Arrowsmith

Sinclair Lewis

Fragmento

Nota sobre esta edición

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Sinclair Lewis publicó Arrowsmith en 1925, tres años después de la aparición de su exitosa novela Babbitt, con la que había confirmado su posición entre los escritores más importantes de los años veinte, aunque también inspirado duras críticas por su vena satírica. A conciencia o no, se decantó entonces por una obra más seria, con nuevos referentes socioculturales, un marco temporal más amplio y personajes de mayor complejidad psicológica. También eligió un género narrativo distinto. Desde que entra en escena Martin Arrowsmith, un ambicioso muchacho de pueblo interesado en la medicina, la historia se plantea no ya como una sátira, sino como algo más noble: una novela de aprendizaje. Martin deberá afirmar su identidad en un mundo hostil. Y, aunque no sea «en modo alguno un héroe», acabará librando batallas casi épicas en el seno de la comunidad científica.

Lewis, hijo de un respetado médico rural de Saulk Center, Minnesota, no se tomaba esa comunidad a la ligera. Conocía de primera mano los obstáculos a que se enfrentaban los médicos en las pequeñas poblaciones del Medio Oeste, y se documentó para capturar el entorno de otros muchos profesionales de la salud. En particular, contó con el asesoramiento del doctor Paul de Kruif, un inmunólogo antes empleado en el Rockefeller Center (inspiración del instituto McGurk en la novela), cuya carrera sirvió de modelo para la de Martin. Según los agradecimientos, De Kruif no solo aportó detalles sobre sus investigaciones y las de sus contemporáneos, sino que ayudó al autor a «trazar el plan de la fábula» gracias a su «ideario de científico». Lewis consideraba tan relevante sus contribuciones que le cedió el veinticinco por ciento de sus regalías. Y también la posteridad confirmó los méritos de la colaboración: Arrowsmith está considerada una de las novelas pioneras de tema médico, así como de las pocas que pueden compararse con clásicos posteriores de escritores-facultativos como La casa de Dios (1978), de Samuel Shem, o Relatos de médicos (1984), de William Carlos Williams.

Cabe notar que, aun cuando se esforzó por trazar un retrato verídico de un ámbito aún poco explorado, Lewis no abandonó por completo su propensión a la sátira, y su representación de una parte de la sociedad siguió siendo tan feroz como en novelas anteriores. Martin, a lo largo de su accidentada carrera, se cruza con todo tipo de oportunistas, negociantes de la salud, funcionarios sin escrúpulos, médicos más o menos ineptos y hasta directores de organizaciones que prefieren los discursos publicitarios a los datos contrastados de la ciencia. En este sentido, muchos de los episodios de Arrowsmith recuerdan una larga tradición literaria que, desde las comedias de Molière hasta la narrativa de escritores como Tolstói o Flaubert, había representado a los médicos como vendedores de humo amparados en la charlatanería. Sin embargo, el blanco de la sátira no es ya la medicina en sí (los personajes de Max Gottlieb y Gustav Sondelius son modelos muy positivos), sino el contexto que la vuelve impracticable.

Para Lewis, lo que se interponía en el camino del conocimiento era la política, en particular la politiquería desarrollista de su época. Su inclemente retrato del doctor Pickerbaugh, un inspector de Sanidad al que interesan más los resultados electorales que la eficacia de las acciones sanitarias, se vincula con esa creencia. Otro tanto puede decirse de la breve introducción, en el capítulo IX, del mismísimo George Babbitt, epítome del conformista, puesto a soltar una parrafada sobre las virtudes de trabajar por el bien general «en una función pública». Implícitamente, la novela está escrita en contra de esta forma de pensamiento uniformador. Como ha señalado E. L. Doctorow, «la lucha de Martin Arrowsmith para convertirse en científico consiste en liberarse de un universo lleno de Babbitts». Así, la crítica social se alía en esta novela con la defensa del idealismo personal, una amalgama muy atractiva desde fechas de su publicación, cuando el prestigio del autor no hacía más que aumentar.

Es oportuno recordar que, al año siguiente, Arrowsmith recibió el Premio Pulitzer. Lewis no tardó en rechazarlo en una carta al comité en la que afirmaba, en sustancia, que aceptarlo equivalía a reconocer la dudosa capacidad del organismo para determinar un consenso artístico. Hubo quien se apresuró a notar que quizá la razón no era tan elevada, teniendo en cuenta que el escritor guardaba rencor al comité por no haberle otorgado el premio años antes por Calle Mayor. Pero no son factores excluyentes. Por lo demás, la carta no ha perdido nada de su vigencia a la hora de considerar la incómoda relación que se entabla entre los escritores y las instituciones que validan o no sus obras. A manera de apéndice, incluimos el documento, nunca antes traducido al español, a fin de que los lectores juzguen por su cuenta el presente caso.

LOS EDITORES

Quiero reconocer aquí la deuda de gratitud contraída con el doctor Paul H. de Kruif no solo por haberme proporcionado la mayor parte de los datos médicos y bacteriológicos de esta obra, sino también por haberme ayudado a trazar el plan de la fábula, con su concepto de los personajes como seres vivos y verdaderos y su ideario de científico. Al mismo tiempo que le expreso mi agradecimiento, quiero recordar los meses que vivimos juntos, trabajando en el presente libro, en Estados Unidos, las Antillas, Panamá, Londres y Fontainebleau. Desearía haber podido reproducir en estas páginas las conversaciones que sostuvimos durante el viaje y evocar las tardes que pasamos en los laboratorios; nuestras charlas, por las noches, en los restaurantes, y nuestros paseos, al amanecer, sobre cubierta, al entrar el barco en los puertos tropicales.

Capítulo I

I

1

Una muchacha harapienta de unos catorce años iba guiando un carricoche que avanzaba dando tumbos a través de los bosques y fangales de las tierras incultas de Ohio. Había enterrado

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