A doble ciego

Víctor Sombra

Fragmento

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Había traído con ella también portentosos venenos líquidos, espuma de la boca de Cérbero, veneno de Equidna, extraños desvaríos, olvidos que ciegan la mente, crimen, lágrimas, rabia y pasión por matar, todo lo cual, triturado a la vez, lo había mezclado con sangre reciente, cocido en recipiente hondo de bronce y agitado con ciccuta verde.

OVIDIO,

Metamorfosis, Libro IV: Ino y Melicertes

Dentro del saber está el no saber…

CONSTANTINO BÉRTOLO,

a propósito de «El revolucionario

que no sabía demasiado»

A esto lo llamamos

epistemología

del no saber.

MARÍA NEGRONI,

Exilium

Los principales peligros se esconden en lo que ignoramos que sabemos.

SLAVOJ ŽIŽEK,

Lo que Rumsfeld no sabe que sabe sobre Abu Ghraib

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Doble ciego. En un experimento a doble ciego, ni los individuos participantes ni los investigadores saben quién pertenece al grupo de control (y recibe placebos) y quién al grupo experimental (y recibe el tratamiento ensayado).

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EL LIBRO DE BEN

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I

Yo siempre me negaba a escribir, Dusa. Te decía que las palabras son mensajeras del miedo: excusas, rodeos, súplicas. En cambio, los datos achican su espacio, no le dejan terreno. Tú respondías que a veces los datos se quedan cortos. Las palabras acuden entonces para explicarlos, sostenerlos, estirarlos. Ese día ha llegado. No estás aquí, pero me lo digo a mí misma recordándote: «Ben, no tengas miedo de las palabras».

Tú querías que pusiera por escrito lo que pasó antes de que nos conociéramos. Que siguiera luego con el relato común. Querías que lo hiciera de nuevas, como si aterrizara de golpe en cada acontecimiento, sin tener en cuenta lo que ya sabías de mí y de mis amigos. Un texto así, sin suposiciones ni sobreentendidos, nos serviría a las dos como referente común frente a hechos tan confusos y complejos. Entonces empecé un listado de cosas que habían pasado. Tú te reíste. «No se trata solo de apilar frases cortas, Ben, sino de enlazarlas. Al formar frases y párrafos das volumen al relato. Creas corredores de palabras que el lector transita. Pasajes. Y suéltate: si escribes pegada al suelo no podrás atrapar buenas ideas. Usa imágenes y metáforas, como redes, para capturarlas. En fin, busca un punto de partida y tira del hilo».

Empezaré por ti, Dusa, ya que tú estás en el origen de este cuaderno. Y empezaré explicando por qué eras «Tac-Tac» y también «la chica de las anillas», una de las primeras cosas que me contaste. En tu antediluviano colegio checoslovaco te llamaban así por cómo organizabas tu trabajo. No dejabas los apuntes confinados en los separadores de cada materia, sino que los trasladabas todo el tiempo de un lado a otro. Si estudiabas la Primera Guerra Mundial en los Balcanes, las notas sobre la geografía del río Drina acudían al auxilio del análisis histórico del frente, igual que los apuntes sobre producto vectorial abandonaban a sus compañeros de matemáticas para apuntalar el estudio de la mecánica. Siempre metiendo y sacando hojas, abriendo y cerrando las anillas de tus cuadernos. Tac, tac, tac, tac. Intercalabas también la entrada de un concierto, la letra de una canción, la foto de un nuevo modelo de moto. Y apuntes de diario esporádicos que recopilaban pasajes memorables, como si asumieras que la vida solo se daba y recibía a ráfagas.

El día que dejaste tu trabajo en el bar de Alf para unirte a nuestro proyecto, un poco achispada por los brindis, me hablaste entre risas del impacto civilizatorio del cuaderno de anillas. De su carácter prognóstico, porque su rudimentaria tecnología prefiguraba la ruptura de la linealidad, el intercambio de contribuciones, la alternancia e iteración ilimitada del entorno digital. Un cuaderno de anillas es un sistema abierto, flexible, siempre reformable, extensible. Y común, porque en un cuaderno así yo podría leerte, lo mismo que tú a mí, si algún día nos decidíamos a intercalar y compartir nuestros textos.

Con la escritura siempre hay otra ilación; quizá por eso llevo tanto tiempo evitándola. Donde el código ofrece un mínimo operativo y evita lo superfluo para no llenarse de ruido, la escritura es el terreno inestable en el que puede brotar algo más: un código cuya función es generar código. La casa siempre abierta. La mesa donde siempre puede añadirse un plato. Y quizá esa conciencia de que siempre hay alguien y algo más, otra bifurcación que alumbrar en el pasadizo del texto, una línea y otra más y aún otra, hasta dar con el volumen de un pasaje, y luego unirle otro, y otro más, esto es lo que trajiste contigo, Dusa.

Pero como todo relato precisa de un punto discreto de arranque, propongo que todo empezó en el bar de Alf, ese sótano de paredes negras y música atronadora. Faltaban diez días para el inicio de la Semana de la Innovación Nórdica y, cerveza a cerveza, montábamos un andamio de críticas contra ese circo de chorradas para arribistas nacionales y extranjeros, contra la hipocresía del lenguaje del emprendimiento, su cuidado equilibrio entre la ruptura con los competidores y la obediencia al mercado. Apuntábamos sobre todo al principal blasón de la semana: el concurso relámpago a la mejor innovación nórdica en el que 99 participantes, ni uno más ni uno menos, por la jodida gracia estética del número, presentarían sus proyectos ante una audiencia de financieros y empresarios. Lo harían por espacio de tres minutos, ni uno más ni uno menos, por la misma gracia, para hacerse con las 400.000 co­ronas del premio.

—Ganemos dinero —propuso Svein dando un largo trago a su cerveza.

Svein es el capitán de la mirada impasible, el que sufre la neurosis que nos aglutina. Suspira, se queja, bosteza y se pavonea. Es el fuelle sentimental del equipo. Siempre inflándose y vaciándonos, o al revés: vaciándose cuando respiramos. Siri es la que se pega a su costado y lo mira con arrobo, diga lo que diga. Loke, en cambio, mira a través de los cuerpos. Su esquizofrenia le convierte en el genio desgraciado del equipo, nuestro ángel caído, pero él es completamente ajeno a esa mitología, y yo también. Le veo más bien como el campo de juego entre bandos que solo él conoce, o mejor, que desconoce íntimamente. O como la bandera que se disputa

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