Un sábado con los amigos

Andrea Camilleri

Fragmento

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1

—¿Cuándo vuedve papá?

—¡Uf, qué pesado!

—¿Pod qué se ha ido papá?

—Pero si te lo dijo él mismo: «Voy a Palermo por un asunto de trabajo, pero volveré pronto.»

—¿Y cuándo es pronto?

—¡Jo, estás insoportable!

—¿Pod qué no me dices cuándo vuedve papá?

—Pero ¡si te lo he dicho mil veces! ¿Cómo es posible que no lo entiendas, tontorrón? Hagamos una cosa: dame la mano.

—¿Cuál, mamá?

—La que quieras. Eso, muy bien. Ahora presta atención. En cada mano hay cinco deditos, ¿ves? El más pequeño, éste, se llama meñique; el hermanito que está junto a él, anular; el más largo, corazón; el de al lado, índice; y el más gordo, pulgar. Uno, dos, tres, cuatro y cinco. Cinco dedos, ¿está claro? Como papá vuelve dentro de cinco días, a partir de mañana, cuando vayas a acostarte, cierras un dedo cada noche. Cuando no te quede ningún dedo porque estén todos cerrados y la mano se haya convertido en un puño, papá volverá a casa. Y ahora ve al baño. Te quitas la ropa, me llamas, y voy a lavarte y acostarte.

En el sueño ha notado los labios de papá sobre la frente. Después llega mamá, que la despierta acariciándole el pelo. Al abrir los ojos, ve su cara sonriente. Como siempre.

—Hola, mamá.

—Buenos días, pequeñina mía.

La coge en brazos. Baño.

—Mira qué vestido más bonito te he preparado para hoy.

El verde. Mamá le ha dicho que ese color se llama verde, como el del césped.

—¿Te gusta?

—Tí.

—Bien. Ahora te vas a tu cuarto como una niña buena y te pones a jugar, que mamá tiene que irse a la oficina. Pórtate bien y no hagas ninguna trastada. Dentro de una hora viene Gemma, pero, si necesitas algo, vas a la habitación de tío Eugenio.

Es el hermano de papá, que es muy peludo y tiene una pierna torcida. Nunca sonríe, nunca sale de su cuarto y en la mesa tampoco habla, pero de vez en cuando, a escondidas, le da un caramelo.

A esas horas, el 28 no suele ir tan lleno. Erminia ocupa un asiento junto a la ventanilla y lo acomoda sobre sus rodillas para que pueda mirar la calle. En cierto momento, lo levanta cogiéndolo por las axilas.

—Dame la mano.

La mano de Erminia no es suave como la de mamá. A él no le gusta dársela.

Bajan en la parada habitual, echan a andar por el gran paseo arbolado y llegan a «su» banco de la glorieta. Erminia saluda desde lejos a una amiga y se sienta. Él, en cambio, ha visto que ya están allí Luca, Simone y Mara, sus amigos.

—Quiedo id...

—Ve.

El juego de esta mañana es una carrera de cochecitos de cuerda. Mara es la mejor, siempre gana ella.

Están sentados a la mesa, cenando. En los sitios de costumbre: ella al lado de mamá, y enfrente su hermano Angelo, que es dos años mayor, al lado de papá.

A ella le gustaba escuchar a papá y mamá cuando se hablaban, aunque no entendiera lo que decían.

Pero ahora papá y mamá ya no se hablan; más aún, ni siquiera se miran, como Angelo y ella cuando se han peleado.

De pronto advierte que mamá está llorando en silencio, aunque intenta disimular poniéndose la servilleta delante de la cara.

—¿Qué te pasa, mamá?

—Tengo pupa.

Y, sin decir nada más, se levanta y se va al dormitorio. Al cabo de un momento, papá se levanta también y va a encerrarse en el despacho.

Hace unos días pusieron en el despacho una camita para papá. Mamá dijo que habían tenido que hacerlo porque papá ronca mucho y no la deja dormir.

Ahora oye reír a Angelo y levanta los ojos.

Su hermano está yendo de puntillas hacia la cocina. Al cabo de un momento, vuelve con una enorme porción de tarta entre las manos y empieza a comérsela.

—Ve a coger tú también.

No, ella no hará lo mismo que Angelo. Porque mamá ha dicho que la tarta es para mañana, cuando vengan los tíos, y que por eso no hay que tocarla. Ella es una niña obediente.

Pero ¿por qué Popeo está siempre durmiendo? Nada más comer, se pone a dormir. Se adormece después de hacer sus necesidades. Vuelve a dormir después de dar unas vueltas por la casa. Por la mañana, cuando mamá lo despierta, Popeo sigue durmiendo a los pies de su cama. Y cuando va a acostarse, Popeo ya está allí dormido.

Un día se lo pregunta a mamá:

—¿Pod qué Popeo duedme tanto?

—Porque Popeo, como todos los gatos, es un animal que duerme de día y está despierto por la noche.

—¿Y qué hace?

—Va de caza.

—¿Qué caza?

—Debería cazar ratones, pero como, por suerte, en casa no hay, caza bichitos.

—¿Qué bichitos?

—Pues no sé, arañitas...

¡Adañitas no! Le dan pavor.

—Vámonos a ota casa.

—¿Por qué quieres irte a otra casa?

—Podque aquí hay adañitas.

—Pero ¡si te he dicho que está Popeo! No te preocupes, tesoro, que él se encarga de eso.

Él no añade nada, pero está seguro de que las cosas no son como dice mamá.

Él cree que Popeo también duerme cuando está oscuro.

Y una noche u otra las adañitas treparán por su cama, le morderán la nariz hasta hacerle sangre y se la arrancarán mientras Popeo sigue durmiendo tranquilamente.

Y además, ¿cómo pueden saber los mayores que Popeo está despierto por la noche, si todos ellos duermen?

—Dale un beso a papá —dice llorando tía Anna, la hermana de mamá.

Oye a mamá llorando también en la habitación de al lado y que tía Francesca, la otra hermana de mamá, dice:

—Ánimo, Michela, ánimo, tienes que ser fuerte...

¡Cuántos parientes en casa! Y todos han venido a ver a papá, que está durmiendo en el salón ¡dentro de una caja y completamente vestido de negro! Aunque su aspecto es un poco cómico, porque lleva corbata pero se le ha olvidado ponerse los zapatos.

—Dale un beso a papá —insiste tía Anna, empujándolo hacia delante.

Él se acerca, se pone de puntillas, se estira. La caja es demasiado alta, está apoyada sobre dos soportes; no llega. Entonces tía Anna se da cuenta, lo coge en brazos y lo inclina hacia papá. Él posa los labios sobre su frente.

—¡Papá tiene fdío! —exclama mientras lo dejan en el suelo.

A su tía se le escapa una especie de aullido, como los que profieren los lobos que salen en la televisión.

Le entra miedo y corre hacia el comedor, donde está sentado tío Carlo, el marido de tía Francesca, hablando con otros hombres. Su tío lo coge de un brazo, lo sienta sobre sus rodillas, lo besa en la mejilla.

—Quiedo id con mamá.

—No, no vayas con mamá; tiene cosas que hacer y no quiere que la molesten. Ahora ya eres un hombrecito y puedes estar con los mayores.

Pero él no es un hombrecito y no quiere estar con los mayores.

—Entonces me voy a mi cuadto.

Está sentada en el suelo con la espalda ap

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