Primera temporada

Enric Pardo

Fragmento

PRIMERA TEMPORADA S01E01 PILOTO

EL PRIMER CIGARRILLO

Recuerdo perfectamente mi primer cigarrillo: tenía catorce años y era muy sensible. Ya que estamos, voy a decir la verdad: era y soy muy sensible a las chicas bonitas. En realidad preferiría ser sensible a la bondad, a la piedad y a la clemencia. Pero lo soy a la belleza.

Se llamaba Clara e iba a segundo de BUP. Era guapa, lista y vestía bien. Caminaba con la carpeta tapándose los pechos y ella era todo lo que yo quería en este mundo. Yo hacía primero y era un pardillo. A veces aún me siento así, como si fuera a primero de BUP y siguiera siendo el mismo pardillo del instituto. Todavía no me sé las reglas de la vida, las voy aprendiendo sobre la marcha, no hay libros de texto sobre la vida (nota mental: ahí hay un nicho de mercado). De alguna manera me parece que no estoy viviendo la vida, sino jugando a un juego llamado vida, en el que al final todos perdemos. Estábamos a primeros de septiembre y acabábamos de volver de las vacaciones de verano. Todavía no había llegado el otoño, pero yo me empeñaba en calzarme unas Doctor Martens negras, que era lo que se llevaba entonces. Recuerdo el calor que daban y definían muy bien mi carácter testarudo, por no decir cabezón, por no decir gilipollas.

El paso de octavo de EGB a BUP es un cambio trascendental en la vida de los hombres (nota a los más jóvenes: eso ocurre alrededor de los trece o catorce años). Dejas tu pequeña burbuja de la escuela, con todos tus amigos de siempre, para ir a un edificio más grande, lleno de desafíos, aliados, enemigos y gente nueva. Y también, cómo no, de chicas nuevas. Es como si de repente te dijeran: Ya hemos hecho un simulacro de vida, ahora vas a ver lo que es bueno, y te expulsaran de una especie de paraíso que era la escuela. Aunque no creo que nadie que piense en la escuela piense en el paraíso. Yo todavía tengo sueños y pesadillas de la época de la escuela. Tengo un sueño que se me repite cada cierto tiempo: descubren que tengo las mates de octavo de EGB suspendidas y me hacen volver al colegio. No, no sale ningún enano bailando hacia atrás como en Twin Peaks.1 Pero da casi tanto miedo. Me pregunto si alguna vez dejaré de tenerlo, me pregunto qué significará, me pregunto si David Lynch tendrá la respuesta. En el sueño es una putada enorme porque tengo que compaginarlo con mi vida actual. A nadie le importa que tenga que ganarme la vida, los niños de la clase me miran con aires de superioridad y me siento como si descubrieran que soy un fraude. Lo he soñado varias veces, y eso que hace muchos, muchos años que salí de allí con el graduado escolar y un buen flequillo. El mismo flequillo que tenía en ese preciso instante en que Clara me miró de arriba abajo, examinándome como si fuera un bicho en un documental de la tele. Sonrió. Apuró una gran y larga calada a su cigarrillo rubio. En aquel preciso instante habría podido levantar o bajar su pulgar como si fuera un emperador romano y entonces un gladiador de Spartacus me habría dado muerte, porque así es como me sentía: a su merced.

–¿Fumas? –me preguntó.

Pero no parecía una pregunta, parecía un reto, un desafío, y sentía que me iba la vida en ello.

–Claro –mentí con un hilo de voz, justo después de aclararme la garganta.

Nunca había fumado un cigarrillo en mi vida, pero ya sabía que tenía que mentir para ganarme su respeto.

Clara sacó su cajetilla del bolsillo del trasero de su tejano, golpeteó con una mano y extrajo cuidadosamente un cigarrillo. Me lo acercó esperando que lo cogiera con los dedos, pero yo, que ya llevaba dos semanas en el instituto y había aprendido a sobrevivir con una única regla –«No hagas nunca lo que esperen que hagas, sorpréndelos siempre»–, me acerqué hasta ella más chulo que un ocho y abrí un poco la boca para que me lo introdujera ella misma. Ella arqueó las cejas sorprendida, y volvió a sonreír. ¿He dicho que tenía una sonrisa preciosa? La verdad es que tenía una sonrisa preciosa. Invirtió el sentido del cigarrillo y me lo colocó suavemente en la comisura de los labios. Me quedé clavado en el suelo, fijo y en silencio, dando a entender que no tenía fuego y que no me hiciera esperar demasiado: era un tipo ocupado. Acto seguido, Clara entendió el propósito de mi actitud. Buscó su encendedor, tardó unos segundos en encontrarlo en el bolsillo interior de su chaqueta, lo que hizo que mi postura fuera un poco ridícula, pero a mí no me importó y me mantuve en mis trece, y se me acercó para encenderme el cigarrillo. Mientras lo encendía me preguntó:

–¿Cómo has dicho que te llamabas?

Aspiré una larga calada. La primera calada de mi vida. No era para nada consciente de que la nicotina iba a acompañarme el resto de mi existencia. De lo único que era consciente era de que tenía una respuesta cojonuda para que Clara no se olvidara de ese chico de primero con flequillo.

Cuando te metes en algo por primera vez sientes un cosquilleo en la tripa. Es el nerviosismo propio de las primeras veces. En mi recuerdo todo se mezcla un poco, porque era la primera vez que hablaba con una chica de segundo. Era la primera vez que me fumaba un cigarrillo. Y era la primera vez que iba a vacilar a una chica. Eran demasiadas primeras veces para un chico de tan sólo catorce años y muy poco sentido común.

Inhalé el humo. Me lo tragué de una bocanada. Me raspó un poco en la garganta. Y solté mi respuesta cojonuda sin dejar escapar el humo todavía:

–No te he dicho cómo me llamo.

Clara, sorprendida por mi respuesta, dio un paso atrás, y sentí que el pulgar se alzaba para ofrecerme la vida. Ningún gladiador romano salido de la serie Spartacus, de la cadena Starz, iba a aparecer en la arena con una espada y clavármela en el estómago. Estaba salvado. Una ligera sonrisa se dibujó en la comisura de sus labios y entonces lo supe: era mía.

Después: el horror. De repente, empezaron a brotar lágrimas de mis ojos porque me ahogaba con el humo en mis pulmones. Empecé a toser como un crío al que el biberón se le ha ido por el otro lado. Era una tos loca. Una tos de dibujos animados. Una tos inverosímil. La tos más grande de mi vida. Clara empezó a reírse de mí, y todos sus amigos (de segundo curso), a los que había evitado mirar a la cara y que nos rodeaban también, se reían de mí. Sentí una vergüenza tremenda cuando oí los primeros aplausos, mezclados con las risas y los comentarios: «Qué pringao, será bocas el pavo, joder, qué niñato». De reojo observé a Clara y lo supe, supe al instante que su risa estaba impregnada de decepción, por unos segundos la había tenido en el bolsillo, pero sólo por unos segundos, había sido mía… y la perdí, y sé que a ella le dolió perderme (lo noté en su mirada). Pero estábamos en el instituto y allí ganaba el más fuerte. El pulgar hacia abajo. Estaba muerto: habría sangre en la arena.

Esa misma tarde me compré un paquete de Bisontes, los más baratos, ya que papá hacía dos semanas que no me daba paga porque íbamos muy mal de pasta en casa o por algún castigo que me gané por alguna chorrada que ahora no recuerdo, creo que por aquella época lo acababan de despedir, o me había pillado haciendo campana, o a saber qué trastada habría hecho, no lo sé. Subí a la azotea con un libro de texto para sentirme menos culpable y engañarme a mí mismo creyéndome que iba a estudiar. Me pasé toda la tarde fumando un cigarrillo tras otro, aprendiendo a tragarme el humo, practicando y tosiendo, todo ello con el objetivo de esperar una segunda oportunidad con Clara. Una segunda oportuni

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