Asfixia

Chuck Palahniuk

Fragmento

Índice

Índice

Cubierta

Asfixia

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Notas

Biografía

Créditos

Acerca de Random House Mondadori

Para Lump. Para siempre

Capítulo 1

1

Si vas a leer esto, no te preocupes.

Al cabo de un par de páginas ya no querrás estar aquí. Así que olvídalo. Aléjate. Lárgate mientras sigas entero.

Sálvate.

Seguro que hay algo mejor en la televisión. O, ya que tienes tanto tiempo libre, a lo mejor puedes hacer un cursillo nocturno. Hazte médico. Puedes hacer algo útil con tu vida. Llévate a ti mismo a cenar. Tíñete el pelo.

No te vas a volver más joven.

Al principio lo que se cuenta aquí te va a cabrear. Luego se volverá cada vez peor.

Lo que vas a encontrar aquí es la estúpida historia de un niño estúpido. Una estúpida historia real sobre alguien con quien nunca te querrías cruzar. Imagínate a un pobre colgado de mierda que no te llega a la cintura, con una mata de pelo rubio peinado con raya al lado. Imagínate a esa mierdecilla de niñato sonriendo en sus viejas fotos de la escuela con agujeros donde se le han caído los dientes de leche y los primeros dientes adultos saliéndole cada uno por su lado. Imagínatelo llevando un jersey estúpido a rayas azules y amarillas, un jersey que le regalaron por su cumpleaños y que era su favorito. Ya a esa temprana edad, imagínatelo mordiéndose sus uñas de gilipollas. Sus zapatos favoritos son los Keds. Su comida favorita las putas salchichas rebozadas de maíz.

Imagínate a un capullín sin cinturón de seguridad y subido con su mamaíta a un autobús escolar robado después de la cena. Y como hay un coche de la policía aparcado frente a su motel, la mamaíta pasa zumbando a cien kilómetros por hora.

Esto trata sobre un bichejo estúpido que está claro que es el mequetrefe soplón y llorón más estúpido que jamás ha existido.

Menudo mamoncillo.

—Tenemos que darnos prisa —dice la mamaíta, y conduce el autobús colina arriba por una carretera estrecha, con las ruedas traseras patinando de un lado a otro sobre el hielo. A la luz de sus faros la nieve se ve azul y se extiende desde el arcén de la carretera hasta el bosque oscuro.

Imagínate que todo esto es culpa de él. Del pequeño subnormalín.

La mamaíta detiene el autobús a poca distancia de la base de un risco, de forma que los faros iluminan su superficie blanca, y dice:

—Hasta aquí hemos llegado. —Las palabras salen en forma de nubes blancas de vapor que ilustran lo grandes que son por dentro sus pulmones.

La mamaíta pone el freno de mano y dice:

—Puedes salir, pero deja el abrigo en el autobús.

Imagínate a ese mocoso imbécil dejando que la mamaíta lo coloque delante del autobús escolar. Ese pequeño Benedict Arnold de pega se queda mirando la luz de los faros y deja que la mamaíta le quite su jersey favorito por la cabeza. Ese llorón de mierda se queda ahí en la nieve, medio desnudo, mientras el motor del autobús sigue encendido y su rugido arranca ecos del risco y la mamaíta desaparece en dirección a alguna parte detrás de él en la oscuridad y el frío. Los faros lo ciegan y el ruido del motor tapa el crujido que el viento arranca a los árboles. El aire está demasiado frío para respirar más de una bocanada cada vez, y va esa pequeña membrana mucosa y se pone a respirar el doble de rápido.

No se escapa. No hace nada.

Desde detrás de él, la mamaíta dice:

—Ahora, hagas lo que hagas, no te gires.

La mamaíta le cuenta que había una chica muy guapa en la antigua Grecia, hija de un alfarero.

Igual que siempre que ella sale de la cárcel y va a buscarlo, el niño y la mamaíta pasan cada noche en un motel distinto. Se alimentan a base de comida rápida y se pasan el día entero conduciendo. Hoy a la hora de comer el niño ha intentado comerse su salchicha rebozada cuando todavía estaba demasiado caliente y ha estado a punto de zampársela de un bocado, pero se ha atragantado y se ha quedado sin respiración y sin habla hasta que la mamaíta se ha levantado de golpe de su silla para ayudarlo.

Los dos brazos lo han abrazado desde detrás, le han levantado los pies del suelo y la mamaíta ha dicho entre dientes:

—¡Respira! ¡Respira, joder!

Después, el niño se ha echado a llorar y todo el restaurante se ha congregado a su alrededor.

En ese momento ha parecido que al mundo entero le importaba lo que le sucediera. Toda aquella gente estaba abrazándolo y acariciándole el pelo. Todo el mundo le preguntaba si estaba bien.

Parecía que aquel momento iba a durar para siempre.

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos