Corazones desbocados

J.R. Ward

Fragmento

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Querido lector:

Corazones desbocados es el primer libro que publiqué, por ello le tengo un cariño especial y siempre se lo tendré. Aquí fue donde todo empezó para mí: recibí «la llamada» de un editor interesado en mi manuscrito; un corrector profesional editó un texto mío por primera vez; recibí unas galeradas encuadernadas con mis palabras también por vez primera y más tarde visité una librería de Quincy (Massachusetts), donde mi libro ya estaba a la venta.

Todo lo que se cuenta en esta historia nace en gran medida de dos pasiones juveniles: cerca de seis cajas de madera llenas de unas quinientas novelas de la colección Harlequin Bianca y el hecho de que, como todas las chicas de la zona de Nueva York de donde procedo, me encantaba montar a caballo. Ambas cosas han quedado ya, claro, en el pasado. Aquellas novelas maravillosas de cubiertas color blanco las regalé hace tiempo y ya no monto (la fuerza de la gravedad parece aumentar a medida que una cumple años)…, pero esa intersección entre el amor y los purasangres fue lo que produjo este maravilloso libro.

Así es como ocurrió todo. Cuando estudiaba en el instituto, en la universidad y en la facultad de Derecho siempre escribía historias. Algunas las terminé, otras las abandoné, pero todo lo que redactaba trataba siempre de dos personas que se enamoraban. Es lo que me salía de forma natural…, algo comprensible, considerando la cantidad de novelas Harlequin que devoraba. Cuando terminé de estudiar y empecé a trabajar en el mundo empresarial estadounidense, continué dándole vueltas a ideas, escribiéndolas a máquina e inventando historias hasta que al final, después de muchos años de pasos en falso y material más bien mediocre, logré escribir un «Fin» que de verdad funcionaba.

Quiso el destino que por aquel entonces mi novio (hoy maravilloso marido) y yo nos fuéramos a Cabo Cod a pasar el fin de semana con mi madre. La carretera que tomamos una vez dejamos la autopista 66 pasaba por un prado cercado en el que había caballos. Por alguna razón, aquel día miré a mi derecha y vi a un purasangre a medio galope y… ¡pum!, se me ocurrió la historia que luego se convertiría en Corazones desbocados.

Entonces yo era una escritora que improvisaba sobre la marcha (ahora planifico mucho más mis libros); sin embargo, apunté unas cuantas ideas sobre la historia en lugar de lanzarme directamente a escribir el primer capítulo sin tener ni idea de lo que hacía. También me llevé una máquina estenográfica (aún la tengo) a una exhibición ecuestre y tomé notas para refrescar mis recuerdos sobre competiciones de caballos de salto y cazadores. Luego empecé a ir a las carreras o, mejor dicho, a las competiciones de saltos. Escribí el libro bastante deprisa y para cuando lo terminé ya tenía concertada una entrevista en Nueva York para conocer a mi primera agente.

Mientras comíamos en un bistró francés, le comenté que tenía algo mejor que el manuscrito que estaba encima de la mesa y accedió a esperar a ver mi nuevo proyecto antes de enviar nada a las editoriales. Cerca de un mes más tarde se lo mandé por FedEx y a continuación emprendí un viaje para conocer a la que después sería mi familia política (entonces ninguno de los dos lo sabíamos a ciencia cierta).

Y entonces apareció Sue Grafton. Sí, señores, nada menos que Sue Grafton. Mientras estábamos de visita, el padre de mi marido se enteró de mis pinitos como escritora y se ofreció a presentármela (sabe mucho de armas y munición y cosas así, y la había asesorado al respecto para una de sus novelas). Nunca olvidaré la primera vez que entré en la casa de Sue. Ella y su encantador marido acababan de comprar aquella casa antigua y maravillosa y estaban redecorándola. Lo primero que me preguntó fue qué me parecía una muestra para moqueta que me enseñó.

Estuvimos charlando (mientras yo me esforzaba por mantenerme serena…; a ver, no solo era «una escritora de verdad», es que era Sue Grafton, por el amor de Dios). Se ofreció a leer las cincuenta primeras páginas de mi manuscrito, pero me advirtió de que era muy severa y brutalmente franca. Yo le dije: «Sí, por favor, muchas gracias» (y también me entraron ganas de vomitar). Dos días más tarde me llamó y me dio, en solo dos minutos, una serie de consejos que hoy doy yo a todos los novatos que vienen a mí con sus manuscritos (no leo los manuscritos de otra gente, pero estas tres reglas siempre han demostrado ser infalibles): 1) Elimina los dichosos adverbios (lo de «dichosos» es mío, no de Sue). Literalmente, haz una búsqueda de palabras acabadas en -mente y elimínalas. La mayoría de novatos se esfuerzan demasiado en asegurarse de que ponen por escrito todos los matices, no confían en que sus diálogos o descripciones sean bastante para los lectores; 2) Deshazte de esos verbos dialógicos del género bobo (de nuevo, lo de «género bobo» es aportación mía). Nada de «exclamó ella», «se burló él», «objetó ella», «entonó él». «Dijo» y punto; 3) No te pases de melodramático, puñeta (sí, el «puñeta» también es mío). La mayoría de las personas no reaccionan ante las cosas agitando los brazos y dando saltos como si fueran chimpancés. Sí, esto es ficción y por lo tanto no todos se van a portar como inspectores de Hacienda, pero tampoco es una película muda.

Fue como si alguien me hubiera mostrado el camino de salida de la jungla (Sue también me dijo que yo «sabía escribir», algo que parecía sorprenderla un tanto. La verdad, a mí también. A pesar de todas mis horas de trabajo, no estaba convencida de ser capaz). En cuanto colgué el teléfono llamé a mi agente en Nueva York y le dije que lo parara todo.

La cuestión era que a mi agente le había gustado Corazones desbocados mucho más que el otro manuscrito y se disponía a enviarlo a las grandes editoriales. Ya había hecho copias, escrito la carta de presentación y llamado por teléfono a gente. Vamos, que estaba todo a punto y entonces venía yo, una tonta autora inédita (por el momento y quizá para siempre) diciéndole cómo tenía que hacer su trabajo. Pero entonces le conté que Sue Grafton había leído parte del libro. «¿Se puede saber cómo lo has conseguido?». «Es una larga historia. Pero de momento, por favor, no mandes nada».

(Me viene a la cabeza esa escena de la película Wall Street en la que Bud Fox recibe la llamada del pez gordo al que ha estado cortejando y el tipo sentado a su lado susurra, atónito: «Gekkkkkkko». Imaginad «Graffffffton» y os haréis una idea de la reacción de mi agente durante aquella conversación).

Mientras aún estaba «de vacaciones» repasé el manuscrito de principio a fin siguiendo todos los consejos de Sue. Fue increíble, entendí a la perfección lo que me quería decir. La historia estaba ahí, pero mis elecciones léxicas y mis inseguridad

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