El padre de mi padre era un pastor metodista. Era un hombre alto, apuesto y de noble aspecto; tenía una voz hermosa y grave. Mi padre era un ferviente ateo y admirador de Clarence Darrow. Se saltaba cursos igual que otros chicos se saltan las clases, daba conferencias a los feligreses de mi abuelo sobre el carbono 14 y el origen de las especies, y consiguió una beca para Harvard a la edad de 15 años.
Le llevó la carta de Harvard a su padre.
Algo asomó a los hermosos ojos de mi abuelo. Algo habló con su hermosa voz y dijo:
Es justo darle una oportunidad a la otra parte.
¿Qué quieres decir?, preguntó mi padre.
Lo que quería decir era que mi padre no debía rechazar a Dios por el laicismo solo porque ganaba discusiones a personas iletradas. Debía estudiar teología y darle una oportunidad a la otra parte; si al final seguía teniendo la misma opinión, con 19 años seguiría teniendo una edad perfecta para ir a otra universidad.
Mi padre, como ateo y darvinista, tenía un sentido del honor muy delicado y no pudo rechazar aquella petición. Presentó solicitud de ingreso en varios seminarios y todos menos tres lo rechazaron de entrada por ser demasiado joven. Los otros tres lo citaron para una entrevista.
El primero era un seminario de gran prestigio y a mi padre lo entrevistó el director debido a su juventud.
Es usted muy joven, le dijo aquel hombre. ¿Es posible que quiera ser pastor porque lo es su padre?
Mi padre contestó que no quería ser pastor, sino darle una oportunidad a la otra parte, y le habló del carbono 14.
El sacerdocio es una vocación, dijo aquel hombre, y los estudios que ofrecemos están destinados a personas que sienten esa vocación. Dudo mucho que le sirvieran a usted de provecho.
Esa oferta de Harvard es una ocasión única —prosiguió—. ¿No podría darle una oportunidad a la otra parte eligiendo una asignatura de teología? Creo que al fin y al cabo Harvard empezó siendo una facultad de teología y supongo que seguirán enseñándola como asignatura.
Aquel hombre sonrió a mi padre amablemente y se ofreció a proporcionarle una lista bibliográfica si quería hacer algo para darle a la otra parte una oportunidad. Mi padre volvió a casa (en aquella época vivían en Sioux City), y durante todo el trayecto en coche no dejó de pensar que aquello podría bastar para darle a la otra parte una oportunidad.
Habló con su padre. Este señaló que seguramente un curso de teología en un ambiente completamente laico no causaría un efecto muy grande, pero de todas formas era mi padre quien debía decidirlo.
Mi padre fue al segundo seminario de prestigio, donde lo entrevistó el decano.
El decano le preguntó si quería ser pastor y mi padre le explicó que no y le habló del carbono 14.
El decano dijo que respetaba las intenciones de mi padre, pero que lo suyo era en cierta medida un capricho, y comentó que mi padre era muy joven. Le recomendó que fuera primero a Harvard y luego, si aún quería darle una oportunidad a la otra parte, estaría encantado de tomar en cuenta su solicitud de ingreso.
Mi padre regresó junto a su padre. La hermosa voz señaló que a un hombre con un título de Harvard le sería difícil resistirse a la tentación de emprender inmediatamente una carrera, pero insistió en que, por supuesto, mi padre debía decidir por sí mismo.
Mi padre fue al tercer seminario, que era pequeño y poco conocido. Le entrevistó un ayudante del decano. El día era caluroso y, a pesar de que un pequeño ventilador aireaba al ayudante del decano, un hombre gordo y colorado, este sudaba profusamente. El ayudante del decano preguntó a mi padre por qué quería ser pastor y mi padre le contó lo de la oportunidad a la otra parte y lo del carbono 14.
El ayudante del decano dijo que la Iglesia pagaba la matrícula a los seminaristas que querían ser pastores. Dijo que, como mi padre no quería ser pastor, tendrían que cobrarle 1.500 dólares al año.
Mi padre regresó junto a su padre, quien dijo que suponía que mi padre podría ganar 750 dólares durante el verano trabajando en una de las gasolineras, y que él pondría el resto.
De modo que mi padre entró a estudiar en una facultad de teología. Cuando digo que estudió en una facultad de teología, quiero decir que se matriculó en una facultad de teología y todos los sábados fue a una sinagoga por interés, porque no había ninguna regla que lo impidiera, y el resto del tiempo se lo pasaba sobre todo en el Helene’s, el único bar de la ciudad que servía a un chico de 16 años.
Mi padre esperó a que mi abuelo le preguntara qué tal le iba, pero mi abuelo nunca se lo preguntó.
En la sinagoga, mi padre conoció a un tipo diez años mayor que él que dirigía los servicios religiosos y hacía la mayor parte de las lecturas. Se parecía mucho a Buddy Holly y de hecho la gente le llamaba Buddy (lo prefería a su nombre, Werner). Al principio mi padre creyó que se trataba de un rabino, pero lo cierto era que una ciudad pequeña como la suya no podía permitirse el lujo de mantener a un rabino. Los servicios religiosos los dirigían voluntarios de la localidad. Buddy quería ser cantante de ópera, pero su padre había insistido en que estudiara contabilidad y había llegado a la ciudad desde Filadelfia para ocupar un empleo como contable. También él pasaba mucho tiempo jugando al billar en el Helene’s.
Al final de los tres años en el seminario, mi padre era muy bueno jugando al billar. Había ahorrado unos 500 dólares de sus ganancias y jugaba con despreocupación para no ganar demasiado ni muy a menudo. Podía batir a cualquier parroquiano del bar, pero una noche entró un forastero.
Por casualidad el forastero jugó primero con todos los demás. Jugaba con movimientos suaves y precisos, y era evidente que pertenecía a una clase diferente a la de cuantos habían jugado con mi padre hasta entonces. Mi padre quería jugar con él; Buddy no hacía más que advertirle que no lo hiciera. Creía que había algo raro en aquel forastero, que, o bien le ganaría más de lo que mi padre podía permitirse perder, o bien perdería y tiraría de pistola. A mi padre esto último le pareció ridículo, pero cuando al forastero se le levantó la chaqueta al inclinarse, vieron que llevaba una pistola sujeta a la cintura.
Terminó la partida y mi padre se acercó a él.
Aquí mi amigo dice que es usted peligroso.
Podría ser, dijo el forastero.
Solo hay una manera de averiguarlo, dijo mi padre.
¿Y quién es usted?, preguntó el forastero.
Mi padre dijo que estudiaba en el seminario.
El forastero se mostró sorprendido de encontrar a un seminarista en el bar.
Todos somos pecadores, hermano, dijo mi padre, en un tono bastante sarcástico.
El forastero y mi padre jugaron una partida y cinco dólares cambiaron de manos.
¿Quiere la revancha?, preguntó el forastero.
Jugaron otra partida, que duró más tiempo. Mi padre seguía jugando con despreocupación; naturalmente no hablaba mientras jugaba el forastero, pero cuando le llegaba el turno respondía a las preguntas del forastero con anécdotas sarcásticas sobre el seminario. El forastero era hombre de pocas palabras, pero parecía divertirse. Mi padre ganó al final con un acierto afortunado y cinco dólares cambiaron de manos.
Ahora, pongámoslo más interesante, propuso el forastero.
¿Cuánto de interesante?, preguntó mi padre.
El forastero preguntó a mi padre cuánto dinero tenía en el mundo y Buddy Holly movió los labios para decir NO NO, no se lo digas, estúpido idiota, a sus espaldas, y mi padre contestó que tenía 500 dólares.
El forastero dijo que aceptaría cualquier apuesta contra los 500 dólares. Mi padre no sabía si tomárselo en serio.
Cien pavos, dijo. Al mejor de cinco.
El forastero dijo que, en ese caso, le gustaría ver el color de su dinero, porque tenía que volver a la carretera y no quería demorarse por cien pavos.
Cinco contra uno, dijo.
Mi padre llevaba 25 dólares encima. Pidió prestados otros 25 a Buddy, y el resto lo consiguió en billetes de diez y de cinco de la gente del bar que conocía su valía.
Jugaron dos partidas y el forastero las ganó ambas con facilidad. Iniciaron la tercera partida y el forastero empezó ganando con facilidad, pero la suerte de mi padre cambió, se recobró y ganó. Ganó también la cuarta partida, aunque en dura liza, y luego ganó la quinta y se hizo el silencio en el bar. Otros habían visto también la pistola.
El forastero se metió la mano en el interior de la chaqueta y todos contuvieron la respiración. El forastero sacó una cartera. Extrajo cinco billetes de 100 de un grueso fajo.
No creo que usted haya tenido nunca tanto dinero junto, dijo.
Mi padre le señaló que ya tenía 500 dólares.
¡Mil!, dijo el forastero. Eso es mucho dinero. Detesto ver a un hombre con dinero que no sabe qué hacer con él.
¿Qué quiere decir?, preguntó mi padre.
El forastero contestó que, cuando uno sabía algo un poco antes que otras personas, a veces se podía ganar dinero si ya se tenía dinero.
¿Qué sabe usted?, preguntó mi padre.
El forastero contestó que no le sorprendería si la nueva autopista pasaba por allí.
Si sabe que va a ocurrir, dijo mi padre, ¿por qué no hace algo? Compre terrenos.
No me gusta la propiedad. Te ata. Pero si no me importara tener propiedades y tuviera mil dólares, sabría qué hacer con el dinero.
El bar cerró y el forastero se fue en su coche. Sucedió que la señora Randolph, la casera de Buddy, quiso vender su casa para mudarse a Florida, pero nadie se la compraba. Mi padre señaló que, si el forastero tenía razón, podían comprar la casa, convertirla en un motel y ganar un montón de dinero.
Sí, dijo Buddy.
Lo cierto es que ambos estaban convencidos de que el forastero hablaba en serio; la pistola le daba una misteriosa credibilidad a su historia.
Pero mi padre dijo que no tendría tiempo para eso, porque una vez terminado el seminario se iría a Harvard. Había escrito a la universidad para aceptar su antigua oferta.
Transcurrieron unas cuantas semanas. Llegó una carta de Harvard explicando que les gustaría saber qué había estado haciendo en los últimos años, y pidiendo que les enviara sus notas y un informe. Mi padre les suministró lo que pedían y así transcurrieron un par de meses. Un día llegó una carta que debía de haber sido difícil de escribir. Decía que Harvard estaba dispuesto a ofrecerle un sitio teniendo en cuenta su antiguo historial, y proseguía explicando que, ello no obstante, las becas se concedían basándose únicamente en las notas, de modo que no sería justo para otros estudiantes darle una beca a alguien que tenía una media de insuficiente. Decía que si decidía aceptar la oferta, tendría que pagar el importe normal de la matrícula.
Mi padre fue a Sioux City por Semana Santa. Buddy se fue a Filadelfia para celebrar la Pascua judía. Mi padre le enseñó la carta a su padre.
Mi abuelo leyó la carta de Harvard y dijo que creía que era voluntad de Dios que mi padre no fuera a Harvard.
Cuatro años atrás mi padre tenía un futuro brillante. Ahora se enfrentaba a la vida con un título mediocre de una modesta facultad de teología, título absolutamente inútil para un hombre incapaz de entrar en el sacerdocio.
Mi padre se quedó mudo del disgusto. Abandonó la casa sin decir una sola palabra. Se subió al Chevrolet y recorrió 2.000 kilómetros.
En años posteriores mi padre se dedicaba a veces a un juego. Conocía a un tipo de camino a México y decía: «Aquí tienes cincuenta pavos, hazme un favor y cómprame unos números de lotería». Pongamos que las probabilidades de que le tocara la lotería eran de 20 millones a 1 y que las probabilidades de que el hombre le diera a mi padre el número ganador eran de otros 20 millones contra 1; no se podía decir que la vida de mi padre estuviera arruinada porque existía una probabilidad entre 400 billones de que no lo estuviera.
O mi padre tropezaba con un tipo de camino a Europa y le decía: «Aquí tienes cincuenta pavos, si por casualidad vas a Montecarlo, hazme un favor, ve a la ruleta y apuéstalos al número 17, y sigue apostando al mismo número 17 veces». El tipo le decía que no iba a Montecarlo, y mi padre le replicaba que lo hiciera si iba, y le daba su tarjeta. Porque ¿qué probabilidades había de que el tipo cambiara de planes y fuera a Montecarlo?, ¿qué probabilidades había de que el 17 saliera 17 veces seguidas?, ¿qué probabilidades había de que, en caso afirmativo, el tipo le enviara el dinero a mi padre? Fueran cuales fueran, no era absolutamente imposible, sino solo altamente improbable, y no era absolutamente seguro que mi abuelo le hubiera destruido porque había 1 posibilidad en 500 billones de billones de billones de que no lo hubiera hecho.
Mi padre siguió con este juego durante mucho tiempo porque creía que debía darle una oportunidad a mi abuelo. No sé cuándo lo practicó por última vez, pero la primera vez ocurrió al salir de su casa sin decir una sola palabra y conducir 2.000 kilómetros para ir a ver a Buddy a Filadelfia.
Mi padre aparcó delante de la casa de Buddy. En el salón alguien tocaba el piano con fuerza y amargura. Se oyeron grandes voces. Alguien chilló. El piano se quedó mudo. Alguien empezó a tocar el piano con fuerza y amargura.
Mi padre encontró a Buddy y este le explicó lo que estaba ocurriendo.
Buddy había querido ser cantante de ópera y era contable. Su hermano Danny había querido ser clarinetista y trabajaba en la joyería de su padre. Su hermana Frieda había querido ser violinista y había trabajado como secretaria antes de casarse y tener tres hijos. Su hermana Barbara había querido ser violinista y había trabajado como secretaria antes de casarse y tener dos hijos. Su hermana pequeña, Linda, quería ser cantante y se negaba en redondo a estudiar secretariado; su padre se había negado en redondo a dejarla estudiar música. Linda se había dirigido al piano y había empezado a tocar el Preludio n.º 24 en re menor de Chopin, una pieza amarga que gana en intensidad trágica cuando se toca 40 veces seguidas.
La cuestión era que el padre de Buddy, vienés, había puesto el listón muy alto. Todos sus hijos sabían tocar cinco o seis instrumentos con soltura, pero detestaban practicar: emergían de cada pieza, bien maltrechos pero con el espíritu incólume, bien milagrosamente indemnes, y todos habían supuesto que serían músicos. Buddy fue el primero en descubrir su error. El señor Konigsberg pensaba que se tenía talento o no se tenía; ninguno de sus hijos tocaba como un Heifetz, un Casals o un Rubinstein, por lo tanto no tenían talento para ser profesionales, por lo tanto, sería mejor que se limitaran a disfrutar con la música. A Buddy, cuando acabó el instituto, le dijo que en su opinión debía ser contable.
Buddy le dijo a mi padre:
Mira, en aquel momento no quise disgustar a mi padre, no quise armar un follón. Pensé: ¿quién soy yo para decir que podría ser cantante? Pero luego todos los demás cedieron sin discusión y yo no hacía más que pensar: ¿y si es culpa mía? Si yo me hubiera plantado, tal vez mi padre se habría acostumbrado a la idea y en cambio todos acabaron creyendo que no tenían alternativas. Sí, pienso que tal vez fuera culpa mía.
Y aguardó esperanzado…
Pues claro que es culpa tuya, dijo mi padre. ¿Por qué no te enfrentaste con él? Les fallaste a todos. Lo menos que puedes hacer ahora es asegurarte de que no vuelva a suceder.
Mi padre sabía que se odiaría siempre por haber respetado los deseos de su padre y pensó entonces que al menos otro podría evitar la misma equivocación.
¿Tiene ella empleo?, preguntó.
No, respondió Buddy.
Bueno, pues debería presentarse a una prueba, dijo mi padre, y entró en el salón seguido de Buddy para defender su punto de vista.
En el salón había una chica de 17 años de cabellos y ojos muy negros y labios intensamente pintados de rojo. No alzó la vista porque estaba en medio de su 41.ª interpretación consecutiva del Preludio n.º 24 en re menor de Chopin.
Mi padre se acercó al piano y pensó de repente cuáles serían las probabilidades en contra de ir a un seminario y a una sinagoga y de aprender a jugar al billar, suponiendo que se enamorara de una chica judía de Filadelfia e hiciera una fortuna con moteles y viviera feliz para siempre jamás. Aunque las probabilidades fueran de mil millones a uno, no sería imposible, de modo que no era imposible en realidad que su padre no hubiera, de hecho…
Linda atacó los bajos y aporreó tres amargas notas. Dum. Dum. Dum.
La pieza había terminado. Alzó la vista antes de volver a comenzar.
¿Quién eres tú?, preguntó.
Buddy presentó a mi padre.
Ah, el ateo, dijo mi madre.
I
—¡Hagamos lanzas de bambú! ¡Matemos a todos los bandidos!
—No podemos.
—Es imposible.
Tres campesinos (Los siete samuráis)
Una pequeña aldea es invadida todos los años por los bandidos y los campesinos pierden la cosecha y a veces la vida. Un año, los ancianos deciden hacer algo al respecto. Han oído hablar de una aldea que en una ocasión contrató a samuráis sin amo que la salvaron. Deciden hacer lo mismo y envían a algunos lugareños en busca de samuráis bien dispuestos. Dado que no hay dinero en juego, sino meramente comida, un lugar para dormir y la diversión de la lucha, los campesinos tienen la buena suerte de topar con Kambei (Takashi Shimura), un hombre fuerte y esforzado que decide defender su causa. Un joven ronin, Katsushiro (Ko Kimura) se une a él y luego se encuentra casualmente con un viejo amigo, Shichiroji (Daisuke Kato). Este elige a Gorobei (Yoshio Inaba), que a su vez elige a Heihachi (Minoru Chiaki). Se les une también un maestro espadachín, Kyuzo (Seiji Miyoguchi) y más tarde Kikuchiyo (Toshiro Mifune), que es hijo de campesinos y los ha estado siguiendo durante un tiempo, atraído —como todos los demás— por Kambei.
Una vez en la aldea se preparan para la guerra. Sin esperar a un primer ataque, irrumpen en el fortín de los bandidos y matan a unos cuantos, pero también perece Heihachi. Los bandidos atacan la aldea y los samuráis los rechazan, pero Gorobei muere. Luego trazan el plan de permitir que entren unos cuantos en la aldea y los matan a lanzazos. En la batalla final, caen Kyuzo y Kikuchiyo, pero los bandidos mueren todos.
Es primavera, una vez más llega la época de siembra del arroz. De los siete samuráis solo han quedado tres, y pronto se separarán para emprender caminos diferentes.
DONALD RICHIE,
The Films of Akira Kurosawa
1
¿Hablan los samuráis japonés pingüino?
Hay 60 millones de personas en Gran Bretaña. Hay 200 millones de personas en Estados Unidos. (¿Es eso cierto?) No alcanzo a imaginar siquiera cuántos millones de angloparlantes de otros países pueden añadirse al total. Pero estaría dispuesta a apostar a que de esos cientos de millones no más de 50 personas a lo sumo han leído la obra Aristarchs Athetesen in der Homerkritik (Leipzig, 1912) de A. Roemer, un libro que no ha sido traducido del alemán y destinado a seguir en su idioma original hasta el final de los tiempos.
Me uní a la minúscula pandilla en 1985. Yo tenía 23 años.
La primera frase de esta obra tan poco conocida dice lo siguiente:
«Es ist wirklich Brach- und Neufeld, welches der Verfasser mit der Bearbeitung dieses Themas betreten und durchpflügt hat, so sonderbar auch diese Behauptung im ersten Augenblick klingen mag.»
Había aprendido alemán de manera autodidacta con uno de esos libros de Aprenda alemán por sí solo, y reconocí varias palabras de esta frase de inmediato:
Es en realidad algo y algo, que el algo con el algo de este algo tiene algo y algo, de modo que algo también este algo podría algo al principio algo.
Descifré el resto de la frase buscando las palabras Brachfeld, Neufeld, Verfasser, Bearbeitung, Themas, betreten, durchpflügt, sonderbar, Behauptung, Augenblick y klingen en el diccionario Langenscheidt alemán-inglés.
Habría resultado embarazoso si me hubieran visto las personas que me conocían, puesto que habría dominado el alemán de no ser porque había malgastado mi tiempo en Oxford en clases de acadio, árabe, arameo, hitita, pali, sánscrito y dialectos del Yemen (por no mencionar la papirología avanzada y los jeroglíficos intermedios), en lugar de ensanchar las fronteras del conocimiento humano. El problema es que, si has crecido en esa clase de lugares donde causa una gran conmoción el primer motel, la clase de lugares donde solo se conoce vagamente (si es que se conoce) la existencia misma del Yemen, uno quiere estudiar dialectos del Yemen si se le presenta la ocasión, porque teme que tal vez no vuelva a presentársele jamás. Yo había mentido en todo salvo en el peso y la estatura para entrar en Oxford (al fin y al cabo mi padre había demostrado lo que puede ocurrir si dejas que otras personas proporcionen notas e informes), y quería aprovechar mi tiempo al máximo.
El hecho de que me hubiera licenciado y conseguido una beca para investigación no hacía más que demostrar que las notas e informes que yo misma había aportado (todo sobresalientes, natürlich; frases como: «Sibylla tiene una gran amplitud de miras y un intelecto extraordinariamente original; es un gozo poder enseñarle») eran mucho más apropiados que cualquiera de las cosas que hubieran podido ocurrírsele a cualquiera de las personas que conocía. El único problema era que ahora debía llevar a cabo una investigación. El único problema era que, cuando un miembro del comité para la concesión de becas había dicho: «Dominará usted el alemán, por supuesto», yo había contestado alegremente: «Por supuesto». Podría haber sido cierto.
En cualquier caso, Roemer era demasiado complejo para estar en las estanterías abiertas de la sala de lectura inferior con textos clásicos de consulta frecuente. Año tras año, el libro acumulaba polvo en la oscuridad subterránea. Dado que tenían que sacarlo de su estante, podía enviarse a cualquier sala de lectura de la Bodleian, e hice que lo enviaran a la reserva de la sala de lectura superior de la Radcliffe Camera, una biblioteca en una cúpula de piedra en el centro de una plaza. Allí podía leerlo sin ser observada.
Me sentaba en la galería y contemplaba la campana de aire, o las paredes curvas atestadas de libros sobre temas que no eran clásicos y que parecían increíblemente atrayentes, o miraba por la ventana el edificio de pálida piedra de All Souls, o, por supuesto, el Aristarchs Athetesen in der Homerkritik (Leipzig, 1912). No había un solo erudito clásico a la vista.
Me formé la impresión de que la frase significaba: «Es en realidad un campo nuevo y en barbecho, que el autor ha hollado y arado al tratar este tema, de modo que esta afirmación puede sonar extraña en un principio».
Aquello no parecía valer la pena el trabajo que me había dado traducirlo, pero tenía que continuar, así que continué, o más bien estaba a punto de hacerlo cuando alcé la vista y vi por casualidad, en un estante a mi izquierda, un libro sobre la guerra de los Treinta Años que parecía extraordinariamente interesante. Lo cogí y era en verdad extraordinariamente interesante, y al cabo de un rato levanté los ojos y era la hora de comer.
Me fui al mercado y pasé una hora mirando jerséis.
Hay personas que creen que los anticonceptivos son inmorales porque el objeto de la cópula es la procreación. De un modo similar, hay personas que creen que la única razón para leer un libro es escribir un libro; la gente debería recuperar libros del polvo y la oscuridad y escribir miles de palabras para ser enviadas al polvo y la oscuridad para que puedan ser recuperadas y así otras personas puedan enviar nuevos miles de palabras que se reunirán con las demás en el polvo y la oscuridad. Algunas veces se puede recuperar un libro del polvo y la oscuridad para escribir un libro que pueda venderse en tiendas, y tal vez sea interesante, pero la gente que lo compra y lo lee porque es interesante no son gente seria, si fueran serios no les importaría nada el interés, estarían escribiendo miles de palabras para enviarlas al polvo y la oscuridad.
Hay personas que creen que la muerte es un destino peor que el aburrimiento.
Vi varios jerséis interesantes en el mercado, pero parecían bastante caros.
Me despegué de ellos por fin y volví a la brecha. «Es en realidad un campo nuevo y en barbecho, que el autor ha hollado y arado al tratar este tema, de modo que esta afirmación puede sonar rara en un principio», me recordé.
Parecía extraordinariamente desprovisto de interés.
Seguí trabajando con la segunda frase con la misma relación entre esfuerzo y provecho de antes, y con la frase siguiente y la siguiente a esa. Tardaba de cinco a diez minutos en leer una frase y una hora para leer una página. Lentamente surgió un bosquejo del argumento de entre las brumas, como la catedral hundida de Debussy, sortant peu à peu de la brume.
En La Cathédrale Engloutie, unos acordes de melancólica grandeza estallan por fin, ¡¡¡fff!!! Pero cuando, después de unas 30 horas, empecé por fin a comprender…
49 personas en el mundo angloparlante saben lo que viene a continuación. Nadie más lo sabe ni le importa. Y, sin embargo, ¡cuántas cosas dependen de este momento de revelación! Solo si podemos concebir el mundo sin Newton, sin Einstein, sin Mozart, podremos imaginar la diferencia entre este mundo y el mundo en que cierro Aristarchs Athetesen después de dos frases y cojo Schachnovelle, despreciando fríamente las condiciones de mi beca. Si no hubiera leído a Roemer, no habría sabido que no tenía madera de erudita, no habría conocido jamás a Liberace (no, él no) y el mundo habría perdido a…
Estoy hablando de más. Cada cosa a su tiempo. Leí a Roemer día tras día, y después de unas 30 horas me llegó por fin la iluminación, no como un destello dorado, sino como una carga de plomo.
Hace unos 2.300 años, Alejandro Magno salió de Macedonia para conquistar todo lo que hallaba a su paso. Sus conquistas lo llevaron hasta Egipto, donde fundó la ciudad de Alejandría, luego siguió con sus conquistas hacia el este y murió, dejando a sus cortesanos que se disputaran sus conquistas. Tolomeo era ya gobernador de Egipto y siguió siéndolo. Gobernaba el país desde Alejandría y fue él quien puso en marcha uno de los muchos esplendores de la ciudad: una biblioteca construida gracias a una política de adquisiciones de una determinación que no se detenía ante nada.
La invención de la imprenta estaba tan lejos de ellos como las maravillas del año 3700 lo están ahora de nosotros; todos los libros se copiaban a mano. Los errores se sucedían, sobre todo si se copiaba una copia de una copia de una copia; algunas veces al amanuense se le ocurría una brillante idea y añadía líneas falsas, o incluso pasajes enteros, y luego todos los amanuenses posteriores copiaban inocentemente aquella brillante idea junto con el resto. Una solución consistía en intentar conseguir el original o las primeras copias. La biblioteca pagó al registro público de Atenas una suma considerable por obtener en préstamo los manuscritos originales de toda la obra trágica griega (Esquilo, Sófocles, Eurípides y demás), e hizo las correspondientes copias. Después se aseguró de que tendría la mejor versión posible mediante el sencillo recurso de quedarse con los originales y devolver las copias, perdiendo el depósito entregado.
Hasta aquí, nada del otro mundo, y aun así era mucho lo que podía decirse, y todo fascinante, sobre la biblioteca y Alejandría y los locos que vivieron allí, pues solo sus escritores debían de ser los más tercos y obstinados que el mundo ha conocido. Hay personas que, cuando necesitan algo para poner los paraguas, se van a Ikea y compran un paragüero de fácil montaje casero… y hay personas que hacen 150 kilómetros con el coche para ir a una subasta en el corazón de Shropshire y son capaces de ver el paragüero potencial en un instrumento de labranza del siglo XVII aparentemente inútil. Los alejandrinos habrían pujado unos contra otros en la subasta. Les encantaba hurgar en las obras del pasado (convenientemente puestas a su disposición en una biblioteca construida gracias a una política de adquisiciones que no se detenía ante nada), encontrar palabras raras que ya nadie entendía, y mucho menos usaba, y emplearlas como alternativas más interesantes a las palabras que la gente podía realmente entender. Les encantaban los mitos en los que la gente se volvía loca, o bebía pociones mágicas y se convertía en rocas en momentos de angustia; les encantaban las escenas en las que la gente que se había vuelto loca deliraba con extraños discursos fragmentados y llenos de vocabulario injustamente olvidado; les encantaba concentrarse en algún elemento trivial de un mito y desarrollarlo pasando por alto el mito; podían convertir cualquier Hamlet en un Rosencrantz y Guildenstern. Como eruditos, como científicos, como matemáticos, como poetas que descarriaron a la flor y nata de la juventud romana se han hecho un hueco en libros que no tratan principalmente sobre ellos; dado un libro para ellos solos, producen de inmediato todo un volumen aparte de notas al pie. Me refiero naturalmente al libro de Fraser, Ptolemaic Alexandria, por el que sería capaz de volver de la tumba (lo pedí una vez en mi lecho de muerte y no lo conseguí). Pero el tiempo apremia —el Chico Maravillas está viendo el vídeo, ¿quién sabe por cuánto tiempo?—, ¿cuál fue la contribución de Roemer a este maravilloso tema?
A Roemer le interesaba la crítica homérica de Aristarco, que dirigió la biblioteca de Alejandría poco después del 180 a.C. (el desagradable incidente de las tragedias se produjo antes). Aristarco quería un texto perfecto de Homero; dado que no existía un manuscrito original, el dinero y la falta de escrúpulos no bastaban, tendría que comparar las copias para descubrir las erratas. Señaló versos que le pareció que no pertenecían al texto para que se eliminaran (athetize, lo llaman), y fue el primero en escribir notas explicando sus razones. Nada de lo que escribió Aristarco ha sobrevivido. Había notas marginales en la Ilíada que no daban nombres, pero seguramente eran extractos de Aristarco de tercera mano; otras notas, pocas, sí citaban nombres.
A Roemer algunos de los extractos de tercera mano le parecieron brillantes: sin duda eran de Aristarco, que a todas luces era un genio. Otros extractos eran demasiado estúpidos para un genio: sin duda debían de pertenecer a algún otro. Siempre que se decía que algún otro había dicho algo brillante, Roemer comprendía enseguida que ese otro era Aristarco, y si algún comentario brillante aparecía por ahí sin autor conocido, Roemer descubría enseguida el cerebro no nombrado del que había surgido.
Bien, está clarísimo que eso es una locura. Cuando andas barajando todos los nombres posibles de modo que una persona sola sea siempre el genio, significa que has decidido no creer en tu fuente siempre que diga que algún otro dijo algo bueno o que el genio dijo algo malo, pero la fuente es la única razón por la que creíste que el genio era un genio, para empezar. Cualquiera que se hubiera detenido a pensar un par de segundos se habría dado cuenta de la paradoja, pero Roemer se las había ingeniado para escribir todo un tratado académico sin pensárselo ni dos segundos. Tras haber establecido la estupidez como criterio de autenticidad, proseguía desechando un comentario estúpido tras otro, afirmando que eran de Zenódoto o de Aristófanes (no, el famoso no), o una cita equivocada de Dídimo, con numerosas acotaciones sarcásticas y regocijadas sobre la ineptitud de esos imbéciles.
Cuando descubrí lo que decía Roemer en realidad, me costó creer que pudiera decirlo, de modo que leí otras 50 páginas (a un ritmo de 20 minutos por página, añadiendo así otras 16,66 horas al total) y era verdad que lo decía. Me quedé contemplando el libro abierto. Cerré los ojos.
Pongamos que creces en el tipo de lugar donde es todo un acontecimiento que se abra el primer motel, y que andas siempre de una población a otra al terminarse un motel y empezarse otro. Naturalmente no te entusiasma la escuela y solo llegas a un notable bajo como media. Al cabo de un tiempo te presentas a exámenes de aptitud académica y dejas a todo el mundo asombrado con un grado de aptitud académica que arroja una luz completamente distinta sobre tu media de notable bajo. Tus profesores se toman el resultado como una ofensa personal. Presentas tu solicitud a varias universidades, que piden informes, y los profesores que te han reducido a un mudo letargo les contestan quejándose de tu apatía. Las universidades te entrevistan, a pesar de todo, gracias a tu deslumbrante aptitud académica y te preguntan cuáles son tus aficiones y tú respondes que ninguna. No tienes actividades extracurriculares porque la única actividad extracurricular posible era el club de fans de Donny Osmond. Todas las universidades te rechazan basándose en tu apatía.
Un día estás tumbada en la cama de la habitación de uno de esos moteles. Tu madre tiene un mal día: está tocando el Estudio revolucionario de Chopin por 63.ª vez en el piano de la habitación contigua. Tu padre tiene un buen día: un miembro de la Sociedad Gideon ha venido a sugerir que se pongan biblias en las habitaciones, y así ha podido declarar categóricamente que no permitirá que esa basura entre en su motel. En todas las mesitas, explica, hay un ejemplar de El origen de las especies de Darwin en el cajón superior. De hecho, es un día realmente bueno porque esa misma mañana uno de los huéspedes ha robado su ejemplar de El origen de las especies en lugar de una toalla. Tú miras la televisión con apatía. Están dando Un yanqui en Oxford.
De pronto se te ocurre una idea.
Seguro que Oxford, te dices, no tendrá en cuenta que no hayas sido miembro del club de fans de Donny Osmond. Seguro que Oxford no insistiría en que mostraras un entusiasmo mecánico solo para demostrar que puedes entusiasmarte con algo. Seguro que Oxford no aceptaría dimes y diretes como prueba. Seguro que Oxford no aceptaría informes negativos sobre ti sin saber nada del que los ha escrito.
¿Por qué no presentar una solicitud?
Pensé: ¡Podría dejar el País de los Moteles y vivir entre seres racionales! ¡Nunca más volvería a aburrirme!
No había contado con Roemer. Ahora pensaba: ¿Será mi alemán?
Pero lo cierto es que decía lo que decía y lo cierto es que yo me había pasado 46,66 horas leyéndole. Contemplé la página. Miré hacia el otro lado de la cúpula. El suave rumor de las hojas al darles la vuelta llenaba el espacio. Apoyé la cabeza en la mano.
Había dedicado más de 46 horas a aquella extraña lógica en una época en la que no había leído aún una sola palabra de Musil, Rilke o Zweig. Pero no me habían dado una beca para leer cosas que eran solo buenas; tenía una beca para realizar una contribución al conocimiento humano. Había desperdiciado casi 47 horas en una época en la que había mucha gente muriéndose de hambre y muchos niños vendidos como esclavos, pero no tenía un permiso de trabajo para hacer cosas que simplemente valía la pena hacer. De no ser porque necesitaba el permiso de trabajo, habría podido prescindir de la beca, y si hubiera vuelto a Estados Unidos, podría haber prescindido del permiso de trabajo, pero yo no quería volver a Estados Unidos.
Hay un personaje en El conde de Montecristo que cava en la roca sólida durante años y finalmente llega a alguna parte: a otra celda. Estaba en uno de esos momentos.
Deseé haber empleado las 47 horas en dialectos del Yemen.
Intenté animarme. Pensé: ¡Estoy en Gran Bretaña! ¡Puedo ir al cine y ver un anuncio de Carling Black Label! Porque los anuncios en Gran Bretaña son los mejores del mundo, y los de Carling Black Label son su mejor exponente. No se me ocurrió ninguna película que me apeteciera realmente ver, pero el anuncio sería brillante. De repente pensé que ese era precisamente el problema, lo que la vida tenía de diabólico: un minuto de anuncio de Carling Black Label y dos horas de Cazafantasmas XXXV, que ni siquiera querías ver. Así que decidí no ir al cine, y si…
Decidí no ver ninguna película. Pensé: Voy a buscar un Fried Chicken.
Un estadounidense en Gran Bretaña encuentra fuentes de placer de las que no dispone en ningún otro lugar del mundo. Una de las cosas estupendas del país es la cantidad de establecimientos Fried Chicken con el nombre de estados que no son conocidos por sus Fried Chicken al otro lado del Atlántico. Si estás un poco deprimido puedes recurrir al Tennessee Fried Chicken; si estás sumido en la desesperación, un Iowa Fried Chicken pondrá las cosas en su sitio; si la vida te parece absurda y la muerte fuera de tu alcance, puedes ir a descubrir si en algún lugar de la isla hay un Alaska Fried Chicken donde se fría el pollo según una receta transmitida entre los esquimales de generación en generación desde tiempos inmemoriales.
Recorrí la Cowley Road en bicicleta, pasé por delante de un Maryland y de un Georgia Fried Chicken, y durante todo ese tiempo no dejé de pensar en lo que podría hacer sin permiso de trabajo. Finalmente llegué a un Kansas Fried Chicken y me apeé.
Estaba poniéndole el candado a mi bici cuando pensé de pronto: Rilke fue secretario de Rodin.
Lo que sabía de Rilke era lo siguiente: que era un poeta, que se fue a París y consiguió trabajo como secretario de Rodin, y que vio unos cuadros de Cézanne en una exposición del Grand Palais y volvió un día tras otro para contemplarlos durante horas porque no había visto jamás nada igual.
No sabía nada sobre el modo en que Rilke había conseguido ese empleo, así que era libre de imaginar que sencillamente se había presentado en su puerta. ¿Por qué no podía yo sencillamente presentarme en una puerta? Podía ir a Londres o a París o a Roma y presentarme en la puerta de un pintor o un escultor, el tipo de persona al que seguramente le traería sin cuidado lo del permiso de trabajo. Podría ver cosas que acababan de crearse y quedarme contemplándolas durante horas.
Me paseé arriba y abajo intentando pensar en un artista que pudiera necesitar un ayudante.
Me paseé arriba y abajo y pensé que tal vez sería más fácil pensar en un artista estando ya en Londres, París o Roma. Finalmente entré en el Kansas Fried Chicken.
Estaba a punto de pedir cuando recordé que había puesto mi nombre en la lista para la cena en la universidad. Mi facultad era famosa por su chef, y sin embargo sentí la tentación de quedarme donde estaba, y si…
No voy a pensarlo. No quiero decir eso, pero si…
¿Qué importa? Lo hecho, hecho está.
Fue una coincidencia que hubiera puesto mi nombre en la lista para cenar en la facultad aquella noche; fue una coincidencia que me sentara al lado de una antigua profesora que estaba de visita; no fue coincidencia que le hablara de monogamia intelectual y de permisos de trabajo, puesto que no se me ocurrió nada más, pero fue una coincidencia que aquella antigua profesora me comentara comprensivamente que Balthus había sido secretario de Rilke, fue una coincidencia que la profesora fuera hija de un funcionario y, por lo tanto, no le intimidara la burocracia británica, y me dijo que si podía soportar la vergüenza de que se supiera que
¿Por qué se pelean?
¿POR QUÉ SE PELEAN?
¿POR QUÉ SE PELEAN?
¿No puedes leer los subtítulos?
PUES CLARO que puedo, pero ¿POR QUÉ?
Bueno, están buscando samuráis que defiendan la aldea de los bandidos…
Eso ya lo sé.
pero algunos creen que es una pérdida de tiempo…
Eso ya lo sé.
porque el samurái al que han preguntado se ha ofendido por la oferta de tres comidas al día…
Eso ya lo SÉ.
y ahora se están diciendo que era de esperar.
ESO YA LO SÉ, PERO ¿POR QUÉ SE PELEAN?
Creo que quizá esto sea un poco difícil para ti.
NO.
Quizá deberíamos esperar a que seas un poco mayor.
NO.
Solo hasta que tengas 6 años.
¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO! ¡NO!
VALEVALEVALE. VALE. VALE.
Creo que seguramente es demasiado pequeño, pero ¿qué puedo hacer? Hoy he leído estas terribles palabras en el periódico:
En ausencia de un macho benevolente, la madre soltera se enfrenta con una dura batalla para criar a su hijo. Es esencial que proporcione al niño modelos del papel masculino: vecinos, tíos o amigos de la familia, para que compartan con él sus aficiones.
Todo esto está muy bien, pero Ludo no tiene tíos, y resulta que no conozco a ningún coleccionista de sellos bienintencionado (y si lo conociera, haría todo lo posible por evitarlo). Es preocupante. Una vez leí que soldados argentinos ataban a disidentes y los metían en aviones para arrojarlos al mar. Pensé: Bueno, si L necesita un modelo masculino, que vea Los siete samuráis y así tendrá 8 modelos.
Los campesinos ven una multitud de personas. Un samurái se ha ido a la orilla del río para que un monje lo afeite.
Un hombre con bigote y espada se abre paso por entre la multitud y se acuclilla, rascándose el mentón (es Toshiro Mifune).
Un hombre joven, apuesto y aristocrático pregunta a alguien qué ocurre. Un ladrón se oculta en un establo. Tiene a un bebé como rehén. El samurái ha pedido un hábito de monje y dos pasteles de arroz.
El samurái se ha puesto el disfraz. Nota que Mifune lo mira y se da la vuelta. Sus ojos son negros en un rostro blanco en una pantalla negra. Mifune le devuelve una mirada impenetrable. Los ojos del samurái son negros en un rostro blanco. Mifune se rasca. El samurái da media vuelta. Se vuelve de nuevo hacia Mifune y lo mira; sus ojos son negros, su rostro es blanco. Da media vuelta y se dirige al establo.
Mifune se sienta en un tocón cercano para observar.
El samurái le dice al ladrón que le lleva comida, arroja los pasteles de arroz por la puerta y entra.
El ladrón sale corriendo del establo y cae muerto.
El samurái deja caer la espada del ladrón al suelo.
Los padres del bebé corren hacia él para cogerlo.
Mifune corre hacia el ladrón blandiendo su espada. Da saltos sobre el cadáver.
El samurái se aleja sin mirar hacia atrás.
mecanografiaba (había admitido que solo era capaz de escribir 100 palabras por minuto), podría tener permiso de trabajo y una colocación.
Antes estaba a punto de decir que, si no hubiera leído a Roemer el 30 de abril de 1985, el mundo habría perdido a un genio; ¡he dicho que el mundo sin el infant terrible habría sido como el mundo sin Newton y Mozart y Einstein! No tengo la menor idea de si esto es cierto; no tengo modo de saber si es cierto. No todos los genios son niños prodigio, ni todos los niños prodigio son genios, y a los 5 años es demasiado pronto para saberlo. Boris Sidis sabía hablar 12 idiomas a los 8 años, daba clases de geometría en Harvard a los 12, y acabó siendo un desconocido para todos menos para los preocupados padres de niños superdotados. Cézanne aprendió a pintar por sí solo cuando estaba en la veintena. Pero Bernini fue un niño prodigio y un genio, y también Mozart. No es imposible. Es posible.
Es posible, pero ¿es probable? Si L es un Mozart o un Newton, personas de dentro de diez siglos se interesarán por el hecho de que estuviera a punto
¿Por qué se ha cortado el pelo? ¿Por qué se ha cambiado de ropa?
¿POR QUÉ SE HA CORTADO EL PELO? ¿POR QUÉ SE HA CAMBIADO DE ROPA?
¿POR QUÉ SE…?
Tenía que disfrazarse de sacerdote para que el ladrón no sospechara de él y matara al bebé.
Bueno, ¿y por qué no iba el sacerdote?
Creo que los sacerdotes budistas no creen en la violencia. Además, quizá el sacerdote no habría sido capaz de desarmar al ladrón. En cualquier caso lo que importa es que lo hace por nada, lo hace por rescatar a un bebé, porque más tarde descubrimos que su mayor pesar…
Me gustaría decirle que deje que la película hable por sí sola. Estoy a punto de decírselo, en la seguridad de que no puede equivocarse, cuando recuerdo los comentarios del señor Richie sobre la escena final de la siembra del arroz. El señor Richie es el autor del libro The Films of Akira Kurosawa, y dado que todo lo que sé sobre las muchas películas de Kurosawa que no están disponibles en vídeo lo he extraído de este libro, desearía que no hubiera dicho que el final mostraba la ingratitud de los campesinos y una escena de siembra de arroz como elemento de esperanza. Si la película no habla por sí misma, tendré que decir algo sobre ella que preferiría…
Le digo a L que he leído en alguna parte que en el período Tokugawa se castigaba con la muerte al que, no siendo samurái, llevara espada. Le digo que el señor Richie dice que afeitarse la cabeza sería normalmente una señal de humillación para un samurái. Le digo que el actor con bigote se llama Mifune Toshiro, porque no quiero que herede la mala costumbre que tengo de decir los nombres al modo occidental por pereza, y se lo escribo en un trozo de papel para que no se le olvide. Le digo que el actor que hace el papel de samurái se llama Shimura Takashi, y se lo escribo después de pensar un poco en los caracteres para Shimura, y mucho en los caracteres para Takashi. Le digo que he visto el nombre de Kurosawa escrito de dos formas distintas; los caracteres para Kuro (negro) y Akira (no sé) son siempre los mismos, pero he visto dos caracteres diferentes para Sawa. Escribo ambas versiones y digo que parece más cortés usar la forma preferida por quien lleva el nombre. Él me pregunta cuál es Kurosawa y yo le digo que no sale, que es el director, y él pregunta qué es un director y yo le contesto que será más fácil explicárselo cuando haya visto la película. Se me ocurre que estas informaciones son defensas endebles contra lo que sea que hace que un hombre obedezca cuando le ordenan que arroje a una persona desde un avión, y es terrible porque inmediatamente L insiste en saber más. Me pide que le escriba los nombres de los demás actores para mirarlos más tarde. Le digo que intentaré encontrarlos en la autobiografía.
de no nacer; Roemer será tan trascendental a su modo como la plaga que obligó a Newton a dejar Cambridge y volver a casa. Pero ¿por qué no habría de acabar mal? El asunto de sacar un bebé del útero al aire está perfectamente claro. Sale y suelta un berrido babeante. Enseguida se descubren sus talentos, y los persiguen y los aporrean hasta dejarlos insensibles. Pero Mozart fue un monito prodigioso y prestidigitador.
Mi padre solía decir con una sonrisa burlona que, cuando las cosas salían torcidas, lo que ocurría la mayor parte de las veces: De todas las palabras tristes habladas o escritas, las más tristes son estas, podría haber sido. Si L llega a algo bueno, no de manera milagrosa, sino por haber hecho lo correcto en lugar de equivocarse, tal vez otros aprovechen la lección; si acaba mal (lo que no es improbable) su ejemplo podría ayudarles.
Los campesinos se miran unos a otros. Este es el hombre que necesitan. Lo siguen cuando sale de la ciudad.
También Mifune.
También el joven aristocrático. En el camino, el joven corre hacia el samurái y se arrodilla.
L (leyendo subtítulos): Me llamo Katsushiro Okamoto. Déjame ser tu vasallo.
L: Soy Kambei Shimada. Solo soy un ronin. ¿Qué es un ronin?
Yo: Un samurái sin amo.
L: No soy un samurái y no tengo vasallos.
L: Acéptame por favor.
L: Levántate para que hablemos como es debido.
L: Me estás avergonzando; no soy muy hábil. Escucha, no puedo enseñarte nada especial. Tan solo poseo una amplia experiencia en el combate. Vete y olvídate de ser mi vasallo. Es por tu propio bien.
L: Estoy resuelto a seguirte, digas lo que digas.
L: Te lo prohíbo. No puedo permitirme tener vasallos.
Mifune se acerca corriendo y contempla al samurái. Kambei: Onushi… samurái ka? Mifune (irguiéndose): [grito incomprensible]
L: ¿Eres samurái?
L: ¡Por supuesto!
Kambei y Katsushiro se alejan. Un campesino corre hacia ellos y se arrodilla.
Le digo a L que en la autobiografía Kurosawa no hace más que alabar al maravilloso Mifune, con la única salvedad de su forma brusca de hablar, que los micrófonos recogían con dificultad. Le digo que los traductores han hecho una encantadora traducción del japonés al pingüino.
L: ¿Qué es el pingüino?
Yo: Es el idioma al que traducen los traductores ingleses. ¡Tan solo poseo una amplia experiencia en el combate! ¡Estoy resuelto a seguirte! La verdad es que la mayoría de angloparlantes entienden el pingüino, aunque no lo usen jamás en su vida cotidiana, pero…
L: ¿No es eso lo que dicen?
Yo: Puede que hablen en japonés pingüino, pero solo es una suposición. Kambei dice Tada kassen ni wa zuibun deta ga. Tada, tan solo, kassen es batalla o combate según Halpern (pero me pregunto si no será una infiltración del pingüino en el diccionario), ni es en, wa, una partícula, zuibun, mucho, deta, ocurrió, ga, otra partícula de la que no vamos a hablar ahora, pero que parece bastante común, es difícil creer que le dé ese toque del lenguaje pingüino a
L: ¿Cuándo vas a enseñarme japonés?
Yo: No sé bastante para enseñarte.
L: Podrías enseñarme lo que sabes.
Yo: [NO NO NO NO] Bueno…
L: Por favor.
Yo: Bueno…
L: Por favor.
Voz de la Dulce Razón: Has empezado tantas cosas que creo que deberías trabajar un poco más en ellas antes de empezar con algo nuevo.
L: ¿Cuánto más?
Yo: Bueno…
L: ¿Cuánto más?
Lo último que quiero es enseñarle a un niño de cinco años un idioma que no he conseguido aprender por mí misma.
Yo: Lo pensaré.
Me gustaría dar con un estilo que asombrara. Creo que no es probable que descubra el pincel de Cézanne; si no voy a dejar ningún otro registro de mí, me gustaría que fuera una maravilla. Pero debo escribir para ser comprendida; ¿cómo puede protegerse la perfección formal? Veo una página en mi cabeza, pienso en De natura deorum de Cicerón: arriba una frase en latín, el resto en inglés (o quizá en alemán), vaga identificación de las personas tras 2.000 años. Lo mismo que esto si explico todas y cada una de las referencias para los lectores del siglo XLV, lectores que, por lo que yo sé, podrían conocer el nombre de un solo genio del siglo XXI (el que ahora tiene cinco años). Lo que quiero decir es que veo una página en mi cabeza, arriba una frase con las palabras Carling Black Label, el resto una masa compacta en tipo pequeño para describir la cerveza Carling Black Label, los anuncios de Carling Black Label, gloria de la publicidad británica, los tejanos Levi’s, el anuncio del Levi’s lavado a la piedra parodiado en un anuncio clásico para Carling Black Label, letra del clásico «I Heard It Through the Grapevine», cantado por Marvin Gaye en tejanos clásicos en el clásico anuncio de cerveza, por no hablar de la terrible privación del público americano de la época, que podía exportar tejanos e importar la cerveza, pero no probar las joyas de la publicidad británica a las que habían dado pie. Lo que quiero decir es que he leído libros escritos hace 2.000 o incluso 2.500 años, o hace 20 años, y dentro de 2.500 años necesitarán que se lo expliquen todo, hasta Mozart, y cuando se empieza a explicar no se acaba nunca.
¿CUÁNTO MÁS?
¿CUÁNTO MÁS?
¿CUÁNTO MÁS?
Yo: Bueno, si lees la Odisea y los libros del primero al octavo de las Metamorfosis y todo el Calila y Dimna y treinta de Las mil y una noches y el primer Libro de Samuel y el Libro de Jonás, si te aprendes la cantillation y si haces diez capítulos del libro de álgebra, te enseñaré todo lo que sepa.
L: Entonces eso es lo que haré.
Yo: De acuerdo.
L: Lo haré.
Yo: Bien.
L: Ya lo verás.
Yo: Lo sé.
L: ¿Me enseñarás el alfabeto mientras estudio lo demás?
Yo: No tiene alfabeto. Tiene dos silabarios de 46 símbolos cada uno, 1.945 caracteres derivados del chino de uso común desde la Segunda Guerra Mundial, y más de 50.000 caracteres que se usaban desde antes de la guerra. Conozco los silabarios y 262 caracteres que olvido siempre, precisamente el motivo por el que en realidad no estoy capacitada para enseñarte el idioma.
L: Entonces ¿por qué no me buscas un japonés que me lo enseñe?
Maravillosa idea. ¡Podría conseguir a un varón japonés benevolente que actuara como tío sustituto para L! Un Mifune benevolente que viniera para hablar con él de coleccionar sellos o de fútbol o de coches en un idioma que disimulara el diabólico tedio del tema. Pero seguramente querría cobrar algo.
Yo: No creo que podamos permitírnoslo.
Una vez leí un libro sobre una chica australiana a la que regalaron un bulldog inglés; enviaron un gran camión a la ciudad para ir en busca del enorme animal (pues así creían que era), y volvieron con un cachorro de bulldog que podía abarcarse con la palma de la mano. En aquel momento pensé que me gustaría tener un bulldog diminuto. Qué ilusa. L ha leído Alí Babá y la historia de Moisés, y el De amicitia de Cicerón, y la Ilíada, que le animé a leer por accidente, y sabe tocar Straight No Chaser, de T. Monk, que aprendió oyendo la cinta e intentando copiarla unas 500 veces; es maravilloso que haya sido capaz de hacerlo, pero si estás intentando copiar 62 años de Crewelwork Digest en el ordenador en la misma habitación, a veces puede ser duro sentir
Porque ¿quién era Mozart? Wolfgang Amadeus Mozart (1756-1791) fue un compositor austriaco genial que aprendió música de su padre Leopold desde los cinco años de edad, y fue exhibido por todas las cortes de Europa tocando el clavicémbalo con los ojos vendados y haciendo otros trucos parecidos. Compuso cuartetos para cuerda, sinfonías, sonatas para piano, un concierto para el órgano de cristal y varias óperas, entre ellas, Don Giovanni y La flauta mágica. Su hermana Nannerl recibió idéntica educación musical y no fue un genio de la música. He oído argumentar, y a un hombre inteligente, además, que eso demuestra que las mujeres no son capaces de tener genio musical. ¿Cómo es posible argüir semejante cosa, dices tú, Y saber que hermano y hermana pueden no tener genes en común, sin verse abocado a la improbable teoría de que cualquier hombre podría ser un Mozart con una educación similar? Lo dices y lo piensas, pero lo cierto es que un hombre inteligente necesita pensar en tan raras ocasiones
¿Qué es un silabario?
Un silabario es una lista de símbolos fonéticos en la que cada símbolo representa una sílaba.
que pierde la costumbre.
¿Qué es una sílaba?
Ya sabes lo que es una sílaba.
No, no lo sé.
Una sílaba es un elemento fonético de una palabra que contiene una vocal, por ejemplo, la palabra «contiene» podría dividirse en con-tie-ne, y cada parte podría estar representada por un símbolo. En chino, todas las palabras tienen una sola sílaba, son monosílabas. ¿Qué sería polisílabo?
¿Con muchas sílabas?
Exactamente.
Y oligosílabo sería con pocas sílabas.
Sería, pero no se usa. La gente parece limitarse a la oposición entre uno y muchos.
Duosílabo.
Sería mejor decir «bisílabo», para evitar la eufonía. En general, cuando formas una palabra debes utilizar la forma adverbial del número, lo que daría disílabo, solo que la gente usa a menudo bi después de mono, como en monogamia, bigamia, monoplano, biplano. Habitualmente los números latinos se unen a palabras de origen latino, como en unilateral, bilateral, multilateral, bicameral, multinacional, y los números griegos a palabras de origen griego, como tetraedro, tetralogía, pentágono…
Trisílabo.
Sí.
Tetrasílabo.
Sí.
Pentasílabo, hexasílabo, heptasílabo, octosílabo, eneasílabo, decasílabo, endecasílabo, dodecasílabo.
Exactamente.
Treiskaidekasílabo, tessareskaidekasílabo, pentekaidekasílabo, hekkaidekasílabo, heptakaidekasílabo
¿Y quién era Bernini? Gianlorenzo Bernini (1598-1680) fue «el mayor genio del Barroco italiano», que se trasladó a Roma a la edad de siete años y fue educado por su padre,
EIKOSASÍLABO
Pietro, un escultor. Rudolf Wittkower (historiador del arte alemán, refugiado de los nazis [¿dónde empezar?], autor de Art & Architecture in Italy 1600-1750) lo compara con Miguel Ángel ([1475-1564],
enneakaieilosasílabo
TRIAKONTASÍLABO
genio de la pintura, la poesía y la escultura) en su capacidad para la concentración
oktokaitriakontasílabo, enneakaitriakontasílabo
TESSARAKONTASÍLABO
sobrehumana. «Pero al contrario que el terrible y solitario gigante del siglo XVI, era un hombre de infinito atractivo, orador brillante e ingenioso, amante de la cordialidad, de modales aristocráticos, marido y padre ejemplar, organizador
enneakaitessarakontasílabo PENTEKONTASÍLABO