Mil veranos contigo

Elsa Jenner

Fragmento

1. Airam

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AIRAM

—No pienso ir a esa fiesta de pijos —sentencié desde el sofá.

—¿Y qué vas a hacer?, ¿quedarte aquí solo viendo PornoTube? —Dani me lanzó una mirada de soslayo antes de irse a su habitación.

—No, eso ya lo hago en la isla. Cabrón, he venido a Madrid a verte a ti y disfrutar de la ciudad, me importa una mierda quién se comprometa esta noche.

Me molestaba tener que malgastar en una aburrida fiesta de compromiso mi penúltimo día en Madrid, pero cuando a Dani se le metía algo en la cabeza, no había quien lo hiciera cambiar de opinión.

—Julián es mi amigo, ya le había confirmado que iría antes de tener constancia de tu visita. Habrá bebida y buena comida gratis, ¿qué más se puede pedir?

—Unas cervezas y unas cortezas en un bar cualquiera de La Latina, por ejemplo. —Me incorporé y fui a la cocina, busqué una cerveza en la nevera de mi amigo, pero no quedaban.

—Esto es Madrid, Airam. Así es mi vida aquí —vociferó desde la habitación.

—No sabía que fuese tan aburrida.

—Toma, ponte esto y cállate. —Apareció en el pasillo y me lanzó una camisa blanca.

—Uf, no pienso ponerme una camisa, loco.

—No pretenderás ir vestido de Melendi, vamos al hotel Urban, un hotel de cinco estrellas gran lujo.

—Aún no he dicho que sí.

—Doy por hecho que vendrás, solo estaremos un rato, te lo prometo.

—Venga, va, pero mañana es mi último día aquí y elijo yo el plan, así que tienes que apañártelas para enseñarme el proyecto del Bernabéu.

—Mañana por la mañana trabajo, ya te he dicho que en esta ocasión va a ser difícil enseñarte las obras, pero te prometo un tour cuando esté terminado.

—Joder, loco. Me dijiste que me lo enseñarías —me quejé.

—Te recuerdo que, cuando no estoy de vacaciones, soy una persona responsable y con muchas obligaciones que no puedo eludir.

—¡Déjate de mariconadas!

—Tú deberías buscarte algo más estable y dejar esa vida hippy que tienes.

—No es una vida de hippies, me gusta lo que hago y me pagan por ello.

—Ahora resulta que ver cómo cuatro guiris se dan de leches contra el agua es trabajar.

—Te jode que me paguen por ello, porque tú preferirías estar en la isla practicando surf todos los días y cobrar por ello. ¡Deja el palique, que vas a llegar tarde!

—Vístete, salimos en media hora. —Se asomó al salón y soltó una carcajada.

—Estoy en cero coma —aseguré.

Dani vivía en pleno centro de Madrid, junto a plaza de España, una de mis zonas favoritas de la ciudad. Aunque yo no podría vivir allí; estar lejos del mar sería como estar muerto. Necesitaba la paz de mi isla, subirme a una tabla y perderme en el mar, sentir el romper de las olas contra mi cuerpo.

Lo conocí un verano en Fuerteventura, hacía ya varios años. Intentaba coger la Derecha de Lobos, una locura de ola para la que no está preparado cualquiera, y pasó lo que era de esperar. Al llegar al pico de la ola, esta lo arrastró. Me acerqué a él y le pregunté si se encontraba bien, asintió con la cabeza, luego me dijo que si no me importaba que surfeara la ola conmigo: existe un «código surfero» que da prioridad a los locales. Yo le dije que, si quería cabalgar esa ola, tenía que aprender un par de técnicas antes, a lo que él respondió con cierta arrogancia. Finalmente aceptó que le enseñara un par de giros y, desde entonces, cada verano recorremos la isla con otros colegas en mi autocaravana.

La capital está bien para pasar unos días de vez en cuando, pero nada más. Las aglomeraciones y el estrés no son lo mío.

Salimos a la calle y nos subimos al primer taxi que vimos. En quince minutos llegamos a la puerta del hotel, un espacio sofisticado y elegante. La clasificación de «gran lujo» no era exagerada.

El segurata comprobó que nuestros nombres rezaran en la lista y luego nos dejó pasar. Subimos en el ascensor hasta la terraza. La luz tenue se fundía con la iluminación nocturna de la ciudad provocando un centelleante baile. Los invitados lucían ropas elegantes. Me percaté de que solo los camareros, que pasaban con bandejas repletas de comida, llevaban camisa blanca; al menos yo no me había puesto una corbata negra, habría sido divertido.

Dani buscó a su amigo, el prometido.

—Te presento a Julián —dijo después de darle un abrazo.

—Encantado, Julián. —Sonreí y le di un apretón de manos.

No me pasó desapercibida la mirada que le echó a mis vaqueros desgastados, como si estos no estuvieran permitidos en el código de vestimenta de tan sofisticada fiesta.

—¿Y la afortunada novia? —preguntó Dani.

Julián la buscó con la mirada entre la multitud, pero no la localizó.

—Luego os la presento, habrá ido a retocarse. ¡Mujeres!

Forcé una sonrisa y luego el tipo se fue y siguió saludando a gente.

—¿Es tu amigo y no conoces a su prometida? —pregunté confuso.

—Somos compañeros de trabajo.

—Ah.

—En realidad, es el director de la compañía.

—Ahora entiendo por qué no querías faltar. ¡Menudo pelota!

—No te quejes, mira qué mujeres hay aquí. Quién dice que no te vayas a encontrar esta noche con el amor de tu vida —se burló y le di un puñetazo en el costado.

—Voy al baño un momento.

—Te espero en la barra pidiendo una copa —dijo Dani.

Cuando terminé de mear, mientras me lavaba las manos, contemplé mi reflejo en el espejo. Había procurado cuidar un poco mi aspecto esa noche y estaba contento con el resultado. La camisa blanca resaltaba el bronceado de mi piel y me había recortado la barba, cosa que no solía hacer. Me pasé la mano por el pelo y me lo coloqué bien. Tenía las puntas rubias, algo quemadas del sol y el salitre, pero me gustaba, me aportaban personalidad. Tenía muchas papeletas para llevarme a la cama a una de esas pijas.

Al llegar a la barra no vi a Dani, así que me pedí un gintonic de Hendrick’s. En ello me encontraba cuando escuché a la chica que estaba a mi lado darle puerta a un tío de la forma más original que jamás hubiera visto.

—¿Te puedo invitar a una copa? —le preguntó él.

—Aquí todo es gratis, cielo —respondió ella y le dio un sorbo a su cóctel rosa.

—¡Qué ojos tan bonitos tienes! Eres muy guapa, pero no te lo creas mucho, eh —insistió él.

—Entonces ¿para qué me lo dices? Si eso es lo mejor que se te ocurre para ligar con una chica, lo tienes complicado. Ahora, si no te importa, déjame disfrutar de mi Strawberry Moscow Mule, no hablo con hombres casados.

—No estoy casado —aseguró él.

—¿Te crees que soy imbécil? He visto cómo te quitabas la alianza mientras te acercabas.

No pude evitar sonreír. Menudo carácter se ga

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