Un corazón habitado por mil voces

Marie-Claire Blais

Fragmento

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Eso es, no se mueva, le subo las almohadas, así cerca de la ventana verá la nieve que cae, que caiga hasta enterrarnos a todos, dijo René con voz lejana y algo chirriante, Olga, Natacha, Tania, sea cual sea su nombre, que caiga la nieve, puesto que es la época, en cuanto a mí, me queda bien poco, unos días, unas noches como mucho, mi querida niña, podría quitarme este pijama sucio, seguramente tendré visita hoy y quiero estar guapo, elegante incluso, como antes cuando era el pianista de los cabarets, de los bares frecuentados únicamente por mujeres, algunos hombres de cuando en cuando, pero rara vez, tocaba valses, muy bien vestido, y eso les encantaba a todas, puedo asegurárselo, Tania, esta nieve es como en Moscú, dijo la enfermera rusa, sí, como en Moscú, nunca para, los niños vuelven de la escuela recitando a Pushkin, todos, desde los doce años, me acuerdo, dijo Olga, era así, y este batín, quítemelo también, ordenó René, dónde están mi camisa tan blanca, la chaqueta negra, la corbata azul, sáqueme todo eso del armario, quiero vestirme como para salir, puede que mis amantes vengan de nuevo a verme, quién sabe, Olga, qué amantes, señora, de qué está hablando, no me llame señora, dijo René, y no olvide que soy un hombre, se diría que soy una mujer, sobre todo para usted que lo sabe todo de mí, demasiado quizá, esos cuidados higiénicos, querría encargarme personalmente, pero qué debilidad en mis brazos, en mis piernas, no me acostumbro, si Dios ha creado el nacimiento que es un acto alegre, por qué no ha suavizado el fin de la vida para sus criaturas, eh, dígame, Olga, por qué ha hecho de mí una mujer cuando en realidad soy un hombre, qué opina, por naturraleza es usted una mujer y yo lo sé, dijo Olga, pronuncie mejor, dijo René, naturaleza, no naturraleza, tengo que enseñarle a pronunciar mejor las palabras, la desgracia de la vida de mis padres, dijo Olga, fue vivir bajo una dictadurra, sí, ahí donde Dios no reina, de puro celosos que son los dictadorres, dijo Olga, se siente usted un poco mejor, verdad, señora René, o puede que sea ya la hora de escuchar su música, la gran música de cada mañana, ya lo sé, le traigo su teléfono y la escuchará mientras cae la nieve, usted me leerá lo que ponga en la pantalla, dijo René, estoy perdiendo la vista, ya no puedo leer, ayer mismo bailaba del brazo de las muchachas, mi alma estaba llena de alegría, adónde iremos a parar, si se pierde la alegría, qué le queda a uno, a quién se lo dice usted, señora René, cuando vuelvo a casa por la noche para preparar la cena de mi marido, el búlgaro, él me pega porque no quiere que esté con usted, señora, no quiere, pronuncia palabras feas como si no fuera usted la mejor paciente que conozco, déjelo, querida niña, déjelo, dijo René, y véngase a vivir conmigo, la trataré bien, salvo que yo me voy, ay, no llore, ya sé que los hombres tienen un corazón de acero, malditos ellos que tienen un corazón de acero, yo no soy igual, siempre he respetado a las mujeres, las conocía bien, su marido es un ignorante, querida Olga, cómo puede vivir con un hombre semejante, y un sádico además, sí, cómo puede, véngase a vivir conmigo, salvo que ya estoy en la puerta de salida, y sin retorno, qué feo es todo, odioso, le regalaré mi casa, y el paisaje nevado, fuera, no sé si hace frío aquí dentro o es mi salud que se deteriora por horas, hace frío, dijo Olga, voy a encender la chimenea, así se caldeará el piso, señora René, igual es que estaba algo fría el agua con la que se ha lavado la cara, el cuello, los pechos, eh, yo no tengo pechos, dijo René, lo sabe perfectamente, de qué habla, Olga, tengo la constitución de un hombre, una buena complexión, nada de pechos, por favor no me describa así, solo me falta el órgano viril, pero basta con tenerlo en la cabeza, y así nació un hombre especial más bien atractivo que era yo, las mujeres creían en mi virilidad y, debo decirle, me querían mucho, no digo que no hubiera desengaños por parte de las mujeres con las que me veía, ya se imaginaban que el ornamento viril solo estaba en mi ca­beza, digamos que a veces las vidas son solo tea­tro, representaciones, aunque todo sea verdad, se lo explicaré un día, cuando deje a ese marido búlgaro que le pega, vaya una vida ficticia, dejarse pegar por un hombre, uno de verdad, y no avergonzarse, todavía es una niña, afirmó René, y eso me duele por usted, venga, tráigame esa ropa de gala, y mi telé­fono del que no consigo leer una sola palabra en la pantalla, puede decirme, Olga, Tania, Natacha, por qué Dios ha creado el mundo en unas condiciones tan lamentables para la humanidad, eso es que Él no lo ha pensado bien, así de sencillo, confirmó René, si lo hubiera pensado un poco mejor, no nos veríamos así. Ni usted ni yo, ni el marido búlgaro que le pega, nada se vería igual, ni siquiera un guijarro, por no pensar las cosas bien mire lo que pasa, catástrofes, eso es lo que pasa, Olga, se lo digo yo. Puede, se decía René, que mi enfermera rusa no sea rusa, que mienta, que no conozca Moscú ni a Pushkin, porque no nos queda otra, hay que mentir, teatro, representaciones, eso es lo que somos muchas veces, mentir es tener más imaginación que los demás, es otorgarse un título glorioso, pensaba René, acercando la cara hacia la pantalla del teléfono que le tendía su enfermera, preparándose para escuchar música, dígame lo que está escrito en la pantalla, reconozco al compositor, es un compositor italiano, dijo René como si le asombrara lo que oía, pues sí, señora, es verdad que es un compositorr italiano, compositor, la corrigió René, compositor, no maltrate las palabras así, me pone nervioso, ya lo sabe, será verdad que es usted una inmigrante rusa, ya me lo contará en otra ocasión, léame lo que sigue, murió a los veintiséis años en la más abyecta pobreza, señora, es muy triste la historia de todos esos músicos, la orquesta la dirige una mujer vestida de hombre, con traje de gala, como a usted le gusta, señora René, podría parecerse a usted en más joven, debía de ser usted irresistible, dijo la enfermera, con esa ropa de sastres buenos, sí lo era, dijo René, pero la vida de un seductor no puede ser demasiado larga, aunque yo la haya prolongado bastante y míreme ahora, viejo y moribundo, prácticamente solo en este mundo, oh, no es verdad, dijo la enfermera, me tiene a mí, y el teléfono no para de sonar, tiene muchos amigos, señora René, y vienen de todas partes para verla y escucharla, porque les habla tan bien de música, de amor, sobre todo de amor, dijo René, siempre he hecho soñar a las mujeres con las que he estado, no se puede vivir sin soñar, el resto no son más que banalidades, trivialidades, se lo digo yo, acérqueme el teléfono, despacio, mientras escuchaba la gran música de sus mañanas de dolores, porque le parecía que su cuerpo estaba extenuado por un dolor físico pernicioso y constante, como si todos sus miembros ardieran, pensaba ella, como si nada en ella estuviera en paz, salvo su oído atento, su escucha de una música que la envolvía entera con una suavidad algodonosa, atravesando el padecimiento que sentía, una música que venía del paraíso, aunque el paraíso no existiera, pensaba ella, esa unión de las voces del contratenor y de la contralto, la imperfección, lo inacabado de aquella unión de las dos voces era su belleza, donde se mezclaban lo masculino, lo femenino en sorprendentes cruces de sonidos, de gritos de júbilo, y de repente de profundos quejidos, pensaba René, a veces el hombre que cantaba tenía

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