Plegarias nocturnas

Santiago Gamboa

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Plegarias nocturnas

PARTE I

1

2

3

4. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

5

6

7. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

8

9

10. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

11

12

13. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

14

15

PARTE II

1

2

3. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

4

5. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

6

PARTE III

1

2. MONÓLOGOS DE INTER-NETA

3

4

5

6

7

8

9

Epílogo

Biografía

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

No pronuncies mi nombre cuando sepas que he muerto,

desde la oscura tierra vendría por tu voz.

ROQUE DALTON

Lo que quedaba al final, cualquier fuera el modo en que cambiaran el mundo o la vida, era el hecho inamovible de un universo abandonado por Dios.

LOU ANDREAS SALOMÉ

A Analía y Alejandro, caminando hacia el Farfa

PARTE I

PARTE I

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Todas las ciudades tienen un olor bastante definido, pero el de Bangkok está cubierto por una densa capa de smog que lo oculta y lo hace imperceptible la mayor parte del día. Cuando al fin aparece, ya bien entrada la noche –cuando la ciudad está sosegada, cuando algo en ella se calma–, es una sustancia palpable que flota en el aire, corre por las calles sinuosas y se interna en sus más recónditos pasajes. Tal vez proviene de los canales de agua estancada, donde es común ver gente cocinando o lavando ropa; de los puestos de pescado seco del China Town, de los sartenes con sateh y frituras hirvientes de Patpong y Silom Street, o incluso de los animales vivos que esperan en jaulas de mimbre en Chatuchak, el gran mercado; aunque puede provenir, simplemente, de los vahos del Chao Praya, ese brazo de agua marrón que atraviesa la ciudad y la invade como una lenta enfermedad.

Hoy llueve a cántaros. Las aguas del río se mecen con fuerza, a punto de tragarse los sampanes y canoas que se atreven a navegar. Es lo que veo por la ventana de mi habitación, en el piso 14 del hotel Oriental, torre Shangri La, un nombre que quiere decir «paraíso» pero que a mí me parece otra cosa: tal vez «soledad» o simplemente «estar a la espera». Ya anocheció y bebo una ginebra con la cara pegada al vidrio, viendo el paisaje deformado por el agua: el Chao Praya, las luces de Bangkok, los rascacielos azulados, los nubarrones que se iluminan con los truenos, la metrópoli brutal.

Al encender el aire acondicionado la rejilla expele un olor fuerte, mezcla de humedad y óxido. ¿Qué hora es? Casi las ocho. Pronto bajaré a cenar y luego a beber otras ginebras. A pesar de mi edad (acabo de cumplir cuarenta y cinco) aún creo en el azar, el golpe de dados que supone salir en la noche a buscar un trago en una ciudad extraña, una aventura para la cual el tiempo nos va volviendo torpes y por eso, con los años, algunos prefieren la botella cerca del sofá y el televisor. No es mi caso. Prefiero vagar por la ciudad, negarme a dormir sin haberlo intentado.

Pero ¿qué estoy haciendo aquí, aparte de lanzar al aire viciado estas elucubraciones? Espero, espero, espero. O mejor: recuerdo. Le doy cita a la memoria.

Vine a Bangkok con el ánimo de recordar. Ver de nuevo lo que viví hace unos años en esta ciudad, aunque con otra luz. El tiempo, a veces, es un problema de luz. Con los años ciertas formas adquieren brillo o, al contrario, se cubren de una extraña opacidad. Son las mismas pero parecen más vivas, y a veces, sólo a veces, podemos comprenderlas. No lo sé muy bien. Puede no ser más que un deseo o meras palabras, pero es precisamente eso lo que busco: palabras. Reconstruir una historia para contarla.

Algo –por supuesto no sé qué: tal vez un impulso, un élan creativo o simplemente una vieja tristeza, no podría precisarlo– me hizo sentir que debía revisar por escrito todo aquello: los hechos que me trajeron por primera vez a Bangkok, y sus consecuencias. Una vieja historia atrapada en una ciudad, que se abre hacia otras. En esos años (la época que deseo recordar) todo era distinto y yo otra persona. No mejor ni peor, sólo diferente y algo más joven.

Veamos. ¿Por dónde empezar?

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