El diván de Becca (El diván de Becca 1)

Lena Valenti

Fragmento

cap-1

1

Detrás del cristal del confesionario de Gran Hermano, el rostro histriónico de la mujer de Frankenstein me devuelve la mirada.

Debo aclarar que esa mujer en realidad es un hombre musculoso y parecido a Hugh Jackman y se llama Lolo. Pero se siente muy mujer, reconoce abiertamente su condición de gay y, aunque no lo reconociera, también se sabría: mi queridísimo Lolo tiene pluma suficiente como para rellenar mil almohadas. Como Lolo es un hombre muy dramático, sabía que iba a elegir ese personaje. Pero ha habido un error en el envío de la peluca: pedimos la cabellera de Elisabeth Lavenza (nombre que se le dio a la novia de Frankenstein de 1935), pero en vez de eso, nos adjuntaron la de Marge Simpson.

Es decir, competencia de la agencia de atrezzo: nivel cigoto.

Mi sobrino de cinco años sería más competente al respecto, y seguramente me debatiría el nivel valorándolo como un pokémon. Me diría con su vocecilla: «Tita, este es nivel Magikarp claramente». En su opinión, ser un Magikarp, al parecer, es para cortarse las venas. Y lo suele argumentar diciéndome que es inútil en combate y que solo sirve para salpicar.

Me llamo Becca Ferrer. Soy psicóloga, nacida en Barcelona. Y, como ya habréis adivinado, trabajo en la plantilla de terapeutas de este famoso reality, que ya va por su decimocuarta edición.

Estamos en Halloween, en pleno directo, y como tal, la prueba semanal se centra en este día. Pero algo ha salido realmente mal, hasta el punto de que me encuentro en la tesitura de calmar a uno de los concursantes de Guadalix de la Sierra, porque sé que, si no lo consigo, Lolo puede hacer algo por lo que sería expulsado. Y aunque no tengo la culpa de esta situación, me siento muy responsable de mis chicos.

Estas cosas siempre me despiertan la ansiedad.

En principio, la prueba iba a ser muy divertida. Queríamos invitar de nuevo al payaso enano para que les lanzara tartas a la cara, y, por otra parte, los Cazafantasmas iban a entrar a la casa para capturar uno a uno a todos los concursantes y avivar el nerviosismo de los Hermanos.

Todo iba sobre ruedas, la música del Exorcista no dejaba de reverberar en las paredes de la casa más famosa de la televisión. El equipo de psicólogos y cámaras del programa no dejábamos de reírnos ante las ocurrencias de los participantes. Habíamos visto de todo: gritos, carreras por los pasillos, resbalones, histeria colectiva, chistes malos producto del miedo…

Pero se la hemos jugado a Lolo. No hay otra explicación. Y eso lo ha decidido el Súper. Aunque estoy convencida de que ni siquiera él se imaginaba que el desenlace iba a ser este.

Para poneros en antecedentes, os voy a explicar un poco cómo es mi trabajo.

Formo parte de un gabinete de psicólogos que Zeppelin ha contratado para hacer la criba de los concursantes de GH (además de otros programas, aunque yo solo trabajo en este).

Después de hacer varias selecciones, empezamos a trabajar con las novecientas personas seleccionadas, aunque anteriormente eran diez mil. Diez mil espartanos en cola, algunos normales, otros muy frikis, y otros Legionarias y Yoyas en potencia. Entre ellos se encuentran siempre los perfiles que tanto nos gustan: la oveja negra, el pacificador, el alborotador, el pasota, el conflictivo, el espiritual, el estratega… A estos novecientos les realizamos una serie de cuestionarios. Descartamos a los que tienen determinadas patologías, y después les pasamos filtros de personalidad e inteligencia, hasta que nos quedamos con solo sesenta personas a las que les hacemos una entrevista clínica sobre inteligencia emocional muy completa. Eso reduce la selección a veinticuatro personas.

Con la criba considerablemente reducida, decidimos pasar un día, tanto el psicólogo como el redactor, con cada uno de estos veinticuatro aspirantes para observarlos de primera mano y ver otros rasgos de su personalidad así como posibles estrategias que puedan poner en práctica para afrontar otras situaciones como las que se encontrarán en la casa.

Veinticuatro informes después, nos quedamos solo con doce. Los definitivos afortunados para concursar en Gran Hermano.

Detrás de los cristales de la casa hay tres psicólogos clínicos que se hacen cargo cada uno de cuatro concursantes. Lolo es uno de los que yo tengo a mi cargo. Y me duele en el alma verlo ahí de esta manera, tan aterrorizado, con las pupilas dilatadas y la peluca lila torcida como la torre de Pisa.

Me la han jugado, y lo sé. Lo sé tanto como diría Julio Iglesias en su famosísimo meme.

Y ¿sabéis por qué? No, claro que no lo sabéis.

Porque, aunque yo no entrevisté a Lolo ni lo analicé, todos vimos las pruebas de cámara de los concursantes. Era un tipo divertido, graciosísimo y muy extrovertido, además de increíblemente inteligente. Pero Lolo tenía una pequeña tara, una fobia llamada «Ex». En la prueba de cámara, Lolo dijo claramente que lo único que no encajaba bien y lo desequilibraba era ver a su ex; por esta razón, después de su fallida relación, Lolo se había ido a vivir a otra comunidad, para no encontrarse furtivamente con él.

Pero el Súper había decidido invitar al ex al programa, disfrazado de Cazafantasmas. Maldito Súper. Federico es un morboso; ese es su nombre, por cierto. Suele hacer estas cosas, y nosotros siempre le decimos que es bajo su responsabilidad. Para él, sin embargo, su responsabilidad es la audiencia, y el índice de share, y adora las situaciones límites que hacen que los indicadores se disparen.

Federico sabe que yo también las adoro. Una de las reglas de la selección de la criba es dar con personas estables mentalmente, extrovertidas y dinámicas pero que además sean muy emotivas para que, suceda lo que suceda en la casa, les afecte mucho, pero no hasta el punto de traumatizarlas.

Lolo está a un paso de rebasar esa línea. Y yo debo impedirlo. Federico acaba de lanzarme el guante, porque le gusta desafiarme. Debo demostrarle que puedo controlar a Lolo antes de que haga una locura, como abandonar el programa por propia voluntad. Lolo no puede afrontar la multa por abandonar. Ni él ni nadie medianamente normal. ¿Quién tiene doce mil euros en el banco para desprenderse de ellos así como así?

Me concentro y observo a mi concursante favorito.

La novia de Frankenstein me devuelve la mirada. Tiene el pelo lila manchado de nata y una cereza deslizándose por el lado izquierdo. También tiene nata en la mejilla y en la barbilla. El payaso enano le había dado de lleno. Pero cuando Lolo vio que entraban los Cazafantasmas y divisó a su ex entre ellos, se fue corriendo del salón en dirección al confesionario, al grito de «¡Me cago en mis muertos!», con tan mala suerte que se había resbalado y se había dado un leñazo en el pasillo. Leñazo que habían visto más de cinco millones de personas.

—Hola, Elisabeth Simpson —lo saludo queriendo sacarle una sonrisa, pero no lo consigo.

—No me toquéis los cojones —dice, tajante, mirando a todas partes, buscando un rostro en el que poder volcar toda su ira. Se le ha corrido parte del maquillaje. En otras circunstancias eso sería divertido y cómico. Ahora no—. ¿Qué mierda hace Rodrigo vestido de bombero? ¿Qué hace aquí?

—No va de bombero —le corrijo—. Va de Cazafantasmas.

—¿Cazafantasmas? ¡Ese hombre solo caza rab

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