Las raíces del cielo

Romain Gary

Fragmento

Prólogo

Prólogo

La resistencia al tiempo es la prueba fundamental para la literatura, en cualquiera de sus vías de expresión. A veces el tiempo añade una dimensión nueva a una novela, a veces la quita, destinando el libro a un lugar relegado en la historia (puede que para ser recuperado después por otra generación, por otra mirada). A veces, también, el tiempo ilumina aspectos oscuros y a veces simplifica otros que pasaron por relevantes. Se han dado casos de novelas que tenían un cariz político o social y que solo han pervivido por su potencial narrativo, como literatura tan solo. Y viceversa: novelas de escasa calidad literaria cuya capacidad testimonial las ha convertido en perdurables. Por eso, ante Las raíces del cielo, novela literaria y novela política, por partes iguales, hay que hacer la siguiente reflexión: ¿qué significa leer este libro hoy en día, qué aporta, o mejor dicho, qué lectura permite? Cada lector —y no solo los expertos o los historiadores de la literatura— deberá hallar su propia respuesta, como todo en la vida. Lo cierto es que la novela de Romain Gary, tal vez una de las famosas de toda su obra, desde su salida allá en el año 1956, poseía el don de la anticipación. Y el paso del tiempo ha venido a confirmar su condición de adelantado, y, en varios aspectos, como un auténtico precursor. Por ejemplo, sin ir más lejos, anticipa el éxito de las novelas de tema africano que luego se dio en toda Europa, y más aún en las últimas décadas. Quizá este sentido de escritor aislado que pasa por incomprendido —aunque no por el lector común, ya que siempre tuvo una buena aceptación con sus obras, en algunos casos verdaderos best sellers millonarios— ha caracterizado siempre a Gary, autor francés nacido en Moscú y cuyo verdadero nombre era Romain Kacew. Su figura fue denostada, despreciada incluso, por la crítica y la clase intelectual francesa de su tiempo, especialmente por aquellos de inspiración izquierdista-comunista (Gary era diplomático y había manifestado su compromiso activo con el gaullismo, si bien, como demostró toda su vida, fue un espíritu libre, iconoclasta, anarcoide e insumiso). Sin embargo, en algunas de sus novelas llega a alcanzar la grandeza del autor de raza y una visión de futuro agudísima.

Su novela Las raíces del cielo explica una época y una tensión humana y política; o más bien habría que decir un conflicto histórico de enormes proporciones, tan enorme como lo puede ser un elefante. O una manada de elefantes. Y en esta novela, los elefantes son, más que nunca, símbolos, metáforas, vehículos de ideas y contraste con lo humano. Tal vez por todo ello, Gary consigue en esta novela, al abordar al protagonista, ese Morel arquetípico e inolvidable, las cimas de sus maestros o, en su defecto, sus iguales: la densidad de Joseph Conrad, la distancia irónica de Graham Greene, la creación de caracteres de una pieza como André Malraux.

La novela tiene una enorme vigencia, porque pone el dedo en la llaga sobre el tema, clave desde finales del XIX, de la dialéctica pro y contra el progreso. En los años cincuenta ese progreso se reviste de la dicotomía ciencia contra naturaleza, la fuerza atómica como amenaza de toda la humanidad o como avance, disuasorio, hacia el futuro. Este es el progreso que se dirime con la guerra fría: algo que podía tener un alto precio, que valía la pena pagar, en el sacrificio de la naturaleza frente a los seres humanos. Y África, el continente empobrecido y esquilmado, fue un escenario de ese enfrentamiento, bajo la apariencia de las independencias contra el colonialismo, y con la causa de los africanos sin libertad que buscaban a toda costa encontrarla. En ese contexto, aparece otra dicotomía: la de los hombres idealistas frente a los políticos prácticos y manipuladores. Y derivado de la lucha por el progreso o contra él, Gary se revela como un adelantado de la ecología, en tanto que presenta todas las alarmas contra la caza de animales en África, en concreto de elefantes. En este sentido, Morel, el protagonista visionario que inicia una revuelta contra esta práctica, es un adelantado de Greenpeace.

Al acabar la Segunda Guerra Mundial, el género humano entra en la encrucijada del cambio. Las raíces del cielo aborda esa encrucijada como contexto. Con el trasfondo de las nuevas guerras locales, en Indochina y en Corea, el primer plano lo ocupan las independencias de África. El marco geográfico es un Chad cambiante, abocado como el resto de las colonias francesas a un giro en su historia, corriendo la suerte que el resto de los países africanos creados de la nada en esa época. Entre 1952 y 1954, suceden la guerra de Indochina, el deseo de independencia de Túnez o Marruecos y las demás colonias francesas —Argelia vendrá unos pocos años después—. Estas cosas están presentes en un hombre como Gary, que amaba por encima de todo la libertad.

Esta es la gran novela sobre la libertad. Dice Dominique Bona, en su biografía del escritor: «Obsesión de Romain Gary, música de fondo de toda su obra, la libertad es el leitmotiv de todos sus libros». Sus héroes tienen a la libertad por razón o por esencia. Recuerdan a los de Greene, pero los de Gary no tienen la distancia irónica, a veces cruel, de los del maestro inglés, quien en ocasiones llega a hacer del papel masculino de sus novelas un verdadero títere de la vida, un cúmulo grotesco de fracasos. El héroe masculino de Gary —Morel, y otros personajes— no es ridiculizado sino ensalzado, pero no magnificado sino llevado al nivel de hombre-en-conflicto. Gary, por otra parte, se emparenta con Greene en el modo de utilización del contexto sociopolítico. La ironía deja paso, en Las raíces del cielo, a una gran fresco político distanciado de todo, pero en el que está representado todo.

Romain Gary está en 1952 en Estados Unidos; es el representante francés en la Asamblea de ONU. Ha emprendido su carrera dentro de la diplomacia, animado por su convencido gaullismo. A este respecto, hay en la novela un mensaje sobre su visión idealizada del general (tal vez porque participa del mismo entusiasmo malrauxista) cuando ve a Morel, en su lucha por salvar a los elefantes, como prototipo del héroe idealista, solitario en ideología, de valores humanos profundos y enfrentado a los tiempos nuevos: «Acuérdese del odio que Roosevelt sentía hacia De Gaulle, en el año cuarenta; porque De Gaulle, tanto en el cuarenta como hoy, es un poco a su manera Morel y los elefantes».

Cierta noche, en Nueva York, cenando con André Malraux y el padre Teilhard de Chardin, el gran paleontólgo jesuita —quien se verá reflejado en el personaje del padre Tassin de la novela—, cae en la cuenta de que ambos representan dos aspectos del sentido de la libertad: el hombre, la naturaleza. En ese instante cobró forma Las raíces del cielo, un proyecto que enseguida concibe como ambicioso; será su gran homenaje a África y a su momento histórico (y a su propia biografía, acostumbrada a los hitos heroicos, como cuando estaba en la mítica escuadrilla de pilotos Lorraine en 1940). La gran idea, la genial idea de esta novela, es la visión de la libertad como algo que ha de conquistarse e

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