Héroes

Ray Loriga

Fragmento

Índice

 

 

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Premio de Novela El Sitio

Sobre el autor

Créditos

Grupo Santillana

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A Ziggy

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Conducía un camión lleno de dinamita por la Plaza Roja cuando se dio cuenta de que ya no había nada que hacer allí. Se acordó de la foto de Iggy Pop y David Bowie en Moscú. Trató de encontrarlos pero no dio con ellos. Así que comenzó a angustiarse y se angustió tanto que se despertó.

Le pregunté: ¿Qué coño pasa?

Y dijo: Nada, sólo era un sueño.

Después volvimos a quedarnos dormidos. Soñé que tenía una pistola de plata. Una pistola preciosa. Primero disparaba contra el tío que mató a Lennon y pensaba: eso está bien, pero después me ponía a dispararle a todo el mundo. Disparaba sobre los que iban de uniforme y me daba igual que fueran policías, carteros, azafatas o futbolistas. Sinceramente no sabía qué pensar al respecto. Cuando se terminaron las balas, tiré la pistola al suelo y eché a correr. Corría tan deprisa como podía, y podía correr realmente deprisa. Tanto que los niños temblaban en sus asientos cuando pasaba cerca de un colegio. Corría mucho más deprisa de lo que he corrido nunca despierto, dos o tres veces más. Cuando llegué a Moscú me puse a buscar a Iggy y a Bowie pero para entonces ya era viejo y estaba cansado. Un chico con una cazadora de cuero roja me dijo: Bowie ya no está aquí, se ha ido a Berlín, Iggy está con él. Hace un rato ha venido tu chica, pero ella corría más que tú. Ya debe de estar allí. Después el chico se marchó y me quedé solo y empecé a comprender que todo era un sueño, desde el principio. Porque yo no podía ver en sus sueños y porque ni siquiera tenía chica.

Muchos años más tarde estuve en Berlín con ella y, a pesar de que Bowie ya no estaba allí, pasamos un tiempo extrañamente feliz. Berlín es una ciudad jodidamente extraña. Contamos ángeles debajo de la lluvia, saludamos a la gente del circo cuando ya se marchaban, compramos medallas a los desertores y yo me acordé de algo que decía Bob Dylan: «Te dejaré estar en mis sueños, si yo puedo estar en los tuyos».

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Estábamos todos bebiendo pero de alguna extraña manera, como casi siempre, yo había perdido el ritmo. Era ingenioso cuando los demás eran entusiastas y entusiasta cuando ya todo el mundo empezaba a ser reflexivo y reflexivo cuando todos querían divertirse y estúpidamente divertido cuando ya andaban cansados. Alguien gritaba: ¡SOMOS PRÍNCIPES!, y yo repetía: ¡PRÍNCIPES, SÍ, PRÍNCIPE

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