Tu vivo retrato

Isabel Wolff

Fragmento

1

Ay, perdona —me dijo esta tarde la entrevistadora de la radio, Clare, mientras jugueteaba con la minúscula grabadora. Se pasó un mechón de pelo rojo Tiziano por detrás de la oreja—. Solo tengo que comprobar que el aparato lo ha grabado todo… Parece que hay un gremlin…

—No te preocupes…

Eché un vistazo furtivo al reloj. Se me hacía tarde.
—Te agradezco que tengas tanta paciencia. —Clare sacó las diminutas pilas con unos dedos que lucían una manicura perfecta. Miré mis dedos manchados—. Para la radio siempre hay que grabar bastante.

—Claro. —¿Cuántos años tendría? Al principio me había costado calcularlo, porque iba muy maquillada. Treinta y cinco, decidí, mi edad—. Me alegro de salir en tu programa —añadí mientras la periodista volvía a encajar las pilas y cerraba el aparato de golpe.

—Bueno, ya había oído hablar de ti, y luego leí ese artículo que te dedicaron en The Times el mes pasado… —noté cómo se me encogía el estómago—, y se me ocurrió que serías perfecta para el programa. Eso suponiendo que consiga que este cacharro funcione de una vez… —Incluso por debajo del colorete adver—

tí que a Clare se le sonrojaban las mejillas mientras aporreaba los botones—. «Y ¿cuándo supiste que ibas a ser pintora?» Fiu… —Se llevó una mano al pecho—. Sigue ahí… «Tuve vocación de pintora desde los ocho o nueve años…» —Sonrió—. Tenía miedo de haberlo borrado. «Me pasaba el día pintando…» —Entonces apretó el botón de avance rápido y mi voz se transformó en un chillido propio de Minnie Mouse, después recuperó el ritmo normal—. «Pintar siempre ha sido mi… consuelo.» Genial —dijo mientras yo rascaba una gota de azul Prusia pegada al delantal, acartonado de tanta pintura—. Podemos continuar. —Miró el reloj—. ¿Podrías dedicarme otros veinte minutos?

Se me cayó el alma a los pies. Ya llevábamos una hora y media, y la mayor parte de ese tiempo se lo había pasado charlando de tonterías y comprobando que la grabadora funcionaba. Pero salir en la Radio 4 podía proporcionarme otro encargo, así que me tragué la frustración.

—Sí, sí.

Cogió el micrófono y después paseó la mirada por el estudio. —Debe de ser muy agradable trabajar aquí, ¿no?
—Sí… Por eso compré la casa, por este ático enorme. Además, la luz es perfecta. Tiene orientación nordeste.

—¡Y una vista fantástica! —Clare se echó a reír. A través de los dos amplios ventanales se veía el impresionante contenedor redondo de color óxido de la compañía de gas Imperial Gas Works de Fulham—. En realidad, me gusta la arquitectura industrial —añadió a toda prisa, como si le preocupara que hubiera podido ofenderme.

—A mí también. Creo que los gasoductos tienen una grandeza especial. Por el otro lado se ve la antigua central eléctrica de

Lots Road. Ya ves, no es precisamente verde y apacible, pero me gusta el barrio y hay muchos artistas y diseñadores por la zona, así que me siento como en casa.

—Aunque parece un poco tierra de nadie… —comentó Clare—. Hay que recorrer toda King’s Road para llegar aquí.

—Es cierto… Pero la parada de Fulham Broadway no está lejos. Además, casi siempre voy en bicicleta.

—Qué valiente. Bueno… —Rebuscó entre el fajo de notas que había dejado en la mesita baja de cristal—. ¿Por dónde íbamos? —Aparté el jarrón de jacintos para dejarle más espacio—. Habíamos empezado a hablar de tus orígenes —me dijo—. Los sábados que en tu adolescencia pasabas copiando obras maestras en la National Gallery, el curso formativo que hiciste en el Slade; también hemos hablado de los pintores que más admiras: Rembrandt, Velázquez y Lucian Freud… Adoro a Lucian Freud. —Fingió un escalofrío para enfatizar lo mucho que le gustaba—. Es magnífico y tan… carnal.

—Sí, muy carnal —corroboré.
—Luego hablamos del gran salto a raíz del Premio de Retrato de la BP, que te dieron hace cuatro años…

—No lo gané —la interrumpí—. Fui una de las finalistas. Pero emplearon mi cuadro en los carteles que anunciaban el certamen, lo que se tradujo en varios encargos nuevos, de modo que pude dejar de dar clases y empezar a pintar a jornada completa. O sea que sí, fue un gran paso adelante.

—¡Y ahora, la duquesa de Cornualles te ha ubicado en el mapa!

—Eh… Supongo que sí. Me emocioné cuando la National Portrait Gallery me pidió que la retratara.

—Y eso te ha dado bastante publicidad. —Me estremecí—. ¿Has hecho retratos de mucha gente famosa?

Negué con la cabeza.
—Casi todos mis modelos son personas normales y corrientes a quienes les apetece que pinten su retrato o el de alguien a quien aprecian; el resto son personalidades de la vida pública de un tipo u otro, o que han destacado por una carrera profesional que el retrato pretende conmemorar.

—Así que estamos hablando de lo mejor de cada casa.

Me encogí de hombros.
—Podría decirse así… He pintado a profesores de universidad y a políticos, a grandes empresarios, cantantes, directores de orquesta…, a unos cuantos actores.

Clare señaló con la cabeza un cuadrito sin enmarcar que había colgado junto a la puerta.

—Me encanta ese retrato de David Walliams; la forma en la que el rostro surge de la oscuridad.

—No es el retrato definitivo —repuse—. El cuadro terminado lo tiene él, por supuesto. Esto no es más que el boceto que hice para estar segura de que la composición con el primer plano tan marcado quedaría bien.

—Me recuerda a Caravaggio —musitó. ¿Por qué no seguía con la entrevista de una vez?—. Se parece un poco al joven Baco…

—Disculpa, Clare —la interrumpí—. ¿Podríamos…? Señalé la grabadora con la barbilla.
—Ay, perdona, ¡no paro de hablar! Vamos al grano. —Se puso los auriculares sobre la melena cobriza y luego inclinó el micrófono hacia mí—. Bueno… —Encendió la grabadora—. ¿Por qué pintas retratos, Ella, en lugar de, no sé, paisajes?

—Bueno… Pintar paisajes es una actividad muy solitaria —respondí—. Estás a solas con las vistas. Pero cuando pintas retratos estás en compañía de otro ser humano, y eso es lo que siempre me ha fascinado. —Clare asintió y me sonrió para que me explayara—. Me encanta observar a una persona por primera vez. Cuando los modelos se sientan delante de mí, absorbo todo lo que puedo de ellos. Estudio el color y la forma de sus ojos, el perfil de su nariz, el tono y la textura de la piel, el contorno de la boca. También me fijo en cómo emplean su físico.

—¿Te refieres al lenguaje corporal?
—Sí. Observo cómo inclinan la cabeza y cómo sonríen; me fijo en si me miran directamente a los ojos o si tienen una mirada esquiva; observo cómo cruzan los brazos o las piernas, o si no se sientan en la silla como es debido sino que se cuelgan de ella o se hunden… Porque todo eso me indica lo que debo saber sobre esa persona para ser capaz de hacerle un retrato fiel.

—Pero… —En la calle se oyó el rugido de una moto. Clare esperó a que el ruido se amortiguara—. ¿Qué significa «un retrato fiel»? ¿Que se parezca a la persona?

—Debería parecérsele. —Me rasqué la palma de la mano para quitar una mancha de verde cromo—. Pero un buen retrato debería revelar también algún aspecto de la personalidad del modelo. Debería captar tanto el parecido exterior como el «interior».

—¿Te refieres al cuerpo y el alma?
—Sí… Deb

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