Curso de escritura creativa

Brandon Sanderson

Fragmento

1. Introducción

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Introducción

Quisiera empezar este curso contando por encima la historia de por qué existe. En la década de 1980, Orson Scott Card iba a impartir un curso de escritura creativa en la Universidad Brigham Young que tenía muy entusiasmado a todo el mundo. Se matriculó muchísima gente. Después, por varios motivos, Card no pudo ponerse al frente de la clase. De modo que un profesor de literatura de la universidad a quien le gustaba la ciencia ficción empezó a dar una clase sobre la escritura de ciencia ficción y fantasía, para que quienes se habían matriculado no se quedaran sin curso. Se hizo muy popular. No dejaban de apuntarse alumnos, entusiasmados por tener una clase sobre esos géneros literarios. El curso empezó a mediados de la década de los ochenta y ya no dejó de ofertarse.

Yo fui alumno de la Universidad Brigham Young entre los años 1994 y 2000, y no pude matricularme en ese curso hasta mi último año allí. Por distintos motivos, no encajaba en mi horario. Precisamente en el 2000, David Wolverton, quien escribía con el seudónimo de Dave Farland, empezó a impartir ese curso. El profesor que se encargaba de él hasta entonces, el doctor Smith, tuvo problemas de salud y se vio obligado a abandonarlo, y la universidad quiso que el curso estuviese impartido por un autor profesional.

Cuando me enteré de que había un auténtico escritor dando un curso, me emocioné mucho. La idea de poder escuchar a un profesional del ramo me resultaba muy interesante. Y así fue. Ese curso fue, con mucho, el más valioso de todos mis estudios en la universidad.

El motivo es que, aunque a mis otros profesores se les daba muy bien hablar de conceptos como la temática de una novela, o sobre cómo encontrar tu alma interna de escritor y otras ideas similares, no sabían muy bien cómo exponer la construcción de un personaje cautivador. No sabían hablar de cómo adoptar una estructura argumental y llevarla a tu propia historia de un modo interesante, con emoción y originalidad. Y desde luego no sabían explicar qué había que hacer cuando alguien te ofrecía un contrato de publicación. Esas cosas no podía aprenderlas de la inmensa mayoría de los profesores: aunque los había con experiencia práctica, yo aún no había podido apuntarme a sus clases.

No pretendo ser la única persona que pueda enseñar estas cosas, pero lo cierto es que matricularme en ese curso lo cambió todo para mí. En aquella época ya tenía ocho novelas escritas. Sabía cómo sentarme al teclado y escribir historias, pero no cómo pulirlas, y no tenía ni idea de cómo sacarlas al mundo y terminar publicándolas.

Dave me enseñó todo eso.

Al cabo de un tiempo se retiró de la enseñanza y se marchó a trabajar en otros temas, y la universidad iba a cancelar el curso. Algunos profesores conocidos míos vinieron y me preguntaron: «Brandon, ¿estarías dispuesto a impartirlo tú?». Por esas fechas yo había vendido los derechos de una novela pero aún no estaba publicada, de modo que nadie podía considerarme un valor seguro. Me dijeron: «No queremos que el curso desaparezca. ¿Te encargarías de él?». Y así fue como, en el año 2004, pasé a ocuparme de este curso, que he impartido cada año hasta ahora.

Por suerte, desde entonces mi carrera ha despegado. Todo ha ido muy bien. Pero nunca he querido dejar este curso porque creo que, si puede señalarse el momento que más influyó en mi carrera como autor publicado, debió de ser cuando me apunté a este curso con el cambio de milenio, hace ya veinte años. Y desde entonces lo he considerado un recurso que debo asegurar que siga presente en mi vida.

De modo que procuro darle el mismo formato que a mí me hubiera ayudado como escritor novel al recibir las lecciones. Eso significa que nos centraremos en los engranajes de la escritura. Existen otras muchas clases de las que podéis obtener conocimientos sobre cómo enfocar el tema de vuestra obra y cosas por el estilo. Nosotros nos ocuparemos de la trama, la ambientación, los personajes y la parte empresarial. A la hora de impartir este curso, daré por sentado que queréis dedicaros profesionalmente a la escritura de la ciencia ficción y la fantasía en menos de diez años.

Quisiera dejar claro que vuestro objetivo no tiene por qué ser ese. En las disciplinas artísticas puede dar la sensación de que muchas veces ese enfoque es perjudicial. Uno dice a sus parientes y a sus amistades: «Estoy trabajando en un libro», y de inmediato los demás responden: «¿Van a publicarlo? ¿Cuánto cobrarás por él?». Es la primera pregunta que tiende a hacer la gente, a menos que te salgan con: «Pobrecito, no conseguirás un empleo en la vida».

De hecho, esto último me sucedió en una ocasión después de ser un autor publicado. Es una de esas cosas que piensas que algún día podrás hacer, contestar a ese lugar común. Y alguien me hizo la pregunta. Estaba en una fiesta y me dijeron: «¿A qué te dedicas?». Yo respondí: «Soy escritor». Añadieron: «Ah, conque estás sin trabajo». Y entonces dije: «La semana pasada llegué a la lista de los más vendidos del New York Times». Fue genial. A veces sí que pasa.

Pero no por ello debéis tener como objetivo dedicaros a la escritura de manera profesional. Podéis escribir porque es bueno para vosotros. Si yo preguntase a alguien de cuarenta y tantos años, más o menos mi edad, a qué se dedica, y esa persona me dijera: «Ah, me encanta jugar al baloncesto, juego todos los miércoles», yo no preguntaría de inmediato: «¿Y cuándo jugarás en la NBA?». No es algo que tenga grandes probabilidades de ocurrirle a la mayoría de las personas de cuarenta y tantos años que no estén jugando ya en la NBA. Pero sí pensaría: «Qué bien, me alegro por ti». Ser una persona activa, tener aficiones, salir a hacer deporte... son cosas buenas para cualquiera.

Sencillamente creo que es bueno escribir historias, que es positivo aprender a comunicarte mejor, a sacar los relatos de la cabeza y plasmarlos en la página de un modo que el lector encuentre interesante y le permita establecer una conexión emocional.

Así que, si estáis leyendo este libro por diversión, sois más que bienvenidos. Si nunca habéis escrito nada, también sois más que bienvenidos. Si ni siquiera os gustan la ciencia ficción y la fantasía, o queréis escribir ficción literaria, sois bienvenidos. Os animo a que utilicéis este curso del modo que más os ayude a lograr vuestros objetivos.

Pero en todo caso, voy a dar por sentado que queréis convertiros en alguien como yo dentro de diez años o menos. Que queréis ganaros la vida a tiempo completo escribiendo y tener mucho éxito como autores. Voy a suponer que ese es el caso. Porque así podré transmitiros toda la información que necesitáis y vosotros podréis escoger las partes que os interesen de cara a vuestros objetivos de escritura, sean cuales sean.

También quisiera decir algo a la gente que de verdad quiera ser Brandon Sanderson, o... una versión mejorada. No sé si vuestra vida ha sido como la mía. Seguro que os han dicho muchísimas veces: «Eso no puedes hacerlo». O también: «Bueno, a la gente no le pasan esas cosas». Yo crecí escuchando frases como esas de seres queridos y bienintencionados. Querían lo mejor para mí, y lo cierto es que decían cosas razonables. Mi madre, a la que adoro, es contable. Cuando le conté que quería ser escritor, me dijo: «Hum. Quizá podrías ser médico y luego escribir aparte. Todos los buenos médicos se pasan el día jugando al golf, así que, en vez de eso, tú podrías escribir historias». No fue un consejo espantoso. Pero sí que desalienta un poco que todo aquel a quien le dices que quieres trabajar haciendo esto responda: «Ah, estupendo, ¿qué tal se paga?». O bien: «Pobrecito».

De modo que quisiera transmitiros algo que yo aprendí siendo alumno de este curso. Quizá uno de los momentos más cruciales para mí fue cuando Dave se presentó aquí y dijo: «¿Sabéis qué? Soy escritor profesional. Fui alumno de la Brigham Young y asistí a este curso en el año 1985 o 1986. Y ahora soy escritor profesional a tiempo completo». El hecho de que Dave dijera eso me hizo pensar: «Vaya, así que es posible». La gente tiende a asumir que se trata de una posibilidad entre un millón, pero seguro que podríamos calcular cuánta gente hizo ese curso. Fueron menos de un millón de personas, y Dave lo consiguió.

Cuando Dave impartía este curso en el año 2000, éramos veinte personas en el aula. Cinco de nosotros nos hicimos profesionales de un modo u otro, algunos como editores. También hubo gente que escribió relatos cortos para publicaciones profesionales, aunque no llegaran a ganarse la vida del todo escribiendo. Pero yo estaba en esa clase. Dan Wells también estaba en esa clase. Peter Ahlstrom estaba en esa clase. Peter luego se hizo editor en Tokyopop y estuvo trabajando como profesional para ellos antes de que yo lo contratara. Kristy Kugler estuvo en esa clase, y ahora es editora autónoma profesional a tiempo completo. Así que conozco a dos editores y dos escritores que pasaron a dedicarse a tiempo completo a la escritura, y también a varios otros que lo hicieron a tiempo parcial, que es de donde sale esa quinta persona. Sabiendo eso, cabría pensar: «Vaya, cinco de veinte, eso es una posibilidad entre cuatro». Puede que nuestro grupo se saliera un poco de la norma, pero lo cierto es que las probabilidades siguen siendo mejores de lo que creíais.

El problema es que, si recibierais orientación sobre bioquímica y os dijeran: «Uno de cada cuatro de vosotros podrá conseguir empleo en este campo», lo más probable es que desconfiarais. Y más si añadieran, como debo hacer yo ahora basándome en mis anteriores alumnos, que en realidad la proporción se acerca más a uno de cada veinte. Uno de cada veinte alumnos míos, en los años en que he impartido este curso, se ha hecho profesional a tiempo completo. Pero claro, si os presentarais en la facultad de Derecho y os dijeran: «Bueno, solo uno de cada veinte de vosotros podrá acabar trabajando como abogado», lo más seguro es que pensarais: «¡Mejor no me matriculo!». Lo que quiero decir es que tenéis las probabilidades en contra, pero no son de una entre un millón.

Y luego está la gente que estudió el curso y no terminó haciéndose profesional. Por ejemplo, hay una alumna en mi grupo de escritura que no llegó a dedicarse a esto a tiempo completo. Escribe obras de calidad profesional, es una escritora fantástica. Pero le gusta escribir un libro cada tres o cuatro años y no tiene tanta necesidad de publicarlos como de contar sus historias sin más, porque le gusta hacerlo. Son unas historias fantásticas. Estoy convencido de que algún día venderá los derechos de alguna, y no tardará demasiado. Eso no puede considerarse un fracaso, deberíais predisponeros a aceptarlo.

Hubo un momento en mi carrera, después de ser alumno de este curso pero antes de vender los derechos de mi primera novela, en que tuve una especie de momento revelador. Me pregunté: «¿Qué estoy haciendo?». Por aquel entonces había escrito doce novelas, pero no había vendido ninguna. Las enviaba a las editoriales y me llegaban dos tipos de respuestas. La primera era: «Caray, qué largo es esto». La segunda decía: «¿No puedes escribir un poco más como George R. R. Martin?». Era el autor que por entonces vendía libros como churros, y escribía novelas extensas, así que tampoco sé muy bien por qué me daban la primera respuesta. Creo que en realidad a quien estaban buscando era a Joe Abercrombie. Pensaban: «¿Dónde está Abercrombie? Sabemos que anda por ahí, en algún sitio. Queremos publicarlo a él». Les interesaba un material más breve y acelerado, pero con el estilo de George R. R. Martin. El caso es que, por un motivo u otro, no hacían más que rechazarme. No estaba avanzando en absoluto.

Así que pensé: «Tal vez tiene razón toda la gente que se preocupa por mí». Mi padre me llamaba y decía: «Hijo, tienes a tu madre angustiada». De modo que me vi obligado a preguntarme qué era el éxito para mí, qué estaba dispuesto a aceptar. Tuve que plantearme la pregunta de si me parecería bien morir con más de cien años, siendo optimista, y teniendo ciento cincuenta manuscritos inéditos. ¿Pretendía seguir escribiendo, aunque supiera que jamás publicaría un solo libro? Y me di cuenta de que quería seguir. Quizá no al mismo ritmo que hasta entonces. Para empezar, tendría que buscar un trabajo de verdad: no podía ser estudiante de posgrado para siempre. Pero sí que pretendía seguir escribiendo. Iba a seguir contando mis historias. Fue entonces cuando decidí que continuaría haciendo esto, aunque nunca llegara a vender nada ni a poder ganarme la vida con la escritura. Y eso me quitó un peso enorme de encima.

Por supuesto que es importante intentar publicar, y os explicaré cómo hacerlo, pero deberíais centraros en el hecho de que queréis contar vuestras historias, de que hacerlo es bueno para vosotros, de que es algo que más o menos no tenéis otro remedio que hacer. No lo estoy planteando de un modo místico. En muchas clases de escritura os dirán que sabréis si tenéis que ser escritores. A mí ese enfoque me parece horrible. Porque opino que el mero acto de escribir ya es bueno para cualquiera. Y no creo que haya personas predestinadas a la escritura y personas que no lo están. Sí creo que la suerte es un factor muy importante para poder dedicaros a esto a tiempo completo. Pero es posible separar el «Tengo que hacerme profesional y ganarme la vida escribiendo» del «Me gusta contar historias». Y cualquiera puede tomar esta última decisión.

Si queréis contar historias, hacedlo. No hagáis caso a quienes dicen: «Tienes que ser de los pocos elegidos». Contad vuestras historias. Contadlas del modo en que queráis contarlas.

Pero debo advertiros que es posible que no lo logréis, que paséis los próximos veinte años escribiendo libros y no vendáis ninguno. Es más probable que suceda eso a que os convirtáis en alguien como yo. Sin embargo, no conozco a nadie que se arrepienta de haber escrito libros durante diez o más años. Todos se alegran de haber seguido escribiendo sus historias. ¿Lamentan no haberlas publicado? Por supuesto que sí. «Claro que querría vender un millón de ejemplares como tú, Brandon. Pero me gusta. Disfruto escribiendo estas historias. Y a lo mejor algún día lo conseguiré».

Podéis aspirar a ese nivel más bajo de éxito aceptable. Habréis escrito vuestras historias y habréis mejorado en el oficio. Sentiréis orgullo por lo que habéis escrito, y quizá todavía podréis dar el salto en algún momento. No lo olvidéis. Esta es la primera parte de mi introducción al Curso de escritura creativa.

Sobre enseñar a escribir

La segunda parte de la introducción aborda la siguiente pregunta: ¿De verdad es posible enseñar a la gente cómo escribir? Es una pregunta que no tengo más remedio que hacerme a menudo cuando repaso mi vida, mi carrera, las clases que recibí. ¿Cuál es el papel de un profesor? Quizá lo más útil que podría hacer es deciros: «Mirad, tenéis que entrenaros a vosotros mismos como escritores. Tenéis que echarle diez años y escribir varios libros. Debéis esforzaros y ser constantes escribiendo. El noventa por ciento de lo que debéis hacer es eso». Ese pequeño discurso bien podría cubrir el curso completo. La respuesta a casi cualquier duda que podáis tener se reducirá a probar unas cuantas cosas, practicar un poco más, ver si mejoráis y, en caso de que no, probar de otra forma. La mayoría de mis consejos para escritores consisten en eso.

Lo cierto es que los escritores siempre estamos dando consejos contradictorios. Si leéis algún manual de escritura de un autor famoso, como Mientras escribo de Stephen King, que es un libro estupendo sobre el oficio, veréis que habla de qué pasos dar para convertirse en escritor. Y quizá penséis que lo mejor es hacerle caso. Pero luego leeréis otro libro de otro autor, y ese libro os dirá que debéis hacerlo de una manera completamente distinta.

A menudo utilizo esos manuales como ejemplo para diferenciar entre la escritura de descubrimiento y la escritura con esquema. Los autores tendemos a caer en dos bandos generales, aunque en realidad es más bien un espectro, y todo el mundo acaba en algún punto intermedio. Uno de esos dos bandos es el de quienes George R. R. Martin llama «jardineros», los escritores de descubrimiento. Me encanta la palabra «jardineros» para describirlos. Un jardinero empieza su historia con una premisa interesante, o con unos pocos personajes cautivadores, y la desarrolla a medida que va escribiendo, más o menos dejándose arrastrar hacia donde los lleva el viento. George R. R. Martin es un ejemplo conocidísimo de jardinero, pero lo más probable es que Stephen King sea el jardinero más famoso en activo. Los jardineros no utilizan un esquema previo. Para muchos jardineros, tener un esquema y haber trabajado mucho en ese esquema hace que su cerebro tenga la impresión de que la historia ya está escrita. Pierden todo el entusiasmo por desarrollarla, se aburren apenas han empezado.

En el otro bando están los «arquitectos», que es otra definición de Martin que también me encanta. Un arquitecto es alguien que escribe mucho mejor si cuenta con una estructura en la que apoyar su historia. Los arquitectos tienden a escribir mejor así porque pueden esbozar gran parte de la historia desde el principio, y luego, cuando están trabajando en un capítulo concreto, no se preocupan de nada más porque el resto ya lo tienen claro en su mente. Pueden centrarse en ese capítulo y darle la forma que quieren. El secreto es que incluso los arquitectos realizan escritura de descubrimiento. Lo que ocurre es que lo hacen a pasos más cortos. Un arquitecto salta de un punto de guía al siguiente, en vez de hacia lo desconocido. Pero los arquitectos tienden a odiar las revisiones y a funcionar mucho mejor con un esquema estructurado.

Esos dos tipos de escritura son opuestos si se llevan al extremo. Su existencia no implica que uno no pueda escribir un híbrido entre ambos. Pero las personas que creen que un esquema echa a perder el proceso y aniquila su capacidad de seguir escribiendo no pueden seguir el consejo (que han leído mil veces) de los autores que defienden la idea de trazar antes un esquema. ¿Qué hacen, entonces?

Tendréis que aprender a no hacerme caso, como representante que soy de toda esa gente que os da consejos sobre cómo debéis escribir. Tendréis que comprender que en realidad la escritura es un acto individual y que no hay una manera correcta de escribir un libro. Pueden existir muchas maneras equivocadas para vosotros, igual que muchas maneras adecuadas. Eso forma parte de la diversión de escribir. De hecho, la mayoría de los autores emplean combinaciones distintas entre tácticas de escritura de descubrimiento y escritura con esquema, según el libro en que estén trabajando en cada momento. Y también tienden a evolucionar y cambiar a medida que comprenden mejor su propio proceso y avanzan en su carrera.

En el fondo, no existe ninguna dicotomía entre el escritor de esquema y el escritor de descubrimiento, pero lo usaremos como modelo para estudiar el funcionamiento de muchos escritores y para entresacar cosas que podrían ayudaros. Debéis ser conscientes de que, siempre que alguien os dé consejos sobre escritura, en realidad está diciendo: «Esto es lo que me funciona a mí. La experiencia me dice que así es como escribo las historias que me gustan». Tenéis que estar dispuestos a pensar: «Muy bien, tal vez lo pruebe, le daré una oportunidad y veremos qué pasa», y a considerarlo como un utensilio en vuestra caja de herramientas, que quizá os ayude a escribir mejor. Si el consejo no funciona, también tenéis que estar dispuestos a desecharlo. O quizá no del todo, sino a guardarlo en esa caja de herramientas y tenerlo preparado por si os hace falta cuando cambiéis a lo largo de vuestra carrera. En todo caso, debéis estar dispuestos a comprender que estos modelos de escritura son solo recursos que se nos ocurren para intentar explicar lo que hacemos y ayudarnos con los problemas.

Hay otra cosa que quisiera que comprendierais. Muchos de los temas que trato en este curso son cuestiones que los escritores profesionales empezamos a hacer por instinto, sin seguir unos algoritmos al pie de la letra. Permitidme explicarlo mediante una metáfora con el juego de cartas coleccionables Magic: El encuentro.

Una vez oí a un jugador profesional de Magic, que es mi obsesión friki, hablando sobre cómo mejoró en el juego. Decía que cuando empezó a jugar, debía concentrarse en muchísimos detalles complejos sobre algunos aspectos del juego para evitar cometer errores. Pero cuanto más jugaba, más se daba cuenta de que, a base de estudiar esos detalles, había conseguido hacerlos instintivos, y que así había liberado espacio mental para pensar en un nivel más elevado y a centrarse en las distintas tácticas a la hora de jugar. Lo que ocurrió en realidad es que, a medida que iba jugando a Magic como profesional, cada vez hacía más cosas por puro instinto y tenía más capacidad cerebral para concentrarse en los diversos aspectos del juego.

Creo que esto se cumple también para la escritura. Me da la sensación de que cuanto más escribo, más puedo hacer por instinto las cosas sencillas, como limitar la voz pasiva al redactar un borrador. Me veo más capaz, también por instinto, de fijarme en si el ritmo de un capítulo es demasiado lento. Tendré que acelerarlo, ya sea cortando un poco de aquí, o haciendo que lo que llega fluya más rápido, o metiendo algo por el centro que dé al lector una sensación de progreso. Empiezas a hacer esas cosas por instinto, y así puedes pensar en otros aspectos más envolventes y en otros distintos que mejorarán tu escritura.

Lo que os ocurrirá al escribir es que, con la práctica, iréis metiendo más cosas en el bolsillo del instinto. ¿En la memoria a largo plazo en lugar de en la RAM? No lo sé. ¿Las meteréis en la BIOS? No sabría deciros; no entiendo mucho de ordenadores. Pero sé que seréis capaces de concentraros en vertientes distintas al poneros a escribir, y habrá cosas que os vendrán por instinto. Por eso lo mejor que podéis hacer para mejorar en la escritura es adoptar la buena costumbre de escribir con regularidad.

Pero añadamos ahí una acotación, un asterisco, porque ¿qué significa escribir con regularidad? Será algo distinto para casi cualquier persona. Para algunos autores, escribir con regularidad significa trabajar en el esquema de su obra todos los días durante ocho meses, y luego escribir del tirón durante doce horas al día durante cuatro meses hasta terminar el libro. Conozco a gente que trabaja así, que pasa por ese ciclo todos los años sin excepción: escriben su libro en cuatro meses, después de haber dedicado ocho a jugar con un guion previo.

También conozco a gente que se parece más a mí, que escribe dos o tres mil palabras a diario. Yo lo hago en sesiones de cuatro horas todos los días, con mucha regularidad. Construyo el castillo ladrillo a ladrillo. Sigo adelante sin parar. Ese es mi método.

Pero para la gente que tiene un trabajo con horario, funcionar así es un lujo inalcanzable. No pueden hacerlo. Dedican el descanso de las comidas a bosquejar lo que escribirán ese día, y luego llegan a casa y después de acostar a los niños tienen una hora para trabajar en su historia. Hay personas que no pueden hacer ni eso. Solo pueden aspirar a cuatro horas por semana, los sábados.

Será distinto para cada uno de vosotros. Pero el objetivo es la constancia. Los autores escriben un promedio de entre trescientas y setecientas palabras por hora cuando redactan prosa nueva. Si os quedáis un poco cortos o bien os pasáis un poco, no hay problema. Cada cual es diferente. Pero el término medio está alrededor de las quinientas palabras por hora de trabajo. Por supuesto, la cifra puede dispararse si lleváis una semana pensando en cómo será esa escena tan increíble que vais a escribir, y entonces podéis llegar a las mil quinientas o dos mil palabras en esa hora concreta. Ha habido épocas de mi vida en las que he tenido que ponerme a ese nivel. Pero insisto en que, el promedio son unas quinientas palabras por hora.

Eso significa que, si lográis sacar cuatro horas por semana, escribiréis unas dos mil palabras. La media de una novela está en torno a las cien mil palabras, o algo menos. Pero en todo caso, en un año tendréis un libro escrito, aunque solo podáis encontrar cuatro horas por semana, una sesión de sábado. Y aunque no podáis dedicarle cuatro horas por semana sino solo dos, podéis tener una novela escrita en dos años. Dos años es un ritmo perfectamente aceptable. La mayoría de las veces, a la hora de escribir, la regularidad vence a los atracones.

Pero aquí viene otro asterisco. Si sois escritores de atracón, deberíais aprender a trabajar con eso. Quizá os interese probar otra forma por si os resulta más fácil, pero, si no es el caso, aceptad que así es como escribís y buscad la manera de adaptar el horario a eso. A los profesores suele funcionarles bien así, porque la escritura es de esos trabajos que se vuelven muy difíciles cuando uno tiene otro empleo que le requiere una gran cantidad de espacio mental.

Mucha gente pregunta cuáles son los trabajos perfectos a los que dedicarse mientras esperan a ser escritores profesionales. Yo siempre les digo que no sé cuál es el trabajo perfecto para cada persona, pero sí puedo nombrar un par que probablemente no les interesen. Uno es el de programador informático. Hace veintitantos años, hice un curso de programación en la universidad y fue de lo más instructivo, en el sentido de que era la única clase para la que hacía los deberes y luego, cuando me sentaba a escribir, resultaba que no podía porque había empleado muchísimo tiempo y energía en escribir código y me daba la impresión de que venía a ser lo mismo.

Las circunstancias pueden variar mucho según cada persona. Quizá alguien diga: «Yo creo que mejoro como escritor gracias a que pico código». Pero a mí picar código me dejaba agotado cuando quería escribir historias. Mucha gente también menciona el oficio de profesor, pero es de esos trabajos que no se quedan atrás cuando sales del centro educativo, que están siempre presentes: no dejas de pensar en el alumnado, en los trabajos que hay que corregir. Eso puede dificultar mucho la escritura.

Un trabajo que tiende a ser excelente es poner ladrillos. Nadie te lo cuenta en la universidad. Os dirán: «Sí, sácate un grado en Filología y trabaja en algo relacionado», cuando en realidad hacerte peón de obra suele ser un oficio estupendo para un escritor, porque puedes ponerte auriculares, escuchar música y repasar la trama de lo que vas a escribir ese día, para luego llegar a casa relajado, sentarte y escribirlo. En realidad, cualquier trabajo no especializado puede ser estupendo para un escritor, por ese mismo motivo. Puede parecer estrambótico porque es justo lo contrario de lo que uno imaginaría.

La mayoría no tenemos la oportunidad de hacernos peones de obra. Pero, en un entorno universitario, debemos licenciarnos en algo que luego nos llevará a algún tipo de carrera relacionada con esos estudios. Casi todos los licenciados en Filología terminan escribiendo para empresas tecnológicas, o trabajando en la corrección de textos, pero también en temas que no están relacionados con el lenguaje, porque es una de esas carreras que acaba siendo bastante genérica. Yo tengo muchos amigos que redactan textos para empresas tecnológicas, y aun así pudieron escribir sus propias historias. Así que estudiar filología tampoco os perjudicará.

En mi caso, trabajé haciendo el turno de noche en un hotel. Escribía desde las once de la noche hasta las cinco de la madrugada todos los días, y así es como pude terminar mis libros mientras iba a la universidad y trabajaba. En eso fui todo un privilegiado, aunque nadie diría que un trabajo por el salario mínimo sea un privilegio. Pero ese empleo por el que cobraba el salario mínimo me evitaba preocuparme por las finanzas, así que me consideraba muy afortunado por estar en una situación en la que podía trabajar por seis dólares la hora. Con eso me bastaba para cubrir los gastos, y además podía escribir en el trabajo. Reconozco que la mayoría de la gente no puede hacerlo: no puede renunciar a tener una vida social, cambiar el patrón de sueño y trabajar por el salario mínimo para convertirse en escritor. A mí me funcionó. Pero quizá os interese más dejaros aconsejar por mí que imitar mis decisiones vitales.

Lo que pretendo ilustrar es que tendréis que averiguar qué os funciona. Pero si podéis mantener una regularidad, entonces podéis hacer de la escritura una actividad profesional, aunque no pretendáis dedicaros a ella a tiempo completo o no lleguéis a vivir de ella.

La escritura y la vida real

Hablemos un poco sobre ser escritor y tener una vida real, porque creo que tener una vida real es importante. Se supone que vamos a escribir sobre la vida de la gente, a contar historias acerca de sus experiencias. Pero si no tenemos una vida propia, será mucho más difícil hacerlo. Os cuento esto porque hace veinte años, en el primer día de este curso, Dave explicó algo que he recordado desde entonces. Nos dijo: «Muchos amigos me dicen que un escritor no debería casarse, que no debería tener familia, que tenerla lo distrae de su vocación por la escritura». A mí no me lo han dicho demasiado, quizá porque me muevo en círculos distintos, pero sí me han contado que ocurre. Dave nos dijo: «Yo descubrí que tener familia me ha dado mucho más material sobre el que escribir que si no la tuviera».

Uno de los mayores puntos de conflicto que he encontrado en las relaciones de mis amistades del gremio, y que suele llegar de forma bastante inesperada, es que cuanto más te dejas absorber por la escritura, más excluidas se sienten las personas de tu vida de algo que para ti es apasionante, casi obsesivo. Es un problema real, sobre todo teniendo en cuenta que os estoy animando a intentar dedicar un par de horas al día a escribir. Lo ideal, si queréis dedicaros a esto profesionalmente dentro de diez años, es arrancar fuerte escribiendo dos horas al día durante esos diez años. Puede ser difícil encontrar esas dos horas diarias, sobre todo si tenéis un mínimo de vida social. No todo el mundo puede hacer como yo, trabajar de noche sin relacionarse con nadie.

Permitidme contároslo desde el punto de vista de mi esposa. Emily y yo nos casamos en 2006, así que no tuvo que sufrir todo el tiempo que estuve trabajando en el turno de noche. Pero la persona a quien conoció tampoco era Brandon la superestrella. Era Brandon, el aspirante a escritor novel. Ella enseñaba lengua y yo era un escritor que a veces daba clases en la universidad. Así que encajábamos muy bien y teníamos muchos intereses comunes. Nos llevamos de maravilla.

Pero aún recuerdo una noche en que salimos a cenar con Brandon Mull y Shannon Hale. Estuvimos charlando y fue una cena estupenda; conecté muy bien con ellos. Fue una de las primeras veces que quedábamos, antes de intimar más con Mull, y me gustó conocer a esa persona también llamada Brandon cuyos libros la gente me pedía que firmara, al confundirme con él.

Durante la cena con Mull y Shannon, charlamos y lo pasamos bien. Compartimos ideas sobre la escritura, y después de la cena le dije a Emily: «¿Verdad que ha sido la mejor cena de la historia?». Ella respondió: «No me has mirado ni una sola vez. Estaba allí sentada sintiéndome invisible». Tal cual. Pensaréis: «Ay, ay, ay». Fue al principio de nuestro matrimonio. Ahora soy mucho mejor marido.

Pero he descubierto que eso suele ocurrir porque los escritores nos sumergimos en nuestros mundos y nos dedicamos a algo que nos apasiona. Porque escribir es fascinante. No quiero ponerme demasiado místico, pero tienes una página en blanco y creas algo a partir de ella. Plasmas lo que tienes en el cerebro, y luego lo lee otra persona e imagina algo bastante parecido a ello. Puedes escribir cosas y luego gente de todo el mundo con trasfondos muy diferentes imagina eso que has escrito, y así estableces una conexión con alguien que es absolutamente distinto a ti y a quien no conoces. Me encanta la escritura. Es un acto de creación pura, en el que coges la nada y la moldeas. Pero puedes sumergirte tanto en ella que la gente de tu vida se sienta excluida.

Así que os advertiré algo desde el principio del curso. Como escritor, os animo a que escribáis mucho. Pero también os sugiero que aprendáis a equilibrar la vida, porque es muy fácil quemarte como autor y dejarte consumir tanto por el oficio que destruya otras facetas de tu vida. Lo que yo hice para evitarlo —y de nuevo, esto es solo otra posible herramienta— fue comprender que cuando estaba con mi familia, debía estar con ella.

Para mí fue una transición difícil, porque me casé con más de treinta años. Pasé mucho tiempo entrenándome para ser escritor, y pronto aprendes, sobre todo si estudias y tienes un empleo a tiempo completo, a buscar esos momentos en los que nadie te pide que hagas nada y aprovecharlos para trabajar en tus historias. Te acostumbras a llevar un cuaderno. Llevas el teléfono. Los escritores no nos aburrimos, lo cual está muy bien. La gente te dice: «Vaya, estabas aquí solo esperándome, y yo voy y llego media hora tarde, lo siento muchísimo». Y tú piensas: «Ha sido la única media hora de todo el día en la que no me ha incordiado nadie. He adelantado un montón de trabajo, aunque haya sido todo aquí arriba, en la cabeza».

También empecé a aprovechar el tiempo de conducción. Va muy bien para esto. Moverte mientras piensas tiene algo que hace que se te ocurran ideas. Por eso Kevin J. Anderson, por ejemplo, dicta todos sus libros mientras hace senderismo. Usa un programa de dictado y así puede moverse mientras escribe. Conozco a más gente que lo ha intentado, y les funciona. A mí nunca me ha encajado, porque no pienso de palabra igual que sobre la página. Pero creo que podría entrenarme a mí mismo para hacerlo si de verdad quisiera.

Resumiendo, uno aprende a aprovechar cualquier momento. Así que un día, mientras conducía hacia algún sitio, mi esposa me dijo: «Sé cuándo estás pensando en una historia, porque si te digo algo saltas y me miras como diciendo: “Pero ¿qué haces? Con lo bien que estaba yo en Roshar. Ahora estoy en un monovolumen y no encuentro a mi spren”».

Y empecé a darme cuenta de que aquello podía apoderarse de todo. De que si establecía límites para contener la imaginación y estar con mi familia cuando debía estar con ella, mi vida mejoraría. Así que me prohibí a mí mismo trabajar en mis libros entre las cinco y media de la tarde y las nueve de la noche. Da igual si tengo tiempo libre. Da igual si mi familia no está en casa o lo que sea. Tengo esa barrera bajada y a mi vida le ha sentado estupendamente.

Porque también es bueno salir al mundo real. La gente nos acusa de vivir en mundos de fantasía. No lo comprenden. No es que perdamos la pista al mundo real. No es que tengamos una especie de esquizofrenia que nos impida distinguir entre las alucinaciones y la realidad. Lo nuestro no es eso. La gente no deja de decirlo, y me molesta porque no es cierto. Estoy construyendo algo, creando algo. Es una tarea muy absorbente, y también muy gratificante. Pero no por ello olvido el mundo en el que vivo, aunque, si alguien me interrumpe, ponga cara de enfadado porque en realidad me molesta un poco que me saquen de la conexión genial que estaba haciendo entre dos partes distintas de mi historia. Esa barrera que establezco me permite salir, llevar mi vida como debo, interactuando con otras personas, y luego me noto muy despejado cuando me pongo a escribir de nuevo.

Ese es el motivo de que haga dos sesiones. En parte es porque no me gusta madrugar, que para algo soy escritor. No me dedico a esto para tener que levantarme a las ocho de la mañana. Me levanto a mediodía. Cuando sale el tema, la gente suele comentar: «Ah, eso lo aprendiste cuando hacías el turno de noche», como si todos esos años trabajando a deshoras me hubieran cambiado y ahora tuviera que soportar la vida con el horario cambiado. En absoluto. Ya era así antes de trabajar de noche. Siempre me ha gustado estar despierto a esas horas, cuando la gente me deja tranquilo.

Así que hacer dos sesiones —una entre la una y las cinco de la tarde y luego otra entre las diez de la noche y las dos de la madrugada— me va muy bien para escribir porque tengo ese tiempo en medio que me refresca y me relaja. Me permite hacer otras cosas. Y luego, cuando vuelvo a sentarme para escribir, estoy entusiasmado por empezar otra sesión de cuatro horas. Recomiendo averiguar, y al menos comprender, en qué puede afectar algo así a las personas que os rodean, y también dar pasos, que no tienen por qué ser los que di yo, para aseguraros de que no os consume hasta el punto de incapacitaros para mantener unas buenas relaciones.

Aquí os dejo algunos consejos que podéis dar a vuestra pareja o a la persona con quien conviváis, para ayudar a que os comprenda. Porque algo que la gente no suele ver sobre la mayoría de los escritores —de nuevo, cada escritor es distinto y también cada persona— es que necesitamos un poco de tiempo para entrar en el proceso. No sé si será vuestro caso, pero cuando yo me siento ante el teclado, si me cronometrara, en la primera hora no escribo quinientas palabras, sino más bien doscientas. Luego en la tercera hora puedo redactar unas mil palabras, y en la cuarta, cuando empiezo a cansarme, vuelvo al promedio de quinientas, igual que en la segunda hora.

Así que cuando alguien me interrumpe durante quince minutos cuando ya llevo tres cuartos de hora y estoy cogiendo el ritmo, lo que consigue es devolverme al principio de la primera hora, la de las doscientas palabras. Lo que mi esposa no entendía —lo que ni siquiera yo mismo entendía en ese momento— es que una interrupción de entre cinco y quince minutos puede suponerme en realidad un retraso de tres cuartos de hora para llegar al punto en que de verdad estoy escribiendo bien. Es importantísimo comprender esto, si es vuestro caso, y llegar a predecir cuál es vuestro bloque de tiempo más productivo.

Quizá podáis lograr que vuestras amistades y vuestra familia sean los guardianes de ese tiempo, llegar a un acuerdo: «Impide que la gente me interrumpa durante estas dos horas y cuando termine estaré con vosotros, mucho más relajado por haber cumplido mi objetivo de escritura». Mi esposa se ha acostumbrado a ello. Sabe que, si termino de escribir, todo va bien. Pero si no cumplo con el objetivo durante unos días seguidos, empiezo a ponerme muy ansioso. Así que le dice a la gente: «Brandon lleva un par de días sin poder escribir. Dejadle espacio».

Ofrecer a Emily esa clase de implicación con la escritura, acogerla en la fase de lanzar ideas de un lado a otro, comentarle detalles sobre alguna conexión que me ha gustado especialmente, ha ayudado mucho en nuestra relación, y también a mi carrera en varios aspectos. A Emily se le da muy bien proteger mi tiempo, asegurarse de que nadie me interrumpa. La contrapartida no es solo que los libros superventas son estupendos para un matrimonio, en el sentido de que relaj

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