Canciones desde la Osa Mayor

Emma Brodie

Fragmento

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1

 

 

 

 

Island Folk Fest

Sábado, 26 de julio de 1969

 

 

Mientras un tramoyista retiraba las piezas ya desmontadas de la batería de Flower Moon, el último jirón de luz diurna dibujó una curva dorada alrededor de los platillos. Tras un guiño al público, el sol rojo desapareció en el mar. En la oscuridad creciente, el escenario centelleaba igual que una concha nacarada y vibraba con la expectación del público.

De un momento a otro saldría Jesse Reid.

Curtis Wilks estaba a unos diez metros del escenario, en la zona reservada a la prensa. Estaban Zeke Felton, de Billboard, fumando un porro a medias con una groupie de Flower Moon que vestía un caftán adornado con mostacillas; Ted Munz, de NME, leyendo sus notas a la luz del foco que tenía más cerca y Lee Harmon, de Creem, intercambiando historias con Jim Faust, de Time.

La groupie de Flower Moon se acercó a Curtis con el porro en los labios y miró el pase que llevaba este colgado del cuello. Incluía una fotografía de la cara de Curtis (que en una ocasión Keith Moon había comparado con «el oso Paddington en versión vagabundo») impresa encima de su nombre y las palabras Rolling Stone. La groupie le ofreció el canuto a Curtis. Este lo aceptó.

El humo que expulsó fue como una pincelada de un cuadro impresionista: remolinos rosas en el aire salino, extremidades bronceadas y rostros jóvenes entrelazados igual que guirnaldas de margaritas por la explanada. Curtis devolvió el porro a la chica y la vio unirse a un corro de hippies. Alguien tenía una conga; ninfas vestidas de baratillo empezaron a bailar a un ritmo asincrónico.

Curtis era un periodista curtido en el circuito de festivales de música. Berkeley, Filadelfia, Big Sur, New Port…, ninguno podía competir con la isla de Bayleen en cuanto a atmósfera: la subida por los acantilados de roja tierra caliza, la pradera de flores silvestres, las vistas del océano Atlántico. Había algo mágico en subirse a un transbordador para ir a un espectáculo.

Mientras miraba bailar a las jóvenes, a Curtis lo asaltó una nostalgia prematura. En el mundillo cundía la sensación de que la música folk estaba a punto de ser historia; la guerra de Vietnam se alargaba de tal manera que las canciones protesta que habían encumbrado a Dylan y a Baez empezaban a sonar vacías y trasnochadas.

Curtis había ido allí a ver lo que todos los demás: a Jesse Reid protagonizando una versión reinventada del moribundo género folk. Como si le hubieran leído el pensamiento, las chicas que bailaban empezaron a tararear el primer single de Reid con voces trémulas de emoción.

 

My girl’s got beads of red and yellow.

Her eyes are starry bright.[1]

 

Sus risas febriles le recordaron a Curtis los tiempos en que un joven Elvis Presley actuó en su instituto de Gladewater, Texas, en el año 55. Un Curtis de dieciocho años y obsesionado con Buddy Holly había visto a chicas que conocía desde el jardín de infancia llorar sin disimulo, entregadas a la fantasía de que Elvis pudiera fijarse en ellas. Una ilusión que duró lo mismo que la canción «Bye Bye Birdie». Así de grande era el poder de una verdadera estrella del rock.

El cantante de voz suave Jesse Reid no podía ser más distinto de Elvis y, sin embargo, parecía despertar la misma adoración en sus seguidoras. Tenía la voz de vaquero barítono de Kris Kristofferson (solo que en el caso de Reid no sonaba forzada) y la destreza lírica a la guitarra de Paul Simon, con el añadido de que era más alto que los dos y tenía unos ojos azules que, según la revista de cotilleos que Curtis leía a escondidas, Snitch Magazine, eran «del color de unos vaqueros Levis lavados a la piedra».

 

She makes me feel so sweet and mellow.

She makes me feel all right.[2]

 

«Sweet and Mellow» era el equivalente en canción a una chocolatina Snickers; oírla era desearla. Éxito absoluto del verano, llevaba dieciocho semanas en la lista de las diez canciones más vendidas de Billboard. Curtis había seguido la pista a Reid desde que hizo de telonero de Fair Play en el Wembley Stadium el año anterior, pero el último single de Reid, perteneciente a su álbum epónimo, lo había transformado de la noche a la mañana de héroe minoritario a ídolo de masas.

Y aquella noche Reid ocuparía su trono de heredero forzoso del folk rock.

El público rompió a aplaudir cuando un hombre calvo con barba gris subió al escenario. Era Joe Maynard, el presidente del comité del festival. Cuanto más aplaudía el público, más agobiado parecía Maynard. El radar de Curtis para las noticias se encendió.

—Sí, hola, mis bellos amigos —dijo Maynard y silenció los vítores con un gesto de las manos—. Veamos, no es fácil decir esto, así que voy a ir al grano: me temo que Jesse Reid no va a actuar esta noche.

Curtis sintió una punzada de desilusión al ver reducida a cenizas su lista mental de posibles titulares para la crónica del concierto. La perplejidad cundió entre el público. Una a una, las expresiones de felicidad se marchitaron, como un prado de dientes de león que se vuelve blanco de ira, preparado para explotar. Y entonces lo hizo. Gritos de indignación repicaron en la noche igual que campanas. Las chicas que habían estado cantando y bailando un momento antes se deshicieron en llanto. Detrás del micrófono, Maynard se encogía más y más.

—Pero os hemos preparado una gran actuación. Será dentro de pocos minutos —dijo Maynard con las sienes brillantes de sudor.

Un segundo rugido del público lo envió de vuelta entre bastidores.

Curtis avanzó hacia la tarima. Algo debía de haber pasado, se había cruzado con el A&R de Reid detrás del escenario cuando salía de entrevistar a Flower Moon. Quizá Reid estaba demasiado borracho para actuar. Quizá se había desmoronado entre bastidores. El festival de aquella noche era la actuación número treinta y seis en una gira mundial en sesenta lugares distintos. En ocasiones, los artistas simplemente se venían abajo; Curtis lo había visto antes.

Vio a Mark Edison saliendo de detrás del escenario y logró llamar su atención. Edison era periodista de The Island Gazette, un diario local independiente. A la mayor parte de los reporteros que cubrían el festival los sarcasmos malintencionados de Edison les resultaban insoportables, pero Curtis siempre lo había considerado un contacto útil.

La consternación inicial del público había dado paso a la acción. Proseguían los gritos

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