Pelo de zanahoria

Jules Renard

Fragmento

Sin embargo, queda uno, en el extremo de una rama, que se dobla y lo mece. Menea la cola, mueve la cabeza, ofrece su vientre.

pelo de zanahoria

Puedo darle, estoy seguro.

félix, el hermano mayor ¡Quita, quítate de ahí! Sí, es verdad, lo tienes a tiro. Rápido, dame la carabina.

Pelo de Zanahoria, desarmado, con las manos vacías, bosteza; en su lugar, junto a él, Félix, el hermano mayor, se apoya la carabina en el hombro, apunta, dispara y el gorrión cae.

Es como un juego de magia. Hasta hace un momento Pelo de Zanahoria apretaba la carabina contra su corazón. De repente la ha perdido, y ahora la recupera, pues Félix, el hermano mayor, acaba de devolvérsela y luego, haciendo el perro, corre a recoger el gorrión y dice:

—Te entretienes demasiado; tienes que ser más rápido.

pelo de zanahoria Muchísimo más.

félix, el hermano mayor Te has picado.

pelo de zanahoria ¡Vaya! ¿Quieres que cante?

félix, el hermano mayor

Tenemos el gorrión, ¿de qué te quejas? Imagínate que lo hubiéramos dejado escapar.

pelo de zanahoria Yo…

félix, el hermano mayor

Tú o yo, lo mismo da. Hoy lo he matado yo; mañana lo matarás tú.

pelo de zanahoria Bueno, mañana.

félix, el hermano mayor Te lo prometo.

pelo de zanahoria ¡Ya lo sé! Me lo prometes, como siempre.

félix, el hermano mayor

Te lo juro. ¿Estás contento?

pelo de zanahoria ¡De acuerdo…! Pero, si ahora buscáramos otro gorrión, podría probar yo la carabina.

félix, el hermano mayor

No, es demasiado tarde. Regresemos para que mamá lo cocine. Te lo doy. Métetelo en el bolsillo, tontorrón, y déjalo con el pico fuera.

Los dos cazadores regresan a casa. De vez en cuando se encuentran con algún campesino que les saluda y les dice:

—Chicos, al menos no habéis matado al padre, ¿eh?

Pelo de Zanahoria, orondo, olvida su rencor. Llegan a casa, reconciliados, triunfales, y el señor Lepic, en cuanto les ve, exclama sorprendido:

—¿Aún llevas la carabina, Pelo de Zanahoria? ¿La has llevado todo el rato?

—Casi —responde Pelo de Zanahoria.

El topo

Pelo de Zanahoria encuentra un topo en su camino, un topo negro como un deshollinador. Cuando ya ha jugado con él, decide matarlo. Lo lanza varias veces por los aires, hábilmente, con intención de que vaya a caer sobre una piedra.

Al principio todo sale bien.

Al topo ya se le han roto las patas, se le ha abierto la cabeza, se le ha partido el espinazo, y parece que su sufrimiento no durará mucho.

Sin embargo, Pelo de Zanahoria advierte, estupefacto, que se resiste a morir. Aunque lo tira hacia arriba, lo bastante alto para que sobrepase la altura de una casa, hasta el cielo, el asunto no avanza.

—¡Bribón! No ha muerto —dice.

En efecto, el topo aparece encima de la piedra, lleno de sangre; su vientre lleno de grasa temblequea como una gelatina y dicho temblor da la impresión de vida.

—¡Bribón! —exclama Pelo de Zanahoria, que se ensaña con el animal—. ¡Aún no ha muerto!

Lo coge, lo insulta y cambia de método.

Rojo, con lágrimas en los ojos, le escupe y lo arroja con todas sus fuerzas, a bocajarro, contra la piedra.

Sin embargo, el vientre informe sigue moviéndose.

Y cuanto más lo golpea Pelo de Zanahoria, rabioso, menos trazas de morirse tiene el topo.

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La alfalfa

Pelo de Zanahoria y Félix, el hermano mayor, regresan de misa y se apresuran a llegar a casa, pues es la hora de la merienda.

A Félix, el hermano mayor, le espera una rebanada de pan con mantequilla o con mermelada, y a Pelo de Zanahoria, una rebanada de pan sin nada; ha querido hacerse el hombretón antes de tiempo y ha declarado, ante testigos, que no es goloso. Le gustan las cosas naturales, normalmente come pan seco, con afectación, y esta tarde camina más rápido que Félix, el hermano mayor, para que le sirvan en primer lugar.

El pan seco suele ser duro. Así pues, Pelo de Zanahoria se abalanza sobre la rebanada como si atacara al enemigo, la agarra, la emprende a dentelladas, la rompe en pedazos y los hace volar. Sus padres lo contemplan con curiosidad.

Su estómago de avestruz es capaz de digerir piedras, monedas enmohecidas.

En resumen, no resulta nada difícil alimentarlo.

Pelo de Zanahoria intenta abrir la puerta. Está cerrada. —Creo que nuestros padres no están. Dale tú con el pie —dice.

Félix, el hermano mayor, lanzando blasfemias, se precipita contra la pesada puerta guarnecida de clavos y la hace retumbar. Después ambos unen sus esfuerzos, pero se magullan los hombros en vano.

pelo de zanahoria

Es evidente que no están.

félix, el hermano mayor ¿Dónde se han metido?

pelo de zanahoria

Es imposible saberlo todo. Sentémonos.

Posan las nalgas en los fríos escalones. Sienten un hambre inhabitual. Desahogan su rabia bostezando y dándose puñetazos en el pecho.

félix, el hermano mayor

Si creen que les esperaré…

pelo de zanahoria

Pues es lo mejor que podemos hacer.

félix, el hermano mayor

No pienso esperarles. No quiero morirme de hambre. Voy a comer ahora mismo, lo que sea. Hierba.

pelo de zanahoria ¡Hierba!¡Excelente idea! Y daremos una buena lección a nuestros padres.

félix, el hermano mayor ¡Claro que sí! Bien comemos ensalada. La alfalfa, por ejemplo, es tan tierna como la lechuga. Es lechuga sin aceite ni vinagre.

pelo de zanahoria

Así no hay necesidad de revolverla.

félix, el hermano mayor ¿Qué te apuestas a que yo como alfalfa y tú no?

pelo de zanahoria ¿Por qué tú sí y yo no?

félix, el hermano mayor

Sin bromas, ¿qué te apuestas?

pelo de zanahoria ¿Y si pedimos a los vecinos una rebanada de pan untada de cuajada para cada uno?

félix, el hermano mayor Prefiero la alfalfa.

pelo de zanahoria ¡Vamos!

El campo de alfalfa despliega ante sus ojos su apetecible verdor. En cuanto entran en él, se divierten arrastrando los zapatos, aplastando los tallos tiernos y abriendo senderillos que durante mucho tiempo inquietarán a los lugareños induciéndoles a preguntar: «¿Qué clase animal ha pasado por aquí?».

El frescor les cala los pantalones hasta las pantorrillas, que poco a poco se les entumecen.

Se detienen en medio del campo y se tumban boca abajo. —Aquí —dice Félix, el hermano mayor.

La hierba les cosquillea el rostro y ríen como antaño, cuando dormían juntos en la misma cama y el señor Lepic, desde la habitación contigua, les gritaba: «¿Os dormiréis de una santa vez, gamberros?».

Se olvidan del hambre y empiezan a nadar como marineros, como perros, como ranas. Solo se ven dos cabezas, que emergen de entre la hierba. Cortan con la mano y apartan a patada limpia las pequeñas olas verdes, que se rompen con facilidad. Muertas, no vuelven a recomponerse.

—Me llegan a la barbilla —observa Félix, el hermano mayor.

—Mira cómo avanzo —dice Pelo de Zanahoria. Tienen que descansar, saborear con calma su felicidad.

Apoyados sobre los codos, recorren con la mirada las abombadas galerías que hacen los topos y que zigzaguean a flor de tierra como las venas de los viejos a flor de piel. Ora las pierden

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