Años de perro (Trilogía de Danzig 3)

Günter Grass

Fragmento

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Primer turno de madrugada

Cuenta tú. No, cuente usted. O tú cuentas. ¿O ha de empezar acaso el actor? ¿O los espantapájaros, todos a la vez? ¿O vamos a esperar a que los ocho Planetas se hayan apelotonado en el signo del Acuario? ¡Hágame el favor de empezar usted! Al fin que en aquella ocasión fue su perro. Sí, pero antes que mi perro, ya su perro y el perro del perro. Alguien tiene que empezar: tú o él o usted o yo... Hace muchas puestas de sol, mucho antes de que nosotros fuéramos, ya el Vístula fluía día tras día, sin reflejarnos, y desembocaba sin cesar.

El que aquí lleva la pluma se llama de momento Brauxel, dirige una mina que no produce ni potasa, ni mineral, ni carbón, y ocupa, sin embargo, en galerías de extracción y en tajos parciales, en cobertizos y corredores laterales, en la caja de paga y en la expedición, ciento treinta y cuatro trabajadores y empleados: de un turno al siguiente.

Irregular y peligroso corría el Vístula anteriormente. Así, pues, se llamó a mil terraplenadores y se excavó, en mil ochocientos noventa y cinco, de Einlage hacia el norte, entre las lenguas de tierra de las aldeas Schiewenhorst y Nickelswalde, el llamado corte. Al dar al Vístula una nueva desembocadura como tirada a cordel, se redujo el peligro de inundación.

El que aquí lleva la pluma escribe las más de las veces Brauksel como Castrop-Rauxel y, en ocasiones, como Haksel. Cuando se le antoja, Brauxel escribe su nombre como Weichsel [Vístula]. Dictan el placer del juego y la meticulosidad, y no se contradicen.

Corrían los diques del Vístula de horizonte a horizonte y, bajo la vigilancia del comisario para la regulación de los diques, en Marienwerder, habían de resistir a la crecida primaveral y a los aguaceros de Santo Domingo. ¡Y ay cuando había ratones en el dique!

El que aquí lleva la pluma, dirige una mina y escribe su nombre diversamente, se ha dispuesto sobre el tablero despejado del pupitre, con setenta y tres colillas, producto del fumar de los dos últimos días, el curso del Vístula antes y después de su regulación: montoncitos de tabaco y ceniza harinosa representan el río y sus tres desembocaduras; las cerillas quemadas son los diques y lo contienen.

Hace muchas muchas puestas de sol: he aquí que viene del Kulmisch, donde en cincuenta y cinco junto a Kokotzko el dique había cedido a la altura del cementerio de los menonitas —aún varias semanas después permanecían los ataúdes atrapados en los árboles—, el comisario para la regulación de los diques, aunque él a pie, a caballo o en barca, con su levita y nunca sin la botellita de aguardiente de arroz en espacioso bolsillo, él, Wilhelm Ehrenthal, quien en versos antiguos y sin embargo festivos había escrito aquella «Epístola contemplativa del Dique» que al poco tiempo de su aparición había sido remitida con amable dedicatoria a todos los condes del dique, a todos los alcaldes rurales y a todos los predicadores menonitas; él, aquí nombrado para no volver a nombrársele más, inspecciona río arriba y río abajo las obras de contención, las presas y las defensas, ahuyenta del dique a lechones, porque según ordenanza de la policía rural, párrafo octavo, de noviembre de mil ochocientos cuarenta y siete, le está prohibido a todo ganado, ya sea de pluma o de pezuña, pacer en el dique o hurgar en él.

A mano izquierda se ponía el sol. Brauxel rompe una cerilla: la segunda desembocadura del Vístula se originó sin auxilio de los terraplenadores el dos de febrero de mil ochocientos cuarenta, cuando el río, por haberse acumulado el hielo, se abrió paso a través de la lengua de tierra abajo de Plehnendorf, se llevó dos aldeas, y permitió la fundación de dos nuevos lugares: las aldeas de pescadores de Neufähr-Este y Neufähr-Oeste. En cuanto a nosotros, sin embargo, por muy abundantes que las dos Neufähr fueran en cuentos, chismes locales y acontecimientos inauditos, nos ocupamos ante todo de las dos aldeas a este y oeste de la desembocadura primera, aunque más reciente: Schiewenhorst y Nickelswalde eran o son, a derecha e izquierda del corte del Vístula, las dos últimas aldeas con servicio de balsa, porque quinientos metros río abajo sigue el mar mezclando aún actualmente su agua de un cero coma ocho por ciento de sal con el desagüe gris-ceniza de la anchurosa República de Polonia.

Palabras de conjuro: «El Vístula es un ancho río, que en el recuerdo se hace cada vez más ancho, navegable a pesar de sus numerosos bancos de arena...», murmura Brauchsel ante sí, deja que sobre el tablero de su pupitre convertido en delta plástico del Vístula un resto de goma de borrar circule como balsa entre diques de cerillas y pone, ahora que el turno de madrugada acaba de bajar y el día empieza sonoro de gorriones, a Walter Matern —acento sobre la última sílaba—, de nueve años de edad, sobre la corona del dique de Nickelswalde, de cara al sol que se está poniendo; rechina los dientes.

¿Qué ocurre cuando el hijo de un molinero, de nueve años de edad, está de pie sobre el dique, contempla el río, está expuesto al sol y rechina los dientes cara al viento? Esto le viene de su abuela, que por espacio de nueve años estuvo clavada a la silla y sólo podía mover los globos de los ojos.

Pasan muchas cosas a la deriva, y Walter Matern las ve. De Montau hasta Käsemark , la crecida. Aquí, poco antes de la desembocadura, el mar ayuda. Se dice que había ratones en el dique. Siempre que se rompe un dique suelen decir que había ratones en él. Los menonitas dicen que los católicos del país polaco han puesto de noche ratones en el dique. Otros pretenden haber visto al conde del dique montado en su corcel blanco. Pero la compañía de seguros no cree ni en los ratones ni en los condes de Güttland. Al romperse el dique a causa de los ratones, el corcel blanco con el conde del dique saltó, tal como la leyenda lo prescribe, a la avenida del río, pero de poco sirvió, porque el Vístula se llevó río abajo a todos los jurados del dique. Y el Vístula se llevó río abajo los ratones católicos del país polaco. Y se llevó asimismo a los menonitas rudos, con ganchos y ojetes pero sin bolsas, y a los menonitas más finos, con botones, ojales y otras cosas diabólicas; se llevó a los tres evangélicos y al maestro de Güttland, el socialista. Se llevó al ganado mugiente y las cunas talladas de Güttland, y se llevó todo Güttland: las camas y los armarios de Güttland, los relojes y los canarios de Güttland; se llevó al predicador de Güttland —éste era rudo y tenía ganchos y ojetes— y se llevó también a la hija del predicador, y de ésta se dice que era bonita.

Todo esto y otras cosas más iban pasando a la deriva. ¿Qué es lo que empuja ante sí un río como el Vístula? Todo lo que pasa por el puente: madera, vidrio, pactos entre Brauxel y Brauchsel, sillas, huesecillos y también puestas de sol. Lo que estaba olvidado desde hacía tiempo vuelve a hacerse presente, como el nadador de pecho o espalda: vino Adalberto. Adalberto viene a pie. En esto le alcanza el hacha. Pero Swantopolk se deja bautizar. ¿Qué será de las hijas de Mestwin? ¿Se escapa una, descalza? ¿Quién se la lleva consigo? ¿El gigante Miligedo con

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