Deliciosamente cautivador (Los seductores hermanos Duarte 1)

Ángeles Valero

Fragmento

deliciosamente_cautivador-2

Capítulo 1

Óscar

Comida familiar

Me ajusté la corbata negra y busqué la blazer que me había comprado la semana pasada, gris claro con un estampado de pequeños cuadros en un tono gris más oscuro. Miré por la ventana; hacía un día de primavera fantástico, así que podría ser una buena opción. Ajusté la prenda con el botón que tenía en la cintura y di un paso atrás para comprobar que todo estaba en su lugar. Sonreí satisfecho con el resultado, cogí las llaves del coche y salí.

El camino a casa de mi padre lo hice tratando de poner la mente en blanco. Quien conoce a Alfonso Duarte sabe que nunca debe esperar nada bueno y menos cuando organiza una comida bajo el pretexto: «Tengo una sorpresa». Aquello, más que acudir a una comida familiar, era la preparación para la batalla y más después de ver las fotos de mi hermano Víctor, el menor, en Instagram. Su última conexión había sido a las cuatro de la mañana, desde el pódium de una discoteca, lo que quería decir que vendría sin dormir, o lo que era peor en él, habiendo dormido dos horas.

De Pablo, el mediano, no sabía nada desde hacía dos días. No estaba preocupado por él, había dicho que vendría y lo haría. Aunque teniendo en cuenta lo que había ocurrido la última vez que mi padre había organizado algo así y cómo nos había afectado a todos, sobre todo a él, nadie lo culparía si a última hora le surgía un imprevisto.

Llegué al chalet que mi padre tenía en una de las zonas más pudientes de Valencia. Segunda o tercera vivienda. Nunca me quedó claro qué fue antes, si el chalet o la casa en la playa, pero eso es lo de menos. Aparqué en la entrada e, instantes después de hacerlo, Herminia salió a recibirme.

Herminia es la mano derecha de mi padre desde que tengo uso de razón. Entró en la casa dos meses después de que mi madre saliera y, gracias a ella, los tres seguimos yendo. Si su papel fue determinante después del divorcio, luego del fallecimiento de mi madre, mucho más. De algún modo, y guardando siempre las formas, había conseguido que la consideráramos la abuela que apenas conocimos, pues la madre de mi madre falleció siendo ella una niña y la de mi padre nos visitaba poco. Nunca se metía en nuestras vidas, pero los tres sabíamos que podíamos llamarla para hablar de nuestros problemas.

Sacudí la cabeza; lo último que necesitaba para mantener la mente fría eran recuerdos funestos.

Seguí el camino centrando mi atención en la música, en ese momento Viva la vida, de Coldplay, empezó a sonar por todo lo alto.

Cuando llegué abrí la valla exterior con el mando. Mi padre había tenido a bien darnos la llave de la puerta externa, que no de la interior, supongo que para no molestar a nadie en este tipo de ocasiones. La casa era grande. Dos plantas de ciento cincuenta metros cuadrados. El interior cambiaba según los caprichos de las compañeras de mi padre, a cada cual más hortera. Contaba con mucho terreno alrededor, en el que se incluía piscina y pista de tenis, la cual jamás se utilizó. Al lado de la vivienda había un sombraje como estacionamiento de invitados y estaba vacío.

Era el primero en llegar. Suspiré y, aunque no soy creyente, rogué a quien tuviera a bien escucharme que no fuera el único.

Herminia salió a recibirme con la mejor de sus sonrisas y eso hizo que asomara la mía. La abracé elevándola un poco del suelo. Cada vez que lo hacía se me antojaba más pequeña y delicada.

—Buenos días, señorito Óscar.

—¿Está mi padre?

—Sigue en el campo de golf, ya sabe que la puntualidad no es lo suyo.

—Pues no me llames señorito.

Volví a abrazarla y ella rio.

Odiaba aquella estúpida manía de mi padre de empeñarse en que nos llamara de ese modo. Lo hacía con tanta insistencia que en algún momento llegué a pensar que era para que nos alejara más de la única figura cariñosa después de la muerte de mi madre. Era su manera de recordarnos que por muchos besos y abrazos que nos diera, ella no era de la familia.

—Soy el primero.

—Como siempre. ¿Quiere tomar algo en la sala?

—Quiero tomar algo en la cocina, contigo.

Rio y negó enérgicamente con la cabeza.

—Hará que me despidan.

—Haré algo mejor, ayudarte en la jubilación.

—¿Y qué haría yo sin verlos de vez en cuando?

—Eso no pasaría, de hecho sería él quien no nos viera. Venimos por ti y lo sabes. En el caso de Víctor, también a comer tu maravilloso guiso.

—No hables así de él, os quiere a su modo.

Herminia solo se salía de su papel para reprenderme. Como lo habría hecho una madre, siempre lo defendía, pese a que ambos sabíamos que no tenía excusa posible.

El motor de un coche nos avisó de la llegada de Pablo. Solo el suyo era tan viejo como para despertar a media urbanización. Sonreí cuando lo vi aparcar el Suzuki Santana lleno de barro al lado de mi impoluto Audi A3.

Se había encargado de recoger a Víctor, que dormitaba en el asiento del copiloto. Salió del coche y dio un tremendo portazo, haciendo que el Bello Durmiente protestara.

—Gracias por traerlo —dije acercándome y abrazándolo.

—No tenía otra, después de ver sus historias estaba claro que por su propio pie no iba a venir.

—No me ha cogido el teléfono esta mañana.

—He ido directo a su casa con la llave para emergencias.

—Dejad de hablar de mí como si no estuviera.

Víctor había salido del coche, iba vestido como la noche anterior: pantalón negro y camisa negra. No tenía mal aspecto, si no fuera porque apestaba a alcohol. Me miró de arriba abajo, y en un tono a medio camino del cabreo y la broma dijo:

—¿A dónde vas? Pareces un figurín.

—Me gusta vestir adecuadamente cuando voy a los sitios.

Los dos miramos a Pablo, que iba con unos pantalones vaqueros claros con algunos rotos y una sudadera azul cielo.

—¿Qué? —preguntó Pablo.

—Que ya está claro por qué él es el favorito de nuestro padre.

—Deja de decir estupideces. Podrías haberte duchado al menos.

—Estoy de obras; y tú, señor arquitecto, deberías saber los problemas que eso genera. No tengo ducha hasta la semana que viene. Mi plan no era estar precisamente en mi casa anoche. —Puse los ojos en blanco—. No pongas esa cara, he cogido algo de ropa. Ahora me ducho y me cambio, estaré listo antes de que nuestro amado padre decida que ya ha bebido bastante en el club y quiere hacerlo aquí. Eso si se presenta.

—Claro que se presentará, nos ha citado él. No es la comida familiar del mes —protestó Pablo.

—No sería la primera vez que don Demasiado Ocupad

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