Todo el azul del cielo

Mélissa Da Costa

Fragmento

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1

ASUNTO: Búsqueda de compañero/a de viaje para una última escapada

AUTOR: Emile26

FECHA: 29 de junio 01.02

MENSAJE:

Joven de 26 años, sentenciado a causa de un alzhéimer precoz, desea lanzarse a la carretera para un último viaje. Busco compañero/a de aventuras que quiera compartir conmigo este periplo final. Itinerario pendiente de ser aprobado conjuntamente. ¿Los Alpes, los Altos Alpes, los Pirineos? Viaje en autocaravana combinado con senderismo (habrá que cargar con mochila y tienda). Se necesita una condición física adecuada.

Salida: lo antes posible. Duración del viaje: dos años como ­máximo (según la estimación de los médicos). Posibilidad de acortar.

Perfil de mi compañero/a de viaje:

No es necesario ningún conocimiento médico especial: no preciso cuidados ni recibo ningún tratamiento, y mis capacidades físicas están intactas.

Buen estado de salud mental (puedo sufrir pérdidas de memoria cada vez más importantes).

Pasión por la naturaleza.

Que no le asusten las condiciones de vida un poco rústicas.

Ganas de compartir una aventura humana.

Contactadme solo por correo. Más adelante podremos comunicarnos por teléfono.

Émile se frota el mentón. Es un tic que tiene desde pequeño cuando está pensativo o indeciso. No le convence el anuncio. Le parece frío, distante, un tanto disparatado también. Lo ha escrito de un tirón, sin pensar. Es la una de la madrugada. Lleva una semana sin dormir nada, o casi nada. Eso no ayuda a escribir.

Vuelve a leer el anuncio de www.petitesannonces.fr. Le parece que deja un regusto extraño, un poco amargo. Sin embargo, se dice a sí mismo que ya está bien así, que es lo bastante oscuro como para disuadir a los sensibles y lo bastante descabellado como para desalentar a las personas convencionales. Solo alguien lo suficientemente especial podría percibir el peculiar tono del anuncio.

Lleva desde que le dieron los resultados médicos viendo a su madre llorar y a su padre contraer las mandíbulas. Y su hermana languidece mientras las ojeras se apoderan de su rostro. Él no. Él recibió la noticia con total lucidez. Un tipo de alzhéimer precoz, le dijeron. Una enfermedad neurodegenerativa que causa una pérdida progresiva e irreversible de la memoria. La enfermedad acabará dañándole el tronco encefálico hasta destruirlo. El tronco encefálico es el responsable de las funciones vitales: los latidos del corazón, la tensión arterial, la respiración... Esa es la parte buena: la muerte lo alcanzará pronto. En dos años como mucho. Es perfecto. No quiere convertirse en una carga, ni pasar el resto de su vida, decenas y decenas de años, en un estado de senilidad avanzado. Prefiere saber que morirá pronto. Dos años está bien. Todavía tiene tiempo para disfrutar un poco.

Después de todo no está tan mal que Laura se marchara hace un año. Las cosas hubieran sido mucho más complicadas. Hace una semana que se lo repite a sí mismo, desde que recibió el pronóstico. Laura se fue, y no tiene noticias suyas desde hace un año. Ni una llamada. Ni siquiera sabe dónde vive. Y es mejor así. De esta manera no tiene ninguna atadura. Puede irse. Puede emprender este último viaje con serenidad. No es que no tenga ya a nadie... Están sus padres, su hermana Marjorie y su pareja Bastien, y los gemelos. Está Renaud, su amigo de la infancia. Renaud, que acaba de ser padre y que está buscando una casa para instalarse con su familia. Renaud, padre y casado... ¡Ironías de la vida! Ninguno de los dos se lo hubiese imaginado jamás. Renaud era el chico gordito del fondo de la clase. Asmático, alérgico a los cacahuetes y completamente patético en deporte. En cambio él era el chico travieso y un poco rebelde, espabilado. Al verlos uno se preguntaba qué hacían juntos. El gordito y el rebelde. Renaud siempre se había mantenido un poco a su sombra. Y después, con los años, se volvieron las tornas. A Renaud le fue bien. Empezó perdiendo diez kilos, después encontró su vocación: se convirtió en logopeda. A partir de ese momento, se transformó. Renaud conoció a Laëtitia y ahora formaban una familia. Mientras que él, el chico travieso, se encontraba allí, abandonado. Con veintiséis años y mucha menos vitalidad. Y había dejado que Laura se fuese.

Émile sacude la cabeza mientras se recuesta en su silla de escritorio. No es momento de ponerse sentimental y remover el pasado. Ahora tiene que concentrarse en el viaje. Se le ocurrió en cuanto le dieron los resultados. Se permitió derrumbarse durante una o dos horas, y después la idea del viaje empezó a germinar en su mente. No ha hablado de ello. Con nadie. Sabe que se lo impedirían. Sus padres y su hermana enseguida lo apuntaron a un ensayo clínico. Sin embargo, el médico había sido muy claro: no se trataba de curarlo o de tratarlo, sino simplemente de aprender un poco más sobre su enfermedad rara. No tenía ningún interés en pasarse los últimos años de su vida en una habitación de hospital siendo objeto de estudios médicos. No obstante, sus padres y su hermana insistieron. Él sabe por qué. Se niegan a aceptar su muerte. Se aferran a la esperanza ínfima de que el ensayo clínico y sus observaciones permitan frenar la enfermedad. ¿Frenarla para qué? ¿Para alargarle la vida? ¿Para alargar un estado de senilidad? Está decidido: se irá. Ultimará todos los detalles en el más absoluto secreto, sin decirles nada, y se irá.

Ya ha encontrado la autocaravana y la ha pagado. Recogerá el vehículo a finales de semana. La estacionará en un aparcamiento de la ciudad, mientras pone todo en orden, para no levantar las sospechas ni de sus padres ni de su hermana. En cuanto a Renaud, todavía tiene dudas. ¿Se lo cuenta? ¿Le pide consejo? No lo sabe. Si Renaud hubiese estado soltero, sin un hijo, todo habría sido diferente. Se hubieran ido juntos. No cabe ninguna duda. Pero resulta que las cosas han cambiado. Renaud tiene su vida, sus responsabilidades. Y Émile no quiere enredarlo en sus últimas andanzas. Aunque, a pesar de todo, siempre habían soñado con vivir aventuras así. Decían: «Cuando acabemos la carrera, cogeremos las tiendas y las mochilas y nos iremos a los Alpes». Luego Émile conoció a Laura. Y Renaud a Laëtitia. Y abandonaron sus ansias de evasión.

Hoy por fin puede irse. Ya no tiene ataduras. Solo le quedan dos años de vida y sus allegados se están preparando para su pérdida. Que sea ahora o en dos años, no hay tanta diferencia. Vuelve a leer el anuncio una vez más. Sí, es extraño e impersonal. Sí, probablemente nadie responda. No importa, se irá de todos modos. Sin nadie. Le da miedo morir solo, es algo que le angustia, pero si así es como tiene que ser, si

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