es el viajero que es capaz de ver los tocones a su paso ya que podrá rodearlos sin tropezar.

El diablo que nos hace sucumbir a la ceguera del corazón y a la sordera de la mente debería ser crucificado, y deberíamos cuidar que sus acólitos no le bajaran de la cruz para que pudiera construir el infierno en la tierra...

Incluso yo, yo, el Profeta de la Justicia, sentí al principio esta pesada carga sobre mis hombros y exclamé: «La selva del corazón humano nunca se ve libre de todos sus árboles. Los secretos de nuestro hogar no están hechos para los oídos de los extraños, Ilmorog es nuestro hogar.

Y entonces, la madre de Wariinga vino a mí al romper el amanecer y me suplicó deshecha en lágrimas: «Tañedor de Gicaandi, relata la historia de la niña que tanto amé. Arroja luz sobre lo que sucedió, que solo los que conozcan toda la verdad puedan entonces emitir un juicio. Tañedor de Gicaandi, contador de cuentos, revela todo lo que está oculto».

Al principio dudé, planteándome esta pregunta: «¿Quién soy yo, la boca que se devoró a sí misma? ¿No está dicho que el antílope odia menos al que le vislumbra que al que pregona su presencia?».

Fue entonces cuando oí los gritos implorantes de muchas voces: «Tañedor de Gicaandi, Profeta de la Justicia, revela lo que yace oculto en la oscuridad».

Durante siete días ayuné, sin agua ni comida, con mi corazón profundamente perturbado por aquellas quejumbrosas voces. Seguía preguntándome: «¿Pudiera ser que estuviera contemplando fantasmas descarnados o escuchando los ecos del silencio? ¿Quién soy yo, la boca que se devoró a sí misma? ¿No está dicho que el antílope siente más odio por el que traiciona su presencia con un grito?».

Pasados siete días, la tierra tembló, y los relámpagos sacudieron el cielo con su fulgor, y fui elevado y sostenido en la cima del tejado de la casa y me fueron mostradas muchas cosas, y oí una voz, como el rugido de un trueno, amonestándome: «¿Quién te ha dicho que la profecía es solo tuya, y solo tú debes conservarla? ¿Por qué te rodeas de fútiles excusas? Si así lo haces, nunca te verás libre de lágrimas e implorantes gritos.»

Cuando la voz dejó de oírse, fui tomado, elevado, y me encontré entre las cenizas del hogar. Cogí un puñado, me restregué el rostro y las piernas y grité:

¡Acepto!

¡Acepto!

Silencia los gritos de mi corazón.

Enjuga las lágrimas de mi corazón...

Esta historia es el recuento de lo que yo, Profeta de la Justicia, vi con estos ojos y oí con estos oídos cuando fui llevado a la cima del tejado de la casa...

He aceptado.

He aceptado.

La voz del pueblo es la voz de Dios.

Esa es la razón por la que he aceptado.

Esa es la razón por la que he aceptado.

Pero ¿por qué estoy vagabundeando por la orilla del río?

Bañarse significa despojarse de todas las ropas.

Nadar es lanzarse a las aguas.

Es bueno, de manera que...

Ven.

Ven, amigo mío.

Ven y razonemos juntos.

Ven y razonemos juntos ahora.

Ven y razonemos juntos sobre ello.

Jacinta Wariinga, antes de que emitas un juicio sobre nuestros hijos...

cap-2

2

El diablo se apareció a Jacinta Wariinga un domingo en el campo de golf de la ciudad de Ilmorog, del distrito de Iciciri y le dijo... ¡Pero espera! Me estoy adelantando a la historia. Los problemas de Wariinga no comenzaron en Ilmorog. Volvamos sobre nuestros pasos...

El infortunio y los problemas habían perseguido a Wariinga mucho antes de dejar Nairobi, donde trabajaba de secretaria, taquimecanógrafa, en las oficinas de la Champion Construction Company,[1] en la calle Tom Mboya, cerca del edificio del Archivo Nacional.

El infortunio es más fuerte que el espíritu más templado, y un problema engendra otro. El viernes por la mañana Wariinga fue despedida de su trabajo por rechazar el acoso del Jefe Kihara, su jefe, que era el director gerente de la firma. Esa tarde Wariinga fue abandonada por su amor, John Kimwana, después de que la acusara de ser la querida del Jefe Kihara.

El sábado por la mañana fue visitada por su casero, propietario de la casa de Ofafa Jericho, en Nairobi, donde alquilaba una habitación. (¿Una casa o un corral? El suelo estaba lleno de agujeros, las paredes agrietadas y el techo con goteras.) El casero dijo a Wariinga que le iba a subir la renta. Ella se negó a pagar más. Él le ordenó abandonar inmediatamente el lugar. Ella se negó aduciendo que el asunto se debería llevar al Tribunal de Rentas para que emitiera un dictamen. El casero se subió a su Mercedes y dejó el lugar. Antes de que Wariinga pudiera parpadear, estaba de vuelta con tres canallas que llevaban gafas oscuras. A algunos pasos de Wariinga, con los brazos en jarras, se burló: «Aquí tienes tu Tribunal de Rentas». Arrojaron todas las pertenencias de Wariinga fuera de la habitación y cerraron la puerta con un candado nuevo. Uno de los secuaces tendió un trozo de papel a la chica en el que estaba escrito:

SOMOS LOS ÁNGELES DEL DIABLO – EMPRESARIOS PRIVADOS.

Haz el más ligero esfuerzo para trasladar este asunto a la policía, y te mandaremos, con billete solo de ida, al reino de Dios o de Satán, un billete solo de ida al cielo o al infierno.

Se subieron todos al Mercedes y desaparecieron.

Wariinga contempló el papel durante un rato y luego lo guardó en su bolso. Se sentó en una caja sosteniéndose la cabeza entre las manos, preguntándose: «¿Por qué me tiene que tocar siempre a mí? ¿A qué dios he ofendido?». Sacó un espejito de su bolso y se miró la cara distraídamente, dando vueltas a sus numerosos problemas. Se encontraba a disgusto consigo misma; maldijo el día en que nació; se preguntó: «Pobre Wariinga, y ahora ¿adónde puedes encaminarte?».

Fue entonces cuando decidió volver con sus padres. Se levantó, recogió sus cosas, las amontonó en la puerta de la habitación contigua que pertenecía a una mujer mkamba y comenzó a realizar los preparativos para el viaje, con un montón de preocupaciones rondándole en la cabeza.

Wariinga estaba convencida de que su apariencia era la raíz de todos sus problemas. Siempre que se miraba en el espejo pensaba que era muy fea. Lo que más odiaba era su negrura, de

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