Hola, me presento:
me llamo Sáhara, sí; como el desierto.
Lo paradójico de este entuerto
es mi oficio de nacimiento.
Vengo de una familia de artesanía floral,
floristas que perpetúan la tradición familiar:
nos dedicamos a los cuidados
de la planta y arreglos florales,
corte del tallo mimando cada detalle,
decoradores de interiores
para alegrar los hogares,
de exteriores para ser
la envidia en los portales,
bodas, bautizos, comuniones
y mesas presidenciales.
Hija de Jacinta, nieta de Narciso,
bisnieta de los Flores, y mi madre,
mi madre va y me llama «Sáhara»…
Sáhara, ¡con tres pares!
Somos la floristería
donde compran Sus Majestades,
tenemos hasta su foto firmada, míralos,
¡qué guapos salen!
En casa, ya lo tengo dicho,
que renovarse o al nicho,
y les convencí de que modernizarse
no es ningún capricho,
que teníamos que repartir a domicilio,
(no sabéis lo que fue ver a mis abuelos
pidiendo auxilio
entre tanto «interné», «peipal»,
«guasa», «guifi» y «Emilio»),
pero salí victoriosa de ese concilio
y ahora llevamos la flor
«De la tienda a vuestro idilio».
Sí, habéis leído bien;
idilio: amor muy intenso
que dura muy poco
y va a doler.
(A veces me siento como la jardinera del diablo,
sobre todo, cuando hablo,
pero de algo hay que comer).
Imaginad un amor duradero,
un amor sin fisuras, férreo, sin ningún «pero»
una relación instalada
en la monotonía del te quiero,
un te quiero manido y degradado venido a menos,
te quiero como sinónimo
de hola, adiós, nos vemos,
tengo hambre, tengo gases, tengo sueño,
cari, ¿follamos?, gordi, ¿comemos?,
¿quién fue el último en tirar la basura?
Yo fui primero…
Un amor así solo compra flores
los 14 de febrero,
en los cumpleaños y en los entierros,
y eso, amigas y amigos, no da dinero.
Nosotros vivimos en los romances de verano,
en los flechazos y pedidas de mano,
en las reconciliaciones con forma de ramo,
en las penúltimas veces que lo intentamos en vano
y en lo poco duradero que resulta el amor urbano.
Hacemos negocio en los después y en los antes,
no nos importa el durante,
ese coto se lo dejamos
a los menús del día de los restaurantes.
Nosotros rentabilizamos el poder del instante
la teoría de la novedad
y el querer tener todo a nuestro alcance.
Tenemos un cliente, un político muy importante,
que religiosamente, cada martes,
manda los mismos ramos de flores a diferentes amantes:
margaritas, rosas chinas,
peonias y tulipanes.
Vamos… un tunante.
Un ramo, rumbo a la calle del Desengaño,
el otro, parte cerca de la estación del Arte.
Al recibir el obsequio las dos caras
reflejan el mismo semblante:
un gozo exultante.
Junto al regalo, una nota como acompañante
de que dice algo así como:
«Siempre tuyo, no quiero enamorarte».
¿Alguien podría convencer a esas dos damas
de que este hombre elegante no las ama
con las mismas ganas?
¿O que ese cabrito no tiene el corazón
y la bragueta en llamas?
Son tiempos modernos
donde hemos aprendido a poner
fecha de caducidad a lo eterno,
ahora todo se vive con tallo corto
y no sobrevive al invierno,
nos salimos de los márgenes
y de los renglones del cuaderno.
Somos lo bueno porque es breve
y por eso es célebre,
porque nos quedamos en el relieve
sin hacer tiempo ni hincapié,
pero hincamos el diente a lo leve.
El amor, como toda buena flor,
hay que regarlo, sí;
pero cuando se marchita
ya no resucita,
y si lo riegas mucho
te pudre el resto del jardín.
Y así pasa con todos
y con todas,
¡ya lo dice la flora!
¿Para qué ser un arbusto robusto
esperando la poda
o un sauce llorón que lleva tanto llorando
que no sabe ya ni por qué llora?
Mejor vivirlo con la pasión
de la flor de la pasionaria,
que solo dura de doce a veinticuatro horas:
o, mejor, desvivirse sin echar raíces
y volar como las esporas.
El colmo de mi familia es que, ya de muy joven,
se descubrió que yo tenía alergia al polen.
¿Cómo se come?
Alergia, en invierno a los chopos,
avellanos y al enebro,
tuve hasta la «fiebre del heno» y casi quiebro.
Imaginad la deshonra en mi familia,
toda la casa llena de pensamientos,
hortensias, jazmines, azaleas y orquídeas
porque si no «la niña
ni ve ni respira con las gramíneas»,
menos mal que pasé por un tratamiento,
uno de inmunoterapia de esos caros
que hizo efecto
para olvidarme de una vez de tanto medicamento.
Ahora
soy inmune a casi todos los pólenes de mi zona
aunqu