Las otras vidas de don Quijote

Javier Escudero

Fragmento

Introducción

Introducción

La investigación de archivo se considera la antítesis de la aventura. Todos hemos visto en el cine a arqueólogas, a veces catalogadas como «buscadoras de reliquias», dando saltos por las junglas, empuñando espadas y ametralladoras, descubriendo la tumba de Orellana, el tesoro de los mayas o cualquier otro de los mitos desaparecidos de la historia.

También hemos visto hacer lo mismo a bibliotecarias y bibliotecarios, peleándose con momias resucitadas y con Merlín y sus huestes artúricas. El museo es hasta divertido por las noches: cuando se cierra, los personajes cobran vida y el vigilante tiene que meterlos en sus jaulas y vitrinas.

Pero resulta más raro ver a un archivero o archivera como un mercenario con la melena al viento. Tal vez la gente piense que la información que contiene un documento no es un tesoro. ¿Cómo se va a encontrar algo que ya está encontrado? Si está metido en su caja y colocado en su estantería es la antítesis del descubrimiento.

Quizá algunos piensen que los archivos son una cueva y quienes están a su cargo, una especie de Quasimodo que abre la puerta chirriante de la estancia oscura y mira fijamente al extraño. Tampoco diría yo que mi archivo no sea algo parecido. Es espacio para especialistas, sesudo y aburrido.

Todo el mundo ha pisado alguna vez en su vida una biblioteca y un museo, pero no será fácil encontrar por la calle, al azar, a alguien que haya visitado un archivo, y menos aún que lo haya hecho en el curso de una investigación y no para pedir una copia de los planos de las tierras que acaba de heredar.

En cierto modo, fue este desconocimiento del mundo de los archivos y sus extraordinarias posibilidades por parte del común de los mortales lo que me llevó a intentar reconstruir el camino seguido por Miguel de Cervantes, o mejor dicho, el de su personaje, don Quijote, que tuvo que hacer tres salidas por los caminos de la Mancha para cumplir su sueño. Yo tuve que hacer alguna más, y mi periplo me llevó a recorrer las principales instituciones de archivo de Castilla-La Mancha y España. Viajé a Granada para descubrir a los hidalgos manchegos; a Madrid para saber de sus cuitas; a Cuenca para ver cómo la Inquisición los castigó en sus insolencias, y a Toledo para volver al origen de la novela, de donde nunca debimos irnos.

Volver al origen, esa es la palabra, esa es la clave. Borrar todo lo que hemos aprendido. Trasladémonos al siglo XVI, al momento en que un viejo poeta y dramaturgo, pobre, fracasado y desconocido concibió el Quijote sin saber la trascendencia que tendría después. A un archivero no le interesa tanto lo que pueda extraerse de la novela ya impresa, sino los datos y hechos, fechados y concretos, que influyeron previamente en su génesis y la marcaron después.

Las respuestas estarán ahí, en el mismo lugar donde reside el verdadero origen de la novela, escondidas entre los vetustos documentos de archivo. A lo mejor no todo el mundo es capaz de aislarse del ruido de fondo y menos aún de las toneladas de bibliografía sobre Cervantes acumuladas después de cuatro siglos de dar vueltas y vueltas a la misma cuestión. Pero tal vez lo único que debamos hacer es sentarnos en silencio en la Mancha y el reino de Toledo de hace quinientos años para escuchar lo que los «habitadores» de ese Campo de Montiel tienen que contarnos.

Pongámonos en la piel de un escritor del Siglo de Oro; imaginémonos lo que pudo oler, probar, tocar y vivir Cervantes. Leamos lo que él leyó, miremos por la ventana que él abría todas las mañanas. Dicen que lo inventó todo, y puede ser verdad, pero ¿qué nos hace pensar que no escribió también sobre lo que pasó por su lado? Esa parte castiza de su narrativa resulta mucho más fascinante.

Cuenta Antonio Muñoz Molina que es en la novela y no en un libro de memorias donde un escritor se muestra como realmente es, y, aunque resulte contradictorio, el Quijote, un libro de imaginación desbordante por definición, tiene más de la vida personal del autor de lo que nunca hubiéramos creído.

Durante muchos años, siglos incluso, la figura de don Quijote nos ha llegado envuelta de fantasías desbordantes, y la imagen que tenemos de Cervantes es la que estudiosos literatos han ido construyendo a partir de sus interpretaciones de la obra. Los documentos, sin embargo, no se pueden interpretar. Simplemente hay que dejarlos hablar para que nos lleven adonde ellos quieren, no adonde nosotros los empujamos.

A la luz de los documentos puede que descubramos que el Quijote es algo más que una parodia de los libros de caballerías. O que el realismo de Cervantes empieza desde la primera página de la novela. Incluso que la obra se gestó en el antiguo reino de Toledo, y no donde tradicionalmente se nos ha contado.

De hecho, cuesta creer que el escritor más importante de nuestras letras fuera el genio desmemoriado, improvisado y contradictorio que dibujan muchos. Tiene más sentido pensar que tuvo uno o varios amigos e informantes que le transmitieron las leyendas, cuentos e historias. O que la mayor parte de los nombres de los personajes que rodean al loco hidalgo son históricos. Incluso que algunas aventuras de la novela están basadas en sucesos reales. Y que unas pocas, no todas, podrán algún día verificarse documentalmente.

Toda esa imaginación aparentemente desbordante ha de tener un sentido, ser coherente y no fruto aleatorio de un sueño inventado. Debemos poder explicar por qué el protagonista se llama Quijada, por qué la novela se dedica a la Mancha, por qué personajes como Juan Haldudo o Antonio de Villaseñor son reales, por qué están donde están, por qué los caminos y las ventas son los que son y no otros.

En este libro, de hecho, se ha intentado ordenar de la mejor forma posible la información incluida en los procesos y legajos sobre hidalgos con adarga antigua, rocín flaco y galgo corredor, y personas anónimas coetáneas a Cervantes. Testimonios de gente que estuvo allí cuando todo sucedió y que nunca hubiera creído que vería la luz. Cervantes no podría haber imaginado ni en sueños que siglos después toda esta documentación estaría conservada y que sería posible rastrear las huellas de hechos y personas tan anodinas como las que él retrataba y le servían de inspiración. Mientras que todos han buscado a Cervantes en su propia biografía, aquí serán sus personajes los que nos cuenten aspectos de su vida, esas historias anónimas que no interesaban a nadie porque la Mancha en el Quijote es una entelequia.

Ojalá pudiéramos decir que el enigma del Quijote ha quedado resuelto. Puede que lo estemos tocando con la punta de los dedos, pero no sabemos lo que tenía el autor en la cabeza ni con quién se tomaba el vino en la taberna. En la vida no hay nada tan sencillo, y este caso no iba a ser una excepción. Sin embargo, puede que al terminar este periplo estemos más cerca que nunca de la verdad que se esconde tras la literatura.

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