12 bytes. Cómo vivir y amar en el futuro

Jeanette Winterson

Fragmento

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Cómo surgieron estos ensayos 

En 2009, cuatro años después de su publicación, leí La singularidad está cerca, de Ray Kurzweil. Es una visión optimista del futuro, un futuro que depende de la tecnología informática. Un futuro de máquinas superinteligentes. Y también un futuro en el que los humanos trascenderán sus límites biológicos actuales. 

Tuve que leer dos veces el libro: una para entenderlo y otra para fijarme en los detalles. 

Después, solo por interés, año sí, año también, empecé a seguir la pista de ese futuro, lo que se tradujo en una concienzuda lectura semanal de New Scientist, Wired, los excelentes artículos sobre tecnología de The New York Times y The Atlantic, y en un rastreo de la economía con The Economist y Financial Times. Me hacía con todos los libros sobre ciencia y tecnología que se publicaban, pero no era suficiente. Sabía que no estaba teniendo una visión de conjunto. 

¿Cómo hemos llegado hasta aquí? 

¿Adónde podríamos ir? 

Soy narradora de profesión, y sé que todo lo que hacemos es ficción hasta que se vuelve realidad: el sueño de volar, el sueño de los viajes espaciales, el sueño de hablar con alguien en el mismo instante a través del tiempo y el espacio, el sueño de no morir o de regresar. El sueño de que existan formas de vida no humanas junto a las humanas. Otros reinos. Otros mundos. 

Mucho antes de leer a Ray Kurzweil había leído a Harold Bloom, el crítico literario judío estadounidense, inexorable en su búsqueda de la excelencia. Una de sus obras más íntimas —en la que desenmaraña algo para sí mismo— es El libro de J. (1990), en el que analiza unos textos muy antiguos que con el tiempo se redactarían y se pulirían para conformar el Antiguo Testamento. Los cinco primeros libros, el Pentateuco, se escribieron alrededor de diez siglos antes del nacimiento del hombre Jesús, de modo que los separan de nosotros unos tres mil años. 

Bloom piensa que el autor de aquellos textos tempranos fue una mujer, y Bloom, desde luego, feminista no era. Sus argumentos son persuasivos, y me encanta que Dios, el personaje más famoso de la literatura occidental, el Creador de Todo, fuera a su vez la creación de una mujer. 

Al explorar esta historia, Bloom propone su propia traducción de la Bendición —la Bendición prometida por Yahvé a Israel—, que es en realidad la bendición que querríamos cualquiera de nosotros. Y no es «Creced y multiplicaos»; eso más bien es una orden, no una bendición. Es esta: «Más vida en un tiempo sin límites». 

¿No es eso lo que ofrecerá la tecnología informática? 

Bloom señala que la mayoría de los humanos están obsesionados con el espacio sin límites. Pensemos en ello: la apropiación de tierras, la colonización, el drenaje de suelo fértil para urbanizarlo, la pérdida de hábitats, la nueva moda de los asentamientos marítimos (ciudades construidas en el mar con vastos océanos a su disposición). 

Y el espacio en sí, la primera y fascinante alternativa a la que recurren los hombres ricos, como Richard Branson, Elon Musk o Jeff Bezos. 

Cuando pienso en la inteligencia artificial y en lo que seguramente la seguirá —la inteligencia artificial general o superinteligencia—, me da la impresión de que afecta y afectará más al tiempo que al espacio. 

El cerebro emplea sustancias químicas para transmitir información. Un ordenador emplea electricidad. Las señales viajan por el sistema nervioso a velocidades altísimas (las neuronas sueltan doscientas descargas por segundo, es decir, doscientos hercios), pero los procesadores de los ordenadores se miden en gigahercios: miles de millones de ciclos por segundo. 

Sabemos lo rápido que computan los ordenadores; así empezó todo, en Bletchley Park, durante la Segunda Guerra Mundial, cuando los equipos humanos no eran capaces de descifrar los códigos del Enigma alemán porque no podían calcular más rápido. Los ordenadores usan la fuerza bruta a la hora de procesar números y datos. En términos temporales, completan más tareas más deprisa. 

Aceleración ha sido la palabra clave en nuestro mundo desde la Revolución Industrial. Las máquinas utilizan el tiempo de forma distinta a los seres humanos. Los ordenadores no están sujetos a él. Como seres biológicos, los humanos sí lo estamos, sobre todo porque los días de nuestra edad son limitados: morimos. 

Y no nos gusta nada. 

Uno de los avances que quizá les depare a los seres humanos un futuro cercano es el de tener vidas más largas y más sanas, tal vez mucho más largas, incluso de mil años, si el biólogo Aubrey de Grey está en lo cierto. La biotecnología del rejuvenecimiento tendrá como objetivo ralentizar el deterioro acumulado por la edad de nuestros órganos y tejidos, así como reparar o sustituir lo que ya no se encuentre en buenas condiciones. 

Más vida en un tiempo sin límites. 

Y si eso no funciona, siempre quedará la posibilidad de almacenar el cerebro: el contenido de la mente se trasladará a otra plataforma en principio no compuesta de carne. 

¿Escogeríais esa posibilidad? 

¿Y si fuera posible escoger entre morir o no? 

Vivir mucho tiempo, quizá para siempre, sin duda influirá en nuestra noción del tiempo; sin embargo, no hay que olvidar que medir el tiempo con el reloj es en realidad una invención (o una necesidad) de la Era de la Máquina. Los animales no viven pendientes del reloj, sino siguiendo las estaciones del año. Los humanos encontrarán otras maneras de medir el tiempo. 

Quería reflexionar sobre el inicio de la Era de la Máquina: la Revolución Industrial y el impacto que produjo en los seres humanos. Yo soy de Lancashire, donde aquellas primeras fábricas gigantescas de procesamiento del algodón cambiaron la vida del mundo entero. No hace tanto tiempo, solo doscientos cincuenta años. ¿Cómo hemos llegado hasta donde estamos ahora? 

Quería saber por qué tan pocas mujeres parecen interesarse por las ciencias informáticas. ¿Ha sido siempre así? 

Y también quería formarme una imagen más completa de la inteligencia artificial (IA), teniendo en cuenta la religión, la filosofía, la literatura, los mitos, el arte, los relatos que contamos sobre la vida humana en la Tierra, la ciencia ficción, las películas, y la fascinación o la intuición pertinaces que sentimos ante la posibilidad de que haya algo más, ya sea E.T., alienígenas o ángeles. 

El concepto «inteligencia artificial» lo acuñó a mediados de la década de 1950 John McCarthy, un informático estadounidense, que, como su amigo Marvin Minsky, creía que los ordenadores alcanzarían niveles humanos de inteligencia en los años setenta. Alan Turing pensó que una fecha más realista sería el año 2000. 

Sin embargo, pasarían cuarenta años antes de que la Deep Blue de IBM ganara a Kaspárov al ajedrez, en 1997. Y fue así debido a que la potencia informática es la suma del almacenamiento computacional (la memoria) y la velocidad de procesamiento. Sencillamente, los ordenadores no poseían suficiente potencia para hacer lo que McCarthy, Minsky y Turing sabían que serían capaces de

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