Pequeñas mentiras (Big Little Lies)

Liane Moriarty

Fragmento

libro-1

Índice

Portadilla

Índice

Dedicatoria

Cita

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 18

Capítulo 19

Capítulo 20

Capítulo 21

Capítulo 22

Capítulo 23

Capítulo 24

Capítulo 25

Capítulo 26

Capítulo 27

Capítulo 28

Capítulo 29

Capítulo 30

Capítulo 31

Capítulo 32

Capítulo 33

Capítulo 34

Capítulo 35

Capítulo 36

Capítulo 37

Capítulo 38

Capítulo 39

Capítulo 40

Capítulo 41

Capítulo 42

Capítulo 43

Capítulo 44

Capítulo 45

Capítulo 46

Capítulo 47

Capítulo 48

Capítulo 49

Capítulo 50

Capítulo 51

Capítulo 52

Capítulo 53

Capítulo 54

Capítulo 55

Capítulo 56

Capítulo 57

Capítulo 58

Capítulo 59

Capítulo 60

Capítulo 61

Capítulo 62

Capítulo 63

Capítulo 64

Capítulo 65

Capítulo 66

Capítulo 67

Capítulo 68

Capítulo 69

Capítulo 70

Capítulo 71

Capítulo 72

Capítulo 73

Capítulo 74

Capítulo 75

Capítulo 76

Capítulo 77

Capítulo 78

Capítulo 79

Capítulo 80

Capítulo 81

Capítulo 82

Capítulo 83

Capítulo 84

Agradecimientos

Referencias

Sobre la autora

Créditos

libro-2

A Margaret, con cariño

libro-3

Tú me das, tú me das,

ahora me tendrás que besar.

(Cancioncilla infantil)

libro-4

Colegio Público Pirriwee

¡Donde vivimos y aprendemos a orillas del mar!

¡El colegio Pirriwee es una ZONA SIN ACOSO!

No acosamos.

No aceptamos que nos acosen.

Nunca mantenemos en secreto el acoso.

Tenemos la valentía de denunciarlo si vemos que acosan a nuestros amigos.

¡Decimos NO al acoso!

libro-5

CAPÍTULO 1

Ese estrépito no suena a concurso de preguntas en el colegio, sino a tumulto —dijo la señora Patty Ponder a Marie Antoinette.

La gata no respondió. Estaba adormilada en el sofá, y los concursos de preguntas y respuestas le parecían un rollo.

—No te interesa, ¿eh? ¡Que coman pasteles! ¿Es eso lo que estás pensando? Se atiborran de pasteles, ¿a que sí? Pasteles por todas partes. Dios mío. Aunque no creo que ninguna madre los pruebe. Son todas flacas y esbeltas. Igual que tú.

Marie Antoinette sonrió por el cumplido. Lo de «que coman pasteles» había pasado de moda hacía mucho, y recientemente había oído decir a un nieto de la señora Ponder que en realidad debía de ser «que coman brioches», y también que María Antonieta no lo había dicho jamás.

La señora Ponder tomó el mando a distancia y bajó el volumen de Dancing with the Stars. Lo había subido antes por el ruido de un chaparrón, pero ahora ya no era más que llovizna.

Le llegaba el griterío de la gente. Voces airadas rasgaban el aire silencioso y frío de la noche. A la señora Ponder le resultaba extrañamente doloroso oírlas, como si todo aquel furor se dirigiera contra ella. (La señora Ponder se había criado con una madre colérica).

—Dios mío. ¿Pues no están discutiendo por la capital de Guatemala? ¿Sabes cuál es? ¿No? Yo tampoco. Tendremos que googlear. No me hagas burla.

Marie Antoinette olisqueó el aire.

—Vamos a ver qué pasa —dijo la señora Ponder muy decidida.

Se estaba poniendo nerviosa y eso la llevaba a actuar resueltamente delante de la gata, como había hecho en otro tiempo delante de sus hijas cuando su marido no estaba en casa y se oían ruidos raros por la noche.

La señora Ponder se puso en pie apoyándose en el andador. Marie Antoinette deslizó con suavidad su escurridizo cuerpo entre las piernas de la señora Ponder (los procederes enérgicos no iban con ella), mientras su dueña empujaba el andador por el pasillo hacia la parte de atrás de la casa.

Su cuarto de costura daba directamente al patio del colegio Pirriwee.

«¿Estás loca, mamá? No puedes vivir pegada a un colegio de primaria», le había dicho su hija la primera vez que la señora Ponder habló de comprar la casa.

Pero a ella le encantaba oír el bullicioso murmullo de las voces de los niños a intervalos a lo largo del día y, como ya no conducía, le traía sin cuidado que la calle estuviera atascada de esos coches grandes como camiones que tiene todo el mundo hoy en día, con mujeres parapetadas tras grandes gafas de sol, apoyadas en el volante y transmitiendo a gritos informaciones terriblemente urgentes sobre el ballet de Harriette y la sesión de logopedia de Charlie.

Hoy en día las madres se toman muy en serio su cometido. Con esos rostros tensos. Esos ágiles traseros contoneándose por el colegio con la ropa ceñida del gimnasio. El balanceo de las coletas de caballo. La mirada clavada en el móvil que llevan en la palma de la mano como una brújula. A la señora Ponder le entraba la risa. Cariñosa, claro. Sus tres hijas, aunque eran mayores, eran exactamente iguales. Y todas muy guapas.

—¿Cómo estáis esta mañana? —decía siempre al paso de las madres si estaba en el porche con una taza de té o regando el jardín.

—¡Con mucho lío, señora Ponder! ¡Sin parar! —respondían siempre al pasar tirando del brazo de sus hijos. Eran agradables, cordiales e inevitablemente un poco condescendientes. ¡Ella tan mayor y ellas tan ocupadas!

Los padres, y cada vez iban siendo más los que llevaban a sus hijos al colegio, eran diferentes. No solían ir deprisa, pasaban por delante con calculada despreocupación. No era para tanto. Todo estaba bajo control. Ese era el mensaje. La señora Ponder también se reía cariñosamente de ellos.

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