Loca aventura hacia sus labios

Lisa Suñé

Fragmento

Del café a la locura

Del café a la locura

Llevaba en paro seis meses cuando recibí la llamada de mi amiga Coral, la misma que no solía estar disponible cuando tenía proyectos entre manos. Era modista y se encargaba del vestuario de películas a nivel nacional. Así que debía de tratarse de algo importante.

—Dime que sigues en paro —me soltó nada más descolgar el teléfono.

—Sí.

—¡Perfecto! —Yo no opinaba lo mismo—. Tengo un trabajo para ti.

—Te escucho.

—En el set necesitan a un asistente que domine el inglés y como conozco a un pez gordo le he comentado que tenía a la candidata perfecta.

—¡Genial!

—Tina, ven volando a las oficinas. Te envío la ubicación por WhatsApp. Claro está que no puedes compartirla con nadie, es confidencial.

—Vale.

—Vas a flipar cuando veas a los actores de la película. Es una superproducción y... ¡Tú ven y ya verás!

Estaba eufórica. No era capaz de dar dos pasos hacia el baño, estaba bloqueada. El zumbido del wasap de Coral me ayudó a salir del estado de shock en el que me encontraba.

Me metí en la ducha y me aseé lo más rápido que pude; no tenía tiempo que perder.

Cogí del armario un top negro de encaje, una camisa blanca de gasa con topitos negros y mis vaqueros preferidos: unos boyfriend rasgados en las rodillas y doblados a la altura de los tobillos. Eché mano de mis Vans de piel marrones y me recogí parte del pelo, aún mojado, hacia atrás.

Metí las llaves de casa en el bolso y con la otra mano agarré el casco. Decidí llevar también el otro por si Coral quería que la acercara a su casa después. Subida ya en la Vespa, consulté la situación de las oficinas: en la mismísima Diagonal.

Tardé veinte minutos en llegar. Una vez allí, di mi nombre en recepción y tuve que esperar casi diez minutos a que alguien viniera a buscarme: era el jefazo de los asistentes de actores, por lo que pude leer en el cartelito que colgaba de su cuello.

Se presentó y, por su acento, supe que era americano. Apenas me dejó tiempo para explicarle mi currículum, bastante si se quedó con mi nombre. No dejaba de hablar, ni cuando entramos en el ascensor.

—Necesitamos tu ayuda. Acabamos de tener una baja repentina y debemos cubrirla; no damos abasto. Ya sabes, las estrellas necesitan ser el centro de atención —me informó en inglés a toda velocidad.

—Entiendo —respondí en su idioma.

—Nos irá bien tener a alguien autóctono, por si alguno tiene curiosidad por conocer la zona. Ante todo, ve con pies de plomo y no te olvides de repetirles lo maravillosos que son, nunca es suficiente. —Hablaba sin parar—. Si necesitan hablar con el director, deberás hacer de intérprete. El contrato lo tiene la productora, ve a leerlo y fírmalo. Cuando termines, búscame y te presento al equipo.

Las puertas del ascensor se abrieron y vi a un montón de gente corretear por una oficina modernista. Yo me limité a seguir a Norman, que así se llamaba el que, supuse, me daría las órdenes. Me indicó que entrara en un despacho donde una chica rodeada de un montón de papeles me invitó a sentarme.

Me facilitó el contrato provisional y empezó a explicármelo de carrerilla, pero sin dejarse ningún detalle.

El horario era horrible, pero el sueldo merecía mucho la pena. Ya estaba pensando en amortizar parte de la hipoteca e irme una semana de vacaciones. Lo malo es que tendría que estar casi tres meses dedicada por completo al rodaje: bueno, más bien a ser el perrito faldero de los actores.

Acepté y firmé sin pestañear. Por aquellas fechas ya había perdido la esperanza de encontrar un trabajo antes de que llegara el verano. Había trabajado mucho tiempo traduciendo novelas para una editorial, pero la crisis les había golpeado y se habían visto obligados a vender el sello a una más grande. Prescindieron de gran parte de la plantilla. Después de aquello, sobrevivía con lo que cobraba de paro y con lo que sacaba haciendo traducciones para autores independientes. Cualquier trabajo era bienvenido, y aquel me iba como anillo al dedo.

La chica me dio un sobre con la copia del contrato y me pidió el número de cuenta y las titulaciones. Quedé en enviárselo todo por correo electrónico. Añadió que, una vez que estuviera el contrato definitivo, me lo enviarían al set de rodaje.

Por último, me hizo una foto con una cámara conectada al ordenador y no tardó ni cinco minutos en sacar una tarjeta con mi nombre. Era mi pase para el set.

—Intenta no perderlo. Es muy importante que lo lleves siempre visible; sin él no podrás entrar a los sets de rodaje.

Asentí con la cabeza.

—Ya lo puedo decir de manera oficial: Bienvenida a esta loca aventura.

Salí del despacho colocándome el pase y busqué a Norman. Había muchísima gente y era imposible verlo desde mi escaso metro y medio de estatura.

Avancé con mis pasitos pequeños por toda la oficina, abriéndome camino entre la multitud. Hasta que... ¡PUM! Me choqué contra algo y una taza de café caliente se derramó por toda mi blusa.

Levanté la cabeza para mirar con quién me había tropezado y... no podía creerlo.

No podía ser cierto.

Era...

¡Era el mismísimo Jason Graves!

El corazón me iba a mil por hora, no sabía cómo reaccionar. Era uno de mis actores favoritos y estaba justo delante de mí... y su café me había empapado por completo.

—Lo siento, de verdad, no te había visto —pronunció con esa voz que tanto había escuchado. Me había visto todas sus pelis en versión original. No sé por qué, recordé una escena en la que salía prácticamente desnudo. Me puse cardíaca.

—Pe-pe-perdón... es culpa mía.

—¡No! Iba muy rápido y no estaba mirando por dónde iba. Deja que te ayude.

Me agarró con una suavidad pasmosa, su contacto me puso todavía más nerviosa y me bloqueé. No podía hacer otra cosa que dejarme llevar.

Lo seguí hasta una de las puertas que había al final de la sala; eran los baños. Cerró con pestillo y empezó a darme papel para que me secara. Abrió su mochila y sacó una camiseta enorme de color gris oscuro.

—Lo siento muchísimo, de verdad. Últimamente estoy un poco disperso.

—No pasa nada —contesté nerviosa.

Se quedó allí plantado mirándome; yo debía quitarme la blusa para poder limpiar aquel estropicio, pero no quería ser descortés y decirle que me dejara sola.

—Oh, cierto, necesitas intimidad —exclamó abriendo como platos unos ojos que en persona eran todavía más bonitos—. ¡Qué desastre...!

Volvió a abrir la puerta, salió y al fin me quedé sola. Me miré al espejo, estaba hecha un cuadro, pero con una sonrisa inquebrantable en la cara.

Abrí el grifo, me quité la blusa y empecé a lim

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