El Café del Ángel. Un tiempo nuevo (Café del Ángel 1)

Anne Jacobs

Fragmento

cafe-angel-epub-3

Hilde

Wiesbaden, 22 de marzo de 1938

La primavera llega sigilosa a la ciudad. Las flores del azafrán, amarillas y moradas, empiezan a despuntar en la hierba del parque del Balneario, los narcisos alargan sus hojas verde lima desde el suelo. A esta hora, alrededor del mediodía, apenas hay tráfico en Wilhelmstrasse, los transeúntes pasean ante los escaparates de la amplia avenida y algunos intrépidos ocupan ya las mesas de las terrazas para disfrutar del inicio de la primavera con una taza de café.

—¿Vienes conmigo? —le pregunta Hilde, de doce años, a su amiga.

Gisela se detiene y tira hacia delante de las correas de la pesada cartera del colegio, que se le clavan en los hombros. Lo piensa un momento, pero sacude la cabeza con pesar.

—No, mejor hoy no. Mi madre quiere llevarme a la modista. Van a hacerme dos vestidos nuevos.

—Qué suerte —dice Hilde con un suspiro—. Tu madre siempre tiene tiempo para ti.

—Bah… —suelta Gisela de mala gana—. Si quieres, nos cambiamos: tú vas con mi madre a la modista y yo me quedo con la tuya en el Café del Ángel.

Pero Hilde tampoco quiere eso. Para empezar, la madre de Gisela es bastante estricta, y además ella no cambiaría el Café del Ángel por nada del mundo.

—Hasta mañana, entonces —se despide de su amiga.

—Hasta mañana. ¿Me dejarás copiar los deberes de cálculo a primera hora?

—Por mí…

Gisela se despide con la mano y sale corriendo en dirección a Webergasse. Se ha quitado la chaqueta azul y la ha colgado encima de la cartera, donde ondea como una vela al viento. Hilde se vuelve hacia el café de sus padres y ve el ángel mofletudo de chapa dorada que se balancea por encima de la puerta con una cafetera en las manos. También allí hay clientes sentados a las mesas que Finchen ha sacado a la acera.

—¡Mira, si es Hilde! —exclama una mujer gruesa, abrigada con pieles—. Dime, ¿ya has salido de clase?

Es la señora Knauss, que tiene bastante dinero, según dice la madre de Hilde, y por eso le ha dado instrucciones de ser muy educada con ella. Aunque le haga preguntas tontas, como por ejemplo ahora.

—Sí, señora —responde, y hace una pequeña reverencia.

La señora Knauss sonríe con displicencia y le comenta a su amiga Ida que los niños de hoy en día ya no aprenden como antes. La amiga, que aferra su taza con aspecto de estar helada de frío, asiente con la cabeza. También el joven que las acompaña comparte esa opinión.

—¿Desean algo más? —pregunta Hilde.

Suena exactamente igual a como lo dice siempre Finchen, la camarera. A Hilde le encantaría servir a los clientes, pero no la dejan.

—Tres cafés con coñac… —pide la señora Knauss, y añade que Hilde es una muchachita muy eficiente.

Ella también lo cree. Antes de entrar en el café por la puerta giratoria, se descuelga la cartera de la espalda. Es importante que lo haga, ya se quedó atascada una vez. Dentro la saludan más clientes, porque el Café del Ángel cuenta con muchos parroquianos habituales. Algunos van a media mañana, se toman un café o un vinito y leen el periódico.

Hilde los saluda y va directa al mostrador de cristal de los pasteles, donde Finchen, está sirviendo dos trozos de tarta de chocolate en platos de postre.

—Tres cafés con coñac para fuera —pide con el deje habitual de las comandas.

Después se sienta a la pequeña mesa que hay justo al lado del mostrador y deja la cartera donde no se vea. En realidad no le permiten hacer los deberes aquí abajo, en el café, porque su madre opina que hay demasiado ruido y Hilde no puede concentrarse. Pero no es verdad. Hilde está convencida de que el Café del Ángel es el mejor sitio del mundo para hacer los deberes. Con el tenue golpeteo de la loza, el tintineo de las cucharillas y los tenedores de postre, las conversaciones, los murmullos y las risas de los clientes se siente a gusto y como en casa. ¡Y esos aromas que llenan el establecimiento! El café recién hecho, el olor a vainilla, almendra amarga y chocolate, el matiz del kirsch o del coñac, e incluso los periódicos y el humo del tabaco… Todo se combina para formar ese aroma maravilloso y vivo que caracteriza al Café del Ángel.

Saca el cuaderno de cálculo de la cartera y busca un lápiz. Sentada a esa mesa, las numerosas tartas del mostrador la protegen de las miradas de su madre, y su padre no se fijará en ella porque justo ahora llegan los cantantes de ópera de su ensayo. Los actores y los músicos del Teatro Estatal van siempre al Café del Ángel, todos son amigos de su padre y aquí sienten que son bienvenidos.

Hilde se retira las trenzas rubias tras los hombros para que no la molesten y empieza a resolver los cálculos. En los ejercicios más difíciles mira hacia el techo de estuco, contempla las onduladas decoraciones y, así, enseguida encuentra la solución. En cálculo es la mejor de la clase, nadie es tan rápido como Hilde Koch. Las redacciones son lo único con lo que se atasca, y a veces tiene que pedir ayuda.

—Vaya, Hilde, ¿sabe tu madre que estás aquí? —pregunta Finchen, que pasa junto a ella con la bandeja bien cargada.

Tres trozos de Selva Negra, dos de pastel de queso con nata. Seguro que son para los actores, que siempre se llenan la tripa. Los cantantes de ópera apenas comen nada a media tarde, para así tener bien la voz por la noche. En cambio, después de la función van al Café del Ángel y se hinchan a ensalada de patata, huevos a la mostaza, salmón ahumado y otras delicias. A esas horas, por desgracia, Hilde ya está en la cama. Solo la dejan estar en el café por la tarde, cuando Marlene trajina en la cocina. Marlene es la cocinera de platos fríos, y buena amiga de Hilde porque siempre le da a probar lo que prepara.

—Tú eres la catadora —le dice—. Tienes que comer un poquito de todo. Si no, no puedo servirlo.

Marlene es menuda y delgada, y tiene los ojos verdes. Cuando trabaja, siempre lleva un pañuelo que le recoge todo el pelo. Ha enseñado a Hilde a preparar los huevos a la mostaza y a cortar el salmón ahumado. Con un cuchillo afilado, haciendo lonchas inclinadas y muy finas…

—Se le da bastante bien —le comentó a Else, la madre de Hilde.

—Lo principal es que no te moleste —replicó esta.

Su madre todavía no lo sabe, pero Hilde está decidida a ser la jefa del Café del Ángel algún día. Ya lo habló con su padre, y él le dijo que estaba de acuerdo.

—Dentro de diez años —asintió—. Entonces serás mayor de edad, hija mía, y podrás hacerte cargo del negocio.

Aunque con él nunca puede estar segura de que al día siguiente no cambie de opinión. Su padre es el mejor padre del mundo, pero lo que dice su madre va a misa. Así son las cosas en el Café del Ángel. Y arriba, en casa, también.

De pronto la situación se complica, su madre acaba de aparecer en el salón del café y mira alrededor. Mierda. ¿Se habrá chivado Finchen? ¡Pero qué mala es! Marlene jamás lo haría…

Sin embargo, su madre ni se fija en ella. Se acerca a la mesa de la ventana, donde su padre está con la gente de la ópera.

—Heinz, si no te importa… Te necesito un momento —lo llama, y sonríe a los clientes para disculparse.

Él está bien enseñado. Se levanta enseguida y va a hablar con su mujer en vo

Suscríbete para continuar leyendo y recibir nuestras novedades editoriales

¡Ya estás apuntado/a! Gracias.X

Añadido a tu lista de deseos