Véase: amor

David Grossman

Fragmento

Esto sucedió así. Unos meses después de la muerte y el entierro de la abuela Henni, Momik recibió un nuevo abuelo. Este abuelo llegó en el mes de shebat del año 5719, que en lengua extranjera sería 1959, y no por medio de la emisión Saludos de los nuevos inmigrantes que Momik tenía que oír cada día entre la una y veinte y la una y media mientras almorzaba, prestando atención a la radio por si mencionaban uno de los nombres que papá le escribió en una hoja. No, el abuelo llegó en una ambulancia de la Estrella de David Azul que, después del mediodía, bajo una tormenta, se detuvo frente al colmado-café de Bela Markus. De ella descendió un hombre gordo y curtido —no era un extranjero sino uno de los nuestros—, y le preguntó a Bela si conocía allí, en esa calle, a la familia Neuman, y Bela, asustada, se secó con rapidez las manos en el delantal y dijo: sí, sí, ¿ha pasado algo?, Dios no lo quiera. Y el hombre contestó que no tenía por qué asustarse, que no pasaba nada, ¿qué iba a pasar? Solo que les traemos a un pariente, y señaló con su pulgar hacia atrás, a la ambulancia, que parecía completamente silenciosa y vacía, y Bela se puso de repente blanca como una sábana, y ella, que, como todo el mundo sabe, no teme a nada ni a nadie, no fue hacia la ambulancia, sino que se alejó un poco en dirección a Momik, que estaba sentado en uno de los pequeños pupitres y hacía los deberes disciplinadamente, y dijo vei iz mir, qué desgracia, ¿de dónde sale de repente un pariente? Y el hombre dijo nu, señora, no vamos a perder todo el día, si los conoce, dígame dónde están, porque en su casa no hay nadie. No tenía el aspecto de un inmigrante, pero no hablaba correctamente, y Bela enseguida le dijo que por descontado que en su casa no hay nadie a estas horas, porque ellos no son parásitos, sino gente que trabaja muy duro para ganarse el pan, desde la mañana hasta la tarde están allí, en la segunda calle, en el quiosco de lotería, y este de aquí, el pequeño, es de ellos. Espere aquí un momento, señor, que yo iré a llamarles. Y Bela salió corriendo, sin ni siquiera quitarse el delantal, entonces el hombre miró un momento a Momik, le guiñó un ojo y Momik no reaccionó, porque sabía muy bien cómo tenía que comportarse con desconocidos. El hombre se encogió de hombros y comenzó a leer el periódico que Bela había dejado abierto y a hablar solo. A pesar de la lluvia que ahora cae, este será un año de sequía, solo nos faltaba eso. Pero Momik, que generalmente es un niño educado, no se quedó escuchando sino que se lanzó bajo la lluvia hacia la ambulancia, se subió al más alto de los tres escalones traseros, secó la lluvia de la pequeña ventana redonda, miró al interior y vio al hombre más viejo del mundo que nadaba como un pez en un acuario. Llevaba un pijama de rayas azules y estaba tan arrugado como la abuela Henni antes de morir. Tenía la piel un poco amarilla y oscura, como la de una tortuga, tanto en el cuello como en las manos, que eran muy delgadas. Su cabeza estaba totalmente calva y tenía los ojos azules y vacíos. Nadaba desesperadamente de aquí para allí en el interior de la ambulancia, y Momik se acordó entonces del triste campesino suizo encerrado en el interior de una pequeña bola de cristal con nieve en su interior que tía ltka y tío Shimek trajeron de regalo, y que Momik rompió sin querer. Entonces, sin pensarlo mucho, abrió la puerta, pero retrocedió asustado cuando oyó que el hombre hablaba solo, con una voz extraña que subía y bajaba de tono, de repente con entusiasmo y de repente casi llorando, como si estuviese actuando o le contara a alguien un relato increíble, y en un abrir y cerrar de ojos, y esto es lo difícil de entender, Momik estuvo totalmente seguro de que el viejo era Anshel, el hermano pequeño de la abuela Henni, el tío de mamá, del que siempre dijeron que se parecía mucho a Momik, especialmente en el mentón, la frente y la nariz, y que escribía cuentos para niños en los periódicos del extranjero. Pero Anshel había muerto donde los nazis, malditos sean sus nombres, y este de aquí está bien vivo, y Momik se puso a esperar que sus padres aceptasen acogerlo en casa, porque, después de la muerte de la abuela Henni, mamá dijo que ella solo deseaba una cosa: acabar sus días en paz. Precisamente en ese momento llegó mamá —lástima que Momik no pensara entonces en el Mesías—, y tras ella venía corriendo Bela, arrastrando sus piernas enfermas (qué suerte la de Marilyn Monroe), y gritando a mamá en yídish que no se asustara y no asustara al niño, y detrás de mamá y de Bela venía despacio su gigantesco papá, que respiraba con dificultad y tenía el rostro enrojecido, y Momik pensó que pasaba algo serio de verdad cuando los dos a la vez habían abandonado el quiosco de lotería. Fuera lo que fuera, el chófer de la ambulancia dobló lentamente el periódico y les preguntó si eran la familia Neuman, si eran parientes de Henni Minz, descanse en paz, y mamá contestó con una voz extraña, sí, era mi madre, qué ha ocurrido, y el gordo chófer esbozó una amplia sonrisa y les dijo que no había pasado nada, que qué iba a pasar, todo el mundo espera siempre que pase algo, pero solo les traemos al abuelo con los mejores deseos. Y entonces fueron todos juntos hacia la puerta trasera de la ambulancia y el conductor entró y sin ningún esfuerzo cogió al viejo en sus manos, y mamá dijo ¡ah!, que sea para bien, es Anshel, y comenzó a tambalearse tanto que Bela fue corriendo al café y le trajo una silla justo a tiempo, y el conductor dijo otra vez que no tenían que asustarse, que no había traído, Dios no lo quiera, nada malo, y después depositó al anciano en tierra, le dio una amistosa palmada en su encogida y encorvada espalda, y le dijo, nu, aquí está su familia, señor Wasserman, y a papá y mamá les dijo, hace ya diez años que está con nosotros en el psiquiátrico de Bat-Yam y nunca pudimos entenderlo, siempre cantando y hablando solo como hace ahora, tal vez rezando o algo parecido, y no oye nada de nada cuando se le habla, está sordo como una tapia, nebech. ¡Aquí está su familia!, le gritó al oído para demostrar a todos que estaba completamente sordo, ¡eh!, ¡como una tapia! Quién sabe qué le hicieron allí, ¡malditos sean sus nombres!, no sabemos ni siquiera en qué campo estuvo ni cómo, aunque nos trajeron gente en un estado mucho peor, más débiles, había que verlos, pero he aquí que hace más o menos un mes que empezó de repente a abrir la boca y a decir nombres de toda clase de gente, y entre ellos el nombre de la señora Henni Minz, y entonces nuestro director hizo una pequeña investigación y descubrió que toda la gente que él había mencionado ya estaba muerta, descanse en paz, y que la señora Henni Minz estaba inscrita aquí, en Jerusalén, en el barrio de Beth-Mazmil, y que también ella, descanse en paz, ya estaba muerta y ustedes eran sus únicos parientes. Y entonces nos preguntamos si el señor Wasserman no estaría mejor aquí, porque ya no estará más sano de lo que parece, sabe comer solo y también, perdónenme, puede hacer solo sus necesidades, y nuestro desgraciado país, nebech, es muy pobre y nuestros médicos dijeron que en la situación en que está es posible mantenerlo en su casa, al fin y al cabo ustedes son su familia, ¿verdad? Aquí tienen: una bolsa con todas sus cosas, la ropa, los certificados de su enfermedad y algunos documentos y también las recetas para medicamentos y todo lo que le dimos en nuestra casa. Es muy reposado y tranquilo, aparte de sus gestos y ruidos, pero eso no es nada, de verdad; en nuestra residencia todo el mundo le quería, le llamábamos el Malawski, como los cantores de la sinagoga, porque se pasaba todo el día cantando, aunque se lo decíamos solo en broma, claro. ¡Salude a

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