Casi un objeto

José Saramago

Fragmento

cap1

SILLA

 

La silla empezó a caer, a venirse abajo, a inclinarse, pero no, en el rigor del término, a desatarse. En sentido estricto, desatar significa quitar las sujeciones. Bien, de una silla no se dirá que tiene sujeciones, y, si las tuviera, por ejemplo, unos apoyos laterales para los brazos, se diría que están cayendo los brazos de la silla y no que se desatan. Pero es verdad que se desatan lluvias, digo también, o recuerdo más bien, para que no me suceda caer en mis propias trampas: así, si se desatan chaparrones, que es apenas un modo diferente de decir lo mismo, ¿no podrían, en resumen, desatarse sillas, incluso no teniendo sujeciones? ¿Al menos como libertad poética? ¿Al menos por el sencillo artificio de un hablar que se proclama estilo? Acéptese entonces que se desaten sillas, aunque sea preferible que se limiten a caer, a inclinarse, a venirse abajo. Sea desatado, sí, quien en esta silla se sentó, o ya no está sentado, sino cayendo, como es el caso, y el estilo aprovechará la variedad de las palabras que, finalmente, nunca dicen lo mismo, por más que se quiera. Si dijesen lo mismo, si los grupos se juntasen por homología, entonces la vida podría ser mucho más simple, por vía de reducción sucesiva, hasta la incluso tampoco simple onomatopeya y, siguiendo por ahí adelante, probablemente hasta el silencio, al que llamaríamos sinónimo general u omnivalente. No es siquiera onomatopeya, o no se puede formar a partir de este sonido articulado (que no tiene la voz humana sonidos puros y por lo tanto inarticulados, a no ser quizá en el canto e, incluso así, convendría oírlo más de cerca), formado en la garganta del desplomante o cayente, aunque no estrella, palabras ambas de resonancia heráldica que designan ahora a aquel que se desata, pues no ha parecido correcto juntar a este verbo la desinencia paralela (ant) que completaría la elección y completaría el círculo. De esta manera queda probado que el mundo no es perfecto.

Sí se llamaría perfecta la silla que está cayendo. Sin embargo, cambian los tiempos, cambian las voluntades y las cualidades, lo que fue perfecto ha dejado de serlo, por razones en las que las voluntades no pueden, pero que no serían razones sin que los tiempos las trajesen. O el tiempo. Poco importa decir cuánto tiempo fue, como importa poco describir o simplemente enunciar el estilo de mobiliario que convertiría la silla, por obra de identificación, en miembro de una familia sin duda numerosa, tanto más que, como silla, pertenece, por naturaleza, a un simple subgrupo o ramo colateral, nada que se aproxime, en tamaño o función, a esos robustos patriarcas que son las mesas, los armarios, los aparadores o chineros o alacenas, o las camas, de las cuales, naturalmente, es mucho más difícil caer, si no imposible, pues es al levantarse de la cama cuando se parte una pierna o al echarse y resbalar en la alfombrilla, aunque partirse la pierna no sea precisamente el resultado de resbalarse en la alfombrilla. Ni creemos que importe decir de qué especie de madera está hecho mueble tan pequeño, que ya por su nombre parece destinado al fin de caer[1], o será un timo de la estampita lingüístico ese latín cadere, si cadere es latín, aunque debería serlo. Cualquier árbol podrá haber servido, excepto el pino, por haber agotado sus virtudes en las naves de Indias y ser hoy ordinario, el cerezo por combarse fácilmente, la higuera por desgajarse a traición, sobre todo en días calientes y cuando a causa de los higos se va demasiado adelante por la rama; excepto estos árboles por los defectos que tienen y excepto otros por sus abundantes cualidades, como es el caso del palo de hierro, en el cual la carcoma no penetra, pero padece de demasiado peso para el volumen requerido. Otro que tampoco viene al caso es el ébano, precisamente porque es tan sólo un nombre diferente del palo de hierro, y ya se ha visto lo inconveniente de utilizar sinónimos o que supuestamente lo sean. Mucho menos en esta elucubración de cuestiones botánicas que no se preocupa de sinónimos, sino de verificar dos nombres diferentes que la gente ha dado a la misma cosa. Se puede apostar que el nombre de palo de hierro fue dado o pensado por aquel que tuvo que transportarlo a la espalda. Apuesta a lo seguro y ganas.

Si fuese de ébano, tendríamos probablemente que tildar de perfecta a la silla que está cayendo, y tildar o achacar se dice porque entonces no caería ella, o vendría a ser mucho más tarde, de aquí, por ejemplo, a un siglo, cuando ya no valiese la pena caer. Es posible que otra silla viniese a caer en su lugar, para poder dar la misma caída y el mismo resultado, pero eso sería contar otra historia, no la historia de lo que fue porque está aconteciendo, sí, tal vez, la de lo que viniese a suceder. Lo cierto es bastante mejor, sobre todo cuando se ha esperado mucho por lo dudoso.

Sin embargo, una cierta perfección habremos de reconocer en esta, finalmente, única silla que continúa cayendo. No fue construida a propósito para el cuerpo que en ella se ha venido a sentar desde hace muchos años, pero sí escogida a causa del diseño, por acertar o no contradecir en exceso con el resto de los muebles que están cerca o más lejos, por no ser de pino, o cerezo, o higuera, vistas las razones ya expuestas, y ser de madera habitualmente usada para muebles de calidad y para durar, verbi gratia, caoba. Es ésta una hipótesis que nos dispensa de ir más lejos en la averiguación, por lo demás no deliberada, de la madera que sirvió para de ella cortar, moldear, modelar, pegar, encajar, apretar y dejar secar la silla que está cayendo. Sea pues la caoba y no se hable más de este asunto. A no ser para añadir cuán agradable y reposante es, después de bien sentados, y si la silla tiene brazos, y es toda ella de caoba, sentir bajo las palmas de las manos aquella dura y misteriosa piel suave de la madera pulida y, si curvo el brazo, el carácter de hombro o rodilla o hueso ilíaco que esa curva tiene.

Desgraciadamente la caoba, verbi gratia, no resiste a la carcoma como resiste el antes mencionado ébano o palo de hierro. La prueba ha sido hecha por la experiencia de los pueblos y de los madereros, pero cualquiera de nosotros, animado por un espíritu científico suficiente, podrá hacer su propia demostración usando los dientes en una y en otra madera y juzgando la diferencia. Un canino normal, incluso nada preparado para una exhibición de fuerza dental circense, imprimirá en la caoba una excelente y visible marca. No lo hará en el ébano. Quod erat demonstrandum. Por ahí podremos estimar las dificultades de la carcoma.

No será hecha ninguna investigación policial, aunque éste fuese justamente el momento propicio, cuando la silla apenas se ha inclinado dos grados, puesto que, para decir toda la verdad, el desplazamiento brusco del centro de gravedad es irremediable, sobre todo porque no lo vino a compensar un reflejo instintivo y una fuerza que a él obedeciese; sería ahora el momento, se repite, de dar la orden, una severa orden que hiciese remontar todo, desde este instante que no puede ser detenido hasta, no tanto el árbol (o árboles, pues no está garantizado que todas las piezas sean de tablas hermanas), sino hasta el vendedor, el almacenista, la serrería, el estib

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