Bocados de pasión (Pasiones escondidas 6)

Encarna Magín
Mina Vera
Bela Marbel
Pilar Piñero
Perla Rot

Fragmento

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Capítulo 1

Tanteo

Richard estaba entrenando como cada día. Se machacaba durante más de una hora en el gimnasio que frecuentaba junto con otros compañeros del hospital en el que trabajaba. Allí fue donde comenzó a tratar más a Germán, allí surgió la chispa y allí se derrumbó su vida tal y como la conocía.

Él nunca había sentido algo así por otro hombre. Desde niño le habían preguntado siempre eso de «¿y tú qué tal de novias?». Empezó a salir con chicas muy joven y también era muy joven cuando conoció a la que hasta hacía poco había sido su mujer. Estaba terminando el instituto, era una chica alegre y divertida a la que le gustaban las mismas cosas que a él; el fútbol, el billar, pero también los desfiles de moda y las telenovelas. Y aunque no eran explosivos en la cama, tenían relaciones con asiduidad. Habían probado juegos eróticos con «cacharritos», como a su ex le gustaba llamarlos, pero nunca llegó a sentir lo que vivió cuando tuvo por primera vez a Germán entre sus brazos.

Ni siquiera sabía cómo había pasado, un día él lo estaba ayudando a utilizar bien uno de los aparatos del gimnasio y a los pocos días estaba empotrándolo en un almacén del hospital. Y fue la mejor sensación de su vida, se corrió como jamás lo había hecho. Se volvió un adicto, nunca pensó que el sexo podía ser así.

Ahora recordaba ese primer contacto en el gimnasio una y otra vez...

—Hola, Richard —lo había saludado el chico que trabajaba con él en las emergencias del hospital.

Lo había observado con detenimiento antes de devolver el saludo. No era muy alto, moreno, delgado y fibroso; muy guapo, con cara un poco indígena, que demostraba sus antepasados venidos del sur de América, ojos negros y enormes, y boca rellena. No sabía por qué se estaba fijando en sus labios, pero le había gustado mirarlos. Algo se le había removido en el pecho. Lo había visto bastante desde que había comenzado a trabajar en Andorra, hacía ya unos meses, y siempre le llamaba la atención, pero esa tarde lo había tenido absorto.

—¿Cómo va eso, chaval? —le había contestado, intentado distanciarse del rumbo de sus pensamientos.

—Bien, aquí, a ver si consigo ponerme un poco cachas, así como tú, digo —le había respondido, mirándolo con algo que Richard hubiera jurado que era deseo puro y duro. Duro es como se estaba poniendo él, y no sabía por qué. Tal vez fuera el montón de chicas que tenía a su alrededor casi en ropa interior.

—Todo es cuestión de entrenar —había repuesto él de forma impersonal, desviando la mirada mientras volvía a levantar sus cincuenta kilos a la altura del pecho.

—Lo que daría yo por tener esos brazos —había insinuado Germán.

—No te voy a mentir, esto es en parte genética, tendrías que entrenar muchísimo y cambiar tu alimentación para llegar a desarrollar así tus músculos.

—Creo que no me has entendido —había comentado el joven.

Richard había fruncido el ceño pensativo y había deducido que no, no lo entendía, ¿se le estaba insinuando? ¿A él? Pero si él era hetero, por Dios, si estaba casado; este chico era un desvergonzado, sin duda, o efectivamente no se estaba enterando de nada.

Richard había observado a Germán acercarse a un aparato en el que quiso trabajar sus tríceps, le había colocado una cuerda ancha y había comenzado a movilizar. No lo había estado haciendo bien. Sin pensarlo, había soltado sus pesas, se había acercado hasta él y se había puesto detrás, le había agarrado los codos para que los dejara pegados al cuerpo y le había susurrado cerca del oído:

—Ahora levanta las manos. ¿Notas el movimiento? Te voy a soltar, pero sigue haciéndolo así.

Germán había girado la cara y se había encontrado a pocos centímetros de Richard, solo tenía que hacer un ligero movimiento y lo estaría besando, pero sabía que no debía, tenía que ser el otro hombre el que diera el primer paso, él solo podía enseñarle lo que quería de verdad, pero era el otro el que debía atreverse a tomarlo. Sabía que estaba casado, pero también sabía que lo miraba con hambre, y desde luego en ese momento estaba notando la protuberancia que se apretaba contra sus pantalones; y por primera vez desde que había comenzado el tonteo entre ambos, Richard no solo no se había retirado, sino que había dado un paso hasta él. Lo último que quería en ese momento era asustarlo. Suspiró profundamente, sonrió y dijo:

—Gracias, guapo.

Richard había levantado una ceja. Lo llamaba así a menudo, «guapo», y nunca le había dado importancia, pero en ese momento se había puesto aún más duro, por lo que lo soltó como si quemara y se volvió a sus pesas.

No le dirigió ni una sola mirada durante el resto del entrenamiento, no podía haberse puesto así por un chico. Él era hetero, recordaba de chaval haber tenido un escarceo con un compañero del instituto antes de conocer a Montse, pero no había pasado de un manoseo y unos besos, no era lo suyo. Su padre lo habría matado si se hubiera enterado; y cuando lo había hablado con su hermana mayor, esta le había confirmado que solo estaba explorando, que era normal a su edad y que no significaba nada. Poco después había conocido a Montse y lo tuvo claro, era la mujer de su vida, la persona con la que quería pasar el resto de sus días, formar una familia y un mundo en común. Y lo tenían, tenían una buena vida, aunque habían decidido posponer indefinidamente lo de tener hijos, eran tranquilamente felices, no necesitaba nada de todo eso en ese momento, ni nunca. Debía alejarse de él.

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Capítulo 2

Cuando todo comenzó

—Vaya turno de mierda —se quejó Anna, la compañera que trabajaba en el control de Cobra.

—Me ha recordado al día en que se perdió Manu —declaró Germán.

En ese momento, Germán y Richard se hablaban lo justo para trabajar. Parecía que todo entre ellos se había roto y Richard ni siquiera sabía por qué. Creía que le estaba dando todo cuando se separó de Montse. Fue duro para él y para ella también; lloraron, rieron, gritaron y se abrazaron. Ahora estaban intentando ser amigos, Montse era la mejor persona que había conocido, desde luego era bastante mejor que él. Y, aun así, Germán no tenía suficiente. Y él no podía darle más. No tenía qué más dar.

Se miraron a los ojos, y Richard supo que ambos se estaban transportando a aquella primera vez, cuando todo empezó, como hacía últimamente tan a menudo, a un momento más feliz, de incertidumbre y zozobra, pero feliz. Manu, una de las pilotos de los helicópteros de emergencia y dueña de la empresa que los gestionaba, había desaparecido con el nuevo director del hospital, el aparato se había estrellado, supieron por la radio que estaban bien y lo celebraron, todos se abrazaron, pero ellos...

—¡Chicos! Están bien —había chillado Anna—, acaban de ponerse en contacto por radio, el helicóptero está jodido, pero ellos están a salvo en el refugio grande.

Estaban en la sala de espera cuando la joven había entrado gritando a pleno pulmón la buena noticia.

Richard y Germán se habían fundido en un abrazo que los había despojado de los nervios que habían estado acumulando en ese momento. Y la adrenalina había hecho el resto. Richard no pensó en nada, no podía.

La mano se le había ido de la espalda al trasero del chico, y sobó, apretó y acarició. Nadie había parecido darse cuenta ya que todos estaban ocupados alegrándose de que sus compañeros estuvieran a salvo, pero si no hubiera sido así, ellos tampoco lo habrían notado. La otra mano de Richard se había posado en la nuca del joven, que lo miró con los labios entreabiertos esperando el contacto. Una fuerte atracción tiraba de ellos, pero Richard se resistía, quería besarlo más que cualquier otra cosa en el mundo, pero no podía. Esos malditos labios, rojos y llenos, le pedían a gritos ser mordidos, lamidos, chupados por él. Y él lo único que podía hacer era romper el momento para poner un poco de distancia.

Germán había notado cómo Richard reculaba, había estado a punto de besarlo, pero en el último momento se había arrepentido. No sabía si volverían a tener un momento como ese, así que se arriesgó a presionarlo. Lo cogió de la mano y lo arrastró al almacén, porque si iba a pasar algo entre ellos, no iba a ser con todo el equipo como testigo.

Una vez allí cerró la puerta y se apoyó en ella. Vio cómo Richard se pasaba la mano por el pelo, le daba la espalda y abría y cerraba las manos, intentando controlarlas, supuso. Tenía la cabeza gacha, los hombros caídos, y por lo que había aprendido de sus gestos, probablemente la mandíbula apretada.

Se acercó a él y lo abrazó, y todo pasó en un segundo. En el primer contacto, mientras lo rodeaba con sus brazos, sintió la rigidez del otro hombre, como si estuviera a punto de romperse, y al segundo siguiente lo tenía empotrado en la puerta, lo había levantado como si no pesara nada, lo había pegado a la madera y le estaba comiendo la boca como si se estuviera ahogando. Germán le rodeó la cintura con las piernas y se restregó contra su dureza. Estaba tan caliente que podía haberse corrido en los pantalones en ese momento. Sus caderas se rozaban sin control, sus lenguas se enredaban, sus dientes chocaban, no fue ordenado, no fue brillante, pero fue puro fuego.

Richard levantó la camiseta de Germán y se la sacó por la cabeza de forma apresurada, necesitaba sentir su piel caliente, le subió las manos por las costillas hasta llegar a su cara, se la cogió entre ellas y lo besó aún más profundamente, cosa que parecía imposible.

Germán le cogió el culo entre las manos y lo apretó, Richard notó la dureza del otro hombre contra la suya, restregándose, y sintió la necesidad de tocarla. Bajó la mano y se la cogió con fuerza, la apretó y la sobó a la vez que desviaba sus besos hacia el cuello del chico y lo obsequiaba con un mordisco entre juguetón y erótico.

—Yo... no sé cómo seguir desde aquí —le dijo dándose unos segundos para recuperar la respiración.

—Mete la mano en mi pantalón —le indicó Germán. Richard le desabrochó la bragueta y le metió la mano bajo el bóxer, le cogió la erección y comenzó a acariciarlo hacia arriba y hacia abajo. De nuevo llevó los labios hasta la boca del otro hombre y lo besó con fuerza.

Y de repente supo lo que le apetecía, fue algo instintivo, lo había hecho así con Montse muchas veces y ahora iba a ser infinitamente mejor, tenía la certeza de que iba a ser así, aunque no sabía por qué.

Soltó la polla del otro hombre y le desenredó las piernas de su cintura. Le dio la vuelta de forma brusca y lo empotró contra la puerta, se bajó los pantalones y el calzoncillo y comenzó a restregar su propia erección entre las nalgas del joven a la vez que volvía a tomarlo con la mano y comenzaba a masturbarlo mientras hacía lo propio contra el culo de Germán.

—Yo creo que sabes bien cómo seguir —lo corrigió Germán entre jadeos.

Richard le mordió en el cuello y escuchó cómo el otro gemía de placer y susurraba su nombre. Eso lo puso aún más caliente. Desvió la mano con la que le estaba sujetando la espalda y le cogió el cabello en un puñado, girándole la cara para poder besarlo de nuevo.

Germán gimió en su boca mientras se corría, él mismo estaba a punto.

—Yo... no llevo condones —le dijo Richard cuando Germán hubo terminado.

—Tu primera vez será mejor en una cama. —A Richard le había sonado muy extraño el comentario, pero era su primera vez con un hombre, eso era cierto—. Ahora déjame que haga algo con esto —le siseó Germán mientras se arrodillaba delante de él.

Richard vio cómo Germán se llevaba su erección a la boca y pensó que no iba a aguantar mucho. El placer fue indescriptible, nunca lo había sentido así, no sabía si era porque se trataba de un hombre, pero le pareció, más bien, que era por él en concreto.

Germán era un chico alegre, lleno de vida, inteligente y amable, pícaro y divertido. Era todo lo que él necesitaba y, a la vez, era lo peor que podía pasarle.

Alejó ese pensamiento de su mente y se concentró en las sensaciones que el otro le provocaba. Le agarró la cabeza y le impuso el ritmo que necesitaba, cada vez más fuerte, más rápido, más húmedo.

—Voy a correrme, aparta —le aconsejó Richard, pero Germán lo miró con gula y se tragó todo lo que el otro quiso darle.

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Capítulo 3

La discusión

Estaban en la fiesta que celebraba el hospital por el día de las enfermeras, en honor a Florence Nightingale, él y Germán llevaban ya un tiempo juntos.

Estaba emocionado con la relación, le gustaba mucho, probablemente se estaba enamorando, pero no se atrevía a dar un paso más.

Para él lo más difícil había sido hablar con Montse, confesarle lo que estaba pasando, lo que sentía y lo que le había hecho; fue duro, muy duro. Pero su exmujer lo sorprendió una vez más, fue sin duda la más madura de los dos.

Le había dicho que lo entendía, que estaba dolida por la traición, pero que sinceramente pensaba que debía ser él mismo y darle a ella la libertad de serlo también. No merecían ninguno de los dos seguir viviendo en una mentira; tenía razón, no lo merecían, sobre todo ella. Era joven y podía rehacer su vida, él lo iba a intentar.

Nada salió como había pensado. Germán, su dulce chico, no se conformaba con medias tintas, nunca se había ocultado y no pensaba comenzar a hacerlo en ese momento, ni por él ni por nadie, tendría paciencia, pero nada más. Tampoco tuvo tanta al final.

Habían quedado en el salón de actos en el que se celebraba el festejo, Richard aún no se sentía preparado para llegar como pareja, a pesar de que muchos de sus compañeros intuían que pasaba algo entre ellos, y los más allegados como Manu lo sabían con certeza.

Lo vio acercarse vestido con un pantalón chino negro y una camisa con dibujos de gaviotas, muy colorida, zapatos negros relucientes y un bolso de hombre negro, se estaba dejando el pelo largo y le sentaba muy bien.

Él, por su parte, se había puesto una camisa negra, un pantalón vaquero oscuro y unas botas Sendra; era lo más elegante que tenía. Se pasó la mano por la mejilla y se dio cuenta de que no le habría venido mal afeitarse, era Montse la que le recordaba esas cosas, de repente la echó mucho de menos. Sacó el móvil y le mandó un selfie.

Richard

Esto es lo que pasa cuando no me recuerdas que me afeite.

Montse

Jajajajaja, estás muy guapo! ;)

Richard

Eso no es posible, pero gracias.

Montse

Diviértete. Kiss kiss.

Richard

Lo intentaré.

—¿Con quién hablas? —le preguntó Germán cuando estuvo delante de él.

Richard se dio cuenta de que no tenía buena cara, parecía enfadado, por lo que no estaba seguro de si ser sincero u ocultarle que su conversación era con su ex. Sabía que Germán no se sentía seguro con respecto a Montse.

—Con... eh...

—¿Montse? —dijo el otro desviando la mirada al teléfono, que él tenía aún en la mano.

—Sí —confesó por fin.

—Ya.

—Eh, vamos, no pasa nada. Somos amigos.

—Tú y yo también lo éramos.

—No, tú y yo nunca lo hemos sido —contestó Richard poniéndose serio—. Venga, vamos a por una cerveza —propuso para cambiar de tema.

—No me gusta la cerveza —se quejó Germán—. ¿No lo sabes a estas alturas?

—Es solo una forma de hablar, sé de sobra que te pedirás una sidra de esas de colores que Liam pone en las fiestas solo para ti.

Liam era el dueño y director del hospital, era también la pareja de Manu desde aquella ocasión en la que se quedaron aislados en la montaña tras un accidente que tuvieron con un pájaro, mientras viajaban en el helicóptero de ella.

—Liam es un hombre muy detallista —rezongó Germán.

—Pues a lo mejor deberías haber ido a por él en vez de a por mí. —Nada más soltarlo supo que había metido la pata, no era justo que le dijera eso, pero le estaba pegando el mal humor. En ese momento estaban cabreados los dos. Ojalá hubiera sabido cortar a tiempo la discusión, pero no fue así.

Germán se sintió primero ofendido y después emocionado. No era justo que lo acusara de haberlo perseguido, aunque sí que lo hizo un poco, o mucho, la verdad; por otro lado, el hecho de que le molestara que sintiera admiración por Liam significaba que le importaba, ¿no? ¿O era algo más bien tóxico? No estaba seguro, decidió intentar calmar los ánimos y acercó su mano hasta la de su chico para acariciarlo. El otro la retiró y se la metió en el bolsillo y eso fue más de lo que pudo soportar.

—¿Ahora no puedo ni tocarte en público? ¿Acaso le molestaría a tu Montse?—le recriminó dándose la vuelta.

—No se trata de eso y lo sabes, no estoy preparado para...

—¿Para qué, exactamente?

—Para dar un paso más, aún no. Me dijiste que tendrías paciencia y estamos montando un número.

—¡Me importa una mierda que estemos montando nada! He tenido paciencia de sobra, llevamos meses así.

—He dejado a mi mujer por ti.

—Tu mujer... así la sigues viendo, ¿no?

—Mi exmujer, qué más da.

Richard lo cogió del brazo y lo llevó a una esquina para poder hablar con más privacidad.

—¿Qué coño te pasa? Yo he venido aquí con ilusión, con ganas de verte y estar contigo, y llevas atacándome desde que has entrado. Diría incluso que desde que me has visto.

—Estoy harto, Richard, eso pasa. Yo no me he escondido en la vida. Y no quiero hacerlo, no quiero renunciar a mis principios, a mi vida, llevar esto en secreto me está matando y a ti te importa una mierda —le recriminó.

—Me importa, te lo juro, pero...

—Pero nada, Richard, o estamos juntos con todas las consecuencias, o no lo estamos. Sé sincero contigo mismo y selo conmigo.

—Me importas mucho, no quiero perderte.

—Ya, pues tenemos un problema, porque yo te quiero y prefiero perderte que seguir así, así es que da un paso o retírate.

—¿Me estás dando un ultimátum?

—Te estoy diciendo lo que hay, quiero besar a mi novio en público, quiero tocarlo, quiero que todo el mundo sepa que estamos juntos y nos vean como pareja, lo quiero todo y no me voy a conformar con menos, no me lo merezco.

—Dejé a Montse por ti, ¿no es suficiente?

—No. —El joven se dio media vuelta y se dirigió hacia la terraza que separaba la estancia de los jardines del edificio.

Richard lo siguió de mala gana. ¿Por qué tenía que ser tan difícil? Con su ex todo había sido mucho más sencillo, nunca habían tenido grandes dramas, tampoco problemas, económicamente les iba bien, ambos habían decidido no tener hijos, su vida social era activa; viajaban, salían a cenar o de copas con amigos, hacían actividades al aire libre, eran grandes amigos, y esa era la cuestión, que la amistad forjada durante años era lo que los unía.

Germán, en cambio, lo volvía loco de dolor, de pasión, de amor... pero seguía sin saber si eso era sano o era una relación abocada al fracaso.

Llegaron hasta la balaustrada y Germán apoyó los codos en ella; y tras quedarse ensimismado un momento, se dio la vuelta y lo encaró.

—Bésame —le exigió.

—Lo estoy deseando, vamos a un sitio más íntimo y te mostraré cuánto me importas.

—No, así me mostrarías cuánto me deseas, bésame aquí y demuestra cuánto te importo.

—Germán, yo...

—¡Vete a la mierda, Richard! Y olvídate de mí.

—¿Qué? He dejado mi vida por ti... no puedes hacerme esto —le dijo cogiéndolo por un brazo.

—¿No? Pues mira como lo hago —lo retó—. Vuelve a tu vida si es lo que quieres —contestó Germán desasiéndose de un tirón.

Richard lo vio dirigirse hacia la barra y pedir una de esas bebidas pijas que le gustaban. Estuvo tentado de seguirlo, pero se mantuvo estoico, mirándolo con incredulidad.

De repente escuchó que la gente prorrumpía en vítores y aplausos. Se fijó en el centro de todas las miradas, parecía ser que Manu por fin le había dado el «sí, quiero» a Liam. Se alegraba mucho por ellos, estaban realmente enamorados; en los últimos tiempos una fiebre de amor había asaltado el hospital y se habían formado muchas parejas. Richard había llegado a pensar que Germán y él en algún momento serían parte de eso, pero no aún, no estaba listo, necesitaba más... no sabía, tiempo, confianza, no tenía claro qué necesitaba, pero aún no podía cumplir con lo que Germán le exigía.

Se acercó a Manu y la felicitó.

—Me alegro mucho, jefa —le dijo.

—Yo no soy tu jefa, Richard, pero gracias, la verdad es que soy muy feliz.

—Me alegro, te lo mereces.

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