El Sueño Chino

Ma Jian

Fragmento

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PRÓLOGO

En noviembre de 2012, a las dos semanas de ser nombrado secretario general del Partido Comunista de China y pocos meses antes de ser investido presidente, Xi Jinping visitó el Museo Nacional de China, una enorme estructura estalinista magníficamente restaurada en el lado oriental de la plaza de Tiananmén de Pekín, justo enfrente del Mausoleo de Mao. Acompañado por otros seis miembros de traje negro y rostro inexpresivo del Comité Permanente del Politburó, Xi Jinping recorrió «El camino al rejuvenecimiento», una gran exposición que abarca la historia moderna de China desde la primera guerra del Opio, en 1839, hasta la actualidad. Sala tras sala, fotografías y objetos describen la humillación de China en manos del poder colonial, la fundación de la República Popular en 1949 y el subsiguiente progreso del país bajo el gobierno del Partido Comunista. Pero en ningún lugar del inmenso espacio de la exposición se hace mención de las catástrofes ocasionadas por el presidente Mao y sus sucesores, tales como el Gran Salto Adelante, una temeraria campaña que buscaba transformar China en una utopía comunista y que provocó una hambruna que costó más de veinte millones de vidas; la psicosis colectiva de la Revolución Cultural que sumió China en una década de violencia callejera, caos y estancamiento; y la matanza de pacíficos manifestantes en favor de la democracia en las calles aledañas de la plaza de Tiananmén en 1989. En este museo, y en las librerías y aulas fuera de él, la historia china a partir de 1949 se ha blanqueado y reducido a un feliz y anodino cuento de hadas.

Al término de la visita, Xi Jinping presentó su «Sueño Chino de rejuvenecimiento nacional», prometiendo que el régimen comunista conduciría a una mayor riqueza económica y devolvería a China a sus glorias pasadas. Desde entonces, este eslogan vago y nebuloso ha cimentado el gobierno. Como los déspotas que le precedieron, Xi Jinping ha afianzado su control del poder suprimiendo la información sobre el infierno desencadenado por el comunismo y prometiendo un paraíso futuro. Pero las utopías siempre conducen a distopías y los dictadores invariablemente se convierten en dioses que exigen adoración diaria. Mientras escribo, el obediente Parlamento chino ha eliminado los límites de los mandatos presidenciales, con lo que Xi Jinping podrá seguir siendo pre­sidente de por vida. El torpemente titulado «Pensamientos de Xi Jinping sobre el socialismo con características chinas para una nueva era» ha quedado consagrado en la Constitución. Y recientemente el ministro de Educación ha anunciado que los «Pensamientos de Xi Jinping» se incorporarán a los libros de texto, las aulas y «los cerebros de los estudiantes».

Los tiranos chinos nunca se han limitado a controlar la vida de la gente; siempre han perseguido penetrar en la mente de las personas y remodelarla desde dentro. De hecho, fueron los comunistas chinos de la década de 1950 quienes acuñaron la expresión «lavado de cerebro» (xinao). El Sueño Chino es otra bella mentira pergeñada por el Estado para borrar los recuerdos tenebrosos de las mentes chinas y reemplazarlos por pensamientos más alegres. Décadas de adoctrinamiento, propaganda, violencia y falsedades han dejado al pueblo tan aturdido y confuso que ha perdido la capacidad de distinguir la realidad de la ficción. Se ha tragado la mentira de que los líderes del Partido y no el vasto ejército de trabajadores mal pagados son responsables del milagro económico del país. El feroz consumismo alentado durante los últimos treinta años y que, junto con el nacionalismo exacerbado, ocupa el centro del Sueño Chino está convirtiendo a los chinos en niños grandes a los que se alimenta, viste y entretiene, pero sin derecho a recordar el pasado ni a hacer preguntas.

No obstante, la obligación del escritor es sondear en la oscuridad y, por encima de todo, contar la verdad. He escrito El Sueño Chino movido por la rabia contra las falsas utopías que han esclavizado e infantilizado China desde 1949 y para recordar el período más brutal de su historia reciente —la fase de «lucha violenta» de la Revolución Cultural— ante un régimen que insiste en ocultarlo. El libro está lleno de absurdidades, tanto inventadas como reales. En la China actual existen por ejemplo Agencias para el Sueño Chino, Clubes Nocturnos de la Guardia Roja y ceremonias masivas de aniversarios de boda para parejas octogenarias. La Sopa del Sueño Chino y los implantes neuronales son, por supuesto, fruto de mi imaginación. En mi empeño por expresar una verdad literaria superior, mis novelas siempre han fundido ficción y realidad.

Escribí mi primer libro, una meditación literaria sobre el Tíbet titulada Saca la lengua, hace treinta años. A las pocas semanas de publicarse, el gobierno la calificó de «contaminación espiritual» y ordenó retirar todos los ejemplares y destruirlos. Desde entonces, ha prohibido cada una de las novelas que he escrito en la China continental. Mi nombre se excluye de las listas oficiales de escritores chinos y los compendios de literatura china; ni siquiera se me puede mencionar en la prensa. Y, lo que es peor, desde hace seis años el gobierno me niega el derecho a regresar. Pero yo continúo con lo mío, «escribir, escribir, escribir», como el padre del protagonista de El Sueño Chino. Continúo refugiándome en la belleza del chino y lo empleo para desenterrar recuerdos de la amnesia impuesta por el Estado, para ridiculizar y burlarme de los déspotas chinos y solidarizarme con sus víctimas sin perder de vista que en las funestas dictaduras la mayoría de las personas son al mismo tiempo opresores y oprimidos. El exilio es un castigo cruel. Pero vivir en Occidente me permite ver a través de la niebla de mentiras que envuelve mi país y crear la única literatura que me interesa: la que expresa de forma plena, sincera y libre la imagen del mundo de un escritor.

Y pese a todo, no he sucumbido completamente al pesimismo. Todavía creo que la verdad y la belleza son fuerzas trascendentales que sobrevivirán a las tiranías humanas. Espero que cuando mis hijos tengan mi edad puedan comprarse mis novelas en las librerías chinas. Y, lo que es más importante, espero que el Partido Comunista de China, que ha encarcelado las mentes y maltratado los cuerpos de los chinos durante casi setenta años, y cuya creciente influencia comienza a corromper las democracias del mundo, quede relegado a las polvorientas salas de exposición del Museo Nacional. Cuando llegue ese día, espero que el pueblo chino sea capaz de enfrentarse a las pesadillas del pasado, decir la verdad tal cual la vea sin miedo a represalias y perseguir sus propios sueños, con la mente y el corazón liberados.

MA JIAN

Londres, marzo de 2018

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