Secretos a voces

Alice Munro

Fragmento

cap-1

ENTUSIASMO

CARTAS

En el comedor del Commercial Hotel, Louisa abrió la carta que le había llegado aquel día del extranjero. Comía filete con patatas, como de costumbre, y para beber, un vaso de vino. Había unos cuantos viajantes de comercio en la sala y el dentista que cenaba allí todas las noches porque era viudo. Al principio demostró cierto interés por ella, pero un día le espetó que nunca había visto a una mujer que probase el vino u otro tipo de alcohol.

«Es por mi salud», le dijo Louisa con expresión grave.

Cambiaban los manteles blancos todas las semanas y mientras tanto los protegían con tapetes de hule. En invierno, el comedor olía a tapetes restregados con una bayeta, al humo del carbón del horno y a salsa de ternera, patatas secas y cebollas, un olor no desagradable para quien entrase del frío de fuera con hambre. En cada mesa había una salvilla con el frasco de la mostaza, el de la salsa de tomate y el tazón de rábanos picantes.

La carta iba dirigida a la «Bibliotecaria, Biblioteca Pública de Carstairs, Carstairs, Ontario». Llevaba fecha de seis semanas antes, el 14 de enero de 1917.

Quizá le sorprenda tener noticias de una persona que no conoce y que no se acuerda de cómo se llama. Espero que siga siendo la misma bibliotecaria aunque ha pasado tanto tiempo que a lo mejor se ha marchado. Lo que me ha traído aquí al hospital no es demasiado grave. Cosas peores veo a mi alrededor y aparto el pensamiento de todo esto imaginándome cosas y por ejemplo pensando si todavía estará usted ahí en la biblioteca. Si es usted la que digo, es de mediana estatura o quizá no exactamente, con el pelo castaño claro. Llegó usted unos meses antes de que yo me fuese al ejército cuando murió la señorita Tamblyn que llevaba allí desde que empecé a ir yo, a los nueve o diez años. En su época los libros estaban un poco manga por hombro y se jugaba uno la vida si le pedía la mínima ayuda porque era una verdadera fiera. Así cuando vino usted menudo cambio, porque lo colocó todo en secciones de literatura y de ensayo y viajes e historia y ordenaba las revistas y las sacaba nada más llegar en lugar de dejarlas cubrirse de polvo y de moho. Yo se lo agradecí mucho pero no sabía cómo decírselo. Además pensaba que por qué habría ido usted allí, siendo una persona culta.

Me llamo Jack Agnew y mi tarjeta está en el cajón. El último libro que saqué era muy bueno, La humanidad en formación, de H. G. Wells. Llegué hasta el segundo año del instituto y después entré en Doud como tantos otros. No me alisté nada más cumplir los dieciocho o sea que no me puede considerar un héroe. Soy una persona a la que siempre le ha gustado tener sus propias ideas. La única familia que tengo en Carstairs y en cualquier otro sitio es mi padre, Patrick Agnew. Trabaja para Doud, no en la fábrica sino en la casa, de jardinero. Es todavía más lobo solitario que yo y se va al campo a pescar en cuanto puede. A veces le escribo una carta pero me extrañaría que la leyera.

Después de cenar Louisa subió al salón de señoras del segundo piso, y se sentó a la mesa para escribir la respuesta.

Me alegro mucho de saber que se dio cuenta de lo que hice en la biblioteca, aunque solo era la organización normal, nada especial.

Supongo que le gustaría tener noticias del pueblo, pero no soy la persona más indicada, por ser forastera. Hablo con la gente en la biblioteca y en el hotel. La mayoría de los viajantes de comercio hablan de cómo les va el negocio (bien si consiguen los artículos), un poco sobre enfermedades y un mucho sobre la guerra, y hay rumores y más rumores y montones de opiniones, que seguro le harían reír si acaso no le enfadaban. No voy a molestarme en contárselos porque seguramente esta carta la leerá un censor y la haría trizas.

Me pregunta por qué vine aquí. La historia no tiene nada de interesante. Mis padres murieron. Mi padre trabajaba en la sección de muebles de Eaton’s, en Toronto, y después de su muerte también empezó a trabajar allí mi madre, en la sección de ropa de casa, y yo en la de libros. Podríamos decir que Eaton’s es como el Doud de aquí. Fui al colegio religioso de Jarvis y después estuve enferma en el hospital una larga temporada, pero ahora estoy bien. Tenía mucho tiempo para leer y mis escritores favoritos son Thomas Hardy, al que acusan de pesimista, pero yo creo que lo que dice es verdad como la vida misma, y Willa Cather. Dio la casualidad de que estaba en este pueblo cuando me enteré de que la bibliotecaria había muerto y pensé que a lo mejor era el trabajo más indicado para mí.

Ha sido una suerte que su carta me llegara hoy porque están a punto de darme de alta y no sé si me la habrían mandado a donde voy ahora. Me alegro de que no piense que mi carta era demasiado estúpida.

Si se encuentra con mi padre o con alguien no tiene que contarles que nos estamos escribiendo. No es asunto de nadie y sé que mucha gente se reiría si supiera que escribo a la bibliotecaria como hacían incluso cuando iba a la biblioteca, así que mejor no darles esa satisfacción.

Me alegro de marcharme de aquí. He tenido mucha más suerte que algunos de los que veo a mi alrededor que no volverán a andar ni a recuperar la vista y tendrán que esconderse del mundo.

Me pregunta que dónde vivo en Carstairs. Si sabe dónde está Vinegar Hill, al final de Flowers Road, pues es la última casa a la derecha, que antes estaba pintada de amarillo. Mi padre cultiva patatas o eso hacía. Yo las llevaba por el pueblo en el carro y de cada carga que vendía me quedaba con cinco centavos.

Me habla de sus escritores preferidos. Hubo una época en que a mí me gustaba Zane Grey, pero dejé de leer novelas y empecé con la historia y los viajes. Sé que a veces leo libros muy por encima de mis posibilidades pero les saco algún provecho. H. G. Wells del que le hablaba es uno de ellos y Robert Ingersoll que escribe de religión. Me han hecho pensar mucho. Espero no haberla ofendido si es usted muy religiosa.

Un día que fui a la biblioteca era sábado por la tarde y acababa usted de abrir la puerta y estaba encendiendo las luces porque estaba oscuro y llovía. La lluvia la pilló en la calle sin paraguas ni sombrero y tenía el pelo mojado. Se quitó las horquillas y se lo dejó suelto. ¿Le parece algo demasiado personal preguntarle si todavía lo tiene largo o si se lo ha cortado? Se puso al lado del radiador y se sacudió el pelo y el agua chisporroteó como la grasa en una sartén. Yo estaba leyendo algo sobre la guerra en The Illustrated News de Londres y nos sonreímos. (¡No quería decir que tuviera el pelo grasiento con lo que he escrito!)

No me he cortado el pelo, aunque a veces me lo pienso. Si no lo hago, no sé si es por vanidad o por pereza.

No soy muy religiosa.

Un día subí por Vinegar Hill y encontré su casa. Las patatas están estupendamente. Me salió al paso un perro policía. ¿Es suyo?

Empieza a hacer bastante calor. El río se ha desbordado, como supongo que pasa todas las primaveras. El agua entró en el sótano del hotel y contaminó el depósito de agua potable, así que nos dieron cerveza y refrescos de jengibre. Ya se imaginará la cantidad de bromas que hizo la gente.

Me gustaría saber si puedo enviarle algo.

No necesito nada especial. Las señoras de Carstairs nos mandan tabaco y otras cosillas. Me gustaría leer algunos libros de los e

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