Juego y distracción

James Salter

Fragmento

g-1

Sucedió porque yo lo he leído

 

por LAURA BARRACHINA

 

 

 

Desocupado lector: déjese usted engañar. Cuando la historia de esta novela está a punto de coger velocidad, cuando el rico estadounidense Phillip y la joven francesita Anne-Marie están a punto de salir a recorrer las pequeñas ciudades de provincia y los hoteles en los que harán repetidamente el amor, James Salter deja caer bocarriba las cartas sobre la mesa para que el lector juegue con ellas la partida que quiera. Es la famosa maestría del capítulo 9 de Juego y distracción, pero no, espere un poco, no quiera ir a leerlo aún, juguemos antes un poco más. Hasta el capítulo 9, Salter nos ha descrito con su magistral y concreto pincel la llegada a principios del otoño a la bella localidad de Autun de un estadounidense que va por allí a intentar hacer esas cosas de americanos con dinero y amistades en Europa: beber vino, comer bien, enamorar francesas, vivir la vida. El escritor, que fue americano en Francia durante su época como piloto tras la Segunda Guerra Mundial, se encarga de seducirnos y engañarnos describiendo el viaje en tren, el paisaje, el rostro de los viajeros, incluso las verjas de hierro de las casas de Francia que deduzco que fascinaron a Salter porque son tan recurrentes como las fabulosas escenas de sexo en la novela. Pero no nos detengamos aún ni en las verjas ni en el sexo, sigamos por el capítulo 9. Poco sabemos de este joven narrador que llega en tren a Autun y que nos despista durante los primeros nueve capítulos de la novela haciéndonos creer que ese pequeño círculo de ricos franceses y estadounidenses van a protagonizarla con su despreocupada vida. Sigo sosteniendo que la novela empieza en el capítulo 9 y que hasta entonces todo ha sido preámbulo, juego y distracción.

La novela empieza cuando este narrador sin nombre que va a tratar de engañarle a usted hasta el capítulo 9 se revela como un agente provocador, cuando confiesa que todo lo que va a leer a continuación él mismo lo vio, aunque puede que algunas cosas las soñara, pero que en todo caso qué más da si ya ni él mismo sabe diferenciar unas cosas de las otras, seguramente no quiere porque así, con dosis de ficción, la vida, Phillip y Anne-Marie, todo, es más bello. De modo que, desocupado lector, déjese usted engañar por él, participe en este engaño cervantino llamado literatura, créase que Cide Hamete Benengeli es el verdadero autor del Quijote y que todo lo que cuenta Juego y distracción sucedió así. Deje que este narrador le cuente la historia tal como pudo pasar entre su amigo, el rico y seductor estadounidense Phillip y la joven francesita de clase obrera Anne-Marie. Todo lo que nuestro hombre va a narrarnos en esta novela se lo contó su amigo Phillip o él mismo lo vio o quizá lo leyó en alguna nota o lo inventó, se nos va olvidando cuando estamos viéndolos desnudos en las habitaciones de esos decadentes y lujosos hoteles a punto de hacer el amor, tímidamente al principio, más desinhibidamente después. Se nos olvida quién nos está contando esta historia que a ratos va de sexo, a ratos de amor, a ratos de las dos cosas a la vez y entre medias, sobre el tedio de la vida cuando no hay juego ni distracción, pero también habla del desasosiego que asalta cuando todo se convierte en juego y distracción. En el Corán hay un versículo del que James Salter tomó este maravilloso título: «Sabed que la vida del mundo es juego y distracción. [...] Es como una lluvia que admira a los sembradores por las plantas que genera, pero que después se secan y las ves amarillentas hasta convertirse en deshecho.» El versículo no aparece en la novela, pero resume perfectamente el sentir de lo que el escritor nos quiere contar, el siempre pesimista Salter viene a decirnos que las plantas, tarde o temprano, se secan, pero qué bonitas mientras siguen verdes, qué bonito perseguirlas verdes, cuidarlas verdes. Phillip, un estudiante que ha dejado la Universidad de Yale para recorrer Europa con el dinero de su padre, aparece un día en la casa de Autun en la que el narrador se aloja. Juntos conocen a Anne-Marie, de la que sabemos que es atractiva, de clase obrera, que tiene dieciocho años aunque aparenta menos y que se entrega a Phillip desde el comienzo porque, parece decirnos Salter, qué otra alternativa mejor podría tener una mujer así que ofrecerse a un americano con dinero. Después de recorrer España (Phillip habla de su paso por Valencia, Barcelona o el Museo del Prado), el joven quiere viajar por las pequeñas ciudades del centro de Francia y dedicarse al placer junto a esta concubina tan inocente como sensual, tan ordinaria, llega Phillip a pensar, como atractiva y sumisa.

Los manuales de literatura colocan Juego y distracción cerca de El lamento de Portnoy de Philip Roth o Parejas de John Updike por lo explícito que es Salter con el sexo; sin embargo, la precisión, crudeza y el lirismo al mismo tiempo de los que es capaz el autor de esta novela lo colocan en una posición inalcanzable. Salter es un equilibrista, no usa metáforas, llama a cada cosa por su nombre, abre y cierra las puertas de las habitaciones en los momentos precisos. Sin un ápice de pudor, el escritor consigue, sin embargo, contención: oímos a la pareja, la vemos, percibimos temperaturas, texturas y goce al mismo tiempo que las dudas de los personajes, el éxtasis compartido, el descubrimiento del cuerpo del otro, pero también el desasosiego cuando los ritmos emocionales no encajan, como ese momento en el que Phillip yace en la cama aún arrebatado y sufre algo parecido a la caída de un rayo al recibir de un posible futuro la vulgar imagen de él regresando cualquier día de un anodino trabajo a comer un guiso común preparado por ella. Tiene que llegar el final de la escapada, el juego siempre acaba.

Una de las cosas que más me asombran de Juego y distracción es que James Salter no solamente consigue que las frecuentes escenas de sexo sigan palpitando casi seis décadas después de haber sido escritas, sino que no se active en mi lectura una alerta feminista. Reconozco que he pasado unas cuantas veces el filtro morado a mi ejemplar de la novela y he sentido alivio al no escuchar ninguna alarma. Quizá la capacidad de Salter para sortear el precipicio proceda de su época de piloto de caza, cuando sobrevolaba Corea al frente de un F-86 Sabre y esquivaba o derribaba los MiG-15 del enemigo comunista. Su literatura guarda algo de esas danzas plateadas que contó en Los cazadores, su primera novela y cuya adaptación al cine protagonizada por Robert Mitchum le envalentonó para dejar el ejército e intentar dedicarse a lo que siempre quiso: escribir. Fue vendedor de piscinas, hizo películas, escribió su segunda novela y, en 1961, cuando se construyó el Muro de Berlín, fue reclamado de nuevo por el ejército como reservista. De este viaje a Europa nació, en parte, Juego y distracción, la primera novela de la que Salter se sintió orgulloso, la que él pensaba que lo había convertido en escritor. Sin embargo, tuvo que esperar aún varias déc

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