Rasgos del nuevo radicalismo de derecha

Theodor W. Adorno

Fragmento

libro-2

RASGOS DEL NUEVO RADICALISMO DE DERECHA

Sí, señoras y señores, voy a intentar no ya ofrecerles una teoría del radicalismo de derecha con pretensiones de exhaustividad, sino poner de relieve, por medio de comentarios sueltos, algunas cosas que quizá no todos ustedes tengan presentes. No es mi deseo, por otra parte, restar validez con ello a otras interpretaciones teóricas, sino simplemente complementar un poco lo que más o menos se piensa y se sabe de estas cosas.

En 1959 di una conferencia titulada «¿Qué significa “Revaluación del pasado”?», en la que desarrollé la tesis de que el radicalismo de derecha o, mejor dicho, el potencial de semejante radicalismo, que por entonces todavía no era visible en realidad, se explica por el hecho de que en todo momento siguen vivas las condiciones sociales que determinan el fascismo. Me gustaría, pues, partir del hecho, señoras y señores, de que las condiciones que determinan los movimientos fascistas, a pesar del fracaso de estos, siguen vivas en todo momento en la sociedad, aunque no directamente en la política. En ese sentido, pienso ante todo en la tendencia a la concentración del capital dominante tanto entonces como ahora, tendencia de la que no cabe duda alguna, por mucho que se la pueda hacer desaparecer del mundo por medio de todas las artes estadísticas imaginables. Esa tendencia a la concentración significa, por otra parte, la posibilidad de desclasamiento, de degradación, de unas capas sociales que, según su conciencia subjetiva de clase, eran totalmente burguesas y deseaban mantener sus privilegios y su estatus social, e incluso reforzarlo en la medida de lo posible. Esos grupos tienden en todo momento a abrigar odio contra el socialismo o lo que ellos llaman socialismo, es decir, no echan la culpa de su potencial desclasamiento a todo el aparato que lo provoca, sino a aquellos que adoptaron una posición crítica frente al sistema en el que en otro tiempo los miembros de tales grupos poseían un determinado estatus, en todo caso según las concepciones tradicionales. Si continúan haciéndolo en la actualidad o si hoy sigue siendo esa su práctica ya es otra cuestión.

Pues bien, el paso al socialismo o, dicho en términos más humildes, a las organizaciones socialistas exclusivamente, ha sido desde siempre para esos grupos muy difícil y en la actualidad es mucho más difícil de lo que lo era antes, al menos en Alemania (y mis experiencias se remiten, por supuesto, a Alemania en particular). Sobre todo porque la SPD(1) se identifica con un keynesianismo, con un liberalismo keynesiano, que, si bien por un lado evita las posibilidades de un cambio de la estructura social que se situaba en la teoría marxista clásica, por otro, refuerza la amenaza del empobrecimiento, en todo caso en último término, de las capas sociales de las que he hablado. Recuerdo el simple hecho de la inflación paulatina, pero perfectamente perceptible, que es precisamente una de las consecuencias del expansionismo keynesiano, y me acuerdo también de una tesis que desarrollé a su vez en ese trabajo de hace ocho años y que entretanto ha empezado a hacerse realidad, a saber, que a pesar del pleno empleo y a pesar de todos los síntomas de prosperidad, el espectro del desempleo tecnológico anda suelto por el mundo en tal medida que, en la era de la automatización —que en la Europa central todavía va con retraso, pero que, sin duda, recuperará el tiempo perdido—, las personas que participan en el proceso de producción se sienten ya potencialmente de más —puede que haya expresado la situación en términos muy exagerados—, se sienten ya en realidad potencialmente desempleados. A ello se suma por supuesto el miedo a los países del Este, tanto por su bajo nivel de vida como por la falta de libertad que de forma directa y muy real sufren las personas o incluso toda la masa de la población, y se añade también —en cualquier caso, desde hace poco tiempo— la sensación de la amenaza política proveniente del exterior.

Hay que pensar ahora en la curiosa situación reinante teniendo en cuenta el problema del nacionalismo en la era de los grandes bloques de poder. Pues resulta que dentro de esos bloques sigue vivo el nacionalismo como órgano de la representación de intereses colectivos en el seno de los grandes grupos en cuestión. No cabe duda, desde luego, de que existe entre la gente un temor sociopsicológico, pero también real y muy extendido, a verse metida en esos bloques y de paso a verse gravemente perjudicada por lo que respecta a su existencia material. Así, por lo que se refiere al potencial del radicalismo de derecha en el sector agrario, el miedo a la Comunidad Económica Europea y a las consecuencias que ella entraña para el mercado agrícola es sin duda en este país extraordinariamente fuerte.

Sin embargo, al mismo tiempo —y con ello abordo su carácter antagónico—, el nuevo nacionalismo o radicalismo de derecha tiene algo de ficticio frente a la actual alineación del mundo en ese par de enormes bloques en los que las distintas naciones y los diferentes estados aislados desempeñan en realidad un papel únicamente subordinado. A decir verdad, ya nadie se lo cree. La libertad de movimientos de una nación aislada se halla extraordinariamente limitada debido a su integración en los grandes bloques de poder. Sin embargo, no deberíamos extraer de ello la ingenua conclusión de que, debido a esa obsolescencia, el nacionalismo ya no desempeña un papel decisivo, sino todo lo contrario; a menudo sucede que las convicciones y las ideologías adoptan su carácter demoniaco, su carácter verdaderamente destructivo, justo cuando de hecho ya no son fundamentales debido a la situación objetiva existente. Al fin y al cabo, los procesos por brujería no ocurrieron en la época del tomismo clásico, sino en la de la Contrarreforma, y puede que algo parecido suceda hoy con el nacionalismo «de pathos», si se me permite llamarlo así. Y, dicho sea de paso, en tiempos de Hitler se dio ya ese elemento de nacionalismo incipiente, de nacionalismo que no se cree del todo a sí mismo. Y ya entonces pudo observarse esa vacilación, esa ambivalencia entre el nacionalismo pasado de rosca y su cuestionamiento, un cuestionamiento que a su vez es preciso disimular luego para convencerse a uno mismo y a los demás de su validez.

Pues bien, de esas tesis, por lo demás muy simples, me gustaría extraer de momento unas cuantas conclusiones. Creo, y es algo que se explica por lo que ya les he dicho —a saber, que en el fondo se trata de un miedo a las consecuencias de los desarrollos de la sociedad en general, algo que ha sido observado por los institutos de estudios de opinión de todo el mundo y que se ha visto confirmado incluso por nuestro propio trabajo—, repito, creo que los partidarios del antiguo y del nuevo fascismo se hallan repartidos hoy de forma transversal entre toda la población. Creo que la suposición, por lo demás muy generalizada, de que todo esto no son más que movimientos específicamente pequeñoburgueses —como nos ha demostrado de un tiempo a esta parte el poujadismo francés—, si bien es acertada por lo que se refiere al carácter social, si se me permite llamarlo así, de dichos movimientos, es, sin embargo, una teoría del todo errada si se tiene en cuenta su distribución, aunque sin duda existan entre sus seguidores ciertos grupos pequeñoburgueses, en particular tenderos que se han visto amenazados debido a la concentración del comercio a

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