Matrimonio por error (Casarse con un millonario 3)

Jennifer Probst

Fragmento

cap-2

1

—He contratado a alguien. Trabajará bajo tus órdenes y serás responsable de su formación.

Max fijó la vista en el hombre que estaba sentado al otro lado de la mesa. El anuncio lo puso en alerta, pero guardó silencio. Estiró las piernas por debajo de la mesa de reuniones, cruzó los brazos por delante del pecho y enarcó una ceja. Había trabajado incontables horas y había sudado la gota gorda para que el imperio de La Dolce Maggie, la rama estadounidense de la empresa italiana La Dolce Famiglia, despegara, y no pensaba hacerse a un lado sin luchar.

—¿Estás pensando en destituirme, jefe?

Dado que era más un hermano que un jefe, Michael Conte lo miró con una sonrisa.

—¿Para que venga tu madre a darme una patada en el culo? Ni lo sueñes. Necesitas ayuda con la expansión.

Max hizo una mueca socarrona.

—Tu madre es más dura que la mía. ¿No te obligó a casarte con tu mujer? Menos mal que la querías, porque si no, menudo marrón.

—Muy gracioso, Gray. La boda no era el problema. El problema lo causaron tus dudas acerca de mi mujer, eso sí que fue un marrón.

Max dio un respingo.

—Lo siento. Solo intentaba proteger a un amigo de una cazafortunas. Y, lo que son las cosas, ahora adoro a Maggie. Es lo bastante fuerte como para aguantar tus chorradas.

—Sí, menudo club de fans os habéis montado entre los dos.

—Es mejor que tener una guerra abierta. Bueno, ¿quién es esa estrella?

—Carina.

Max cerró la boca de golpe.

—¿Perdona? ¿Carina? ¿Tu hermana pequeña? Tienes que estar de broma… ¿No estaba en la universidad?

Michael se sirvió un vaso de agua de la jarra y bebió un sorbo.

—Obtuvo su máster en Gestión y Administración de Empresas en mayo, se lo sacó en la SDA Bocconi, y ha estado trabajando en prácticas en Dolce di Notte.

—¿En la competencia?

Michael sonrió.

—Yo no diría que son la competencia. No quieren conquistar el mundo como nosotros, amigo. Pero confío en ellos para que le enseñen lo básico del negocio pastelero. Quería que trabajara en prácticas con Julietta, pero se niega a estar bajo la sombra de su hermana mayor. Lleva mucho tiempo insistiendo que quiere venir a Estados Unidos y el contrato de prácticas está a punto de acabar. Ha llegado el momento de que entre en la empresa familiar. Capisce?

Joder… Sí, lo entendía. Acababa de recibir el encargo de cuidar de la hermana pequeña. Sí, la quería como a una hermana, pero su tendencia a echarse a llorar en situaciones emotivas no encajaba con los negocios. Se estremeció. ¿Y si hería sus sentimientos y empezaba a llorar? Era una pésima idea se mirara como se mirase.

—Esto, Michael, a lo mejor deberías asignarla al departamento de contabilidad. Siempre has dicho que tiene maña con los números y no creo que esté hecha para la dirección. Tengo la agenda hasta arriba y estoy en mitad de unas negociaciones críticas. Por favor, asígnasela a otro.

Michael negó con la cabeza.

—Con el tiempo, la transferiré al departamento financiero. Pero por ahora quiero que esté contigo. Necesita aprender en qué consiste una buena administración y cómo funciona La Dolce Maggie. Eres el único en quien confío para que no se meta en problemas. Eres de la familia.

Esas palabras clavaron la última estaca en su corazón de vampiro. Familia. Michael siempre se había ocupado de él, y él había demostrado que era merecedor de su puesto. Siempre había soñado con un lugar hecho a su medida. Estar en la cima de la cadena alimentaria, por decirlo de alguna manera. Nadie había puesto en duda su trabajo como director ejecutivo, pero de un tiempo a esa parte comenzaba a preguntarse si el hecho de carecer de la valiosísima sangre Conte era una desventaja. Los contratos eran temporales y el suyo se renegociaba cada tres años. Ansiaba un puesto fijo en el imperio que había ayudado a construir, y si lograba abrir tres pastelerías más podría ser la culminación de sus sueños. Si cumplía con esa misión, se aseguraría un puesto en la cima, junto a Michael… como socio permanente en vez de como director ejecutivo provisional. Preocuparse por una chica recién salida de la universidad solo lo distraería. A menos que…

Se dio unos golpecitos en el labio inferior con un dedo. Tal vez Michael necesitaba que le recordase lo importantes que eran sus esfuerzos para la empresa. Si le lanzaba ciertos desafíos a Carina, se aseguraría de poner de manifiesto sus faltas y su juventud mientras la mantenía bajo su supuesta protección. Después de la expansión, pensaba pedirle a Michael que lo convirtiera en socio de pleno derecho. Tal vez Carina pudiera ayudarlo, sobre todo si se convertía en su mentor y ella dependía de sus consejos.

Sí, tal vez esa situación tuviera alguna ventaja.

—De acuerdo, Michael, si eso es lo que quieres.

—Estupendo. Llegará dentro una hora. ¿Por qué no vienes a cenar esta noche? Vamos a celebrar una pequeña fiesta de bienvenida.

—¿Cocina Maggie?

Michael sonrió.

—Joder, no.

—En ese caso, iré.

—Chico listo.

Michael aplastó la taza de papel, la tiró a la papelera y cerró la puerta al salir.

Max miró el reloj. Tenía un montón de cosas que hacer antes de que Carina llegara.

Carina observó la brillante placa dorada que decoraba la elegante puerta de madera. Tragó saliva para deshacer el nudo que tenía en la garganta y se secó las palmas húmedas en la falda negra. Menuda tontería. Era una mujer adulta y había dejado atrás los días en los que suspiraba por Max Gray.

Al fin y al cabo, tres años eran mucho tiempo.

Se colocó bien un mechón de pelo que se le había escapado del elegante recogido, enderezó los hombros y llamó a la puerta.

—Adelante.

Al escuchar su voz no pudo evitar que la envolvieran un montón de recuerdos. Era una voz grave y seductora que sugería la clase de sexo salvaje y de aventuras al que solo una monja podría resistirse. A duras penas.

Abrió la puerta y entró con una seguridad que no sentía. Sabía que eso daba igual. En el mundo empresarial solo se veía lo que reflejaba la superficie. Esa idea la tranquilizó… Se había convertido en una maestra a la hora de ocultar sus emociones durante su trabajo en prácticas. A fin de cuentas, era cuestión de supervivencia.

—Hola, Max.

El hombre sentado tras el enorme escritorio de teca la miró con una extraña mezcla de calidez y sorpresa, como si no esperase a la mujer que tenía delante. Esos penetrantes ojos azules adoptaron una expresión intensa y recorrieron su cuerpo de arriba abajo antes de que su cara reflejase una cariñosa bienvenida.

A Carina le dio un vuelco el corazón, se le cayó a los pies y después se recuperó. Por un instante, se permitió admirar su imponente presencia. Su cuerpo era atlético y delgado, y su estatura siempre añadía un punto intimidante a todas sus interacciones, algo que lo ayudaba a la hora de conseguir contratos. Su cara reflejaba la imagen de un ángel y de un demonio atrapados en una aventura amorosa. Pómulos afilados, una nariz elegante y unas cejas arqueadas le conferían cierto aire aristocrático. La perilla

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