El banquete anual de la Cofradía de Sepultureros

Mathias Enard

Fragmento

cap-1

Adondequiera que uno se vuelva, se ve la ciudad de Libourne.

ONÉSIME RECLUS, Le Partage du monde

11 de diciembre

He decidido llamar a este lugar El Pensamiento Salvaje, por supuesto.

Llegué hace dos horas. Todavía no sé qué voy a escribir en este diario, pero bueno, impresiones y notas que constituirán un material importante para mi tesis. Mi carné de etnógrafo. Mi diario de campo. He tomado un taxi desde la estación de Niort (dirección: norte-noroeste, quince kilómetros, una fortuna). Por la derecha de la comarcal paisajes de llanura, campos interminables, sin cercas, no demasiado alegres al caer la noche. Por la izquierda bordeábamos la sombra negra de las marismas, o al menos eso me ha parecido. Al taxista le ha costado encontrar la dirección, incluso con el GPS. (Coordenadas del Pensamiento Salvaje: 46º 25’ 25.4” norte 0º 31’ 29.3”oeste.) Al final se ha metido en el patio de una granja, un perro se ha puesto a ladrar, habíamos llegado. La propietaria (sesenta años, sonriente) se llama Mathilde. He tomado posesión de mis aposentos. En realidad mi casa (¿mi apartamento?) es la parte trasera del edificio principal, en la planta baja. Las ventanas dan al jardín y al huerto. A mano derecha tengo vistas a la iglesia, a mano izquierda a un campo (no sé qué es lo que crece en él, ¿alfalfa? A menudo he tenido la impresión de que todos los campos bajos y verdes eran campos de alfalfa), y enfrente a hileras de lo que sospecho son rábanos o coles. Un dormitorio, una sala de estar, un baño y eso es todo, pero ya es mucho. Mi primera impresión cuando la señora Mathilde me ha dicho Y bah, aquí tiene, esta es su casa, ha sido agridulce. Feliz de hallarme en el campo y, al mismo tiempo, un poquito angustiado. Con la excusa del artículo para Estudios y perspectivas, me he abalanzado sobre el ordenador para comprobar el wifi. Una forma como cualquier otra de engañarme a mí mismo, no había nada urgente. He enviado algunos mensajes y he chateado con Lara, ya está. Me he acostado temprano, he leído algunas páginas de Malinowski y, ya sumido en la oscuridad, he estado atento al entorno sonoro. Un leve ruido de motor a lo lejos (¿la caldera?), de vez en cuando un coche aún más lejano. Luego me he dormido con el estómago vacío.

Tengo que resolver lo antes posible el problema del transporte y comprar algo de comer.

12 de diciembre

Primer día de adaptación a mi nuevo terreno. La Pierre-Saint-Christophe está en medio de un triángulo cuyos vértices son Saint-Maxire, Villiers-en-Plaine y Faye-sur-Ardin. Nombres todos ellos miríficos que conforman mi Nuevo Mundo. Quince kilómetros de Niort, diez de Coulonges-sur-l’Autize.

He salido del Pensamiento Salvaje a eso de las diez, tras advertir que no estaba solo en mis aposentos de etnógrafo: la fauna es abundante. Sin duda, el sapo se ve atraído por los numerosos insectos y los gatos por el sapo. En el baño, precisamente entre la ducha y el sanitario, he descubierto una colonia de gusanos rojos, o mejor dicho de filamentos vivientes de color rojo que parecen gusanos. Si no los pisas son muy bonitos. Se desplazan tranquilamente hacia la puerta, así que antes de lavarse hay que apartarlos hacia el desagüe con un chorro de agua. He sabido manejar mi asco sin problemas, y eso, de cara a mi capacidad para afrontar las dificultades del trabajo de campo, me tranquiliza. A fin de cuentas, hasta Malinowski señala que los principales obstáculos de la etnología son los insectos y los reptiles. (Puesto que nadie va a leer este diario, puedo admitir que tener gusanos en el cuarto de baño me ha parecido bastante inmundo y que he tardado un cuarto de hora en atreverme a meterme en la ducha.) También hay un buen montón de caracoles enanos, pero son bastante inofensivos. Supongo que el hecho de estar a pie de campo tiene mucho que ver, eso y la humedad. En fin, a lo que iba, hacia las diez he salido del Pensamiento Salvaje para ir a ver a mi casera la señora Mathilde y preguntarle si había alguna forma de llegar a la ciudad para llenar la despensa, ella ha puesto cara de sorpresa, Eh, bah, no sé nada; no tenía ni idea de si había algún autobús que parase en el pueblo. (Hoy he descubierto que de buena mañana podría coger el autobús del colegio y el instituto, pero me van a tomar por un sátiro y además, como sale tan pronto, me iba a tocar esperarme dos horas a que abrieran el supermercado, a tener en cuenta para el capítulo Transporte.) Lo que ella me ha aconsejado, así directamente, es que me compre un coche. Que en La Pierre-Saint-Christophe no hay más que un café con productos de primera necesidad, es decir, anzuelos, cigarrillos y permisos de pesca. Pero vaya, al final no voy a tener que pescar el almuerzo yo mismo: la señora Mathilde (más bien su marido, Gary, ansioso por entrevistarlo) ha tenido la amabilidad de prestarme un viejo ciclomotor, propiedad de uno de sus hijos (a tener en cuenta para el capítulo Transporte) y un viejo casco negro sin visera con la espuma hecha trizas y unas cuantas pegatinas vintage (una rana sacando la lengua, el logo de AC/DC). Así que ya dispongo de un medio de locomoción, bastante precario pero eficaz. Hacia el mediodía he ido al supermercado en la capital de cantón, Coulonges-sur-l’Autize (bonito nombre), he comprado un montón de cosas sin darme cuenta de que llevarlo todo en el ciclomotor no iba a ser tarea fácil: latas de atún, sardinas, pizzas congeladas, café y algo dulce (chocolate). Para llegar a la ciudad hay que serpentear un buen rato por la carretera comarcal y cruzar un río bastante ancho. (¿El Autize?) Un mercado, una oficina de correos, una iglesia, un pequeño castillo, dos panaderías, varias farmacias, una tienda de ropa, tres cafés, el recorrido completo es bastante rápido. He comprado el periódico, para dar el pego en el Bar Deportivo, y me he tomado un té mientras escuchaba las conversaciones, una forma como cualquier otra de establecer contacto con el lugar. El jerga local (el poitevin-santongés, según la denominación lingüística oficial, no sea que alguien se ofenda) está en franco retroceso (pero no saquemos conclusiones precipitadas: capítulo Idiomas, bonito título). En el mercado espero tener más suerte. Después del té he regresado al Pensamiento Salvaje; en una curva he estado a punto de tener un accidente con la moto por culpa de un perro y de acabar contra un murete (he aquí una frase que nunca pensé que escribiría), pero afortunadamente, casi de milagro, la he logrado enderezar a tiempo. Luego he retomado mi plan de trabajo. Seiscientos cuarenta y nueve habitantes en La Pierre-Saint-Christophe según el último censo y el Ayuntamiento. Doscientos ochenta y cuatro hogares, como dirían los antiguos. Según la Wikipedia y la web del Ayuntamiento, el gentilicio es petrochristoforiano. Queridas petrochristoforianas, queridos petrochristoforianos, he decidido (capítulo Preguntas) llevar a cabo un centenar de entrevistas entre vosotros, eligiendo a mis fuentes con vistas a que, al final, haya el mismo número de personas de cada género y grupo de edad. Empíricamente me parece una buena idea. Un año de trabajo, dividido en dos campañas de seis meses. Genial. Me siento lleno de energía. He echado un vistazo al borrador de mi artículo para Ruralidades vivientes y de golpe y porrazo me ha venido una primera intuición. Está clar

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